Como demuestra el actual debate en el marco de Podemos, las cuestiones de organización no son de carácter técnico ni menos importantes que las que se refieren a la línea política o al código ético. Las cuestiones de organización son políticas pues afectan fundamentalmente a quién y cómo se toman las decisiones en una organización, […]
Como demuestra el actual debate en el marco de Podemos, las cuestiones de organización no son de carácter técnico ni menos importantes que las que se refieren a la línea política o al código ético. Las cuestiones de organización son políticas pues afectan fundamentalmente a quién y cómo se toman las decisiones en una organización, qué tipo de disciplina interna se exige y qué derechos y competencias tienen los afiliados o inscritos, las organizaciones de base y los seguidores o, en el límite, cualquier ciudadano. Dado que lo político tiene que ver con la gestión de los asuntos comunes, con eso que solemos llamar el ejercicio del poder, nadie puede salvarse de las consecuencias de decisiones equivocadas o de metodologías poca respetuosas.
Los partidos al uso han demostrado su incapacidad para dar respuestas adecuadas a estas cuestiones. Por su parte Podemos ha emergido como un grupo nuevo que pretender hacer una «nueva política»; lo cual, en buena lógica, debería reflejarse en su organización: difícilmente va a hacer una nueva política que implique mayor participación y respeto para el ciudadano de a pie si no manifiesta esta actitud ante sus propios inscritos y simpatizantes, por no hablar de sus muchos e hipotéticos votantes.
Tres cuestiones me parecen especialmente relevantes en la actual discusión:
Primero
La portavocía única. No hay ninguna razón para que el portavoz sea solamente uno/a y no un pequeño equipo de tres, de cinco o de siete miembros. Defender que el portavoz sea uno solo implica cargar sobre esta persona una cantidad de trabajo y de responsabilidad a la que no va a poder atender. Por consiguiente delegará en las personas que tenga más cerca con lo que, al final, las tareas y responsabilidades recaerán sobre más de uno, pero esos otros no habrán sido elegidos sino que serán solamente personas de la confianza del líder. Ya sabemos de los errores de este tipo de personalismos, pero más allá de eso, parece evidente que siempre encontrarán soluciones más adecuadas tres personas que una sola, o cinco que tres.
Las portavocías colegiadas tienen el problema de que hay que hallar puntos de consenso y trabajar en equipo, pero ¿no es justamente el conseguir el bienestar de muchos lo que se pretende con la nueva política?, ¿y eso no exige negociaciones complejas entre formas distintas de ver las cosas o incluso intereses enfrentados?, ¿cómo va a poder una sola persona hacerse eco de formas diversas de entender las cuestiones si no está obligada a tenerlas en cuenta y a discutir incansablemente para hallar las convergencias? La idea del Uno reposa en concepciones teológicas y metafísicas afortunadamente pasadas de moda; ahora que nos hemos liberado de ellas en lo teórico, sería un desacierto que las mantuviéramos en lo político.
Segundo
La incidencia de los grupos de base o círculos. A mi modo de ver sería absurdo que en el organigrama final de Podemos los círculos quedaran como una simple base amorfa, sin incidencia en el esqueleto de la organización y sin una presencia activa reglada en la Asamblea ciudadana; que se los considerara simplemente como lugares de debate, pues es obvio que el debate en sí mismo tiene poco interés si está desvinculado de cualquier incidencia práctica y nadie se tomará la molestia de estar debatiendo para que luego el Consejo ciudadano territorial o estatal diga que «eso no toca».
Entiendo que el nuevo Partido quiera distanciarse de los modelos de baronías territoriales que proliferan en los partidos al uso. Pero eso no exige que la única relación posible sea la relación directa entre cúpula y base, mediada por los medios de comunicación. Peor aún si la relación entre el Consejo ciudadano y los núcleos territoriales queda en manos, únicamente, de los Secretarios provinciales porque entonces las baronías se incrementarán en vez de diluirse. Nadie pretende, o al menos no es ésa mi intención, que los núcleos organizados en los círculos territoriales o sectoriales se comporten como camarillas clientelares que mandan y ordenan en sus respectivos feudos. El arte tendría que estar en encontrar una forma de articulación que no sea vertical, ni de arriba a abajo ni de abajo a arriba, sino virtuosa, que sea capaz de preservar el esqueleto de las organizaciones territoriales en el marco general. Por ejemplo la idea de que un porcentaje de los miembros del Consejo ciudadano sean delegados de los círculos me parecería una distribución adecuada del poder que garantizaría una presencia orgánica suficiente y que impediría un divorcio entre cúpula y base que a la larga sería catastrófico.
Tercero
La participación de los que no quieren participar. Otra novedad especialmente interesante reside en la apertura a la participación en el Consejo ciudadano a personas que por sí mismas no se presentarían para ser elegidas pero a las que les podría corresponder tal honor por un sorteo, de tal modo que, siempre y cuando estuvieran de acuerdo, podrían entrenarse en los asuntos políticos como consecuencia de ello. Eso evita que sólo entren y participen aquellos que quieran hacer carrera política o bien aquellos que tengan ya una actividad militante. Uno nace a la política en algún momento, pero es posible que dada la debilidad de la participación en un sistema como el nuestro, esta oportunidad no se presente nunca. Las actuales movilizaciones han constituido un entorno propicio para despertar este interés en personas que nunca antes habían tenido esta preocupación. Sin duda eso es debido a la situación de crisis y a la conmoción que vive el país, pero sería bueno que una organización de nuevo cuño como Podemos se planteara este tema y favoreciera el ejercicio activo de la política. Reservar una parte de los puestos del Consejo ciudadano para este menester me parece una opción inteligente.
Así pues creo que el interesante debate al que estamos asistiendo debería suponer un primer paso en el dibujo de una estructura organizativa de nuevo cuño, una estructura compleja, en la que la «línea de mando» no se impone sino que se compone con tensiones y con fuerzas enraizadas en las prácticas políticas de unos territorios más o menos organizados. Una especie de Partido-movimiento que permita rebasar los límites de los movimientos sin instrumentalizarlos ni sujetarlos bajo su férula. Lejos de un personalismo tecnocrático según el cual el Secretario general y su círculo tienen siempre la última palabra.
Montserrat Galcerán es militante social, ensayista y profesora de filosofía.
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Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/24309-cuestiones-organizacion.html