Con ocasión de la aparición de su último libro, Planet of Slums [Planeta de la sicudades miseria], el blog de arquitectura y urbanismo BLDGBLOG hace una entrevista en dos partes a Mike Davis, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, en donde repasa toda su obra, confirmándose una vez más como uno de los más sagaces, profundos e inclementes críticos del capitalismo contemporáneo.
Supe por primera vez del trabajo de Mike Davis hace aproximadamente una década, a través de su libro Ciudad de cuarzo, una minuciosa y poética mirada a la geografía social de Los Angeles. Acaso lo más memorable de Ciudad de cuarzo sea su extraordinaria descripción de la militarización del espacio público de Los Ángeles, desde las impenetrables «habitaciones del pánico» de las mansiones de Beverly Hills hasta el cambiante mundo del crimen organizado en la zona centro-sur de la ciudad. El Departamento de Policía de Los Ángeles no sólo utiliza «un satélite geosincrónico para el mantenimiento del orden» con el propósito de paliar su completo descuido de la ciudad, «sino que en miles de azoteas se han pintado los números identificativos de las calles, convirtiendo la vista aérea de la ciudad en un gran espacio compuesto por cuadrículas que facilitan el control policial». En la Los Ángeles de hoy, «las estructuras carcelarias se han convertido en la nueva frontera de la arquitectura pública».
Muchas de las conclusiones a las que llega Davis pueden molestar al lector; pero esto sólo es una parte de lo que ocurre cuando se leen sus libros.
Un libro de más amplio espectro -además de ser más abiertamente político- es la recopilación que Davis hizo en Ciudades muertas. Es posible que sea uno de sus libros en los que sea más difícil hallar una sola idea que resuma toda la obra, pero, sin embargo, finaliza con un estallido vigorizante. La sección final, titulada «Ciencia extrema», es un ejemplo perfecto de cómo los libros de Davis siguen teniendo tanta consistencia y de por qué suscitan tanto interés. Se trata de un viaje en el que avanzamos entre impactos de asteroides, extinciones prehistóricas masivas, desastres victorianos, desequilibrios en la gravitación planetaria, e incluso a través del cambio climático inducido por los humanos. Pero el libro está globalmente dedicado a reflexionar sobre el urbanismo de la costa occidental de Estados Unidos.
No cabe duda de que la particular concepción de la sociología urbana de Mike Davis tiene una legión de detractores -detractores que le han acusado de falsificar sus entrevistas, de tener una desmedida inclinación por la investigación selectiva, de exagerar deliberadamente el lado oscuro de Los Ángeles (ya se trate de la tectónica de placas, de la brutalidad policial o de los disturbios por motivos raciales); además, se ha visto envuelto en batallas partidistas que en general suelen presentar el enfoque clásicamente marxista de David como inadecuado y anticuado. Aunque algunas de estas críticas puedan alguna clase de justificación, debo reconocer que en mi caso siento una curiosidad irrefrenable cada vez que veo que ha aparecido un nuevo libro suyo en el expositor de novedades de alguna librería.
Sea como fuere, la siguiente entrevista tuvo lugar después de la publicación del libro más reciente de David, Planeta de ciudades miseria. Puesto que ya hice una reseña del libro para el número de verano de 2006 de la Urban Design Review, no me parece oportuno extenderme en ciertas consideraciones en este lugar; pero sí cabe decir que Planeta de ciudades miseria deja bien claro desde la primera página de qué trata la totalidad del libro. Davis dice allí que estamos ante «un momento de cambio radical en la historia de la humanidad, comparable a las revoluciones neolítica e industrial. Por primera vez en la historia, la cantidad de población que habita en las ciudades supera a la que vive en las zonas rurales». Esta población «urbana» no encuentra acomodo en ciudades, sino en enormes barriadas miserables en las que coexisten violentamente algunos miles de millones de personas soportando asaltos policiales, aguas residuales de origen humano, industrias que producen residuos tóxicos metalíferos, y enfermedades emergentes.
Hablé con Mike Davis por teléfono.
P. En primer lugar, ¿podrías decirme algo acerca de lo que te ha llevado a escribir Planeta de ciudades miseria? ¿Has tenido que viajar para poder escribirlo?
MD. Se trata de un viaje realizado casi enteramente desde el sillón de mi casa. Lo que he hecho ha sido leer toda la literatura en lengua inglesa que he encontrado sobre pobreza urbana. Teniendo cuatro hijos, dos de ellos pequeños, creo que sólo hubiera podido visitar algunos de los lugares de los que hablo. Por otro lado, escribo en el porche de nuestra casa, con una buena vista de Tijuana, una ciudad que conozco bien y que ha influido mucho en mi forma de pensar sobre estos asuntos; lo cual no quiere decir que yo no trate de ser muy escrupuloso en punto a evitar caer en el periodismo que introduce elementos personales en las historias que cuenta.
En realidad el libro es un intento de reunir y sintetizar la literatura sobre pobreza urbana global, a la vez que trata de ampliar el ya de por sí extraordinariamente importante informe de Naciones Unidas, El reto de las ciudades miseria, que se publicó hace unos años.
P. Entonces, ¿no has visitado los lugares que describes?
MD. Bueno, al principio quería escribir un libro mucho más extenso, pero cuando llegué a lo que debía de ser la segunda parte de Planeta de ciudades miseria -la que se refiere a la política de las ciudades miseria-, me fue completamente imposible encontrar literatura secundaria o especializada en la que poder basarme. Estoy preparando un segundo volumen en colaboración con un tipo joven llamado Forrest Hylton, que ha vivido durante muchos años en Colombia y Bolivia. Creo que su experiencia directa puede compensar algunas de mis carencias.
