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Colaboradores de Rebelión analizan la coyuntura

Debate abierto sobre Podemos y la unidad de la izquierda

Fuentes: Rebelión

Artículos de Eduardo Maura y Germán Cano, Jaume Garcia, Pablo Bustinduy, José López, Luis Ángel Aguilar Montero y Luis W. Sevilla

No es impaciencia sino realismo

Eduardo Maura y Germán Cano

No somos de IA ni del Partido Equis, tampoco del Frente Cívico, En Red o la Coordinadora 25-S, pero como a tantas otras personas que participamos de alguna manera en las cosas del 15-M, nos ha interesado mucho el debate sobre Podemos que se ha producido en las últimas horas. Sí, horas, y experimentadas a qué ritmo.

En la prensa tradicional solían concederse cien días de gracia al gobierno de turno. En el caso de Podemos, cien horas de vida han bastado para recoger miles de apoyos y aplausos, pero también incontables críticas, «ya me lo imaginabas» y rechazos. Algunas de las críticas más aceleradas incluso han utilizado como argumento las prisas de sus defensores y de sus caras más conocidas. Madrilonia distingue, por ejemplo, entre la urgencia del momento y la impaciencia organizativa de Podemos, y censura, pensamos que apresuradamente, que algunas personas, interpretando que la coyuntura era propicia, se hayan comprometido con este movimiento.

No deja de ser curioso que esta acusación de impaciencia, y la apuesta de Madrilonia por «tiempos lentos», coincida en gran en parte con las posiciones y lógicas «orgánicas» de algunos sectores de Izquierda Unida. Creemos, sin embargo, que esta posición no es realista, sino «pasiva», y que necesita ser desbloqueada por un diagnóstico de la coyuntura actual no, en efecto, voluntarista, sino más amplio. No se trata de buscar atajos, sino de aprovechar la candidatura para intervenir en un espacio social mayoritario, construyendo un «método» de formación política que permita comprender y afrontar la crisis desde gramáticas no neoliberales.

Se acusa a Podemos de abrir el juego con caballo, «saltándose toda la línea de peones». ¿Piensan de verdad En Red o Madrilonia que el proyecto de una Carta por la Democracia puede despertar en el actual tablero político una ilusión parecida entre gentes no afines o no pertenecientes a movimientos sociales? Nos llamó la atención que en el Encuentro de En Red el pasado 18 de enero una participante del grupo promotor afirmara su convicción «de que vamos ganando», como si este otro caballo sólo necesitara cabalgar encima del ciclo de movilizaciones, mareas y luchas inaugurado por el 15-M.

Pensamos, en cambio, que el exceso de optimismo es contraproducente: no es suficientemente consciente de los bloqueos de los movimientos sociales a la hora de acceder a la gente común, y tampoco parece preocuparse por los posibles repliegues autoritarios, se manifiesten electoralmente o no, que muchos sectores de las clases medias podrían abrazar en una coyuntura tan erosionada. En este sentido, nos parece crucial enlazar con estos sectores y brindarles un espacio común de mínimos, no elitista, a partir de una propuesta transformadora no reactiva. Asumiendo sus riesgos y peligros, es aquí donde resulta fundamental, en nuestra opinión, la fuerza afectiva de la iniciativa Podemos, que concebimos como perfectamente complementaria con propuestas tan bien trabajadas como En Red.

Volviendo a la cuestión del ritmo, Carlos Taibo habla en otro lugar de otra urgencia, la de salir del capitalismo, y pone en cuestión la vertiente institucional y anquilosada de la propuesta, aunque se presente como iconoclasta y agitadora. En ambas posturas hay aspectos interesantes, pero lo cierto es que cuesta aclararse: ¿quién va más rápido en este proceso? ¿Quien escoge presentarse con cuatro meses de antelación a unas elecciones moribundas hasta hace unos días? ¿Qué significa salir del capitalismo «con urgencia», más allá de debates teóricos que, por otra parte, nos parecen muy importantes? ¿Van demasiado acelerados los que entienden que es un buen momento y caminan por ello un poco sobreexcitados? ¿O se apresuran más los que necesitan tomar partido inmediatamente, los que necesitan criticar ya la falta de transversalidad, desoyendo el ritmo, bastante lento como sabemos por experiencia, de la participación política horizontal y desde abajo?

Habitando las tensiones de un espacio monstruosamente heterogéneo, Podemos juega con cartas peligrosas (el golpe mediático y la cuestión del liderazgo), pero se trata de estrategias transparentes, y por ese motivo abiertas al debate público.

