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Cuba-Argentina… tantos hermanos

Fuentes: La Jiribilla

Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar y una hermana muy hermosa que se llama libertad Nos guían por los caminos de Buenos Aires las coplas de Atahualpa Yupanqui; andamos hermanados hacia la libertad de la patria grande latinoamericana que avizoramos como único horizonte posible. Así llegamos a la Casa Nacional del Bicentenario […]

Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar y una hermana muy hermosa que se llama libertad

Nos guían por los caminos de Buenos Aires las coplas de Atahualpa Yupanqui; andamos hermanados hacia la libertad de la patria grande latinoamericana que avizoramos como único horizonte posible. Así llegamos a la Casa Nacional del Bicentenario que abrió sus puertas a las celebraciones por los 40 años del restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Argentina con un mosaico de actividades donde las culturas se entrelazan.

Tres días de ininterrumpida lluvia y temperaturas de seis grados (y menos) no impidieron que se repletara de público (mejor decir, de hermanos) la sede del evento este lunes 16 de septiembre, y que se cruzaran informaciones cargadas de historia, de versos, de sueños. De pronto, arribando a Riobamba 985, como si fuese una dirección en La Habana, abrazos de viejos amigos: Manelo, (Ismael González, coordinador del ALBA Cultural); Pedro Pablo Rodríguez (del Centro de Estudios Martianos); el viejo caimanero Omar González; los poetas Luis Yuseff y Basilia Papasamatiú; el fotorreportero Kaloian; Adrián del sitio web El Taburete; el trovador Vicente Feliú; el guitarrista Alejandro Valdés… y, entre saludos, nuevas conexiones de amistades de esta tierra como la gran cantora Liliana Herrero; su productora Majo; Fabián Matus, hijo de Mercedes Sosa, productor de materiales audiovisuales entre ellos el documental Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica, un estremecedor viaje por la vida de ese ícono de la América Nuestra, que acaba de estrenarse. También la trovadora argentina Paula Farré, la actriz Susú Pecoraro (Camila para siempre en nuestra memoria cinematográfica), y otros muchos creadores y personalidades de la cultura de nuestros pueblos.

En una pared pasaban imágenes: protestas en las calles, las dictaduras reprimen, atacan La Moneda, el presidente cubano Osvaldo Dorticós, en 1973, en Chile, y luego se abre paso entre la multitud que lo recibe en Buenos Aires; la apoteosis con Fidel en 2003 y su megadiscurso en el umbral de la Universidad ante una gigantesca multitud desafiando igual las inclemencias del tiempo, con miradas de estar viviendo el milagro rebelde, libertario en la Argentina.

Palabras del embajador cubano Jorge Lamadrid, del viceministro de cultura Julián González, del secretario de cultura argentina Jorge Coscia, todos hablan de la imprescindible fusión de nuestros pueblos, o más bien de un pueblo común del sur; pasan entonces Bolívar, Martí, el Che, Allende, Chávez, Kirchner… un largo y duro camino de los pobres de la tierra, que no puede andarse sin la luz de la cultura más profunda, en tiempos en que tratan de desviarnos con fuegos fatuos, arte apócrifo, epidérmico, desmovilizador, medios masivos que nos pintan un mundo de pompas de jabón, descerebrador; flujo de información tergiversador, desmoralizante, inyector de egoísmo extremo, cruenta ideología desde la desideologización, exterminadora de culturas que divide y aniquila, que despoetiza totalmente al ser humano.

Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Martí nos convoca con urgencia y en Buenos Aires, otro pasito más, intenso y hermoso, cantan los trovadores cubanos Leo García y Marta Campos… los versos nos unen: Tanta pobre gente que no ve que el futuro apremia… canta Leo y Marta nos trae a Sara González: Amor mío no te vayas que lloro… Luego la música popular bailable cubana se expande con los niños de La Colmenita, todos palmean y hacen coros, se paran y hasta tiran sus pasillos con una ensalada de sones…

Subimos a las salas de la galería, en una pantalla Fidel habla a los estudiantes de Buenos Aires, ahora se escucha el discurso encendido y los muchachos muestran rostros de sacudida. Una exposición de pinturas colectiva nos trae a Martí en múltiples dimensiones, a caballo, Martí con la boina del Che, jugando béisbol, Martí negro, soñando, amando, combatiendo, interactuando con nosotros… El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.

Al día siguiente, Pedro Pablo Rodríguez, del Centro de Estudios Martianos, y Horacio González, director de la Biblioteca Nacional Argentina, nos regalaron una intensa charla, como para elegidos, que comenzó por el José Martí que se expandió por sectores letrados de buena parte de América desde sus crónicas escritas para el periódico argentino La Nación, reproducido por otros rotativos. Horacio, con mirada Lezamiana, nos mostró aquel Martí con su álibi, el misterio que anuncia lo que tendrá inevitablemente que ocurrir, el periodista de gran carga metafórica en sus descripciones de Norteamérica; mirada audaz para la prensa de aquel tiempo, que nos adentra lo mismo en un gran suceso que un pasaje cotidiano aparentemente intrascendente. Pedro Pablo siguió monteando por ese trillo, describió la época, nos llevó a hurgar en el sentido de preparar a nuestros pueblos para el futuro, enseñando (subyacente) en sus textos, las virtudes y defectos de esa nación que se expandía y que, tras aquellas libertades sociales, comenzaba a traer un apresamiento del espíritu, y a mostrar las uñas de la expansión; periodismo que sin juzgar, nos imprime las nefastas consecuencias que tendría imitar a ese Norte tan parecido, pero distinto al sur.

Aunque no citaron este texto, creo que en la esencia de aquellas «Escenas norteamericanas» está latiendo un pensamiento que sintetiza muy bien en uno de sus cuadernos de apuntes:

«Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento. Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad. Y si hay esta diferencia de organización, de vida, de ser, si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tengan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan? Imitemos. ¡No!-Copiemos. ¡No!-Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos.-Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. (…) ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes? Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!».

Ahora escribo, mientras en la sala de su casa la gran cantora argentina Liliana Herrero, ensaya con los trovadores cubanos Marta Campos, Leo García, y sus músicos Pedrito Rossi, Ariel Naón y Mario Gusso, bromean, se estremecen, se reconocen, buscan un alma común en canciones de las raíces de nuestros pueblos, se hacen un espíritu único… «Oh, gota de rocío, no dejes de caer para que el amor mío siempre me quiera tener…» la voz telúrica de Liliana se adentra en la canción de Silvio como improvisando, Leo frasea con ella, Marta juega con sus cuerdas y Pedrito se imbrica cubaneando pronto con su guitarra… «Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón», ahora es un Fito que los cubanos se saben muy bien, y… «Gracias a la vida que me ha dado tanto…» emerge Violeta entre todos y ya no hay Argentina, Cuba, Chile… es la América Nuestra, esa del proyecto de Martí y que parece estar ocurriendo ahora mismo, nos vamos presentando, estudiando, abrazando… las voces se esparcen, van tocando a uno y otro, y otro hermano, el coro va creciendo: Y el canto de ustedes que es el mismo canto, y el canto de todos que es mi propio canto.