P. Me llama mucho la atención el vocabulario que usas para describir esta nueva «geografía post-urbana» de ciudades miseria globales: corredores regionales, redes policéntricas, urbanismo difuso, etc. Me pregunto si has hallado formas o estructuras estables que estén emergiendo actualmente que ya no sean ciudades centralizadas y establecidas en localizaciones corrientes, sino grandes extensiones fractales formadas por barriadas.
MD. Lo primero que hay que decir es que el lenguaje con el que hablo sobre entidades metropolitanas y sistemas a gran escala es ecléctico porque los geógrafos urbanos aún debaten vorazmente sobre estos asuntos. Considero que hay poco consenso acerca de la morfología de lo que subyace más allá de la ciudad clásica.
Los debates más importantes surgen de las discusiones sobre los procesos de urbanización del sur de China, Indonesia y el sureste asiático; estos debates se centran en la naturaleza de la periurbanización y de la dinámica de las periferias de las ciudades más grandes del Tercer Mundo.
P. ¿Y qué significa periurbanización?
MD. Es allí donde se produce una penetración mutua de campo y ciudad. La cuestión es: ¿en realidad estamos viendo una instantánea de algo muy dinámico, o estamos ante un proceso caótico? ¿Acaso esta cualidad híbrida debería ser preservada en el futuro? Las respuestas están abiertas.
En realidad, se trata de varias discusiones distintas: una trata de los sistemas urbanos de amplia dimensión, como el de la costa atlántica o el de Tokio-Yokohama, en los que las áreas metropolitanas se encadenan formando sistemas físicos continuos. Pero luego está este segundo debate sobre cómo la ciudad rebasa sus límites y ocupa zonas rurales, lo que constituye una nueva realidad periurbana, en la que encontramos combinaciones muy complejas de barriadas -habitadas por pobres-, que están atravesadas por vertederos ocupados por gentes expulsadas del centro (refugiados). Además, en medio de todo esto podemos encontrar pequeños enclaves habitados por gente de clase media, a menudo de nueva construcción y, más a menudo aún, rodeados de verjas impenetrables. Encontramos agricultores atrapados en media de maquilas urbanas, a la vez que los colonos urbanos de desplazan a trabajar a las industrias agrícolas.
Ésta, en cierto sentido -en un sentido hasta ahora mal comprendido-, es la parte más interesante de la dinámica urbanizadora global. Como trato de explicar en Planeta de ciudades miseria, el periurbanismo está sumido en una especie de niebla epistemológica simplemente porque no ha sido bien estudiado. Los datos censales y las estadísticas sociales son notoriamente incompletos.
P. ¿De modo que el problema de fondo tiene que ver con cómo estudiar las ciudades miseria (cómo y qué preguntar, y cómo interpretar esos datos)?
MD. Sin lugar a dudas nos enfrentamos al reto de cómo conseguir la información. Interesantemente, el Pentágono ha tenido que trabajar mucho sobre este asunto por su necesidad de hacer frente a la guerra urbana. Esas periferias laberínticas que aparentemente carecen de organización jerárquica son algo que ha preocupado mucho a los cerebros del Pentágono, pues suponen un gran reto sobre cómo atajar la futuras guerras y diseñar los futuros proyectos imperiales. Me refiero a que hasta hace muy poco el Pentágono basaba su forma de actuar en la teoría de gestión empresarial al uso -realizando, incluso, analogías con los modelos de gestión de inventarios de Wal-Mart y de just-in-time-; hoy, en cambio, están obsesionados con la teoría urbana, con la arquitectura y la planificación urbanas. Lo están haciendo a través de organizaciones como el RAND Corporation’s Arroyo Center, en Santa Mónica.
Los Estados Unidos han tenido una habilidad sin par para destruir sistemas urbanos jerarquizados, para lidiar con estructuras urbanas centralizadas, pero no han tenido en absoluto éxito en combatir las Sadr City del mundo.
P. No sabría decirte. Arrasaron Fallujah utilizando bulldozers, tanques y bombas Margarita.
MD. Pero la ciudad fue rehabilitada de inmediato por los mismos insurgentes expulsados. Considero que hoy en día los estrategas militares de cualquier parte del mundo siguen considerando la ciudad miseria como un reto. No me sorprendería que de repente empezáramos a comprender mucho mejor qué está ocurriendo en las periferias de las ciudades del Tercer Mundo gracias a las necesidades de los estrategas del Pentágono y de los planificadores militares locales. Sin ir más lejos, la antropología andina experimentó un gran salto hacia adelante en las décadas de 1960 y principios de 1970, cuando el Che Guevara y sus guerrilleros se convirtieron en un problema.
Creo que hay consenso, tanto en la derecha como en la izquierda, sobre el hecho de que las periferias degradadas de las ciudades pobres del Tercer Mundo se han convertido en un espacio geopolítico decisivo. Ese espacio supone hoy un reto militar, en la misma medida en que se trata de un reto epistemológico, tanto para sociólogos como para estrategas militares.
P. ¿Qué papel crees que juegan hoy en el imaginario colectivo las ciudades miseria? Por un lado, existe una especie de visión inspirada por la CIA del llamado anti-americanismo irracional, que concibe las ciudades miseria como meros caldos de cultivo del terrorismo; por otra parte, nos encontramos con libros como The Constant Gardener [traducido editorialmente al castellano como El jardinero fiel], en los que se retrata al Tercer Mundo pobre como inocente, simplista y completamente inofensivo, aguardando pacientemente su salvación liberal. ¿En qué clase de imaginario tienen lugar estas fantasías?
