Traducido al español por el autor y revisado para Rebelión y Tlaxcala por Caty R.
Intervención en el acto «Solidaridad con la Revolución Cubana» el 30 de noviembre de 2006, en el Palacio de Convenciones de La Habana, en el homenaje de la Fundación Guayasamín a Fidel Castro.
Primero, quisiera agradecer a la Fundación Guayasamín y al gobierno revolucionario de Cuba que me hayan invitado a este evento tan importante.
Cuba tiene un estatuto bastante peculiar en la historia de la humanidad. Desde hace cerca de 50 años, esta pequeña nación de 11 millones de habitantes es víctima de un odio y una hostilidad que alcanzan proporciones inauditas, por parte de la primera potencia mundial, a saber Estados Unidos. Jamás ningún otro país ha padecido, de manera tan implacable, semejante política de agresión.
La guerra económica que Washington lleva contra Cuba desde el 6 de julio de 1960 supera todo entendimiento. Viola todas las normas internacionales entre las ellas la Convención para la Prevención y la Represión del Crimen de Genocidio. El 7 de noviembre de 2006, por decimoquinta vez, la Asamblea General de las Naciones Unidas condenó unánimemente las sanciones que se imponen al pueblo de Cuba, con una mayoría, de 183 votos, jamás alcanzada antes.
El bloqueo contra Cuba se caracteriza por su extraterritorialidad. El 3 de febrero una delegación de 16 funcionarios cubanos fue expulsada del hotel Sheraton María Isabel de la capital mexicana, después de una conminación que emitió el Departamento del Tesoro estadounidense que evocó la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917 (Trading with the Enemy Act) y la ley Helms-Burton de 1996. Dichas legislaciones estipulan que ningún cubano puede beneficiarse de los productos o de los servicios de una empresa norteamericana. En esa ocasión, Washington humilló públicamente a una aliado dócil como Vicente Fox y se mofó de la soberanía del pueblo mexicano.
Las sanciones económicas contra Cuba son de una crueldad inimaginable. Así, según las medidas draconianas que adoptó el 6 de mayo de 2004 la administración Bush, cualquier cubano de Estados Unidos que visitase a su madre enferma en Cuba sin conseguir el permiso de salida del territorio expedido por el Departamento de Tesoro, que pasara una temporada en la Isla de más de 14 días cada tres años, que gastara más de 50 dólares al día durante su estancia de 14 días, que mandase una ayuda económica a su primo, a su tía, o a su padre si éste es miembro del Partido Comunista, se arriesgaría a una condena de 10 años de cárcel y 1 millón de dólares de multa.
Ya es hora de que cese este ensañamiento sórdido y cruel contra la población cubana.
Cuba es víctima también de la campaña terrorista más larga de la historia, orquestada por Estados Unidos, que costó la vida a 3.478 cubanos y dejó inválidas para siempre a 2.099 personas. Los canallas responsables de esas atrocidades permanecen impunes. El «terrorista anticubano» Orlando Bosch -así lo apodó la CIA en un informe ahora desclasificado- es el autor intelectual del sangriento atentado contra un avión civil de «Cubana de Aviación» el 6 de octubre de 1976 que costó la vida a 73 personas. No sólo está en libertad sino que se vanagloria de su trayectoria violenta en los medios y afirma que proseguirá su empresa criminal.
Luis Posada Carriles, «el peor terrorista del hemisferio americano», según el FBI, está actualmente detenido en El Paso, Texas, por entrar ilegalmente en el territorio estadounidense. La justicia de este país se niega a juzgarlo por sus actividades terroristas mientras que es responsable de más de una centena de asesinatos. La administración Bush se niega a extraditarlo a Venezuela violando de esta forma no menos de tres tratados internacionales de lucha antiterrorista firmados entre estas dos naciones. El cínico doble rasero del que Washington da prueba en su lucha contra el terror es inaceptable. La memoria de las víctimas del terrorismo exige que la justicia triunfe sobre la barbarie.
Desde el 12 de septiembre de 1998, cinco jóvenes cubanos inocentes, Antonio Guerrero, Fernando González, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y René González son víctimas de la crueldad y la arbitrariedad de la política estadounidense contra Cuba. Estas personas, que arriesgaron su vida infiltrándose en grupúsculos terroristas de Florida, sufren un verdadero calvario. Desde hace más de ocho años, están encarcelados en cinco prisiones diferentes de alta seguridad. Después de una parodia de proceso, fueron condenados en total a 4 cadenas perpetuas más 77 años por combatir el terrorismo. Es imperativo exigir su inmediata liberación.
Las multinacionales de la información son las primeras cómplices de la agresión estadounidense contra Cuba. Disimulan y censuran el alcance despiadado de la guerra de Washington contra el pueblo cubano. Aún más grave, los medios occidentales se hacen cómplices del terrorismo contra Cuba al calificar al criminal Luis Posada Carriles de militante «anticastrista», de persona «acusada de terrorismo» o, en el colmo de la hipocresía, de «ex terrorista». ¿Qué pasaría si se calificara a Osama Bin Laden de «anti Bush», de persona «acusada de terrorismo», o de «ex terrorista»? Para ellos, los sangrientos atentados contra Cuba no revisten ninguna importancia. En la medida de lo posible, los horrores que se cometen contra este país se ocultan. Cuando ya no es posible se minimizan y los criminales responsables son absueltos mediáticamente con toda impunidad, como lo muestran los términos utilizados para referirse al peor terrorista del continente americano.
La prensa occidental acepta tácitamente justificar determinado tipo de violencia y denunciar lo que ella misma califica de terrorismo arbitrario. Todo depende de quién sea la víctima: si es europea o estadounidense, los responsables son criminales sin Dios ni ley; si la víctima es cubana, los responsables se convierten en personas «acusadas de terrorismo», en «anticastristas» o en «ex terroristas».
Cuba es víctima de un estado de sitio feroz pues simboliza la esperanza de un mundo mejor, donde los seres humanos no están condenados a la humillación cotidiana y a la desesperanza. Es una fuente de inspiración de los pueblos oprimidos del mundo que tienen ansias de justicia social. El nivel de desarrollo humano que ha alcanzado Cuba no tiene precedentes en la historia del Tercer Mundo. Once millones de personas se han atrevido a desafiar el modelo neoliberal y el resultado es edificante. Los dueños del universo, defensores del actual sistema económico dominante e insostenible, no les perdonan esta afrenta. Reivindicar el derecho del pueblo cubano a ser dueño de su destino, a vivir en paz y libertad, es más que una acción loable, es una obligación imperiosa y urgente. Luchar contra la impunidad y a favor de la liberación de los Cinco es más que un acto noble, se trata de un deber necesario y capital.
El francés Salim Lamrani es investigador de la Universidad Denis-Diderot en París y está especializado en las relaciones de Cuba y Estados Unidos. Colabora habitualmente en Rebelión. La traducción al español es suya y ha sido revisada por Caty R., de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de mencionar al autor-traductor, a la revisora y la fuente.