El movimiento antiglobalización o altermundista, allá por la década de 1990, nos mostró la perversión de los objetivos de las multinacionales, la agresividad de sus movimientos de comercio a lo largo y ancho del mundo explotando trabajadores, contaminando mares, ríos y océanos o bombardeando el aíre con químicos perjudiciales no ya solo para la raza […]
El movimiento antiglobalización o altermundista, allá por la década de 1990, nos mostró la perversión de los objetivos de las multinacionales, la agresividad de sus movimientos de comercio a lo largo y ancho del mundo explotando trabajadores, contaminando mares, ríos y océanos o bombardeando el aíre con químicos perjudiciales no ya solo para la raza humana, si no para el resto de la biodiversidad del planeta. Advertencias con las que hizo patente que los problemas que nos atenazan, a cualquiera de nosotros, dejaron de ser locales. La antes manida frase de: ante un mundo tan gigantesco y complicado lo único que puedo haces es procurar el bien a mí alrededor, dejó de ser válida y eficaz desde entonces.
Nuestro planeta necesita que empecemos a tener conciencia global de nosotros mismos y de nuestros problemas, que son los de todos. Tratar de buscar la vía fácil y rápida de replegarnos en nuestro espacio, no es la dirección que piden los tiempos. Es posible que siempre haya sido así, pero hoy en día las posibilidades de comunicación y actuación de la red, nos deja sin excusas para eliminar de nuestra conciencia ese egoísmo.
El estado español, en lo que se ha dado en llamar como España, surge como tal en la segunda mitad del siglo XIII a través de el rey Alfonso X el sabio. Anteriormente existieron el Estado romano, el visigodo y el andalusí [1]. En este espacio peninsular existe una casuística muy particular para ejemplificar lo expuesto anteriormente. Los nacionalismos, que llevan décadas promulgando su autodeterminación, muestran ese tipo de egoísmo -a pesar de todo comprensible- que olvida que, de forma indeleble, su pasado como nación ya contiene rasgos inconfundibles y aprovechables de lo que ellos ven, no sin razón en muchos ejemplos, como un represor.
La época franquista, sin lugar a dudas, supuso una persecución para todo aquello que no figurase dentro de sus cánones fascistoides del Estado Español nacional. Acabó con la diversidad que debía ser enriquecedora de las comunidades que hoy reivindican su independencia. Pero no solo eso, también supuso una sacudida en contra de todos los que no pensaban como ellos, independientemente de haber nacido en Bilbao, Barcelona o Madrid. En esos años hubo tiempo para que surgiesen agrupaciones, terroristas incluso, que se revelaron contra el régimen que coartaba la libertad de pensamiento y, por tanto, de expresiones culturales, artísticas e intelectuales.
Lo que vino después, tras la muerte del dictador, fue un adoctrinamiento enfrentado. La delegación de las competencias en educación a las comunidades autónomas supuso, y quizá afortunadamente, que desde el País Vasco, Cataluña, Galicia, etc., se difundiese la represiva y adoctrinadora imagen del concepto España, ya por fin, sin censura. Una imagen que, bien es cierto, se había ganado a pulso un ente que pretendió eliminar las raíces culturales, idiomáticas, etc., de las naciones expuestas. A pesar de todo, con este sistema educativo, cabe hacerse la pregunta de si no apareció, desde dentro, una nueva casta, una élite reducida, que supo leer bien la coyuntura y aprovechar la oportunidad de continuar con sus privilegios a base de promulgar un nacionalismo que, una vez con el poder en la educación, además de explicar los años represivos con los que ganar votos, olvidase contar, deliberadamente, qué fueron esas naciones, con quiénes tuvieron contacto y qué provecho sacaron de ello en los siglos precedentes a la modernidad. Es posible que fuese así, pero no solo en los espacios que reivindicaban la autodeterminación. Las reformas educativas surgidas durante el post franquismo no resultaron ser integradoras en ninguna del resto de comunidades autónomas, donde se seguía proclamando la imagen arcaica y deformada de España: » una, grande y libre». Con todo ello, el enfrentamiento ideológico estaba servido.
Fermentado durante décadas, parece llegar a su punto álgido en este comienzo del siglo XXI, aun con visos de ser un tema longevo. Las dos o tres «españas», no separadas por fronteras sí por ideologías, quedan divididas por su poca capacidad de raciocinio. Cuando desde pequeños nos dicen qué es lo que debemos pensar, ese planteamiento se convierte en una creencia. Una creencia que se hace casi imposible de romper o de borrar si no se apela al sentido común. En los tiempos de crisis en que vivimos esto aún se hace más difícil, por el hecho de que ese enfrentamiento se acrecienta al echarnos las culpas unos a otros de todos nuestros males, sobre todo económicos -otro de los errores modernos es reducirlo todo a términos o conclusiones económicas-.
Cualquier proceso represivo es reprobable y hay que luchar contra ello; sin duda. Estos procesos pueden durar años, como ha sucedido en España. Tiempo suficiente para que el nuevo pensamiento cuaje en la mentalidad de las nuevas generaciones procurando que lo aprendido desde la cuna forme parte de la historia y vida de los nuevos individuos de forma inalterable.
