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Autodeterminación

De gatos y ratones

Fuentes: Rebelión

Transcribo aquí un texto que ha llegado a mis manos, con una fecha muy extraña. Puesto que no hay tiempo para encontrarle explicación, me limitaré a pensar que quizás se trate de un error tipográfico, nada más. Así comienza el texto:   Suele decirse que para un ratón no hay bestia mayor que el gato […]

Transcribo aquí un texto que ha llegado a mis manos, con una fecha muy extraña. Puesto que no hay tiempo para encontrarle explicación, me limitaré a pensar que quizás se trate de un error tipográfico, nada más. Así comienza el texto:

 

Suele decirse que para un ratón no hay bestia mayor que el gato

Illici

 

Decía una militante, hace mucho tiempo, y en un debate muy específico, que la revolución que proclamaban los «admiradores superficiales de todos los movimientos nacionales y de toda apariencia de independencia, era simplemente una manifestación de particularismo campesino y pequeño-burgués». Para analizar el caso histórico que nos ocupa, no debemos analizar los vicios de esos «admiradores», sino las características históricas concretas en las que se produjo en el siglo XXI la secesión de Cataluña, y en segundo lugar, las tareas que afrontaron los trabajadores de ambos países respecto a esta secesión.

La pregunta era y es: ¿necesita la izquierda anticapitalista y republicana situada en un estado nacional mixto un programa que reconozca el derecho a la autodeterminación y la secesión?

La revolución no es un acto único, ni una batalla en un frente aislado, sino toda una época de agudos conflictos de clases, una larga serie de batallas en todos los frentes, es decir, en todos los problemas de la economía y de la política, batallas que sólo pueden culminar con la expropiación de los saqueadores. Sería por completo erróneo pensar que la lucha por la democracia pueda distraer a los trabajadores de la revolución, o relegarla, posponerla, etc. Por el contrario, así como es imposible una revolución victoriosa que no realizara la democracia total, del mismo modo no puede prepararse para la victoria sobre los saqueadores del conjunto de los trabajadores, sin que estos libren una lucha revolucionaria general y consecuente por la democracia.

Los vínculos geográficos, económicos y lingüísticos entre Cataluña y España son tan íntimos como aquellos que había entre otras naciones a comienzos del siglo XX; pero su unión ya no era una unión voluntaria. Pese a la extensa autonomía de la que gozaba Cataluña (tenía su propio parlamento, etc.), había una fricción constante entre Cataluña y España desde hacía muchas décadas, y los catalanes pugnaron por sacudirse el yugo de la aristocracia política española. Finalmente tuvieron éxito: el parlamento catalán decidió que el rey español ya no era su rey, y en el referéndum posterior la abrumadora mayoría votó por la separación completa de España. Tras un breve periodo de indecisión, los españoles se resignaron ante el hecho consumado de la secesión.

Ningún activista de la izquierda republicana y anticapitalista negará -a menos que profese una indiferencia respecto a las cuestiones de democracia y libertad política (en cuyo caso desde luego deja de ser de izquierdas)- que este ejemplo prueba virtualmente cuál es la tarea de los trabajadores con conciencia de clase; el llevar a cabo una propaganda sistemática y preparar los cimientos para el ajuste de los conflictos que puedan surgir sobre la secesión de las naciones, exactamente del modo en que ocurrió entre Cataluña y España. Esto es exactamente lo que implica la exigencia en nuestro programa del reconocimiento del derecho de las naciones a la autodeterminación.

En la cuestión de la autodeterminación de las naciones, como en cualquier otra cuestión, nos interesa, en primer lugar y por encima de todo, la autodeterminación de los trabajadores dentro de una nación.

¿Qué posición tomaron los trabajadores españoles y catalanes sobre la secesión? No sabemos si el programa de la izquierda transformadora catalana imponía determinada visión sobre la cuestión de la secesión. Asumiremos que no lo hacía, y que los catalanes de esa izquierda dejaron abierta la cuestión de hasta qué punto la autonomía de Cataluña daba un alcance suficiente para pugnar libremente en la lucha de clases, o hasta qué punto la fricción eterna y los conflictos con la aristocracia político-económica española coartaban la libertad de la vida económica. Pero no puede discutirse que los trabajadores catalanes debían oponerse a esta aristocracia y apoyar la democracia propia catalana.

