Corría el año 1957, cuando en la madrugada de un 20 de noviembre, llamaron a la puerta; Virtudes, la única vecina que tenía teléfono en el edificio, comunicaba a mi madre que mi padre había muerto en su trabajo. Conmoción familiar; yo tenía ocho años, pero lo recuerdo como si fuera hoy; como recuerdo aquel […]
Corría el año 1957, cuando en la madrugada de un 20 de noviembre, llamaron a la puerta; Virtudes, la única vecina que tenía teléfono en el edificio, comunicaba a mi madre que mi padre había muerto en su trabajo. Conmoción familiar; yo tenía ocho años, pero lo recuerdo como si fuera hoy; como recuerdo aquel 20 de noviembre de 1975, cuando el presidente Arias Navarro, pronunciaba en televisión la famosa frase: «¡Españoles, Franco ha muerto!»
Aquel año nació mi segunda hija, Eva. Ya había nacido Belén y faltaba Víctor, que lo hizo en la primavera del año siguiente. Alguna cosa he contado ya sobre estos acontecimientos. Estos entrañables recuerdos me vienen, porque Eva siempre ha dicho que «ha vivido nueve meses en dictadura» (Belén dos años). Yo la viví algunos años más que ellos, desde el ámbito sindical y político, defendiendo valores y reivindicaciones contrarias a lo permitido. En democracia no he bajado la guardia y sigo en el empeño, con otras formas y con menos fuerzas físicas, pero sigo en el empeño.
La dictadura agonizaba desde hacía un tiempo y el nuevo modelo no se consolidó hasta la aprobación de la Constitución en 1978. Comenzaba la Transición desde la dictadura a la democracia, controlada desde dentro del Régimen. Ahora conocemos como se nos engañó. Adolfo Suárez, no sometió a referéndum la monarquía, porque las encuestas le dijeron que perdería. Franco había dejado todo atado y bien atado en la figura de Juan Carlos de Borbón. El régimen del 78 legitimó al régimen franquista modernizándolo, en la figura de Juan Carlos. Ya han pasado cuarenta y cuatro año desde la muerte del dictador y de la proclamación (que no coronación) del que fuera rey y su hijo heredero.
El referéndum sobre monarquía o república estuvo encima de la mesa. La mayor parte de los jefes de Gobierno extranjeros pedían la consulta. La solución para que la consulta específica no se realizara fue meter «la palabra rey en la ley» de la Reforma Política de 1976. La Ley para la Reforma Política fue el instrumento jurídico que permitió articular la Transición desde el régimen dictatorial a un sistema constitucional democrático. El resultado final constituyó una voladura controlada del régimen. «El Rey podrá someter directamente al pueblo una opción política de interés nacional, sea o no de carácter constitucional, para que decida mediante referéndum, cuyos resultados se impondrán a todos los órganos del Estado» (Artículo quinto). Hasta en cinco ocasiones aparece el Rey en la ley: «La potestad de elaborar y aprobar las leyes reside en las Cortes. El Rey sanciona y promulga las leyes» (Art. primero.2).
Fueron días de proclamación y un funeral. Largas colas se formaron para ver los restos de Franco, por homenaje, curiosidad y por ser testigos de la historia. Hoy, estas fechas coinciden con la exhumación del cadáver del dictador y su enterramiento en El Pardo; veremos la reacción de sus seguidores. El 22-N en la iglesia de San Jerónimo el Real, se celebró la misa oficiada por el cardenal Tarancón, quién leyó una homilía, en la que podía entenderse el cambio que se iba a producir. Como invitados el vicepresidente de los Estados Unidos Nelson Rockefeller y al general chileno Augusto Pinochet, con su larga capa blanca, a quienes, muy tímidamente les brindaron algunos silbaron, hasta que dos percheros americanos con gabardina y caras de película de malos, se pusieron a la vera de la protesta y terminaron con la música de viento.
«¡Españoles: Franco ha muerto!», veíamos decir a un Arias Navarro roto en lágrimas, ante la pantalla en blanco y negro. Imagen que recuerdo expectante y angustiado, tanto como el 23-F de 1981, por parecidos motivos. Todo estaba por ver. «El hombre de excepción que ante dios y ante la historia asumió la inmensa responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha entregado su vida». Aquel hombre, unos meses antes, había firmado las últimas cinco penas de muerte de la dictadura. El 27 de septiembre se ejecutó la sentencia por fusilamientos. Murió matando. Del «llanto de España» de Arias, a las copas de champán en muchos hogares. Del «dolor y la tristeza» del carnicero de Málaga, a la esperanza ante el futuro. En mi memoria, Franco en estado mortuorio, en la cama de la habitación 103 del hospital La Paz, entubado en su agonía prolongada por medios mecánicos y por razones políticas e intereses familiares.