La cuestión mediática es ambigua, pero también pensamos que el ciclo 15-M ha mostrado que, cautelosamente, se puede trabajar con ella, evitando el conformismo de querer seguir soplando a pleno pulmón, hasta el agotamiento, en nuestras flautas minúsculas.

En cuanto al liderazgo, en los movimientos sociales siempre se han dado casos, muchos y muy sangrantes, de jerarquías invisibles. No queremos justificar una cosa con la otra, pero pensamos que la sobreexposición de Pablo Iglesias se presta más a la cautela, a la desconfianza sana y al autocontrol (por su condición, precisamente, de «figurante») que otros capitales militantes subterráneos igualmente dominantes. Además, la idea de que Podemos sólo tiene la consistencia que le dan sus líderes nos parece un poco apresurada. Un movimiento de este tipo no tiene los pies de barro por el mero hecho de tener, al menos inicialmente, una cara definida. Lo que tiene, por el momento, son muchos frentes y poco más de cien horas de vida.

Naturalmente, de todas las críticas que ha recibido Podemos es necesario aprender algo. Personalmente, confiamos en que el «liderazgo» de Pablo Iglesias sea, en primer lugar, provisional. Suponemos que a él no le parecería mal, sobre todo porque no será decisión suya, sino de todas las personas que ya estamos participando en el proceso más descentralizado que recordamos desde mayo de 2011 (centenares de grupos de apoyo, presentaciones y debates en pueblos y ciudades, proliferación de páginas y cuentas locales en redes sociales, etc.). Ojalá sea veneno para todos los liderazgos que con razón tememos, y sirva no para personalizar, sino para potenciar todo el trabajo que hay delante y detrás de una cara. En resumen, que ayude a enganchar y a canalizar energías, no a concentrarlas en torno a unas pocas personas.

La experiencia de estos días muestra, en nuestra opinión, que Podemos se ha desbordado a sí mismo, al mismo tiempo que desbordaba las expectativas y previsiones de muchas personas afines. Ningún liderazgo o estructura partidista (ni de IA ni de nadie, por citar una información malintencionada de eldiario.es) está en condiciones de controlar este proceso. Si alguien esperaba hacerlo, de verdad se equivocaba. Ya tenemos otro motivo para alegrarnos.

Una candidatura de disenso

Jaume Garcia

El viernes 17 de enero se hizo público en ya sabido salto a la política electoral del profesor Pablo Iglesias, famoso tertuliano de televisión. Podemos, plataforma con la que piensa presentarse a las elecciones europeas del próximo mes de mayo, agrupa a diversos intelectuales afines al tertuliano y el grupo político «mandelista» Izquierda Anticapitalista.

Según los promotores de esta candidatura, con Podemos se superará la actual realidad electoral con una candidatura nueva, alejada de los partidos políticos tradicionales con todo lo que eso implica, cercana a los movimientos sociales, participativa, la voz del pueblo, etc, etc, etc. Una música que desgraciadamente no es nada novedosa.

Pescar en río revuelto

No voy a negar ningún mérito al profesor Iglesias. Como director del programa «La Tuerka» logró convertir este espacio en una referencia dentro de la izquierda, sobre todo entre la juventud universitaria y organizada. Este éxito le ha aupado a los platós de los medios de comunicación de masas como Quatro o La Sexta donde ha polemizado con los tertulianos de la caspa mediática, haciendo una demostración de conocimientos y sapiencia. Frente a los balbuceos de otros tertulianos supuestamente encuadrados en la izquierda, Iglesias ha demostrado a miles de televidentes que se puede responder a franquistas como Marhuenda. Esta labor ha sido positiva y negarlo es una estupidez sectaria.

Ahora bien, que las intenciones del profesor Iglesias iban más allá de ser una figura mediática eran más que evidentes desde el principio. No entraré a valorar egos, ambiciones y arrogancias, pero no tendría que resultar sospechoso que una personalidad de la izquierda que se piensa capaz, quiera aspirar a participar en política en primera línea, incluso en el terreno electoral. Los que creemos que la lucha política es imprescindible para transformar la sociedad entendemos que es útil disponer de figuras conocidas y mediáticas, y que inevitablemente al final necesitas una candidatura y un número uno de la misma.

Tampoco entraré a valorar el papel que directamente han jugado Quatro, Público y La Sexta a la hora de favorecer e impulsar la candidatura de Podemos aunque a nadie se le debería de escapar que algunos medios de comunicación de masas (y por tanto, propiedad de determinados sectores de la burguesía), que tratan de ocupar el mercado «progresista», no han dudado en impulsar toda opción política capaz de dañar a la izquierda tradicional (véase el oscuro partido X y El País).

