REPUBLICA SÍ A los 75 años de la proclamación de la II República se reabre el debate sobre la vigencia de sus valores y la oportunidad o no de volver a situar la causa republicana entre las hipótesis políticas del futuro. Sin embargo, el estado de opinión publicado de muchos republicanos consiste en que los […]
A los 75 años de la proclamación de la II República se reabre el debate sobre la vigencia de sus valores y la oportunidad o no de volver a situar la causa republicana entre las hipótesis políticas del futuro. Sin embargo, el estado de opinión publicado de muchos republicanos consiste en que los valores de la República están hoy mejor defendidos y garantizados por la monarquía parlamentaria y que, además, tienen su continuidad en la España actual. En resumidas cuentas, que el planteamiento de una alternativa republicana tendría unos efectos prácticamente imperceptibles y en todo caso reabriría un conflicto secular entre españoles. La difusión de estas ideas se hace, precisamente, en un momento en el que la democracia española parece estar suficientemente consolidada y cuando se aproxima la sucesión del actual monarca. En un momento, también, en el que incluso en países de tradición monárquica -lo que no es nuestro caso- como el Reino Unido se están cuestionando esta institución por «ridícula», tal como afirma en una portada reciente el diario The Guardian. En un contexto internacional donde nuestros socios europeos son indiferentes a que España tenga un rey o haya una república y cuando el bienio Zapatero de ampliación de los derechos ciudadanos, de la capacidad de autogobierno de las autonomías, abordando nuevamente las cuestiones vasca y catalana, podrían invitar a un replanteamiento de la forma de Estado a corto o medio plazo.
Pero, porque plantearnos un cambio que sería traumático, cuando según la historiografía moderna, el papel moderador de la monarquía ha sido el principal impulsor del restablecimiento de la democracia, de la prosperidad económica del país y de la modernización de la sociedad española. Afirmaciones por otra parte, solo sostenibles por un formidable aparato de propaganda a su servicio, pero carentes de cualquier relación con la realidad. Nuestra reciente historia, empezando por la transición, ofrece suficientes claroscuros que ilustran que algo no funciona bien desde el principio: Más de cien muertes violentas entre 1975 y 1978 por acciones de las fuerzas de seguridad del Estado o de grupos de ultraderecha, la omnipresencia del ejercito que dio lugar a la trama golpista encabezada por el general Armada, o el enquistamiento del conflicto vasco que arroja un saldo escalofriante: Casi mil víctimas hasta la declaración del alto el fuego permanente de ETA o e surgimiento de los GAL, como datos más significativos. También podemos comparar el marco político español con el de nuestro ámbito geográfico donde, por cierto, el único referente monárquico que encontramos es el Reino de Marruecos. Ningún país de nuestro entorno europeo se cuestiona su sentido como nación; aquí, sin embargo, tres comunidades autónomas- País Vasco, Galicia y Cataluña- tienen gobiernos donde participan fuerzas políticas que propugnan la independencia. Todo esto no es, sino la expresión del déficit de legitimidad de la forma de Estado y de la progresiva crisis de identidad que vive España.
El progreso, la democracia y el bienestar experimentado en España no es consecuencia de la monarquía y sí de la integración en Europa y de una situación internacional que propiciaba sustituir las dictaduras existentes al inicio de los 70 por democracias con el fin de evitar males mayores, del agotamiento del propio franquismo, y como ignorarlo: de la resistencia democrática que siempre tuvo como punto de referencia la II República. Atribuir, por otra parte, la prosperidad económica a la bondad de un régimen político es un ejercicio harto complicado, se puede experimentar altas cotas de progreso y arrastrar problemas políticos muy graves, solo hay que ver ejemplos como los de China o Corea del Sur. Pero además, la monarquía de Juan Carlos ha sido incapaz de evitar que se produjera el golpe de Estado del 23-F, varias intentonas golpistas y la intervención en la política de los mandos militares. No es pues, una garantía de democracia aunque esto no signifique que la actual monarquía no respete la democracia ¡Faltaría más! El régimen político vigente en España es producto de un pacto condicionado por los poderes fácticos del franquismo. La monarquía no es un elemento neutro dentro de ese pacto sino que forma parte de los factores inviolables procedentes del antiguo régimen, de esos límites que no se pueden sobrepasar como hemos visto en los debates políticos recientes. Constituye un elemento aglutinador, junto con el ejercito, de una idea de España insostenible y por otra parte muy cuestionada: La monarquía no es la solución sino que forma parte del problema.
