Cualquier persona sensata es consciente del papel que han jugado las mujeres en la historia de las luchas de los pueblos y su capacidad de enfrentar con valor y sacrificio las peores condiciones por las que pueda atravesar una comunidad. Pero en algunos momentos uno puede ser testigo de ese protagonismo de una forma privilegiada. […]
Cualquier persona sensata es consciente del papel que han jugado las mujeres en la historia de las luchas de los pueblos y su capacidad de enfrentar con valor y sacrificio las peores condiciones por las que pueda atravesar una comunidad. Pero en algunos momentos uno puede ser testigo de ese protagonismo de una forma privilegiada. Por ejemplo en el Tribunal de Mujeres contra el terrorismo y las agresiones imperialistas al que tuve la suerte de asistir el 19 de octubre en el Hospital Oncológico de La Habana.
Allí, en el marco de diferentes actos públicos que se están celebrando en Cuba denunciando el bloqueo que sufre por parte de Estados Unidos desde hace 47 años, se reunieron un centenar de representantes de las mujeres cubanas para recordar y homenajear a diferentes mártires que dieron la vida por su país y sus ideas. Ante un jurado de mujeres profesionales del derecho y las humanidades, durante hora y media intervinieron a modo de testigos diferentes mujeres cubanas que tenían algo en común: haber sufrido en carne propia la muerte o la saña del terrorismo y la política de agresión contra Cuba. Habló Angeles Callejas, madre de Adriana Corcho, muerta junto a otro compañero cubano en un atentado con bomba en la embajada cubana en Portugal en la década de los setenta. Prestó testimonio la esposa de Manuel Fajardo asesinado a los pocos años del triunfo de la revolución, escuchamos a Tomasa del Pino, la viuda del mítico «hombre de Maisinicú», un agente de seguridad que se infiltró en los sesenta entre los grupos contrarrevolucionarios de Escambray antes de morir asesinado.
También habló Rosario Olegaria Velasco, cuyo marido murió en el sabotaje del vapor Coubre, en los años setenta. Posteriormente lo haría Iraida Malberti, viuda de una de las víctimas del avión de Barbados y finalmente Elizabeth Palmeiro, cuyo marido se encuentra junto con otros cuatro cubanos preso en Estados Unidos por intentar descubrir los intentos terroristas que tramaban grupos anticastristas estadounidenses contra Cuba.
Entre los testimonios, que emocionaron por igual a públicos y expositoras, se escucharon también las voces de Ginetta Moliné y Raquel Hernández, quienes todavía lograron estremecer más a los asistentes con sus canciones que recordaban historias de dignidad y coherencia.
Durante el acto se sucedieron emociones, lágrimas, pero también rabia, denuncias e indignación. Incluso la presidenta del tribunal tuvo que contener la emoción a la hora de hacer pública su condena contra el gobierno responsable de esas tragedias, el de Estados Unidos. En ese encuentro en el Hospital Oncológico de La Habana, las mujeres cubanas reivindicaron el derecho a la autodeterminación y soberanía de su país y mostraron su lucha diaria contra el bloqueo. Porque para ellas ese bloqueo es la pérdida de hijos por la falta de medicamentos o la ausencia de seres queridos por el la única razón de haber defendido su país.
Por un momento pensé que esas mujeres podían haber olvidado a sus hijos o maridos y comenzar una nueva vida. Podrían haber abandonado esa lucha por la justicia y sus principios y vivir cómodamente en otro país. Seguro que serían acogidas con brazos abiertos y mucho dinero para usarlas como argumento de que abandonaban la revolución cubana, entonces serían primera página en muchos periódicos, no como ahora que son silenciadas por los medios de fuera de Cuba.
Pero no han hecho nada eso ni siquiera se les ha pasado por la cabeza. No vivirán con el dinero que seguro que muchos les ofrecen en Miami pero son admiradas y reconocidas en su país como pude comprobar. Han conseguido además que sus seres queridos no mueran ni sean olvidados. En el capitalismo todo se paga con dinero, cuando el capitalismo está contento con alguien le da mucho dinero para que tenga una gran casa, coma mucho y viaje en un lujoso coche. Cuando se muere ya no se le puede retribuir por lo que no existe el reconocimiento público ni el homenaje veinticuatro horas después del obituario en prensa. Hasta el tamaño y número de esquelas en la prensa por la muerte de una persona depende solamente del dinero que se pague al periódico. En Cuba no pueden ni quieren pagar con dinero a las personas que admiran, les pagan con amor, reconocimiento, respeto, homenajes, cariño, y si mueren, con memoria y recuerdo, mucha memoria para no olvidar la historia de su país ni de sus mártires. De esta forma, Cuba ha descubierto, de alguna manera, la inmortalidad.
Ante las constantes agresiones terroristas o el bloqueo, los cubanos no dejan de estar luchando y, es verdad, algunos pueden estar cansados de combatir contra ese bloqueo, de la exigir la libertad de sus cinco compatriotas presos, de pedir que se aplique la justicia para Posada Carriles, el cerebro del atentado de Barbados. Pero es bueno que los cubanos sepan que fuera de Cuba, en Europa, no se lucha por nada porque no se vive, sólo se consume y se vegeta. Es verdad que no deberíamos venir a la vida para sufrir, pero algunos creemos que sí para luchar, para apasionarnos por ideas, por combatir por principios. Y que si no se hace eso, si no tenemos ideas y principios, no tiene sentido la existencia.
En el Hospital Oncológico de La Habana, hasta cuando se celebra un acto público contra el bloqueo, se lucha también por la vida.