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¿De qué paz y convivencia me habla usted?

Fuentes: Rebelión

Con Franco, la paz nació de la victoria y ésta de la rendición incondicional. Nada de componendas: cautivos y desarmados. Era la paz de los cementerios, de las cunetas, del exilio, del trabajo esclavo, de los sádicos patronatos de protección de la mujer. Luego, más adelante, Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo (¿qué puñetas tendrá que ver una cosa con la otra?) nos aburrió hasta el extremo con su campaña “25 años de paz”, en 1964. Pretendió con ella dar un lavado de cara al régimen y vender una imagen más amable del mismo, no vinculándolo a la guerra y las esencias joseantonianas, sino más bien a la apuesta por el desarrollo, la inversión extranjera y el turismo.

La paz era ahora sinónimo de orden público; es decir, progreso sí, pero sin soltar el mango de la sartén, que sseguía estando asida por el estado franquista y sus tentáculos políticos, sindicales, religiosos, culturales y sociales. “¿Para qué las libertades?, ¿para retroceder al pasado?”, afirmaban los voceros del régimen. No, había que olvidar todo aquello y mirar hacia adelante, hacia un futuro de progreso y sana convivencia. Pero para ello hacía falta seguir manteniendo su paz y no dividir a los españoles con un perverso libertinaje que, como ya se había demostrado en los años 30, tan solo conducían a guerras banderizas.

La convivencia entonces afirmada no era sino una malvivencia aherrojada a un solo y a la vez múltiple pilar: un jefe absoluto, el caudillo; un solo sindicato, el Vertical; un único partido, el Movimiento Nacional; una sola fé, la católica, apostólica y romana; un solo orden social, un misógino patriarcado. Las cosas, por supuesto, han cambiado bastante de entonces a hoy, pero la nueva convivencia que ahora se afirma y sacraliza como objetivo político y social a lograr, suena a hueco en gran medida.

Empecemos diciendo que el propio concepto de convivencia es excesivamente formal, pues poco nos dice en relación a su propio contenido. La Real Academia de la Lengua recoge como sinónimos suyos los de coexistencia, cohabitación y tolerancia, pero nada nos dice con respecto a si la misma es producto de opciones libremente adoptadas o consecuencia de corsés impuestos. Pero, claro está, las diferencias entre ambas son substanciales.

Hablar de convivencia y ensalzar la misma sin referirse a las relaciones de poder existentes en la sociedad, tiene truco. Predicar consensos, reconciliaciones, perdones y abrazos cuando unas personas se encuentran en lo alto de la escala social y otras viven un día a día lleno de tropezones, escaseces e incertidumbres, es desvergüenza pura. Decía Bertorl Brecht: “Para los de arriba hablar de comida es bajo, de mala educación. Y se comprende, porque ellos ya han comido”. Pues eso, mientras unas personas, tras levantarse, lo primero que miran son los altibajos de la bolsa, y hay otras para las que solo existen los altisubes de los precios, difícilmente podremos hablar de una convivencia de verdad, sino de un robo social legalizado.

Vivimos en una sociedad en la que canallas eméritos, miembros de una banda criminal de ilegales comisionistas y defraudadores fiscales (así son definidas estas redes en el art. 570 del Código Penal), alardean con total impunidad de sus hazañas en todo tipo de saraos. Mientras tanto, sin embargo, las cárceles están llenas de ladrones de gallinas y pequeños traficantes de la cocaina que aquellos consumen en sus juergas. Reyes constitucionalmente impunes de todo tipo de delitos que se pitorrean de la gente afirmando gangosamente la tremenda injusticia que supone que, tras 40 años de servicios a la patria, carecen de pensión de jubilación. Y no pasa nada.

Ni tampoco sucede nada cuando uno lee la noticia de que los beneficios del BBVA e Iberdrola durante los nueve primeros meses de este año han alcanzado el exabrupto de los 8.000 y 5.300 millones de euros respectivamente. Y así resulta que en el estado español el 5% más rico de la población acumula el 43% de la riqueza del país, mientras que el 50% tan solo posee el 6%, teniendo así una de las tasas de desigualdad más altas de la UE. ¡Toma ya convivencia democrática!

El régimen actual está asentado sobre la más escandalosa impunidad para con los crímenes del franquismo, la transición y el actual estado democrático. Leyes como la de Amnistía y la de Secretos Oficiales amparan a los criminales y encubren sus fechorías. Por su parte, la timorata Ley de Memoria Democrática sigue cerrando las puertas de la Justicia a las sarracinas del franquismo, la dictadura y la alabada transición. Mientras tanto, guardias civiles condenados -e indultados- por torturas llegan a ser jefes máximos de la UCO, y otros de su mismo pelo consiguen galones de general en la benemérita institución.

Informes oficiales que reconocen mas de 5.000 casos de torturas en Euskal Herria esperan turno a que gobiernos, fiscales y jueces saquen un rato libre para iniciar los oportunos expedientes sancionadores y abrir diligencias por la práctica de crímenes contra la humanidad. En otro orden de cosas, mientras cientos de coroneles, generales, capitanes de fragata y almirantes firman manifiestos ensalzando la figura de Franco el genocida, recibir públicamente a personas que pertenecieron a ETA y han cumplido 20 o 30 años de cárcel se considera gravísima apología del terrorismo.

En resumen, cartas marcadas, árbitros comprados y derecho a ir siempre de mano solamente ellos, los gurús de las huecas convivencias. Por eso, que con todo lo anterior, estos tahures del Mississippi nos sermoneen además diciéndonos que tenemos que ser educados, no levantar la voz y aplaudir sus discursos, es algo que rebosa nuestras tragaderas. Que sepan pues que cuando, vaya vd. a saber por qué razón, callemos ante sus homilías, nuestro silencio no supondrá nunca aceptación, sino grito contenido, y que si nos vemos obligados a darles la mano, nunca olvidaremos después contarnos los dedos por si nos falta alguno.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.