MD. Creo que, en realidad, si en su momento el icono imaginario de nuestro futuro urbano fue [la película] Blade Runner, entonces la Blade Runner de esta generación es Black Hawk derribado (una película, lo reconozco, que no puedo dejar de ver una y otra vez). La coreografía de la película -su puesta en escena- es impresionante. Pero estoy convencido de que realmente se trata del icono cinematográfico de esta nueva frontera de la civilización: la «responsabilidad del hombre blanco» en la barriada pobre urbana y sus amenazantes ejércitos que exhiben una estética de videojuego, desempeñando un juego de rol, luchando como heroicos tecnoguerreros y Rangers de la Fuerza Delta. Es una fantasía militar muy profunda. No creo que desde The Sands of Iwo Jima [que el distribuidor cinematográfico español de 1949 rebautizó como Arenas sangrientas, N. del T.] haya habido otra película que haya animado a más chicos a alistarse en los Marines que Black Hawk derribado. Ni que decir tiene que desde un punto de vista moral se trata de una película terrible (¿quién sería capaz de contar todos los somalíes que son asesinados?).
P. Incluso está rodada desde una perspectiva de primera persona. Muchas vece, mientras observas lo que ocurre, tienes tu propia arma delante de tus narices.
MD. Es de Ridley Scott, ¿no es cierto?
P. Cierto. Lo cual es muy interesante, puesto que también rodó Blade Runner.
MD. Exactamente. También rodó Blade Runner.
P. La enigmática amenaza del Japón de la década de 1980…
MD. Ridley Scott ha definido al Otro mejor que nadie en Hollywood. Por supuesto, en la vida real no son los Rangers quienes se encargan de mantener la presencia militar estadounidense allende los mares: son más bien chicos procedentes de ciudades miseria y chicos de las ciudades del interior de los Estados Unidos. El nuevo imperialismo -igual que el viejo- juega con la ventaja de que la metrópolis es tan violenta, con una pobreza tan concentrada, que produce excelentes guerreros para nutrir esas campañas militares lejanas. Recuerdo haber leído una vez un libro muy brillante de un profesor que tuve en la Universidad de Edimburgo sobre la guerra imperial británica en el siglo XIX. Demostraba, contrariamente a lo que se creía, que, en realidad, en la mayor parte de las ocasiones, para el ejército imperial británico, en las guerras imperiales no resultaba determinante poseer las mejores armas, o la mejor artillería o los fusiles Maxim: lo que a la postre resultaba decisivo era la capacidad del soldado británico para abordar la carnicería personal de la lucha cuerpo a cuerpo con bayonetas; y ésta era una forma de sacar provecho de la brutalidad de la vida en las barriadas miserables británicas.
Cuando lees lo que se escribe sobre las guerras actuales, te encuentras con que eso es lo que en realidad está capitalizando el Pentágono: están utilizando las ciudades de los Estados Unidos como una especie de laboratorio de combate, que se añade a los experimentos que están realizando con nuevas tecnologías en las ciudades miserias del Tercer Mundo. La respuesta de los habitantes de esas ciudades miseria -una respuesta que aún no ha encontrado respuesta, y que quizá no haya forma de dársela- es la fuerza aérea de los pobres: el coche bomba. Éste es el tema de otro libro que estoy a punto de terminar, una breve historia del coche bomba. Ésta seguramente haya constituido una de las innovaciones militares más decisivas de finales del siglo XX. Si observas lo que está ocurriendo en Irak, puede que sea cierto que lo que mata a estadounidenses sean los Dispositivos Explosivos Improvisados, pero lo que está desgarrando a ese país son los ataques con coche bomba. El coche bomba ha proporcionado a la gente pobre de las ciudades miseria -grupos pequeños y redes- una nueva y extraordinariamente traumática palanca de intervención geopolítica.
En mi opinión, lo que ha ocurrido a finales del siglo XX -y a principios del XXI- es que los marginados han descubiertos esas armas tan baratas y terriblemente eficaces. Es por eso que en Planeta de ciudades miseria sostengo que tienen a los «dioses del caos» de su lado.
P. ¿Más allá de su giro hacía la violencia y la insurgencia, en las ciudades miseria se está viendo la aparición de algún tipo de sistema deliberadamente organizado de autogobierno? ¿Existe algún tipo de «alcalde» de la ciudad miseria, o alguna clase de ayuntamiento de la barriada pobre? En otras palabras, ¿con quién debería negociar en primer lugar un poder que no fuera militar?
MD. Los sistemas organizativos de las ciudades miseria son, como es natural, muy diversos. El segundo libro que estoy escribiendo con Forrest Hylton trata de averiguar qué aspectos comparten las distintas ciudades miseria dentro de su enorme diversidad. Porque ocurre que en una misma ciudad -por ejemplo, en una gran ciudad latinoamericana- se pueden encontrar desde las iglesias de los pentecostales hasta a Sendero Luminoso, pasando por organizaciones de carácter reformista y ONG neoliberales. En periodos de tiempo muy breves se producen oleadas muy rápidas de popularidad a favor de unas y en detrimento de otras, y al revés. Es muy difícil encontrar un patrón fijo en esto, o predecir cuál va a ser la tendencia en el futuro.
Pero durante la pasada década estuvo muy claro que los pobres -y no sólo los pobres de los barrios del urbanismo clásico, sino también los pobres que, desde hace mucho tiempo, se han organizado en partidos izquierdistas, en grupos religiosos o en partidos populistas-, estos nuevos pobres, que viven en los márgenes de las ciudades, también se organizaron masivamente. Deberíamos prestar mucha atención a la cantidad y a la importancia política de esos movimientos emergentes, ya se den en Sadr City, en Irak, o en un movimiento social arraigado en una villa miseria en Buenos Aires. No hay ninguna duda de que durante la última década se ha producido un crecimiento espectacular de la articulación de los pobres urbanos en organizaciones activas que están planteando exigencias, en algunos casos enteramente nuevas, de participación política y económica. Y, puesto que se sienten completamente excluidos, hacen oír sus voces por vías distintas a las tradicionales.