Desde el principio de los tiempos de la Transición, algunos dirigentes franquistas, se convirtieron en demócratas de toda la vida. Los altos cargos del franquismo que acabaron mandando también en democracia. Los consejos de administración de Endesa, La Caixa, Telefónica o Iberdrola fueron el cobijo en democracia de la mitad de los últimos ministros franquistas. La otra mitad recalaron en la política. También en la justicia hubo puerta giratoria: 10 de los 16 jueces del Tribunal de Orden Público franquista ascendieron al Tribunal Supremo o la Audiencia Nacional. Hoy siguen defendiendo la dictadura, y con ella los comportamientos y actos de apología nazi o fascista, que son delictivos y deben ser perseguidos por la Fiscalía y sancionados.
Se celebró el referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política, el 15 de diciembre de 1976, que contó con el apoyo del 94,17% de los votantes, con una participación del 77,8%. El rey ni juró, ni prometió la Constitución: la sancionó. Su poder era previo y franquista. Juró fidelidad a los principios del Movimiento, aceptando ser sucesor de Franco a título de rey, «recibiendo de Su Excelencia, la legitimidad política surgida del 18 de julio». Heredaba un régimen surgido por un golpe de Estado y una guerra fraticida y cuarenta años de represión. Aseguraba para él y los suyos una corona que hoy ostenta su hijo; y el régimen garantizaba el franquismo sin Franco. Estaban convencidos de que un príncipe, que juraba fidelidad a los principios y leyes del Movimiento, traicionando a su padre, sería fácil de manejar.
Juan Carlos fue nombrado sucesor del dictador. Franco delegó en él en dos ocasiones la jefatura del Estado, por motivos de salud, por lo que el rey ejerció de dictador suplente en dos ocasiones antes de ser rey. En la última suplencia, moribundo Franco, entregó el Sahara a su hermano el rey Hassan de Marruecos, tras la presión ejercida con la Marcha Verde, Estados Unidos y Francia, traicionando al pueblo saharaui. El monarca se acomodó al sistema y el pueblo nos acostumbramos a un rey, aparentemente sin opinión, salvo en nochebuena, delante de un belén, con olor a naftalina, sabor a anís y sonidos de pandereta. España salía de la noche oscura de la dictadura y entraba en el sendero de la democracia, no sin sobresaltos e incertidumbre, mucha incertidumbre.
El dictador en su testamento, exalta los tópicos patrióticos, como hizo en todos sus actos y discursos en vida y como colofón en su última aparición el Primero de octubre del año de su muerte en la plaza de Oriente. En aquellos momentos de último aliento, recuerda a los enemigos de España. «No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta» y «Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria». Estos planteamientos y algunos más, siguen vivos en la derecha y en la extrema derecha que ahora ha entrado en las Cortes.
En un Estado democrático y de Derecho, como el diseñado en la Constitución, es inadmisible que no se persiga la apología del fascismo franquista, que tanto sufrimiento causó durante cuarenta años. Hay que penalizar el enaltecimiento del franquismo, al igual que se hace con el enaltecimiento del terrorismo. Permitiéndolo, se ofende a los demócratas, a la memoria histórica de las víctimas y a la dignidad de los familiares de los miles de asesinados, muertos por defender la libertad y la democracia.
A Franco le hubiera gustado ser rey de España, por la gracia de dios. Casó a su nieta Carmen Martínez-Bordiú con Alfonso de Borbón y Dampierre, muerto en extrañas circunstancias y que hizo sus pinitos para conseguir el trono. Franco usurpó prerrogativas reales, concedió títulos nobiliarios bajo palio y con guardia mora. Vivió como un rey, con boato y protocolo franquista, parecido a la corte de Alfonso XIII, pero con guerrera blanca, camisa azul y boina roja, España era una democracia orgánica, sin democracia y un reino sin rey. La monarquía en general y la franquista en particular, por su naturaleza, es antidemocrática; atenta contra la igualdad de oportunidades y al principio constitucional de igualdad ante la ley.
La monarquía es un órgano del Estado, sobre el que el propio Estado no tiene ningún tipo de control: ni político ni económico ni de ninguna naturaleza. Las Cortes que representan a la soberanía nacional, no tienen competencia sobre la gestión de la Casa Real. La persona del rey es inviolable, lo que le sitúa por encima de la ley. La corona es un órgano opaco, poco transparente, que no da cuentas a nadie, sobre nada y de todo. Es tiempo de pensar en el cambio, por cuestión de salud democrática.
Fueron tiempos de silencio, cuando Franco, con todo el poder, diseñó el nuevo régimen: una «monarquía del Movimiento», dejándolo todo «atado y bien atado». El tránsito a la democracia culminó en 1978 con la Constitución y como forma política la monarquía parlamentaria. De todo puede ser, a solo algunas cosas conseguiremos. Desde aquella ilusión contenida, al compromiso político permanente. De la esperanza sin traba, al desasosiego por el rumbo que toman las cosas.
@caval100
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