La política

Desde luego, Iglesias no es ningún tonto y si ha dado este paso es porque sinceramente piensa que puede salir elegido eurodiputado. Tiene a su favor su tirón mediático así como las características específicas de las elecciones europeas (circunscripción única, baja participación, voto bronca…), pero también aspectos políticos de fondo como la tremenda indignación presente en la sociedad, el descrédito de la política tradicional, la crisis institucional y política cada vez mayor, las ansias de cambio de un sector cada vez más masivo de la clase obrera, la juventud y las capas medias… No es el primer intento de determinados grupos políticos de aprovechar estas circunstancias -siempre en detrimento de Izquierda Unida-, pero si parece, de entrada, el intento con más posibilidades de cosechar algún éxito.

Sobre el rechazo a la política tradicional… es un aspecto a tener muchísimo cuidado. Los escándalos de corrupción presentes en casi todas las fuerzas políticas son vergonzosos, vomitivos. Desgraciadamente no sólo afecta a las organizaciones de la burguesía, también las organizaciones socialdemócratas y los sindicatos están completamente inmersos en tramas de corrupción. Ahora bien, este tema, tan sensible, también está siendo utilizados por el capital financiero y la derecha para desacreditar la política en general, poner a todo el mundo en el mismo saco, desanimar y desmoralizar e incluso favorecer tendencias políticas reaccionarias y demagógicas como Ciutadans o UPyD que también se vanaglorian de hacer «nueva política», lejos de la corrupción y la amoralidad.

No todos los políticos de las organizaciones obreras tradicionales son unos corruptos y unos ladrones, aunque, ciertamente, el capitalismo utiliza de manera orgánica y continuada la corrupción, el tráfico de influencias y los «favores». Efectivamente: la corrupción es consustancial a la democracia representativa capitalista, de hecho, es consustancial al propio funcionamiento del capitalismo que la utiliza como una especie de lubricante. Creo que no se trata por tanto de denunciar la política en general, sino específicamente la política BURGUESA, la política sumisa a los dictados de la banca y del capital financiero. Utilizar el sano sentimiento que tienen decenas de miles de personas contra la corrupción sin combatir los intentos capitalistas de desacreditar la lucha política no es sólo oportunista, sino que supone fomentar un prejuicio muy interesado que maleduca a cientos de activistas. Porque además, en este momento, creo que la batalla más importante pasa por aumentar el grado de organización de los oprimidos, y en concreto la organización política, indispensable para conseguir transformaciones políticas. Los prejuicios contra la política en general sólo benefician a los aparatos burocráticos y a los capitalistas que sobre todo lo que quieren es que las organizaciones obreras tradicionales sigan vacías.

La unidad de la izquierda

No voy a ocultar mi militancia en IU y en CCOO. Desde luego tampoco ocultaré mi rechazo a muchos aspectos de la política practicada tanto por la coalición como por el sindicato. Sin embargo, no sólo existe un sentimiento «contra los políticos» en la sociedad. También, y no sólo entre los activistas de los movimientos sociales, hay un fuerte sentimiento «por la unidad». Y este sentimiento tiene una base material muy concreta: Ya sea en la PAH, en las distintas Mareas, en las luchas obreras, etc, muchos de los activistas que admirablemente participan e impulsan estas luchas día a día tienen un carnet político y/o sindical en el bolsillo: unos son de IU, otros de las CUP, de CGT, otros de CCOO, del SAT… A todos estos activistas, y a los que no están organizados en ningún partido o sindicato, les une la lucha, les une el día a día, los esfuerzos, miserias, éxitos y problemas. No sólo les une los objetivos concretos por los que están participando ya sea en la PAH, con los iaioflautas o en la Marea Verde, sino también el rechazo a la injusticia que supone el sistema capitalista. Esta tendencia buscando la unidad beneficiará a Izquierda Unida (sobre todo a nivel estatal porque en Catalunya, Euskal Herria y Galiza el sentimiento nacional modifica el escenario aunque no anula la búsqueda de la unidad) que es percibida por amplias capas de la clase obrera y la juventud como la única alternativa posible a la izquierda del PSOE. Además, como antes dijimos, entre los activistas sociales hay numerosos afiliados o simpatizantes de IU que se parten el cobre en las distintas luchas en las que participan. No es de extrañar que Podemos haya sido percibida entre muchos militantes comunistas como una candidatura sin otro objetivo que arañar votos a IU. Por mucho tirón que pueda tener el profesor Iglesias, el voto a Izquierda Unida va a crecer sensiblemente en las próximas elecciones europeas.