P. ¿Por ejemplo, utilizando coches bomba?
MD. Me refiero a dar pasos hacia la democracia formal. Porque la otra parte de tu pregunta tiene que ver con la política de las ciudades pobres. Estoy convencido de que alguien podría escribir un libro que basara su principal argumento en que uno de los grandes desarrollos de los últimos diez o quince años ha sido el aumento de la democratización de muchas ciudades. Por ejemplo, ciudades que tradicionalmente no disponían de gobiernos consolidados, o en las que los alcaldes eran designados por una administración central, hoy tienen elecciones y eligen a sus alcaldes (como la Ciudad de México).
En casi todos esos casos, lo más llamativo del asunto es que, habiendo mejorado enormemente la democracia formal -puesto que mucha más gente ejerce su derecho de voto-, en realidad esos votos tienen pocas consecuencias. Eso ocurre por dos razones: la primera es porque los sistemas fiscales de las grandes ciudades del Tercer Mundo son, con escasas excepciones, tan regresivos y corruptos, y disponen de tan pocos recursos, que es casi imposible redistribuir esos recursos a la gente que vota. La segunda razón tiene que ver con que en muchas ciudades -la India es el mejor ejemplo de esto-, cuando se dispone de elecciones masivas, el poder real simplemente se transfiere a agencias ejecutivas, a autoridades industriales y a autoridades de todo tipo dedicadas al desarrollo, las cuales suelen hacer las veces de vehículo local de las inversiones del Banco Mundial. La población local apenas puede ejercer control alguno sobre esas agencias. A menudo son agencias constituidas por el estado o por un gobierno provisional (a menudo nacional).
Lo cual significa que sigue sin poder emprenderse en serio el camino hacia el control democrático de las ciudades -y, por encima de todo, hacia el control de los recursos destinados a la reforma urbana.
P. En una versión anterior de Planeta de ciudades miseria, que escribiste en formato de artículo largo, hablabas del auge del Pentecostalismo como una potente fuerza social y organizativa en las ciudades miseria. Sin embargo, esa parte de la investigación no está presente en tu libro actual. ¿Ocurre acaso que te estás distanciando de aquel análisis, o es que quizás hoy estás menos interesado en sus implicaciones?
MD. De hecho, para el segundo volumen que estoy escribiendo con Forrest Hylton, estamos examinando algunos centenares de páginas sobre el Pentecostalismo. La importancia del Pentecostalismo -de los cristianos evangélicos- estriba en que, a mi entender, se trata del primer movimiento religioso moderno -o secta religiosa- surgido de la pobreza urbana. Aunque existen muchas iglesias pentecostales en Estados Unidos en las que se puede apreciar el sesgo de clase social, y lo mismo ocurre en Brasil, el verdadero crisol del Pentecostalismo -la lógica del Pentecostalismo- sigue teniendo sus raíces en la pobreza urbana.
Por supuesto que el Pentecostalismo es, de forma abrumadora, una religión de mujeres; y en Latinoamérica también conlleva un beneficio material real. Las mujeres que se integran en la iglesia y que pueden arrastrar a sus maridos a que también se impliquen en las mismas, a menudo disfrutan de notables mejoras en sus niveles de vida: los hombres reducen su propensión a emborracharse, o a ir con prostitutas, o a gastarse todo el dinero en el juego.
Para alguien como yo que analiza el fenómeno desde una posición de izquierda es esencial aclarar qué ocurre con el Pentecostalismo. Se trata del mayor movimiento autoorganizado de los pobres urbanos de todo el mundo -al menos en lo que se refiere a movimientos surgidos durante el siglo XX. Ha demostrado tener una capacidad sin par para echar raíces y ser muy dinámico, no sólo en Latinoamérica, sino también en el África subsahariana y occidental y, en menor medida, en el este asiático. Me temo que mucha gente de izquierda ha cometido el error de dar por supuesto que el Pentecostalismo es una fuerza reaccionaria; y no es así. En realidad se trata de un fenómeno de enorme importancia propio de la ciudad postmoderna y de la cultura de los pobres urbanos de Latinoamérica y África.
P. Más allá de simplemente dedicarse a rellenar el vacío dejado por el abandono por parte del Estado de la prestación de servicios públicos, ¿qué es lo que resulta atractivo del Pentecostalismo para esta nueva generación de pobres urbanos?
MD. Francamente, una de las grandes fuentes del atractivo del Pentecostalismo radica en que se trata de una especie de sistema sanitario paralelo. Uno de los factores clave en la vida de los pobres es la crisis permanente, crónica, de los servicios de salud y del acceso a medicinas. Esto es en parte el resultado de los programas de ajuste estructural llevados a cabo por el Banco Mundial durante la década de 1980, que aniquilaron la sanidad pública y dificultaron el acceso a los medicamentos en muchos países. Pero el Pentecostalismo ofrece, además, curarse mediante la fe, lo cual supone su mayor atractivo (y no se trata de algo basado en una mera falacia). Cuando examinamos cosas como las conductas adictivas, debemos reconocer que el Pentecostalismo ha obtenido muy buenos resultados en la reducción del alcoholismo, las neurosis, obsesiones y otras cosas parecidas. Ésta constituye una parte fundamental de su atractivo. El Pentecostalismo es una especie de sistema de reparto a domicilio de salud espiritual.
P. Parecería que, por sí misma, la sobrepoblación humana transforma las ciudades en áreas pobres y degradadas. En otras palabras, que no importa demasiado si las acciones del gobierno o los programas estatales se dirigen a paliar la pobreza urbana, puesto que las ciudades miseria no serían más que un subproducto de la sobrepoblación.
MD. Bueno, yo no creo en la noción de sobrepoblación, y menos aún ahora que se está comprobando que las proyecciones más extremas sobre el crecimiento de la población humana no van a cumplirse. En los últimos diez o quince años, los demógrafos probablemente han ido reduciendo sus proyecciones.
