Querido Pablo, Anoche asistí al concierto que realizaste acompañado por dos excepcionales músicos, Miguel Nuñez y Dagoberto González, ambos rebosantes de cubanidad. Te acogimos con la generosidad que nos caracteriza a los catalanes, ofreciéndote el Palau de la Música y un sinfín de aplausos alimentados por la ilusión de escucharte, de tenerte entre nosotros. Te […]
Querido Pablo,
Anoche asistí al concierto que realizaste acompañado por dos excepcionales músicos, Miguel Nuñez y Dagoberto González, ambos rebosantes de cubanidad. Te acogimos con la generosidad que nos caracteriza a los catalanes, ofreciéndote el Palau de la Música y un sinfín de aplausos alimentados por la ilusión de escucharte, de tenerte entre nosotros. Te ofrecimos lo mejor que tenemos, en lo colectivo y en lo personal: en Barcelona te queremos, Pablo.
Empezaste a cantar y notamos en seguida la sensación de las grandes ocasiones. Tu voz, acompañada por la fiel pareja de teclados, el violín eléctrico y tu guitarra fue llenando segundo tras segundo, canción tras canción, el espacio del Palau. Fiel a la tradición del movimiento de la Nueva Trova Cubana, esperábamos que cantaras por igual al amor y a la política, y lo hiciste, para bien o para mal, pero lo hiciste.
Quizás ya lo sepas, pero alguien debería explicarte, Pablo, que en nuestro país, a diferencia del tuyo, no estamos acostumbrados a hablar de política. Aquí no se discuten las decisiones del gobierno, las leyes aprobadas o los discursos de sus representantes. Aquí, mayormente, ni se critica ni se defiende, tan sólo se anima e insulta, forofos de uno u otro partido que, a la postre, acaban jugando a lo mismo.
En una de las canciones que ayer cantaste, explicaste la tragedia de las personas que emigraron de Cuba. Tragedia común en todos los países que nombramos y condenamos a ser del tercer mundo, o incluso, tercermundistas como si los países fueran partidarios de su propio subdesarrollo. Sucede, sin embargo, que si el emigrante es cubano se enciende una lucecita roja en muchas de las cabezas de algunos de mis compatriotas; lucecita que apenas vacila con los centenares de subsaharianos retenidos en centros de concentración en España. nombrados, con familiar talante, centros de acogida.
«Mi hermano Jacinto, que vive en La Habana no sabe si su hija que tuvo una nieta que aún no ha conocido sabrá que su madre murió de repente: las autoridades no lo dejan salir», versa la letra de la polémica canción. Quién haya estado en Cuba recientemente sabe (luego sabemos) que éste es un debate caliente entre su población. Las restricciones para salir de la mayor de las islas del Caribe, la llamada tarjeta blanca, son criticadas abiertamente por el trovador de Bayamo, pero también por muchos otros intelectuales, artistas y ciudadanos cubanos, entre ellos, Silvio Rodríguez o la mismísima Mariela Castro, hija del presidente Raúl. No puedes imaginar, Pablo, cuánto nos cuesta entender, que en un país se discuta y critique la política.
Pablo, aquí, en Barcelona, te sobran los amigos, lo sabes muy bien aunque no nos conozcas a todos. Amigos que nos emocionamos con tus canciones y nos estremecemos cuando alguien las interpreta errónea e interesadamente. Amigos que vivimos con la dichosa lucecita roja permanentemente encendida, convencidos que sin ella la vida no vale nada. Te queremos, Pablo. Valió la pena, Pablo.
Antoni-Italo Moragas, responsable de relaciones internacionales de la CJC-Joventut Comunista y brigadista en Cuba.