Sin embargo, el futuro de la izquierda en el Estado español pasa, en mi opinión, por la actitud hacia la política que adopten los activistas de los movimientos sociales y del movimiento obrero. En estos años hemos tenido el 15M, las huelgas generales, manifestaciones más o menos espontáneas, las Mareas… muchos de los activistas que participaron e impulsaron estas luchas están sacando la conclusión de que en la lucha contra los recortes y contra el capitalismo hace falta dar un paso más, hace falta más fuerza y más contundencia. Y, añado yo, hace falta la lucha política. Un frente de organizaciones políticas y sociales de izquierdas, opuesto consecuentemente a los recortes y a las políticas capitalistas atraería a muchos de estos activistas que a su vez arrastrarían tras ellos a miles de jóvenes y trabajadores. Un frente de estas características estaría en situación incluso de atraer a un porcentaje importante de votantes del PSOE y plantar cara al PP, a la monarquía y a las demás instituciones heredadas de la Transición.

En ese camino creo que sería muy positivo que las organizaciones políticas de la izquierda impulsaran una Conferencia de movimientos sociales, políticos y sindicales contra los recortes y el capitalismo, lo más amplia posible. Esta Gran Conferencia podría impulsarse a escala local, barrios, fábricas o distritos mediante asambleas amplias donde se eligieran democráticamente delegados para los encuentros de rango superior. El énfasis estaría no tanto en el carnet de partido o sindicato del delegado, sino en su trayectoria en la lucha, el trabajo desarrollado. Sería una gran oportunidad para que, dejando atrás enfrentamientos estériles y sectarios, se pusiera en el primer punto del orden del día un programa común -que sin duda sería mucho más avanzado y combativo que el que figura en los programas electorales tradicionales- y una estrategia y una táctica de lucha contra el sistema, tanto en el terreno de la calle, o el terreno sindical, como en el terreno electoral.

Blog del autor: http://comunaobrera.blogspot.com.es/

Podemos: la lógica del desborde

Pablo Bustinduy, filosófo.

El castigo es ser gobernado por alguien peor que uno mismo

Platón, La República

El 2 de mayo de 2011, Julio Anguita publicó un artículo que llevaba por título «Son los nuestros». El sujeto de esa oración eran los manifestantes que desde hacía cinco días ocupaban las plazas de medio país, y el presumible receptor de su mensaje, un tipo ideal de militante de izquierdas que asistía al mayor estallido político de la historia reciente del país con una mezcla de curiosidad, escepticismo y desorientación.

Ese escepticismo se nutría de la incertidumbre ideológica que rodeaba el proceso: una vaga querencia antipolítica, ese «ni de izquierdas ni de derechas» que asomaba instintivamente en las asambleas y que a más de uno le ponía con razón los pelos de punta. Las plazas parecían carecer de aquello que precisamente le sobraba al militante: un discurso coherente, sistemático y de conjunto; un análisis general del proceso histórico y de las fuerzas determinantes del momento político; una clara vocación anticapitalista y un lenguaje más o menos asentado, a prueba de vaivenes y oportunismos, para describir el cambio que se hacía necesario ante el anunciado colapso del régimen del 78.

Dado este diagnóstico, hubo al menos tres tipos de reacción que, sin ser excluyentes entre sí, canalizaron la respuesta general de esos militantes de izquierdas ante lo que sucedía en las plazas.

La primera, minoritaria, consistió en quedarse fuera, no sentirse interpelado por su llamada, permanecer alerta ante una deriva ideológica peligrosa y denunciar el infantilismo de un discurso demasiado transversal y «desideologizado», demasiado instintivo, políticamente subdesarrollado (claro que, una vez expresada esa denuncia, no quedaba más que sentarse en el sillón a esperar su derrota, para clamar a continuación: ya os lo dije, esto tenía que pasar, no podía ser de otra manera).

La segunda reacción compartía esencialmente ese diagnóstico pero, a diferencia de la primera, supo reconocer la importancia y la dimensión política de lo que estaba sucediendo; a la manera clásica de la vanguardia ilustrada, se trataba entonces de intentar reconducir a las masas y acudir a las plazas para, megáfono en mano, deshacer el hechizo de su alienación (claro que en seguida las asambleas contestaban que muy bien pero que no, gracias, que el discurso que les faltaba estaba en gran medida por hacer, y que lo último que necesitaban eran iluminados que vinieran a soltarles la chapa).

La tercera reacción, que resultó en muchos casos una evolución de las dos primeras, fue la propia de quienes reconocieron a pesar de los diagnósticos y las reservas que algo estaba pasando, y que había que ponerse a trabajar y ser parte de ello.