La cuestión importante no se refiere a si la población ha crecido mucho o poco, sino a lo siguiente: ¿cómo logras cuadrar el círculo, si por una parte tienes la necesidad de justicia social que debe concretarse en alguna clase de derecho de igualdad de acceso a un estándar de vida decente, pero por otra tienes que abordar el problema de la sostenibilidad medioambiental? No hay demasiada gente en el mundo; lo que sí hay, obviamente, es un consumo desmedido de recursos no renovables a escala planetaria. Sin duda, la vía para cuadrar el círculo -la solución al problema- está en la propia ciudad. Las ciudades que son verdaderamente urbanas son los sistemas medioambientalmente más eficientes que jamás hayamos creado para vivir juntos y trabajar integrados en la naturaleza. El genio propio de la ciudad está en su capacidad para proporcionar elevados niveles de vida a través del lujo público y del espacio público, y en su capacidad para satisfacer necesidades que nunca podrán ser satisfechas mediante el modelo suburbial de consumo privado.
Dicho esto, el problema de la urbanización en el mundo actual es que no se trata de urbanización en el sentido clásico. El reto de verdad estriba en cómo hacer que las ciudades sean ciudades. Creo que Planeta de ciudades miseria presenta un tipo de problema que ya criticaron con razón los sociólogos de las décadas de 1950 y 1960 cuando analizaron los suburbios de Estados Unidos, pero ahora se trata de un fenómeno que ha crecido exponencialmente con la emergencia de las ciudades pobres: se refiere a todos los problemas relacionados con la expansión urbana descontrolada, a todos los problemas que conlleva la contaminación medioambiental, a todos los problemas relacionados con la falta de estructuras urbanas tradicionales para el ocio, el entretenimiento, los servicios sociales, y demás.
P. Pero una ciudad como Jartum -o incluso como El Cairo- simplemente no dispone de los recursos medioambientales necesarios para hacer frente a esa enorme población humana. No importa lo que decida hacer el gobierno, simplemente hay demasiada gente. Es como dar cabezazos contra una pared. Por eso, si no existen los recursos medioambientales necesarios, allí no puede implantarse un modelo social a la europea, basado en un sistema fiscal redistribuidor y en la prestación de servicios municipales.
MD. Bueno, yo lo diría de otra manera. Si examinamos una ciudad como Los Ángeles y su extrema dependencia de las infraestructuras regionales, la cuestión de si ciertas ciudades sufren un crecimiento monstruoso tiene menos que ver con la cantidad de personas que viven allí que con cómo consumen esas personas; tiene que ver con si reutilizan y reciclan los recursos, con si comparten el espacio público. De modo que yo no diría que una ciudad como Jartum ya no tiene remedio; eso tiene mucho que ver con la naturaleza del consumo privado.
La gente habla del impacto medioambiental, pero los impactos medioambientales de los diferentes grupos que constituyen la población tienden a diferir espectacularmente. En California, por ejemplo, dentro del Sierra Club compuesto por gentes de derechas, y también entre grupos anti-inmigrantes, existe la creencia de que la fuerte oleada inmigratoria procedente de México está destruyendo el entorno ecológico, y que esos inmigrantes son de hecho los responsables de la congestión y la contaminación; lo cual es absurdo. Nadie causa un impacto medioambiental tan pequeño, o tiende a hacer un uso tan intensivo del espacio público, como los inmigrantes latinoamericanos. El verdadero problema radica en los tipos blancos que se pasean en sus cochecitos de golf por los ciento diez campos que ocupan el Valle de Coachella. En otras palabras, un tipo blanco de mi edad puede estar utilizando una cantidad de recursos básicos que multiplica por diez, veinte o treinta los que consume una joven chicana que trata de sacar adelante a su familia en un pequeño apartamento de la ciudad.
De modo que el mathusianismo, en su versión más cruda, sigue reapareciendo en estos debates, pero el asunto de fondo no tiene que ver con hacer que cunda el pánico acerca del crecimiento futuro de la población o de la inmigración, sino que está relacionado con cómo invertir recursos en nuevas ideas urbanísticas; en cómo hacer que suburbios como los de Los Angeles funcionen como ciudades en un sentido más clásico. Es absolutamente necesario preservar áreas verdes y reservas ecológicas. Una ciudad no puede funcionar sin ellas. Sin embargo, es evidente que el patrón dominante en el mundo donde reina la pobreza consiste en la ocupación de humedales, y en la construcción de viviendas en reservas ecológicas y espacios abiertos que son esenciales para el metabolismo de la ciudad. Acaso un ejemplo asombroso de este patrón sea Mumbai, en el que la gente ha ido ocupando territorios cada vez más alejados hasta alcanzar el Parque Nacional de Sanjay Gandhi, lo cual ha provocado que muchos ocupantes hayan sido devorados por los leopardos; o Sao Paulo, que usa cantidades astronómicas de productos químicos para purificar el agua a causa de la extrema contaminación de sus acuíferos.
Si se permite esta clase de crecimiento, si se pierden las áreas verdes y los espacios abiertos, si se apuran demasiado los recursos hídricos de los acuíferos, si se contaminan los ríos hasta acabar con cualquier tipo de forma de vida, entonces, naturalmente, se está causando un daño fatal a la ecología de la ciudad.
P. Una de las cosas que me han parecido más interesantes de tu último libro, El monstruo en la puerta, es el concepto de «bioseguridad». ¿Podrías explicar cómo se alcanza la bioseguridad en el espacio urbano y en el diseño arquitectónico?
