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Cuba no era un paraíso ni una excepción

Fuentes: Rebelión

Hace más de medio siglo que, en Miami, ciertos sectores de la inmigración cubana -cada vez más reducidos respecto al conjunto de esta- hablan de su país natal como de un «paraíso perdido». El telón de fondo que tenían los crímenes de la tiranía y la lucha armada insurreccional contra ella, era la desesperanza ante […]

Hace más de medio siglo que, en Miami, ciertos sectores de la inmigración cubana -cada vez más reducidos respecto al conjunto de esta- hablan de su país natal como de un «paraíso perdido».

El telón de fondo que tenían los crímenes de la tiranía y la lucha armada insurreccional contra ella, era la desesperanza ante la miseria cotidiana.

La propaganda contra la Revolución cubana presenta la quinta década del pasado siglo como un periodo de gran prosperidad para «demostrar» las ventajas del capitalismo para la Isla.

Aunque entre los llamados «líderes del exilio cubano» (algunos de ellos devenidos congresistas en Washington) haya unos pocos extremistas que llegan hasta el elogio de la contribución de Batista al desarrollo económico y social de Cuba, la mayor parte de los economistas de origen cubano radicados en Estados Unidos presentan a la década de 1950 como un periodo de prosperidad para Cuba, lamentablemente afectado por los desmanes de la sangrienta tiranía impuesta mediante el golpe de Estado de 1952.

Para ellos, lo deseable habría sido suprimir esa execrable dictadura y restablecer el orden constitucional y la democracia representativa, sin que fueran necesarios más cambios en la vida política, la economía y la sociedad.

Para argumentar esa supuesta prosperidad, estos economistas comparan algunos indicadores económicos de Cuba en aquellos tiempos que son superiores a los de otros países de América Latina y el Caribe y excluyen de la comparación a otros indicadores que demuestran lo contrario.

Esa homologación estadística manipulada, en una región caracterizada por las mayores desigualdades económicas y sociales del planeta, les permite inferir que la Isla tenía un notable progreso económico y social, cuando ello debía servir como denuncia de la dolorosa situación por la que atravesaban las naciones de América Latina, con indicadores de desarrollo peores aún que los pésimos de Cuba.

Algunos de los indicadores estadísticos superiores que exhibía Cuba entonces no eran sinónimos de desarrollo, sino de la mayor dependencia de un país considerado de gran importancia para la seguridad nacional de Estados Unidos que constituía, por ello, escenario privilegiado para determinadas inversiones por la garantía que derivaba de su alto grado de subordinación al imperio.

A mediados de la década de 1950, Cuba se convirtió en uno de los principales mercados y rutas del tráfico de estupefacientes hacia Estados Unidos con la consiguiente inyección de considerables cantidades de dinero en proceso de lavado.

Bajo la conducción de líderes de la mafia estadounidense como Meyer Lansky y Santos Traficantti, estrechamente relacionados con el dictador Batista, La Habana vivió un proceso de conversión de la ciudad en Las Vegas de América Latina. Ello trajo un notable incremento del turismo y de la vida nocturna: los ricos, las cúpulas militares y los políticos corruptos integrados con la dictadura vivían bien, pero la inmensa mayoría de la población no disfrutaba ese bienestar.

La imagen idílica de Cuba en los cincuenta la conformaban nuevos hoteles, casinos, cabarets, tiendas departamentales y grandes y lujosos edificios de apartamentos que cambiaron la fachada de la capital cubana a base del dinero lavado por la mafia y la malversación de los fondos públicos que creció a extremos mayores aún que en los de los igualmente corruptos gobiernos anteriores al gobierno de facto.

Pero lo cierto es que el telón de fondo que tenían los crímenes de la tiranía y la lucha armada insurreccional contra ella, era bien distinto de esa imagen idílica que le han pretendido adjudicar, a la distancia de los años, a la Cuba de los cincuenta: oleadas de niños en busca de su sustento en la mendicidad, limpiando parabrisas de autos, lustrando zapatos o vendiendo periódicos, tanto en calles y plazas de ciudades como en los campos, donde la miseria era extrema; ancianos y discapacitados viviendo de la caridad pública; largas filas de hombres en busca de trabajo y extendida angustia de miles de mujeres gestionando empleo como sirvientas, o como prostitutas en burdeles o ambulantes. Proliferaban bares y garitos con juegos de apuestas para pobres que se encargaban de extraer de la población humilde hasta el último centavo, abusando de su desesperanza ante las realidades cotidianas.

Cuba no era en la época inmediata anterior a la victoria sobre el tirano, ni un paraíso ni una excepción respecto a los demás países de América Latina.

Hoy sí es una excepción por sus asombrosos resultados en el ejercicio de la independencia plena y la práctica de justicia social, objetivos que el bloqueo y la hostilidad permanente del imperio no han podido impedir, aunque hayan entorpecido y retrasado el logro de otros propósitos irrenunciables del proyecto revolucionario como un mayor desarrollo económico y una democracia más plena.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.