En otras palabras, la tercera opción fue la de quienes decidieron aterrizar la teoría en la realidad, con todas sus contradicciones, aristas e inconveniencias; fue la de quienes decidieron hacer política e intentar orientar el proceso, trabajosamente y desde dentro, hacia sus posibilidades más productivas. Esa fue la postura defendida por Anguita hacia el final de su artículo, donde decía con un arranque poético expresado en primera persona: «Creo, como comunista organizado, que nuestra militancia comunista exige de nosotros y a título personal, enrolarnos, comprometernos y engrosar sus filas sin más soldada ni recompensa que la gratificante sensación de que volvemos de nuevo a galopar hacia Utopía; o lo que es lo mismo hacia la honestidad, la justicia, la igualdad y el lenguaje limpio y veraz al servicio de la comunicación de ideas».

Lo curioso es que este proceso, por caricaturizado que parezca, se repitió casi literalmente pocos meses después en Occupy Wall Street. Un brillante politólogo marxista y muy buen amigo mío me vino a decir, en plena efervescencia de la mayor movilización política vista en décadas en los EE.UU., que le parecía todo muy interesante pero que era una cuestión de principio: él no podía apoyar una protesta que se dirigiera explícitamente al 99%, porque partía de un análisis incorrecto de la estructura social y por tanto no podía llevar a ninguna parte que mereciera la pena.

¿Pero a qué otro lugar llevaba, me preguntaba yo, a qué otro lugar sigue llevandoese supuesto análisis correcto? ¿Cuál es la realidad en la que aspira a marcar una diferencia, dónde y cuándo quiere hacer política, y qué política quiere hacer?

No se trata del viejo sofisma que silencia la crítica o la negativa preguntando altaneramente y tú qué propones. Se trata de reconocer algo distinto, y es que el género trágico es siempre el más cómodo para la teoría que no sale de sí misma, para los discursos coherentes y cerrados, para todos los cínicos y los que están demasiado seguros de sí: desde el principio sabemos que todo lo que no encaja va a salir mal, que toda trama que se sale del guión conduce irremediablemente hacia el desastre. Pasa con estos discursos como con la frase del chiste: si todo lo que tienes es un martillo, cualquier cosa que veas en la realidad acabará pareciéndose a un clavo.

Ese es el régimen discursivo en el que se enmarcan muchos de los dejes heredados de la izquierda, que le han dado la vuelta a la fórmula wittgeinsteniana de las semejanzas de familia: aquí, lo que mejor sirve para ubicar cada cosa en su lugar son las diferencias de familia, los matices, las asimetrías, las pequeñas distancias -por insignificantes que parezcan.

Esa es la fórmula paradójica de la impotencia de izquierdas, un pensamiento existencialmente instalado en la tragedia: como eldasein heideggeriano, lo que está más cercano es al mismo tiempo lo que está más lejos de sí; la identidad propia se construye a partir de la negación del otro, y por tanto requiere una búsqueda obsesiva y una exageración sistemática de la diferencia; las posiciones políticas se moralizan hasta el punto que su lucha aparece como un combate épico entre pureza y traición, rectitud y desvío, verdad y conspiración, una cuestión de coherencia en la que, al cabo, la comprensión y la transformación de la realidad casi se convierten en lo menos importante.

Así se convierte el análisis materialista en una neurosis obsesiva cuya economía psíquica depende, además, de un discurso perenne sobre la unidad: la unidad imposible, la unidad perdida, es la ausencia que mueve la maquinaria entera, el objet petit a que mantiene la consistencia simbólica de la propia identidad en el marco general de la derrota.

Hay un problema evidente en todo esto: el horror vacui, una fobia instintiva a la política que probablemente se explique por razones históricas. Por eso me he acordado del artículo de Anguita, de ese gesto que llamaba precisamente a lo contrario, a mancharse las manos, enrolarse y comprometerse, a poner los discursos a trabajar a pesar incluso de los discursos mismos.

Son los nuestros quería decir: tenemos que estar, o al menos así lo leyó mucha de la gente que ocupaba las plazas, mucha gente que se preguntaba dónde estaban los que no estaban, qué podían tener mejor que hacer, por qué preferían esperar fuera en vez de intentarlo, en vez de participar de aquello que, con todas sus impurezas e imperfecciones, ofrecía un lugar y una posibilidad para la acción presente, inmediata, real, un lugar y una posibilidad para la acción política.

