El conductor zigzagueó por el laberinto de caminos de dos vías al oeste de La Habana. Dobló por un camino exuberante de flora tropical verde, una pequeña piscina y una modesta y bien atendida casa de cuatro habitaciones. Muchachos entre ocho y veintitantos años (nietos) aguardaban al pequeño grupo de norteamericanos. Algunos adultos mayores, incluyendo […]
El conductor zigzagueó por el laberinto de caminos de dos vías al oeste de La Habana. Dobló por un camino exuberante de flora tropical verde, una pequeña piscina y una modesta y bien atendida casa de cuatro habitaciones.
Muchachos entre ocho y veintitantos años (nietos) aguardaban al pequeño grupo de norteamericanos. Algunos adultos mayores, incluyendo a su hijo menor y a su esposa Dalia, también nos saludaron. Fidel, vestido en su ya ubicuo traje deportivo azul oscuro y una camisa azul claro de mangas cortas nos saludó con entusiasmo. Su pelo y barba canos son más ralos, pero aún son rasgos distintivos de su estatura de más de seis pies.
Después de abrazar a los visitantes y a mí, mostró la transcripción del último filme que hicimos (La revolución a ultranza, a fines de 1987, transmitida por la televisión pública en 1990). Susurró: «Hiciste muchas preguntas difíciles. Con el tiempo, veo que algunas de ellas eran muy apropiadas».
Se veía cómodo y vigoroso a sus 83 años, incluso después de recuperarse de cirugía abdominal y peritonitis. Describió las secuelas de la caída que sufrió en 2005, cuando tropezó al descender de una plataforma después de pronunciar un discurso. «Tuve múltiples fracturas en la rodilla», señaló, y luego levantó su brazo a medio camino. «Y todavía no puedo subir más el brazo como resultado del golpe en el hombro cuando caí».
Se encogió de hombros. «No vi ese último escalón de una escalera diseñada para que la gente se caiga. Pero, ¿qué se le va a hacer?» Habló de su nueva vida, centrada en su interés por la lectura y por escribir. Nos mostró ordenadas pilas de libros, revistas y periódicos, y luego reveló que por alguna razón su vista había mejorado. «Lee esto», me dijo, me alcanzó el diario Granma e indicó un artículo en letra pequeña. No pude. Él sí. ¿Ves? Ya no necesito lentes para leer».
«Estoy inmerso en la lectura», anunció, «y escribo también». (Durante un año ha escrito uno o dos artículos a la semana en Granma.) Tomó un volumen de las ordenadas pilas de libros, periódicos y revistas. «He leído con mucho cuidado los libros de Obama». Hojeó las páginas de Sueños de mi padre y mostró los pasajes subrayados y las notas al margen en casi todas las páginas.
«Un hombre que muestra gran inteligencia, con el don de la escritura, y evidentemente buenos valores», dijo. «Pero es limitado en lo que puede hacer. Está atado por los intereses creados». Imaginé a Gulliver pensando sus nobles pensamientos mientras los liliputienses encadenaban sus brazos y piernas.
«Yo fui un político», dijo Fidel, el eufemismo del año. «Puedo ponerme en su lugar. Comprendo lo duro que es hacer cambios básicos». Circularon las bandejas con jugo frío, una invitación bien recibida en una mañana calurosa y húmeda de mediados de septiembre. Fidel no necesitaba que lo alentaran para tratar el tema que evidentemente opaca todas sus otras preocupaciones, «la incompatibilidad de la sociedad de consumo y la cultura». Subrayó la necesidad de «preservar los recursos naturales y la energía, que nuestra propia especie necesita para sobrevivir». Miró a sus invitados norteamericanos y dijo: «Estados Unidos no puede ser el modelo de desarrollo económico».
«Obama comprende esto e hizo algo muy valiente», dijo, refiriéndose al compromiso de su Administración de «recuperar el tiempo perdido» en la búsqueda de un acuerdo global acerca del cambio climático en Copenhague en marzo. «Obama admitió que los países desarrollados habían contribuido en gran medida con la destrucción». Fidel se refirió a los informes científicos que había leído acerca del aumento de la temperatura y su especial impacto en los países del Tercer Mundo, lo cuales, señaló, también contribuyen al patrón de calentamiento. Se refirió al horrible deshielo de los bancos helados de Groenlandia.
Sus palabras tenían la pasión que el mundo le ha escuchado durante medio siglo, enfocadas ahora en la supervivencia global.
Habló de la «urgente necesidad de unidad para enfrentar esta crisis, basándose en una cultura de comprensión del cambio climático, o atenernos a las consecuencias; aún si algunos de los cálculos científicos son exagerados, la humanidad se dirige a la tragedia. Sus palabras tenían un tono optimista cuando condenaba a «las sociedades basadas en el consumo y el derroche de los recursos», incompatibles con el crecimiento real del desarrollo económico y un planeta saludable.
Mientras él hablaba, observe a su familia, algunos de los cuales escuchaban, y sentí el poder que aún irradiaba. Qué disciplina, pensé para lograr la transición desde el torrente de adrenalina de más de cincuenta años de liderazgo bajo tensión, de combatiente guerrillero a jefe de un estado revolucionario y luego a un cómodo retiro, leyendo, escribiendo artículos muy leídos y reuniéndose con los nietos.
Fuente: http://progreso-semanal.com/4/index.php?option=com_content&view=article&id=1470:de-guerrillero-a-estadista-ya-comodamente-retirado&catid=2:ultima-edicion&Itemid=7