¿Y los trabajadores españoles? Se sabe que los grandes propietarios españoles, acicateados por el clero español, defendieron la agresión contra Cataluña. En la medida en que, más débil, Cataluña ya había experimentado el dominio español en el pasado , y que la aristocracia político-económica española tenía un peso enorme en su propio país, su clamor por la agresión presentaba un grave peligro. Podemos estar seguros de que los Bono de turno emplearon gran tiempo y energía en intentar corromper las mentes del pueblo español con llamados a «manejar con mucho cuidado» las «elásticas fórmulas de la autodeterminacion política de las naciones», proyectando terroríficas imágenes del peligro de «desintegración del estado» y asegurándoles que la «libertad del pueblo» era compatible con las tradiciones de la aristocracia político-económica española.

No puede quedar ninguna duda de que la izquierda española habría traicionado la causa del socialismo y la democracia si no hubiera luchado con todas sus fuerzas por combatir tanto al gran propietario como a la ideología y la política de los «Bonos», y también la habría traicionado si hubiese dejado de exigir, no sólo la igualdad de las naciones en general, sino también el derecho de las naciones a la autodeterminación y la libertad de Cataluña a la secesión.

La íntima alianza entre los trabajadores españoles y catalanes, su completa solidaridad de clase fraternal, GANÓ enteros a partir del reconocimiento por parte de los trabajadores españoles del derecho de los catalanes a la secesión. Esto convenció a los trabajadores catalanes de que los trabajadores españoles no estaban infectados de nacionalismo españolista, y que colocaban la fraternidad con los trabajadores catalanes por encima de los privilegios de la burguesía española. La disolución de los lazos impuestos a Cataluña por los monarcas y la aristocracia político-económica española fortalecieron los lazos entre los trabajadores catalanes y españoles. Los trabajadores españoles probaron que pese a TODAS las vicisitudes de la política burguesa (¡las relaciones burguesas muy probablemente podrían traer de nuevo bajo otro disfraz la sujeción de los catalanes a los españoles!) serían capaces de preservar y defender la completa igualdad y solidaridad de clase de los trabajadores de ambas naciones en la lucha contra la burguesía española y catalana.

Y es que el capital financiero, en su tendencia a la expansión, puede «libremente» comprar y sobornar al más libre gobierno democrático y republicano, y a los funcionarios electos de cualquier país, tanto si es «independiente» como si no. El dominio del capital financiero, lo mismo que del capital en general, no puede ser eliminado con ninguna trasformación en la esfera de la democracia política, y la autodeterminación pertenece entera y exclusivamente a esta esfera. Pero el dominio del capital financiero no destruye en absoluto la significación de la democracia política como la forma más libre, más amplia y más clara de la opresión clasista y de la lucha de clases. Por lo tanto, toda argumentación sobre lo «irrealizable», en el sentido económico, de una de las reivindicaciones básicas de la democracia política bajo el capitalismo, no es más que una definición teóricamente inexacta de las relaciones generales y básicas entre el capitalismo y la democracia política en general.

No es necesario decir que sería completamente ridículo rechazar el derecho a la autodeterminación a causa de que del mismo dimana, al parecer, «la defensa de la patria». El marxismo comprende la aceptación de la defensa de la patria en las guerras, por ejemplo en la Gran Revolución Francesa, o en las guerras de Garibaldi en Europa, y también la negación de la defensa de la patria en la guerra de 1914, y las deduce del análisis de las concretas particularidades históricas de cada guerra, y de ningún modo de algún «principio general», o de un punto cualquiera del programa.