En un tiempo tan largo, por negro que sea, existen cosas aprovechables y otras muchas deleznables. Una persona inteligente, con sentido común, mirando el pasado con frialdad y tratando de comprender los hechos, no rechazaría de pleno las aportaciones positivas, a pesar de que procedan de oscuros pasados. De hecho, hoy seguimos usando coches Volkswagen -creados por el nacismo en Alemania-, el castellano en Cataluña o País Vasco -lengua que se supone invasora, incluso para los propios españoles, ya que desciende del Latín-, e incluso en países de América Central y del Sur. Un ataque indiscriminado contra el ente opresor es un ataque descerebrado contra la propia historia, contra el propio individuo. Esto no es una defensa a las políticas asesinas de Franco. No tiene nada que ver. En Alemania se prohíben símbolos Nazis, en ex repúblicas soviéticas (como Polonia) los símbolos comunistas. Cualquier simbología franquista debería desaparecer, pero no por ello hacer borrar del mapa las carreteras, aeropuertos o pantanos que se construyeron bajo su mandato.
Esa batalla ideológica es ridícula en el interior de un territorio compartido. Ha sido inducida y azuzada desde los ministerios de educación y cultura de los últimos treinta años. Es lógico, por tanto, que hoy en día cualquier castellano que vaya a Cataluña se pueda sentir agredido, como los catalanes se puedan sentir cuando vayan a Madrid. Nuestros gobiernos han obviado recordarnos -quizá ellos han querido olvidar- que la historia es cambiante, que la historia está caracterizada por el mestizaje y el aprendizaje mutuo entre «diferentes», entre vecinos de un planeta finito. Nuestros ministros de educación nos han enfrentado, cuando ya, después de 800, o los años que sean, formamos parte de una misma cultura.
El error también es nuestro. Tampoco hemos sido capaces de darnos cuenta de que luchamos contra el mismo enemigo: la ignorancia; y que sus cabecillas son los mismos para todos. Es normal que hoy catalanes, vascos, canarios o andaluces quieran pelear por su cuenta apelando a culturas ancestrales y excluyentes que no hacen más que negar parte de su ser y su cultura -lo quieran o no-.
La globalización procuró unir el mundo con estrechos lazos que borrasen las distancias y las diferencias. Crear un mundo homogéneo. Hoy, una vez que la globalización pierde fuerza, que los ataques contra las democracias se hacen evidentes y desvergonzados, nosotros, los pueblos, nos volvemos a equivocar y escondemos la cabeza debajo del ala más cercana, buscando la salida más fácil y reducimos nuestras fuerzas a la mínima expresión. Los nacionalismos surgen con fuerza pensando que lo único importante es que yo -mi nación- me salve. Pero eso ya no vale. No podemos engañarnos. Los problemas de uno, hoy, son los problemas de todos. El mundo, para salvarse, necesita de unión y mestizaje, de cooperación y solidaridad entre los pueblos.
En los últimos meses, en España, se ha producido una criminalización del funcionariado, sin precedentes, acrecentando su fama de vagos e incompetentes para que los ataques contra su calidad laboral sean vistos sin recelo por parte de los trabajadores asalariados, autónomos o parados. Estos últimos tampoco han salido mejor parados con argumentos parecidos sobre la ayuda de los 400€ que reciben. También hemos visto cómo la policía se ha sobrepasado en la contención de las protestas de forma descaradamente brutal, enfrentando a los ciudadanos que creen que los agentes son salvaguardas del estado y a los que los ven como una figura represiva. Después, ha surgido el empuje oportunista y demagógico del nacionalista Artur Mas en Cataluña. ¿Cómo es posible que miles de personas sigan a una persona por las calles de Barcelona coreando eslóganes a favor del independentismo y contra las políticas de Rajoy, cuando fue él, Mas, quién las implantó allí primero?
La única respuesta es que el capitalismo, nuestros dirigentes -siempre los mismos erigidos en un clan-, y las empresas y bancos cada vez más ricos, quieren dividir las fuerzas de su oponente para hacerle olvidar cuál es el camino que debería seguir para luchar por un mundo más justo, libre y honesto.
Divide et vince -Divide y vencerás-, es la máxima que parecen seguir en España y en el resto del mundo los malos de esta película que nunca parece tener final.
La globalización, la crisis económica, el ataque a las democracias exigen una acción global no excluyente, regida por el sentido común. Lo primero es no fragmentarnos, no dejar que nos dividan. Reunir fuerzas y empezar a pensar más con nuestra propia cabeza, con nuestros medios, en lugar de hacerlo a través de los sistemas de comunicación de masas y adoctrinamiento. Es normal que todos quieran abandonar un barco que se hunde; tonto el último. Pero, ¿porqué no nos amotinamos todos juntos contra el patrón inepto que lo gobierna?
Nota:
[1] Félix Rodrigo Mora. El giro estatolátrico. 2011.
Blog del autor: http://laastilla.wordpress.com
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