«Ahora nos damos cuenta del paraíso en que vivimos», reconoce Darcirio Wronski, el líder de los productores de cacao orgánico en la región donde la carretera Transamazónica cruza la cuenca del río Xingú, en el norte de Brasil. Además del cacao, en sus 100 hectáreas de tierra cultiva banano, cupuazú (Theobroma grandiflorum), piña, maracuyá (Passiflora […]
«Ahora nos damos cuenta del paraíso en que vivimos», reconoce Darcirio Wronski, el líder de los productores de cacao orgánico en la región donde la carretera Transamazónica cruza la cuenca del río Xingú, en el norte de Brasil.
Además del cacao, en sus 100 hectáreas de tierra cultiva banano, cupuazú (Theobroma grandiflorum), piña, maracuyá (Passiflora edulis) y otras frutas, nativas o no, con las que su esposa, Rosalina Brighanti, elabora jaleas que son tentaciones en sí mismas o como relleno de tabletas de chocolate, que ella y sus ayudantes producen artesanalmente. Todo con certificación orgánica.
Pero se parecía más bien al infierno la realidad que ambos enfrentaron en los años 70, cuando migraron separadamente desde el sur de Brasil a Medicilândia, un municipio que se presenta como «la capital nacional del cacao», donde se conocieron, se casaron en 1980 y tuvieron sus cuatro hijos, que trabajan con ellos en la finca.
Vinieron a la Amazonia por la publicidad engañosa del gobierno, entonces una dictadura militar, que prometía mucha tierra con toda la infraestructura y servicios de salud y educación en asentamientos del Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria.
El objetivo era ocupar la Amazonia, considerada un vacío demográfico vulnerable a invasiones y maniobras internacionales que podrían quitarle a Brasil la soberanía sobre el inmenso territorio de selvas, ríos y posibles riquezas minerales.
La Transamazónica, una carretera planificada para recorrer 4.965 kilómetros que cruzaría horizontalmente el país desde el nordeste al extremo oeste, sería un eje de esa integración amazónica a la nación, a lo largo del cual se asentaron miles de familias rurales, excedentes de otras regiones.
Inconclusa, sin pavimentación ni puentes adecuados, la carretera se volvió luego intransitable en muchos tramos, especialmente en la época lluviosa. Los asentados quedaron abandonados, prácticamente aislados y provocando una extensa deforestación.
Medicilândia es producto de ese proceso. Su nombre homenajea al general y presidente Garrastazú Médici (1969-1974), quien inauguró la vía Transamazónica en 1972. El poblado surgió en el kilómetro 90 de la carretera y se expandió hasta ser reconocido en 1989 como un municipio, donde ahora viven unas 29.000 personas.
«Para los pioneros de la colonización fue una tortura, no había acá nada que comprar o vender. Para comprar algunos alimentos teníamos que viajar a Altamira, a 100 kilómetros de carretera sin asfalto», recordó Rosalina Brighanti, de 55 años, a la que todos conocen como doña Rosa.
Oriundo del sureño estado de Santa Catarina, donde su padre tenía una pequeña finca, imposible de dividir entre sus 10 hijos, Wronski buscó el «sueño amazónico». Tras fracasar con cultivos tradicionales, como arroz y frijoles, terminó por comprar una finca y sembrar cacao, un cultivo local incentivado por el gobierno.
Su opción por la producción orgánica aceleró la reforestación de su predio, donde antes se cultivaba caña de azúcar.
El cacao aparece ahora como una alternativa de generación de empleos e ingresos para mitigar el desempleo local, cuando termine la construcción de Belo Monte, la gigantesca central hidroeléctrica sobre el río Xingú, ubicada cerca de Altamira, capital de la región que engloba 11 municipios.
Sus primeras turbinas deben generar energía a partir de este año y las últimas en 2019.
La atracción de empleos fijos en las obras de Belo Monte le robó mano de obra al cacao. «Eso ha provocado la pérdida de 30 por ciento en la cosecha de cacao de Medicilândia en este año», estimó Wronski a IPS durante un recorrido por su cocotal.
«Conozco una familia que tiene 70.000 plantas de cacao, cuyo hijo está trabajando en Belo Monte y no en la cosecha», ejemplificó este productor de 64 años.
La expectativa es que los trabajadores vuelvan al cacao, cuando se intensifiquen los despidos en las constructoras, al acercarse el final de las obras. Para el mantenimiento de los cacaotales son suficientes las familias que viven en las fincas, pero la cosecha exige manos adicionales.
Esa estacionalidad no preocupa al matrimonio Wronski- Brighanti. En su finca viven seis familias, dos de parientes y tres de medieros, que trabajan parcelas del cacaotal a cambio de mitad de la cosecha.
Además disponen de trabajadores ocasionales procedentes de una agrovilla vecina donde viven unas 40 familias, buena parte sin cultivos propios.
Las fincas de cacao emplean mucha gente porque «su mano de obra es 100 por ciento manual, no hay máquinas para cosechar y romper sus frutos», observó a IPS el técnico local Alino Zavarise Bis, de la Comisión Ejecutiva del Plan de Cultivo del Cacao (Ceplac), órgano estatal de fomento, asistencia técnica e investigaciones.