No sólo el derecho de las naciones a la autodeterminación, sino todas las reivindicaciones fundamentales de la democracia política son «realizables» bajo el imperialismo financiero sólo en forma incompleta, deformada y como rara excepción. La reivindicación de inmediata liberación de las colonias, que formulan todos los revolucionarios, era también «irrealizable» bajo el capitalismo sin una serie de revoluciones. Pero lo que se infiere de ello no es en modo alguno la renuncia de la izquierda anticapitalista y republicana a la lucha inmediata y decidida por todas estas reivindicaciones -tal renuncia hubiera sido sólo ventajosa para la burguesía y la reacción-, sino justamente lo contrario, la necesidad de formular y poner en práctica estas demandas, no a la manera reformista, sino al modo revolucionario; no dejarse constreñir por los marcos de la legalidad burguesa, sino romperlos; no sentirse satisfechos con las intervenciones parlamentarias y las protestas verbales, sino atraer a las masas a la lucha activa, ampliando y avivando la lucha por toda demanda democrática fundamental, hasta el directo ataque de los trabajadores contra la burguesía, es decir, hasta la revolución socialista que expropia a la burguesía. La revolución puede estallar, no solamente a raíz de una gran huelga, o una manifestación callejera, o un motín de hambrientos, o una insurrección militar, o un levantamiento colonial, sino también a consecuencia de cualquier crisis política.

Todos los reaccionarios y burgueses garantizan a las naciones retenidas dentro de las fronteras de un estado el derecho de «determinar conjuntamente» su destino, en un parlamento o referendum común. Guillermo II también otorgaba a los belgas el derecho de «determinar conjuntamente» su destino dentro de un parlamento común alemán. Por otro lado, los viejos economistas, que hacían una caricatura del marxismo, les dijeron a los trabajadores que «sólo importaba lo económico». Ahora parecen pensar que el estado democrático de una eventual revolución victoriosa existiría sin fronteras, o que las fronteras se delinearían «sólo» en función de las necesidades de la producción. De hecho, sus fronteras se delinearán democráticamente, según la voluntad y «simpatías» de LA población. El capitalismo arrasa con estas simpatías, añadiendo más obstáculos al acercamiento de las naciones. El socialismo, al organizar la producción sin opresión de clase, al asegurar el bienestar de todos los miembros del estado, da pleno juego a las «simpatías» de la población, promocionando y acelerando en gran medida el acercamiento y la fusión de las naciones.

Es imposible abolir la opresión nacional (o de cualquier otro tipo) dentro del capitalismo, puesto que esto requiere la abolición de las clases, es decir, el socialismo. Pero si bien se apoya en la economía, el socialismo no puede reducirse sólo a ella. Los cimientos – una producción socialista – son esenciales para la abolición de toda opresión nacional, pero estos cimientos deben traer consigo un estado democráticamente organizado, un ejército democrático, etc.

Al transformar el capitalismo en socialismo los trabajadores crean la posibilidad de abolir toda opresión nacional; la posibilidad se hace real «sólo» (SÓLO) con el establecimiento de una democracia plena en todas las esferas, incluyendo el diseño de las fronteras de acuerdo con las «simpatías» de la población, e INCLUYENDO LA LIBERTAD COMPLETA PARA SECESIONARSE.

El agravamiento de la opresión bajo el imperialismo financiero no exige a la izquierda revolucionaria y anticapitalista que renuncie a la lucha (utópica según la burguesía) por la libertad de separación de las naciones, sino, por el contrario, que utilice más intensamente los conflictos que surgen también en este terreno, como motivo para la acción de las masas y para los actos revolucionarios contra la burguesía.

El objetivo del socialismo no es sólo eliminar el fraccionamiento de la humanidad en pequeños Estados y el aislamiento de las naciones, no es sólo el acercamiento mutuo de las naciones, sino también la fusión de éstas. Del mismo modo que la humanidad puede llegar a la supresión de clases sólo a través del período de transición de la dictadura de la clase oprimida, puede llegar igualmente a la inevitable fusión de las naciones sólo a través de un período de transición en el que se produzca la total liberación de todas las naciones que han sido oprimidas, es decir, a partir de su libertad de secesionarse.

El movimiento de los trabajadores no puede silenciar el problema, particularmente «desagradable» para la burguesía, relativo a las fronteras de un Estado basado en la opresión nacional. El movimiento de los trabajadores no puede dejar de luchar contra el mantenimiento por la fuerza de las naciones que han sido oprimidas dentro de las fronteras de un Estado determinado, y eso equivale justamente a luchar por el derecho a la autodeterminación. Debe exigir la libertad de separación política de las colonias y de las naciones que «su» nación ha oprimido.