MD. Considero que el asunto del control de epidemias y la bioseguridad ha sido modelado a partir de la idea del control de la inmigración. Éste es el paradigma actualmente dominante. Evidentemente, se trata de una analogía falsa, particularmente cuando se trata de lidiar con cosas como la gripe, respecto a la cual no pueden fijarse métodos de cuarentena. No pueden levantarse muros para combatirla. En un mundo globalizado que incuba tanta pobreza y suciedad como nuestro mundo urbano, la bioseguridad es sencillamente imposible. No existe bioseguridad. Habrá una permanente búsqueda de métodos biológicos para lograr el equivalente de una comunidad cerrada protegida por una gran valla que la aísla del exterior, con sistemas más férreos de control de los movimientos y con regulaciones que no harán más que reforzar ciertas tendencias orwellianas (creación selectiva y provisión de vacunas, antivirales y demás).
Pero, se mire como se mire, la bioseguridad es una utopía, a menos que se ataque la raíz del problema: qué clase de sanidad pública necesitan los pobres, y cómo conseguir la sostenibilidad ecológica de la ciudad.
En El monstruo en la puerta cito un estudio científico publicando en Science, que considero modélico, sobre cómo la urbanización atropellada del Àfrica occidental ocurre a la vez que las fábricas de pescado europeas se apropian de toda la proteína procedente del mar. Esto ha obligado a las poblaciones urbanas a regresar a la obtención de carne de caza salvaje (un negocio ciertamente en alza a causa de la proliferación de construcciones de madera procedente de los últimos bosques tropicales del África occidental), lo cual predispone más fácilmente a contraer VIH, ébola y otras plagas desconocidas. Considero que el artículo es una descripción maestra de ciertos vínculos causales que a menudo pasan inadvertidos, y de la compleja ecología (el impacto medioambiental) que tiene en sí misma la urbanización. De modo parecido, en los procesos de urbanización de China y del sureste asiático se mezcla el fenómeno de la cría masiva de aves, que parece ser uno de los factores clave que subyacen a la amenaza de la gripe aviar.
Como cualquier epidemiólogo podría contarte, éstas sólo son las primeras nuevas plagas de la globalización; habrá más. La idea de que uno puede defenderse de las enfermedades con algo equivalente a las comunidades fortificadas es absurda, pero es exactamente la dirección que han tomando las políticas sanitarias públicas. A menos, claro, que se esté preparado para abatir a todas las aves migratorias del mundo.
P. Algo que a buen seguro más de uno habrá sugerido.
MD. Realicé muchos cálculos a partir de los datos que ofrece el informe de Naciones Unidas, El reto de las ciudades miseria, calculando las densidades urbanas y demás, y no es en absoluto exagerado decir que vivimos de nuevo en un mundo victoriano. Del mismo modo que las clases medias victorianas no podían escapar de las enfermedades de los barrios pobres y degradados, tampoco lo conseguirán los ricos actuales, encerrados en sus clubes campestres o en sus comunidades urbanas fortificadas. Su obsesión actual es que la gripe aviar llegue al país por medio de…
P. …¡un mexicano!
MD. Exactamente: que la enfermedad entrará a escondidas por la frontera, lo cual es absurdo. La obsesión creciente con la inmigración ilegal se está convirtiendo en una fantasmagoría que sirve para justificarlo todo. Naturalmente, esto conecta con miedos primarios que vienen de lejos: los irlandeses trajeron el tifus, los chinos la peste. Es algo casi ancestral.
La otra cosa que está ocurriendo es que la gripe aviar está siendo utilizada como estrategia competitiva por los productores industriales de carne animal para acabar con los productores independientes. Estos granjeros que producen a una escala industrial sostienen que sólo es segura la carne de granjas industriales radicadas dentro del propio país, puesto que están dotadas de sistemas de bioseguridad. Esto forma parte de un proceso muy complejo de competencia global. En El monstruo en la puerta cito el caso de CP en Tailandia (algo así como el Tyson del sureste asiático). Incluso después de haber tenido que cerrar sus plantas productoras en Tailandia, por lo que no puede producir gallinas, ahora está abriendo nuevas fábricas en Bulgaria, y sacando provecho del miedo que hay a consumir aves procedentes de Tailandia. En otras palabras, la gripe aviar se está utilizando como un medio para racionalizar y centralizar la industria de la carne de ave. Y eso está ocurriendo a pesar de que muchos piensan que la industrialización de la producción de carne de ave no sólo ha constituido el factor que ha permitido la emergencia de la gripe aviar, sino que en realidad es la plataforma que está acelerando su evolución.
P. ¿Cómo sería en realidad un mundo bioseguro en lo que se refiere a la arquitectura y el diseño urbano? ¿Dispones de evidencias de que la profesión médica está asumiendo responsabilidades en el campo de la arquitectura, digamos, ejerciendo cierta influencia sobre el diseño de espacios públicos «libres de enfermedades»?
MD. Seguro que sí. El control social victoriano sobre los barrios pobres y degradados era definido como un proyecto higiénico; por eso la segregación urbana en colonias se justificaba como un problema sanitario. En todas partes estos discursos se refuerzan mutuamente. Lo que no ha habido en los últimos tiempos es una gran epidemia que, teniendo su origen en la pobreza, haya golpeado fuerte en las clases medias; si ocurriera, entonces veríamos como esta gente de la clase media reaccionaría violentamente. Me parece que uno de los hechos más importantes del mundo actual tiene que ver con que la gente que pertenece a la clase media -y, por encima de todo, los estadounidenses de clase media- ha vivido protegida dentro de una burbuja histórica que realmente no tiene precedente en toda la historia humana. Durante dos, tres, casi cuatro generaciones seguidas no han experimentado en carne propia el coste de la guerra y tampoco no han sufrido enfermedades epidémicas. En otras palabras, en su trayectoria vital no sólo han visto que aumentaba la riqueza, sino también la longevidad personal y el grado de protección contra una muerte accidental, una guerra, una enfermedad, y demás. Si ahora todo este proceso se interrumpe bruscamente -por un acontecimiento terrible como una pandemia, que aniquile un número significativo de estadounidenses de clase media-, entonces, obviamente esto se va a convertir en una guerra.
