Para mí el título de esta crónica y del libro que lo genera es capicúa. Yo le hubiera puesto al revés: El imperio frente a Cuba, pero mírese por donde se mire, el resultado es idéntico: los yanquis desean que los cubanos adopten la actitud del castor ante sus perseguidores, que al final les explicaré. […]
Para mí el título de esta crónica y del libro que lo genera es capicúa. Yo le hubiera puesto al revés: El imperio frente a Cuba, pero mírese por donde se mire, el resultado es idéntico: los yanquis desean que los cubanos adopten la actitud del castor ante sus perseguidores, que al final les explicaré.
Firma este libro que acaba de salir en Francia el investigador de la Sorbona Selim Lamrani y lo prologa Noam Chomsky. Se trata de un compendio de la actitud de Cuba «ante la propaganda, guerra económica y terrorismo de Estado» a la que le somete Estados Unidos.
Thomas Jefferson lo decía en 1805 con todo desparpajo: España podía seguir gobernando Cuba «hasta que el país esté lo suficientemente avanzado y arrancarle la isla trozo por trozo». Los españoles continuamos engordando la presa que aguardan los vecinos. A finales del siglo XIX el presidente Grover Cleveland echa cálculos: «Hemos invertido en Cuba entre 30 y 40 millones de dólares en plantaciones, ferrocarriles, minas y otras actividades. El volumen de los intercambios comerciales pasó de 64 millones de dólares en 1889 a cerca de 103 millones en 1893».
La ocupación de los puertos cubanos por navíos de guerra yanquis constituye el primer paso. Oficialmente se trata de «proteger los intereses y a los ciudadanos norteamericanos». Como la democracia en Irak.
El Maine se instala en el puerto de La Habana y explota el 15 de febrero de 1898 causando la muerte de 260 marinos del ejército americano. Cabe señalar que ningún oficial se hallaba esa noche en el navío.
El único informe oficial corre a cargo de EE.?UU. Acusa inmediatamente a España. La Casa Blanca inicia las hostilidades el 25 de abril de 1898, incluso antes de que Mac Kinley obtenga la autorización del Congreso.
Ya sabemos cómo prosigue el cuento: creación de una república mediatizada (como la que intentan imponer en Irak), larga lista de dictadores que aceptan el despojo de la isla ( hoteles, salas de juego, prostitución, Machado, Bastista…) y en enero de 1959 llega Fidel. Cuba toma medidas que disgustan al presidente Eisenhower (reforma agraria, incautación de las industrias azucarera y petrolífera y, colmo de temeridad, la Shell) Los grandes vecinos decretan el embargo de la isla en 1960 y un año después, la ruptura de relaciones diplomáticas.
En cuanto sube al poder Kennedy descubre un plan secreto de la CIA que prevé el derrocamiento de Fidel merced a 13 millones de dólares concedidos por su predecesor para los entrenamientos subversivos en Guatemala. Acepta la Operación Mangosta que termina, como sabemos, con la derrota total y vergonzosa de los invasores.
Desde entonces se han producido más de setenta intentos de asesinato de Fidel Castro, aviones derribados con centenares de muertos y protección de su autor, el mercenario Posada Carriles, mientras se detiene a ciudadanos cubanos pisoteando las leyes internacionales. Pese a todoc Bush decreta que Cuba es un «Estado terrorista», con todas las consecuencias.
¿Qué esperan los promotores de la Comisión de Asistencia a Cuba Libre (los ultraderechistas idos Aznar y Albrigth entre otros), los furibundos de Reporteros sin Fronteras y otros neoliberales cómplices de la agresión secular contra nuestra querida isla?: desean que Cuba se comporte como los castores, muy apreciados por las secreciones de sus glándulas sexuales con las que los romanos hacían ungüentos. Cuenta el latino Eliano que cuando estos animalitos intuían la presencia de cazadores, se tumbaban patas arriba para que les cortaran los testículos y los dejaran capados, pero vivos.