Claro que no había ninguna garantía, claro que la incertidumbre y la posibilidad de que todo saliera mal era evidente: de hecho hay que decir que casi todo ha salido mal para poder decir que no está aún todo perdido. Pero uno se preguntaba entonces, igual que se pregunta ahora: ¿qué garantía ofrece el quedarse fuera, esperar a que los hechos confirmen la crónica amarga de una derrota anunciada? ¿Qué garantía aporta no hacer siquiera ademán de intentarlo?

Con sus tres mil diferencias, creo que todo lo que está sucediendo en torno a la iniciativa Podemos plantea en lo esencial una situación similar. Solo la conversación que está teniendo lugar ya merece la pena: es una interpelación a todos aquellos que quieren hacer política y resignificar la democracia, a los que no se resignan a esperar y quejarse después; es una invitación a tomarse en serio las palabras, a pensar qué es la unidad popular, cómo se puede lograr, cuáles son las herramientas que se requieren para ello, cuáles los objetivos que se persiguen, con qué lenguaje expresarlos.

La conversación merece la pena, además, porque la mayor parte de las críticas a Podemos son acertadas, porque apuntan a ejes y preguntas fundamentales (el liderazgo, el funcionamiento, el programa, etc) que están sin duda por responder. Pero basta el hecho de que se esté hablando de ello -hablando, además, a futuro, en primera persona, hablando no de lo que (no) se ha hecho, sino de lo que hay que hacer, de lo que se puede hacer – para indicar lo oportuno y necesario del gesto, para anunciar las posibilidades que encierra.

No se trata, como han dicho algunos, de una simple cuestión electoral, aunque las elecciones sean otro de los nudos neuróticos heredados de la izquierda trágica. A diferencia de lo que dice el título del manifiesto, creo que Podemos no solo ha movido ficha: le ha dado un puñetazo al tablero y nos ha puesto ante la obligación de pensar en el qué hacer no de forma teórica, trágica, impotente, sino de forma política, señalando un campo en el que cada cual tiene que decidir dónde se ubica, para qué, con quién. Esa es la clave del gesto, de su éxito inicial, de las posibilidades que plantea: ese campo interpela potencialmente a todo aquel que se lo quiera tomar en serio, a todo aquel que lo reconozca como problema y como necesidad.

Podemos no es un esquema cerrado de medios a fines ni una organización alternativa a las ya existentes, sino una forma de desbloquear la situación, una forma de expresar la voluntad de articular en ese campo un espacio común para las fuerzas que defienden la democracia y se oponen a la dictadura de la deuda.

Claro que no es el primer ni el único intento, pero sí es el que está sucediendo, el que está aún por hacer, aquél en el que hoy, ahora mismo, se puede trabajar por la unidad.

Esa es la clave: ya no se trata de preguntar quiénes son, si estos son o noson los míos. Podemos es una pregunta en primera persona, la pregunta del qué se puede hacer y el cómo, una pregunta cuyas respuestas, en plural, están enteramente por hacer. Quienes esperan, martillo en mano, que esas respuestas vengan desde arriba (de la televisión o de una rueda de prensa) para confirmar sus peores sospechas, están contestando con frases viejas a hechos que aún no han sucedido, y se exponen a aquello que cuenta Marx en los escritos sobre Francia: la «fuerza sin frase» de quienes no entienden lo que son está igual de condenada a la impotencia política que las «frases sin fuerza» de quienes interpretan el mundo sin entrar en contacto con él.

La única posibilidad de que Podemos sirva para algo es que se multiplique lo que ha estado pasando en sus primeros días de vida: que se desborden todos los cauces previstos, que se dé lugar a un proceso democrático y masivo al que, como pasó en 2011, cada vez más gente se sienta apegada, que cada vez más gente reconozca como un lugar de cualquiera en el que está realmente todo por hacer.

Si eso sucede, si Podemos se desborda, se multiplica, se democratiza radicalmente y desde abajo, sucederá ahora lo mismo que entonces: cada vez resultará más difícil explicar y explicarse por qué uno no está en el proceso, por qué no quiere participar, a pesar de todos los problemas, de todas las contradicciones, de la falta total de garantías.

Una última cosa: claro que hace falta un contrapeso poderoso a la lógica mediática, al liderazgo y el personalismo, a lo vertical del proceso tal como se ha dado hasta ahora. Si el proyecto se presenta en clave representativa, presuponiendo la homogeneidad y la unidad del cuerpo al que tiene que encabezar, anulará sus propias condiciones de posibilidad y se quedará en un intento electoral más o menos frustrado.