Si de algo estoy firmemente convencido es de que las numerosas y ricas clases medias de este país jamás renunciarán a su estilo de vida y a sus privilegios. Si de repente se vieran seriamente amenazadas de quedar sin casa o de perder la vida por algún desastre o enfermedad, estoy seguro de que podemos esperar de ellas reacciones muy irracionales, que sin duda se inscribirían en el terreno de la distribución del espacio, y seguramente por medios muy espectaculares. Creo que en caso de que se produjera una pandemia de gripe aviar que afectara a nuestro país, veríamos aparecer un montón de islas de bioseguridad en nuestro propio territorio.
P. Cinta aislante y burbujas de plástico.
MD. Seguro.
P. ¿Qué ha ocurrido con el estatus o el rol de la nación-estado (soberanía, territorio, ciudadanía, etc.)? Por ejemplo, ¿están siendo reemplazados los gobiernos nacionales por corporaciones multinacionales, y los ciudadanos por empleados?
MD. Ésta es una pregunta muy interesante. Sin embargo, lo que claramente ha ocurrido con la globalización no ha sido la sustitución de la nación-estado por las corporaciones o por nuevas entidades supranacionales. Lo que hemos visto es más bien una pérdida de soberanía en algunos niveles, y un refuerzo de la soberanía en otros.
Sin duda, todo el proceso de ajuste estructural de la década de 1980 significó la cesión de gran parte de la soberanía local y de los poderes de los gobiernos locales a los cuerpos internacionales que administran la deuda. Un ejemplo paradigmático de este problema es lo que está ocurriendo ahora mismo en Nueva Orleáns: toda la comisión de expertos y los directorios destinados a la supervisión, y todas las autoridades procedentes de otros lugares que han sido propuestas, lo que harán será destruir el gobierno popular de Nueva Orleáns, reduciendo el consejo municipal a una mera figura decorativa y transfiriendo de nuevo el poder a la elite tradicional. Y todo ello en nombre de la lucha contra la corrupción y otras tantas cosas más.
Pero el posible surgimiento futuro de entidades supranacionales dependerá, creo, de las condiciones de cada país. Es evidente que algunos países están reforzando sus posiciones nacionales -el estado sigue siendo importante-, mientras que otros países efectivamente han perdido toda su soberanía. Para un caso extremo, piénsese en Haití.
P. ¿Qué clase de análisis geopolíticos y militares suscitan estos cambios?
MD. El problema que preocupa a los planificadores militares y a ciertos geopolitólogos es ciertamente distinto: se trata de la emergencia, en cientos de pequeños y grandes nodos en todo el mundo, de ciudades miseria fundamentalmente autónomas gobernadas por milicias étnicas, bandas, organizaciones criminales internacionales, y demás. Esto es algo en lo que el Pentágono está muy interesado, y que le preocupa enormemente. Mogadiscio quizá sería el ejemplo prototípico de esta nueva realidad. La crisis rampante en la ciudad del Tercer Mundo produce patrones feudales de grandes barrios pobres y degradados que se convierten en mini-estados terroristas o criminales; en una especie de microsoberanías canallas. Así es cómo lo entienden el Pentágono y los estrategas del Pentágono. Parece que también están muy preocupados por el hecho de que las barriadas miserables periurbanas -las barriadas que están en los límites de las ciudades- carezcan de jerarquías claras. Desde la perspectiva de un estratega, lo más preocupante es que hay pocos datos disponibles acerca de esas realidades.
De algún modo, las ciudades miseria no aparecen en el radar. Se convierten en el equivalente de la selva o de la jungla: difíciles de penetrar, imposibles de controlar.
Estoy convencido de que muchos cerebros del Pentágono no conciben estas realidades en términos de regiones o en categorías de nación-estado, sino como agujeros o enclaves dentro del sistema. Una de las mejores cosas que he leído sobre esto ha sido la novela de William Gibson, Virtual Light. Gibson propone que, en un mundo en el que el capital de las gigantes empresas multinacionales se ha convertido en el poder supremo, existen lugares que simplemente no son evaluables para el mundo de la economía, puesto que no reproducen capital, de modo que esos espacios viven al margen. Desde el punto de vista de Gibson, un sistema completamente globalizado dejaría escapar ciertos espacios -puesto que existirían muchas redundancias internas-, y en Virtual Light, uno de esos espacios es Bay Bridge.
Pero no hay duda de que se trata de un problema geopolítico y militar muy serio: si se controla sólo a una parte de la población humana, puesto que una parte de la gente vive exiliada de la economía mundial y algunos espacios ya no juegan ningún rol global, entonces se están creando oportunidades para que otra gente decida ocupar estos espacios y organizarse en ellos para sus propios fines. Se trata de una situación con implicaciones mucho más profundas que cualquiera de los conflictos que se imputan a la civilización. En cierto sentido, ésta ha sido una forma muy inesperada de terminar el siglo XX. Ni el marxismo clásico, ni ninguna otra versión de la teoría social clásica o del liberalismo económico predijeron jamás que una parte tan enorme de la humanidad viviría en las ciudades, y que básicamente lo haría fuera de todas las instituciones formales de la economía mundial.
