Corría el mes de enero de 2008. Una llamada telefónica, a eso de las diez de la noche de uno de esos días, me despojó del sueño que trataba de rendirme. Era una invitación para realizar un recorrido que nunca pensé que quedaría para siempre en mi memoria, debido al profundo impacto de humanismo que […]
Corría el mes de enero de 2008.
Una llamada telefónica, a eso de las diez de la noche de uno de esos días, me despojó del sueño que trataba de rendirme. Era una invitación para realizar un recorrido que nunca pensé que quedaría para siempre en mi memoria, debido al profundo impacto de humanismo que generó.
Subí al auto de Lázaro Expósito Canto, a la sazón primer secretario del Partido en Granma y de entrada cometí una pifia, al preguntar hacia donde nos dirigiríamos. Él me dijo, eso no se pregunta. Ya te enteraras de eso y del objetivo de este recorrido, que pasó ampliamente en la media noche fría, muy fría de entonces.
El vehículo se desplazó por la Avenida Francisco Vicente Aguilera y pensé que estaríamos en pocos minutos en el Hospital Infantil o en la fábrica de productos dietéticos. Pues no. El auto siguió rumbo al puente sobre el río Bayamo y a los pocos metros torció hacia la entrada al cementerio de la ciudad, Monumento Nacional, y se detuvo ante su cerrada puerta de metal.
Ya ante la entrada, Lázaro llamó al custodio que estaba acostado sobre un banco de madera atravesado en la puerta y envuelto en una especie de frazada para guarecerse del frio. La puerta no se abría y Lázaro volvió a llamar, ya dando algunos golpes sobre el metal con la intención de que alguien escuchara sus reclamos para que se abriera.
De pronto, una voz se escuchó desde el interior diciendo: «¿Quien coj… esta jodiendo aquí a esta hora?». A lo que el Primer Secretario del Partido respondió: «Soy Lázaro Expósito y quiero entrar al cementerio».
Como por arte de magia, la puerta se abrió y entonces pudimos entrar, siendo observados por aquel hombre que apenas pudo balbucear algunas palabras, casi sin poder sostenerse sobre sus piernas. El alcohol lo había vencido y pasaba la resaca sobre aquel banco que le servía de cama, en su horario laboral, cuando debía estar atento a su trabajo.
De inmediato nos dirigimos hacia el final del cementerio, por su calle central, oscura, enyerbada, dando una imagen deplorable para un sitio de tanto recogimiento, donde descansan nuestros familiares y amigos. Era tan deprimente la imagen, que Lázaro comentó: «Si me muero, aquí no me entierren, esto está muy sucio, feo y oscuro».
Tomó el teléfono y llamó al funcionario al frente de esa esfera, al que preguntó si estaba descansando. Este le respondió que estaba ya en su casa y Lázaro le dijo: «Y yo aquí haciendo tu trabajo. Aquí te espero».
Llegó raudo, a tiempo para escuchar palabras muy fuertes, una crítica basada en la objetividad de lo presenciado en el cementerio y que justificaba el señalamiento. El funcionario escuchó sin interrumpir, al parecer tomó las señas de lo escuchado y sólo preguntó qué hacía con el custodio, a lo que el primer secretario del Partido respondió: «Edúcalo».
De allí salimos y pensé que todo había terminado. Otra pifia, pues el auto volvió sobre su recorrido por la Avenida Francisco Vicente Aguilera y entró al recinto de la funeraria de Bayamo. Nadie de los presentes, ni los dolientes ni los trabajadores esperaban tal visita, ya pasada la medianoche, pero allí estaba el Primer Secretario del Partido en aquella invernal madrugada de enero.
Lázaro hablo con todos. Preguntó a los dolientes sobre la calidad del servicio fúnebre y a los trabajadores acerca de las condiciones laborales existentes en la funeraria. Inmediatamente se traslado a la cafetería ubicada en esa instalación, comprobando la existencia de tazas para el café con las tazas partidas y la poca cantidad para la venta.
Volvió a tomar el teléfono y llamó al funcionario responable de esa esfera, al que le preguntó cómo podía dormir tranquilo con esa situación en la cafetería, reclamando su presencia en el lugar de manera inmediata. El reloj marcaba la 1 y 30 am, y cuando nos disponíamos a salir de la funeraria, una trabajadora de la fábrica de coronas lo invitó a visitarla y hasta allí fue para atender una queja vinculada con el salario.
Me dije: «Ya nos vamos». Pensando yo en que tenía que entrar a trabajar a las cinco de la madrugada para preparar el programa Hoy en la Noticia, de Radio Bayamo, que se inicia a las seis de la mañana. Fue mi última pifia de la noche, ya ni preguntaría ni imaginaria más el final de aquel recorrido que deparaba aun algunas sorpresas que hoy me satisfago de haber vivido.
Nuevamente a la Avenida Francisco Vicente Aguilera, seguimos por la calle José Marti, Augusto Márquez, carretera central y el auto giró a la derecha: estábamos entrando al Hospital Carlos Manuel de Céspedes. Allí el punto inicial fue la morgue. Sabiendo lo que se hace en ese lugar, opté por esperar fuera de ese sitio, hasta que Lázaro culminara la razón de su estancia allí. No entré.
Al salir, seguimos en el hospital y entramos en la Maternidad del centro asistencial, recorrimos el recinto, se escucharon las voces de las mujeres, algunas por parir, otras ya siendo madres.
Al final, el Primer Secretario del Partido, Lázaro Expósito Canto, me dijo: «David, ahora si terminamos: hemos hecho un recorrido de la muerte a la vida».
Fuente: http://segundacita.blogspot.com.tr/2017/11/de-la-muerte-la-vida.html