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Cuba ya no es una isla

Fuentes: Rebelión

En un reciente encuentro de Corriente Roja al que me invitaron a asistir, se habló, al hilo del famoso debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo, de la relación entre revolución y democracia. Especialmente interesantes fueron las intervenciones de Néstor Kohan y de Georges Labica, y este último señaló que una verdadera revolución solo puede llevar […]

En un reciente encuentro de Corriente Roja al que me invitaron a asistir, se habló, al hilo del famoso debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo, de la relación entre revolución y democracia. Especialmente interesantes fueron las intervenciones de Néstor Kohan y de Georges Labica, y este último señaló que una verdadera revolución solo puede llevar a la democracia participativa como forma de gobierno, y que, recíprocamente, el objetivo de una verdadera democracia solo puede ser la transformación radical de la sociedad.

Dicho de forma sintética: la revolución es democrática y la democracia es revolucionaria. Revolución y democracia se determinan mutuamente, en un proceso vivo, continuo, dialéctico.

El hecho de que en la Unión Soviética y en los países socialistas de la Europa del Este la revolución no desembocara en la democracia, es el principal argumento de la derecha a favor del supuesto fracaso del marxismo, que muchos creyeron ver derrumbarse junto con el muro de Berlín. Pero la caída del muro no fue el principio del fin, sino el fin del principio. Con el desmembramiento de la Unión Soviética, terminaba la fase primitiva, infantil, del llamado socialismo real y empezaba una nueva etapa de maduración y desarrollo. El dramático «período especial» que atravesó Cuba tras perder el apoyo de la URSS, fue una crisis de crecimiento, y su superación fue el segundo triunfo de la revolución cubana.

Y ahora estamos asistiendo a su tercer triunfo: la superación del criminal bloqueo impuesto por Estados Unidos. Washington y sus aliados querían convertir a Cuba en una doble isla: física y política, material y moral. Pero Cuba no se ha dejado aislar. Su presencia solidaria, revolucionaria, es cada vez mayor en América y en África. Y también en el resto del mundo, incluida la vieja Europa, donde los amigos de Cuba y de su hermana Venezuela crecemos día a día en número y organización.

La revolución cubana puso en marcha un proceso democrático que, si todavía no ha culminado, avanza con paso seguro por el único camino posible, hacia el único objetivo posible: una democracia plenamente participativa e igualitaria. De forma análoga, recíproca y complementaria, la democracia parlamentaria venezolana puso en marcha un proceso revolucionario llamado a culminar en una transformación radical de la sociedad. Cuba y Venezuela, en fecunda alianza, son el ejemplo vivo de la dialéctica revolución-democracia, su incontestable materialización histórica. Cuba ya no es una isla.

Invertir los términos de lo que proclaman los voceros del sistema suele ser una buena fórmula para conseguir una primera aproximación a la verdad. La guerra de Iraq empezó cuando Washington dijo que había terminado. La caída del muro de Berlín no supuso la muerte del socialismo real, sino su nacimiento. El fin de la Historia anunciado por los sociólogos neoliberales es, en realidad, su principio. La agonía de la revolución cubana a la que creen estar asistiendo quienes en vano esperan verla desaparecer junto con Fidel, es su vigorosa recuperación.

Cuba ya no es una isla, y tampoco Iraq, Afganistán, Palestina… La solidaridad internacional y la indignación ante la barbarie imperialista rompen las fronteras. Todas las fronteras. En todos los sentidos. De todas las maneras. Con todo tipo de respuestas, desde las más generosas hasta las más brutales. Porque los bombarderos aliados y los tanques israelíes claman venganza, engendran terribles vástagos, abren las puertas del infierno. El terrorismo de Estado llama al terror. Ayer Madrid, hoy Londres, mañana Roma… No habrá paz en Occidente mientras no la haya en Iraq, en Afganistán, en Palestina…

Y Euskal Herria tampoco es una isla. Ni Franco ni González ni Aznar consiguieron silenciar al pueblo vasco, y los risueños socialdemócratas de nuevo cuño no van a lograr lo que no lograron los fascistas y los asesinos a sueldo del Gobierno. La izquierda abertzale, a la vez que refuerza su estructura interna y se afianza en el tejido social que la sustenta, está consolidando sus lazos con las escasas organizaciones de izquierdas del Estado español (estuvo presente, sin ir más lejos, en el citado encuentro de Corriente Roja), y también sus vínculos internacionales.

Porque izquierda no hay más que una, del mismo modo que solo hay una raza, la raza humana, y solo una lucha, la lucha de clases. Una izquierda unitaria, internacional e internacionalista, que empieza por reconocer el derecho de autodeterminación de las personas y de los pueblos.

Mediante la guerra, el bloqueo, la criminalización y el silencio, los cruzados de Occidente intentan convertir en islas a Cuba y Venezuela, a Afganistán e Iraq, a Palestina y el Sáhara, a Euskal Herria e Irlanda… Pero las islas forman, cada vez más, un archipiélago, una nación de naciones, la gran nación antiimperialista.

«Socialismo o muerte», dicen los cubanos, y pueden decirlo dos veces, porque están dispuestos a morir por el socialismo y porque saben que fuera del socialismo no hay futuro, no hay una vida digna de ese nombre, ni para ellos ni para la humanidad. «Patria o muerte», dicen también. Y pueden decirlo tres veces, porque su patria es Cuba, porque su patria es América, porque su patria es el mundo.