Por el contrario, la república federal integra a las naciones y a los ciudadanos de España. La monarquía excluye. Y no es lo mismo que alguien se sienta excluido, como sucede ahora, porque se amplían derechos, a que muchos se sientan excluidos por que se sigan negando algunos de ellos. Es falso que la monarquía parlamentaria española haya sido capaz de aunar a todos y a todo, a los valores progresistas y a los valores tradicionales de la derecha. Seamos claros: son cada vez más los que no se sienten identificados con una idea de España que solo se ha plasmado a lo largo de la historia bajo la imposición. Podríamos preguntarnos, a este respecto, por la causa de algo tan irrelevante desde el punto de vista racional, pero tan importante desde el emocional, como es que la exhibición de la bandera bicolor constitucional, se siga considerado en sectores muy amplios como un gesto retrógrado cuando no reaccionario. La prolongación de la monarquía tras la sucesión de un rey cuya figura está sentimentalmente asociada a la recuperación de la democracia, agravaría esa crisis de identidad. No olvidemos, que el problema se agudiza generación tras generación, mientras que los hijos de la república aceptan el actual marco político, son los nietos los que ahora la reivindican. La república federal al ser un régimen que solo sería alcanzable por la voluntad mayoritaria de los españoles expresada en un referéndum, estará más legitimada democráticamente que la monarquía reinstaurada en 1975 por la voluntad de Franco, refrendada posteriormente por la Constitución de 1978. La república federal, de serlo, será un régimen sin las tutelas y los vetos que han lastrado nuestro progreso los últimos siglos. Un estado laico donde la religión será un hecho respetado pero circunscrito al ámbito privado. Un estado donde los militares serán unos servidores públicos más. Una verdadera democracia de todos, donde derechas e izquierdas podrán rivalizar en auténtica libertad.
La república federal asentada sobre una identidad plurinacional, legitimada democráticamente y con un amplio consenso social, podrá abordar al igual que hizo la II República, una tarea necesaria de regeneración cultural e impulso de la educación que ponga a España a la cabeza de los países más desarrollados e innovadores en libertades ciudadanas, arte, ciencia, investigación o justicia social. El proceso de construcción de los estados modernos europeos en los últimos doscientos años ha dado como resultado una gran diversidad de estructuras estatales, en donde cada entidad colectiva ha buscado aquella que mejor se adapte a sus características históricas y culturales. España es un país singular que no ha dado con la estructura que mejor adecue a sus características, un país sin tradición monárquica ya que la trayectoria de la Corona en la era contemporánea está ligada a la coexistencia de una manera u otra con alguna dictadura y un estado donde nunca se llevó a cabo una revolución burguesa, origen de los modernos estado-nación. Pero no nos confundamos, lo que la causa republicana necesita son menos alegatos genéricos en su favor y más argumentos y capacidad de análisis sobre la sociedad española de hoy. Es pues, un reto para sus defensores, convencer primero a los propios republicanos y luego al resto de los ciudadanos de que la república federal es capaz de dar respuestas de futuro más adecuadas que la anacrónica monarquía parlamentaria. Esto exige huir en primer lugar, de una recuperación estrictamente nostálgica donde la exhumación de los cadáveres de los republicanos asesinados por el franquismo para darles un entierro digno, parece una metáfora sobre lo que se quiere hacer con la idea de la república: Recuperar la memoria histórica y homenajear a los que la defendieron para darla por finiquitada como experiencia política. Así, su defensa como alternativa estará siempre en manos de grupos políticos y sectores sociales muy minoritarios. Los republicanos más decididos a conseguir en un plazo relativamente corto la superación de la institución monárquica, si de verdad quieren conseguir sus objetivos tendrán que organizarse en una fuerza política que se proponga en primer término la realización de un referéndum sobre la forma de estado, la ruptura de los acuerdos con la Santa Sede y la equiparación del gasto social del Estado Español al de los países de la antigua Europa de los 15. Una alternativa popular y de amplia base, que integre a las organizaciones y personas que promueven los valores republicanos, estableciendo alianzas con el resto de fuerzas progresistas y de izquierdas; No hay que esperar a que la Corona se derrumbe por el peso de doña Leonor, como propugnan algunos.
Cuando la izquierda mayoritaria aceptó en 1977 la monarquía y sus símbolos, lo hizo esgrimiendo que la disyuntiva estaba entre dictadura o democracia, entendiendo esto como que si no se aceptaban determinadas condiciones la democracia no sería permitida en España. Hoy las opciones son: o un proyecto de convivencia imposible basado en una unidad, no sabemos si de destino en lo universal, o un proyecto viable constituido como una unión voluntaria y consecuente. Sí las dos repúblicas anteriores fueron cercenadas por la fuerza, no por ello hay que eliminar los valores republicanos o integrarlos en una monarquía parlamentaria para hacerlos más digeribles o para hacerse perdonar un supuesto pecado original. Lo que hay que desterrar de una vez por todas son aquellos obstáculos que históricamente no han respetado la voluntad de los ciudadanos y los derechos de los pueblos. Por todo ello, hay que dar una oportunidad a la III República.
* Francisco Pérez Ramos. Ateneo Republicano de Vallecas.