Además de empleos e ingresos que asientan a las familias en el campo, el cultivo de cacao impulsa la reforestación. Medicilândia tiene aún dos tercios de población rural y, desde el aire, muestra ser un municipio que conservó sus bosques nativos.
Eso sucede porque los cacaotales necesitan la sombra de árboles más altos, para su sanidad y productividad. Cuando están creciendo se usa la sombra de bananos, lo que a su vez aumentó mucho la oferta local de este fruto.
«Tenemos el privilegio de trabajar a la sombra», bromeó Jedielcio Oliveira, coordinador comercial del Programa de Producción Orgánica, desarrollado en la región Transamazónica/Xingú por Ceplac, otras instituciones nacionales y la Agencia Alemana de Cooperación Técnica.
Sin embargo, la producción orgánica es aún muy pequeña, solo uno por ciento del total del estado amazónico de Pará, donde se ubica Medicilândia y toda el área de influencia de Belo Monte.
«Son cerca de 800.000 tonelada anuales de almendras de cacao y un nicho de 120 familias, agrupadas en seis cooperativas», precisó Bis.
Wronski preside una de ellas, la Cooperativa de Producción Orgánica de Amazonia, y acaba de ser elegido para encabezar la Cooperativa Central, recién creada para coordinar actividades de las seis sociedades de cacaoteros orgánicos, como la comercialización.
«El productor orgánico debe tener un perfil distinto, más sensible a la preservación ambiental, a la sustentabilidad. Mientras el convencional mira la productividad y ganancias, el orgánico busca el bienestar, la salud familiar y la conservación de la naturaleza, sin ignorar utilidades, ya que obtiene precios mejores», explicó el técnico de Ceplac.
Por eso una nueva adhesión solo ocurre por invitación de un socio de la cooperativa, aprobación en asamblea y «un proceso de conversión que dura tres años, tiempo necesario para desintoxicar el suelo», que recibió venenos y fertilizantes químicos, acotó.
«El sistema de producción tiene que ser orgánico, no solo el producto final», corroboró a IPS otro productor, Raimundo Silva, cacaotero de Uruará, un municipio a oeste de Medicilândia, y responsable comercial de la nueva Cooperativa Central.
El cacao orgánico de Pará abastece, por ejemplo, al grupo austríaco Zotter Chocolates, que enarbola una variedad de 365 sabores distintos y la práctica del comercio justo. En Brasil tienen entre sus clientes a la empresa Harald, que exporta sus chocolates a más de 30 países, y la compañía Natura Cosméticos.
La industria en general, aunque prefiera la materia prima más abundante y barata, agrega una parte del orgánico, más rico en manteca, siempre que desea hacer un chocolate de mejor calidad.
El cacao convencional, que usa pesticidas y otros productos químicos, todavía domina el sector en Pará. Una pequeña fábrica de chocolate, Cacauway, fue creada en 2010 en Medicilândia por la Cooperativa Agroindustrial de la Transamazónica, de cacaoteros tradicionales no orgánicos.
«El futuro del cacao está en Pará, que reúne todas las condiciones favorables a su producción, como lluvia abundante, suelos fértiles y su cultivo por agricultores familiares, que permanecen en sus tierras, al contrario de los hacendados que viven en las ciudades», sentenció Bis.
Pará es aún superado por el también norteño estado de Bahia, que concentra dos tercios de la producción nacional de cacao, pero la productividad paréense alcanza un promedio de 800 kilos por cada árbol, el doble de la bahiana, aseguró el especialista.
Además los cacaotales amazónicos conviven mejor con plagas como la escoba de bruja que redujo en 60 por ciento la cosecha de Bahia en los años 90. Brasil era entonces el segundo productor mundial, pero cayó al sexto lugar, superado por países de África occidental, Indonesia e incluso el vecino Ecuador.
De colonizador a reforestador
José Tinte Zeferino, conocido por el apodo Cido, de 57 años, trajo su pasión por el café del sureño estado de Paraná a la carretera Transamazónica. Al ser inviable la caficultura, intentó varios cultivos y acabó como cacaotero orgánico en Brasil Novo, un municipio vecino a Altamira y al río Xingú.
Pero ahora su pasión es la forestal, los árboles enormes que plantó o conservó en su finca de 98 hectáreas, adquirida hace 15 años.
El cacaotal exige sombra, pero Cido exageró en desmedro de la productividad, según otros cooperativistas. «Produzco de 2.800 a 3.000 kilogramos al año y con la ventaja del mejor precio del cacao orgánico, alcanza para vivir», sostuvo.
Su alegría es contemplar árboles gigantescos y tener su casa invisible desde la carretera, oculta por la densa vegetación. Radicalizó la conversión del colonizador a reforestador amazónico.
Este reportaje forma parte de una serie concebida en colaboración con Ecosocialist Horizons
Fuente original: http://www.ipsnoticias.net/2015/06/cultivadores-de-cacao-organico-reforestan-amazonia-brasilena/