Con la firma en La Habana este 24 de agosto del acuerdo final para poner término al prolongado conflicto colombiano, Cuba reafirmó su reconocida vocación de paz, solidaridad y justicia, y cumplió con el pueblo de esa nación latinoamericana, con la modestia y humildad que le caracterizan. La mayor de las Antillas demostró una vez […]
Con la firma en La Habana este 24 de agosto del acuerdo final para poner término al prolongado conflicto colombiano, Cuba reafirmó su reconocida vocación de paz, solidaridad y justicia, y cumplió con el pueblo de esa nación latinoamericana, con la modestia y humildad que le caracterizan.
La mayor de las Antillas demostró una vez más que únicamente a través del dialogo puede conseguirse frenar la beligerancia y convivir en concordia, en momentos en que la humanidad enfrenta diversas guerras sangrientas, y vive amenazada por el estallido de una eventual y muy peligrosa conflagración internacional.
El pacto conclusivo para el inicio de la paz en Colombia se logró luego de cuatro años de intensas y complejas negociaciones en La Habana entre delegaciones del gobierno de ese país y de los guerrilleros de las FARC-EP, quienes tras comprometerse a acabar con más de 50 años de hostilidades militares agradecieron especialmente a Cuba por los inmensos esfuerzos realizados y su hospitalidad, además de a los representantes de Noruega, Venezuela y Chile, que actuaron como garantes y acompañantes de las conversaciones.
Los cubanos cumplieron con su hermana nación colombiana, y también con el Papa Francisco, quien durante su última visita a la isla caribeña el pasado año le auguró que se convertiría en el país de la unidad y la armonía a nivel internacional, coincidieron y recordaron analistas políticos.
Los expertos concordaron asimismo en que el decano archipiélago antillano consumó la promesa hecha por su presidente Raúl Castro en la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada en La Habana en enero de 2014, cuando declaró Zona de Paz a la región que se extiende desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia.
Corresponde ahora a los colombianos, a la CELAC y a otras organizaciones integracionistas de Nuestra América, al igual que a las Naciones Unidas y a los gobiernos de la región respaldar la puesta en vigor del pacto final que acaban de suscribir las autoridades de Bogotá y las FARC-EP, un verdadero ejemplo para el mundo.
El documento rubricado por ambas partes, de 200 páginas y seis puntos esenciales, debe ser refrendado en un plebiscito anunciado en las últimas horas para el venidero 2 de octubre por el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.
En la citada consulta popular los habitantes de ese país de la Patria Grande deberán votar por el Sí a la paz, pero no se puede dejar de reconocer que hay formaciones políticas de extrema derecha empeñadas en que sea el No el que se imponga.
Afamados mercaderes de la guerra y del narcotráfico en Colombia, como el exmandatario Álvaro Uribe y sus seguidores, apuestan por la continuación del conflicto, como fuente de enriquecimiento a costa de la sangre y la opresión de sus compatriotas.
De otro lado, Latinoamérica es escenario en la actualidad de una arremetida de la derecha más recalcitrante, poco interesada en que la distensión y la estabilidad reinen en la Patria Grande, en beneficio de los intereses de los más poderosos y del Imperio del norte brutal y revuelto.
Esas realidades pueden poner en riesgo la soñada y futura convivencia en paz de la mayoría de los colombianos, que de seguro en las urnas sabrán derrocar a los que persisten en el lenguaje de las armas.
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