P. Entonces, ¿existe una solución económica a esto?
MD. Nunca podrán reconquistarse esas partes de la ciudad mediante la actividad policial o la invasión militar; para eso hay que ofrecer a la gente algún medio para que puedan volver a conectarse con la economía del mundo. A menos que se proporcionen recursos, o empleos, hay un riesgo evidente de que eso vaya a peor. La gente ha sido arrojada a los brazos del clientelismo tribal y étnico como medio para sobrevivir (e incluso como medio para excluir a otra gente pobre del acceso a esos recursos escasos). Cada vez más, las nuevas oleadas de gente que llega a la ciudad -los hijos e hijas de los pobres urbanos- sienten la formidable presión de los mercados de la vivienda, y se ven incapaces para obtener suelo barato (en ningún caso gratuito). Allí donde sí existe suelo barato es porque se trata de lugares de imposible desarrollo futuro. Son lugares demasiado peligrosos. Es una forma segura de apostar por el desastre natural. En realidad, una de las conclusiones de Planeta de ciudades miseria es que la frontera de la tierras libres ha toca a su fin.
Otra conclusión es que casi todas las investigaciones sobre economías urbanas informales han mostrado que la informalidad consiste básicamente en no generar sistemas de mejora social por la vía del empleo. Indefectiblemente, muchos microemprendedores van a acabar siendo miniemprendedores; dicho de otro modo, lo que se está haciendo es simplemente subdividir la pobreza. Se pone cada vez más y más gente a competir, tratando de seguir las mismas estrategias de supervivencia en el mismo lugar. Creo que estos son los hechos que obligan a que el libro tenga una visión algo sombría. Estos hechos también convierten en sombría la investigación sobre la ciudad en general, mucho más que los asuntos sobre salud y demás. El Banco Mundial, las ONG y los demás apóstoles de la autoayuda liberal lo hacen depender todo de la disponibilidad de tierra barata ocupable y de la existencia de oportunidades de emprendimiento económico en el sector informal.
Cuando las dos se agotan, se está poniendo a la gente contra la pared, y a partir de ahí ya no funciona ninguna posible válvula de seguridad. Cuando se agoten los recursos, a la gente pobre sólo le quedará esperar milagros.
P. Terminaré con dos preguntas breves. Me resulta interesante que hayas decidido tener hijos en un mundo en el que, como tú mismo has escrito, hay grandes plagas, terremotos, disturbios raciales, tornados en Los Angeles, mega-ciudades miseria, etc. ¿Sientes una profunda preocupación por el futuro de tus hijos?
MD. Bueno, claro que sí. Quiero decir que si hay gente que piensa que siento placer por hablar de desastres y que me regocijo en las narraciones apocalípticas, a buen seguro sólo puede atribuirse a que me leen mal o a que soy un pésimo escritor, porque en absoluto es ésa mi intención. Para ser honrado contigo, sí hay una preocupación por esta clase de Apocalipsis que aparece en la literatura del Pentecostalismo y por el hecho de ese Apocalipsis entendió cabalmente su significado real, bíblico. Se trata de esta idea de que la historia secreta, no revelada del mundo se hará luminosa en el último momento, y de que rescribirá la historia desde el punto de vista de la gente que previamente habían sido las víctimas de la historia.
Pero cuando escribo sobre esto -al fin y al cabo soy un socialista pasado de moda, o un racionalista que quizás tiene demasiada fe en la ciencia- me estremezco. No siento placer alguno escribiendo un libro sobre coches bomba, pero lo cierto es que me impresiona mucho que sea una tecnología de la que apenas se haya escrito desde el punto de vista de los que la utilizan, a pesar de haberse convertido en algo tan terriblemente eficaz. Para mí hubiera sido mucho más fácil evitarme una hipocondría provocada por la gripe aviar no escribiendo el libro. Pero lo hice. Y lo mismo me ocurre respecto al futuro de mis hijos.
P. Finalmente, ¿te has planteado alguna vez dedicarte a escribir fuera del género de la crítica de no ficción y -emulando a Ridley Scott- ponerte a dirigir una película o a escribir una novela?
MD. [risas]. Bueno, en alguna variante extremadamente modesta. Publiqué un par de novelas de aventura científica para jóvenes -éste es el nombre que di al género- a través de la pequeña editorial de Viggo Mortensen, Perceval Press. Los héroes de la historias son tres chicos, uno ellos mi hijo que vive en Dublín.
P. ¿Cómo se te ocurrieron?
MD. Todo vino del hecho que en 1998 recibí un dinero de la MacArthur Foundation, y simplemente había que gastarlo [risas]. Viajé con mis hijos por todo el mundo. Me llevé a mi hijo al este de Groenlandia, y una noche -puesto que el sol no se pone y los perros que tiran de los trineos no dejan de ulular- me pidió que le contara un cuento; después lo convertí en una novela. Pero esto es lo lejos más que he ido en el terreno de la ficción. Date cuenta que cuando hace tanto tiempo que vives en Los Angeles como yo, rápidamente aprendes una cosa: aléjate de Hollywood. Nunca se me ha pasado por la cabeza escribir un guión o implicarme en una película; es la tumba de la gente con talento. He podido ver como las mentes más brillantes de mi generación eran literalmente destruidas por el encanto que ejercen este tipo de cosas. Y jamás he tenido el menor deseo de meterme en eso.
P. ¿Así que si Ridley Scout te llamara para que le escribieses el guión de su próxima película, tú te negarías en redondo?
MD. He visto a gente que admiro mucho -de un talento literario infinitamente superior al mío- destruir sus vidas; en parte porque nunca acabaron de entender bien la diferencia entre escribir bien y trabajar en Hollywood. Es lo mismo que ocurre con la seducción de convertirse en un intelectual público, con un montón de seguidores, y con tus libros en los estantes de las librerías todo el tiempo; eso es algo de lo que he aprendido a huir horrorizado. Actualmente trato de simplificar mi vida tratando de eliminar en lo posible este tipo de cosas; hay que entender que cada día me voy a jugar a la pelota con mis dos hijos de dos años de edad, y pasamos un buen rato en el Balboa Park.
Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Acaba de traducirse al castellano su también reciente libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006).
Traducido para www.sinpermiso.info: Jordi mundó
Noticia original: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=689