En caso contrario, el internacionalismo de los trabajadores sería vacío y de palabra; ni la confianza, ni la solidaridad de clase entre los trabajadores de la nación oprimida y la opresora serían posibles; quedaría sin desenmascarar la hipocresía de los defensores reformistas de la autodeterminación, quienes nada dicen de las naciones que «su propia» nación oprime y retiene por la fuerza en «su propio» Estado.

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A excepción de lo obvio, el texto de este artículo está compuesto íntegramente por párrafos completos extraídos de textos escritos por Lenin (incluida la cita del comienzo, firmada con el nombre que Gramsci se veía obligado a utilizar para sus citas de Lenin si quería burlar la censura de Mussolini).

He reservado para el final esta aclaración, para suavizar el efecto de «cita de autoridad». El resultado de la selección y traducción de textos no intenta tanto defender una postura, como mostrar que en la tradición comunista los textos «clásicos» se leyeron, y deben volver a leerse, de otra manera. Con unos cambios mínimos brilla con luz propia la actualidad de estos textos, y por cierto, su carácter intachablemente democrático. Debe acabarse ya esta época en la que los clásicos cumplen una mera función ritual y ya ni siquiera se leen, a diferencia de otras épocas en las que la moda era la cita compulsiva y el debate exegético, pero por lo menos se hojeaban los textos sobre los que se debatía.

En concreto los párrafos de este artículo corresponden al artículo «La revolucion socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminacion», e scrito en 1916; el artículo «La discusión sobre la autodeterminación resumida», de julio de 1916, y el clásico «El derecho de las naciones a la autodeterminación». Merece la pena contrastar estos textos con el artículo de J.Clyne, K.Alfredsson y L. Höijer, «Norway-Sweden 1905. How the labour movement prevented war».

En varios casos la traducción es mía, a partir de las varias versiones disponibles (y siempre teniendo en cuenta la precariedad de las traducciones francesas e inglesas que se suelen manejar – sobre esto hay ahora una viva polémica entre algunos «leninólogos» europeos; al parecer los textos que nos han llegado han cambiado mucho más substancialmente de lo que se pensábamos hasta hace unos pocos años).

Adelantándome a quien me acuse de «descontextualizar», hay que dejar claro que quien lo haga tendrá que replicar con un resumen e interpretación de otros textos de Lenin: por esto mismo, la selección de textos que he realizado es ya una interpretación que, como comprobarán los disconformes, es debatible en sus detalles pero válida especialmente en el ámbito de los textos de Lenin al respecto de la cuestión Noruega.

He substituido «Suecia» y «Noruega» por España y Cataluña; «guerra» por «agresión», «Kokoschkin» por «Bono», y «social-democracia» por «izquierda anticapitalista y republicana» (que para los marxistas de la época habrían sido equivalentes), además de los cambios menores que aparecen en cursiva. Las cursivas de Lenin se han cambiado por mayúsculas.

El último cambio sólo a algunos (y con un trasfondo ideológico muy concreto) les parecerá discutible: introducir «que han sido» delante de «oprimidas», es un cambio inocuo en el contexto en el que habla Lenin (y en general, casi tautológico), pero creo que añade un matiz que permite acercarlo más a nuestro contexto, en el que Cataluña, independientemente de su situación actual y de la postura de sus ciudadanos sobre la independencia, es indudable que fue, junto al resto de territorios españoles, una nación oprimida por las dictaduras a lo largo del siglo XX, cuya opresión tuvo factores específicos en los casos gallego, catalán y vasco: además este mismo es un sentimiento compartido hoy en día por una proporción no menor de la ciudadanía catalana.

Esto último, además, nos permite acabar con una pregunta más interesante aún: si hablamos de naciones «que han sido oprimidas», alguien podrá responder, intentando un argumentación per reductio ad absurdum, que según lo dicho en el párrafo anterior si España fue una nación oprimida durante el franquismo, entonces también deberíamos defender su derecho a la secesión… de sí misma.

¿Y si esa es la tarea que nos aguarda a los militantes de izquierda en estos años? ¿Y si la clave a la crisis política actual es realmente el derecho a decidir, o más en concreto, nuestro derecho como ciudadanos españoles a la autodeterminación respecto a la nación opresora, «la España de la Transición y Maastricht»?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.