Pero eso, a día de hoy, está lejos de ser algo dado. En su extensión territorial, en la composición de un programa democrático, anti-deuda, socializador, en la movilización de muchos y de cualquiera -en una palabra, en el desborde y la aceleración del proceso y de la conversación que ya está teniendo lugar.

Podemos tiene la capacidad de convertirse en el ariete de la explosión democrática que necesita este país, de interrumpir la lógica de lo normal de una manera que pueda sobrevivirse a sí misma. Por supuesto que no hay garantías de nada, que todo puede salir mal, que todo está por hacer. Pero una cosa está clara: el coste de oportunidad de no intentarlo tiende hoy en día al infinito.

La unidad de la izquierda

José López

Cómo lograr la imprescindible unidad de la izquierda real

Es evidente que la unidad hace la fuerza. Más, si cabe, si se tiene en cuenta una ley electoral, como la que existe en el Estado español, que beneficia a los grandes partidos (PPSOE) o a los que tienen un gran apoyo concentrado en ciertas zonas geográficas (nacionalistas). Es primordial lograr un único y amplio frente de izquierdas que concentre todo lo posible los votos de todos los descontentos con el actual gobierno y con el actual sistema en el que los «distintos» gobiernos sólo se diferencian en ciertas formas y en matices. Es evidente que la izquierda real (la que defiende los intereses de las clases populares, de la mayoría social) debe trabajar prioritariamente para lograr cuanto antes su imprescindible unidad de cara a las próximas elecciones generales en España (las elecciones europeas van a suponer, por ahora, simplemente, un ensayo). Es evidente que la Revolución no será posible si no alcanza el poder político alguna fuerza política capaz de dirigirla con suficiente apoyo popular. Esto no impide que sigan las movilizaciones populares en las calles. Pero los hechos nos demuestran que éstas, aun siendo necesarias, son insuficientes.

En las últimas semanas se están produciendo importantes avances para lograr concretar dicha unidad. Todo el mundo de la izquierda (de la cual descarto al PSOE porque hace tiempo que ha demostrado reiteradamente en la práctica que está al servicio del poder económico, dicho partido sólo tiene de izquierdas el nombre) reconoce que es imprescindible la unidad. A mi parecer, dos son las iniciativas, según la información de que dispongo, que parecen estar más cerca de esa unidad. Por un lado, Suma, la gente primero , alrededor de la cual se han aglutinado bastantes organizaciones sociales y políticas (entre ellas Izquierda Unida, IU), y Podemos , liderada por Pablo Iglesias, que acaba de presentarse públicamente. La primera tiene como punto fuerte el haber logrado que muchos colectivos (con mucha gente que tiene sobre sus espaldas muchos años de lucha) se sumen a ella en base a un programa político de mínimos. La segunda tiene como punto fuerte el eco mediático que la primera no ha logrado, aprovechando la fama adquirida por su principal promotor en la televisión. En mi modesta opinión, ambas iniciativas pueden y deben converger. Hay que compaginar los puntos fuertes de cada una de ellas.

Podemos ha logrado en muy poco tiempo algo que no ha logrado aún Suma: cierto eco mediático. Yo no soy muy partidario de los liderazgos excesivamente personales, pero, indudablemente, nos guste o no, en determinados momentos son importantes para lograr el apoyo de muchos ciudadanos. Alguien tiene que dar la cara. Podemos tener un programa político muy bien diseñado, podemos hacer un gran trabajo «entre bastidores», pero si no lo conoce la opinión pública, de poco nos servirá. Pablo Iglesias ha dado un paso adelante, se ha comprometido a liderar un frente electoral que empiece a amenazar al bipartidismo, desde unas coordenadas claramente izquierdistas («en este momento defender lo que dice la declaración universal de los derechos humanos es poco menos que revolucionario»), que él mismo reconoce («es evidente que los que estamos aquí somos de izquierdas»), pero usando formas distintas a las que ha empleado tradicionalmente la izquierda, y sobre todo abriéndose a la ciudadanía. Dijo que si no recibía el apoyo de, cómo mínimo, 50.000 personas, el proyecto se abandonaría. En menos de 48 horas logró sobradamente dicho apoyo popular. Ha dicho claramente que si en algún momento la ciudadanía decide que sea otro el que lidere Podemos, él se pondría «a sus órdenes». Ha invitado a IU a sumarse al proyecto, incluso a liderarlo. Algunos lo han tomado como un reto a IU, yo creo que no es así. Yo no interpreto que Podemos se haya planteado como un posible rival de dicha coalición. Lo que sí es cierto es que si ambas iniciativas no convergen se dividirá el voto de la izquierda. Lo que sí es cierto es que IU, que tanto proclama que la izquierda debe abrirse a la ciudadanía, tiene ahora el reto de demostrarlo en la práctica. Ahora quienes llevamos años batallando por un sistema más libre y justo tenemos el reto de concretar la tan cacareada necesaria unidad de la izquierda. La responsabilidad es enorme. El pueblo está sufriendo y es imprescindible dejar de lado estúpidos orgullos personales, estúpidos sectarismos y dogmatismos, y dar los pasos necesarios para invertir la tendencia actual de los acontecimientos.

Yo pienso que defender la democracia más amplia y completa posible es ser de izquierdas. Pues sólo lograremos que la mayoría social pueda salir del sufrimiento que padece, pueda vivir dignamente, cuando el poder del pueblo sea real, cuando los gobiernos que surjan de un sistema auténticamente democrático gobiernen para el pueblo y respondan ante él. Yo pienso que defender los derechos humanos es ser de izquierdas. Yo pienso que defender los intereses de la mayoría de los ciudadanos por encima de los de los bancos, de los grandes empresarios o de los mercados, es ser de izquierdas. Yo pienso que estar en contra de los recortes en sanidad, educación, etc., es ser de izquierdas. Se podrá defender distintas estrategias, se podrá discrepar en matices, lo cual siempre es sano, incluso necesario, pero, en líneas generales, todos los que defendemos sinceramente, entre otras, las ideas mencionadas podemos considerarnos de izquierdas.

La cuestión, por tanto, radica en ver más lo que nos une que lo que nos separa para lograr esa ansiada unidad. Si logramos un programa político de mínimos que gire en torno a dos ideas centrales (regeneración democrática y rescate ciudadano) yo pienso que sí es posible la unidad de la izquierda. Mucha gente es de izquierdas pero no lo sabe. De hecho, la izquierda real, la que de verdad defiende los intereses de la mayoría social, debe aspirar, sin complejos pero con astucia, a recibir el apoyo de dicha mayoría en las urnas. Pero, para ello, debe tenerse en cuenta la situación ideológica de la sociedad actual. No lograremos el apoyo de muchos de nuestros conciudadanos (trabajadores sobre todo) si no tenemos en cuenta los prejuicios incrustados en sus mentes diariamente por los grandes medios de comunicación capitalistas. Por consiguiente, esto implica que, por ahora, debemos establecer un programa político mínimo que permita avanzar (aunque sea tímidamente al principio) hacia la Revolución, pero con el apoyo de las masas más o menos alienadas por el capitalismo. Implica también que debemos usar un lenguaje apropiado que no espante a las masas, que no haga que sus prejuicios se pongan en funcionamiento automáticamente en cuanto oigan ciertas palabras «mágicas». Debemos defender las ideas prescindiendo de etiquetas, al menos de aquellas que sabemos que están desprestigiadas o demonizadas ante la opinión pública. Dicho de otra manera, debemos defender ideas de izquierdas (al menos, por ahora, algunas de ellas, las que sabemos que a día de hoy pueden ser apoyadas por la mayoría de la población, como la idea de la democracia real, o como la idea del no a los recortes sociales) sin decir mucho que son de izquierdas, debemos lograr que los potenciales votantes de izquierdas (la mayoría de personas) voten a la izquierda sin casi saberlo. ¿Cómo? Como nos mostró el 15-M: sin banderas, sin símbolos (por lo menos sin los tradicionales), tan «sólo» con las ideas «desnudas». Ideas de izquierdas sin etiquetas de izquierdas. Es por esto que me parece acertada la estrategia iniciada por Suma y sobre todo por Podemos de presentarse ante la opinión pública como gente de izquierdas (pues tampoco se trata de ocultarse, de engañar) pero sin darle demasiada importancia a las etiquetas ideológicas, sin insistir demasiado en su carácter izquierdista, para insistir sobre todo en las ideas que defienden. Si queremos resultados distintos deberemos emplear estrategias distintas.

¿Es que no nos interesa a todos los izquierdistas (de todas las facciones) tener una democracia verdadera donde, entre otras cosas, nuestras ideas puedan ser realmente conocidas por el conjunto de la ciudadanía (en vez de ser minoritarias o marginales)? Si cada uno de nosotros pensamos que nuestras ideas son las correctas, ¿no nos interesa que puedan ser conocidas masivamente? Si logramos instaurar una democracia auténtica en la que todas las ideas tengan las mismas opciones de ser conocidas, discutidas, cuestionadas, probadas en la práctica, ¿no interesa eso a todas las facciones de la izquierda? Yo creo, repito, que la ansiada unidad de la izquierda será posible si logramos un programa político que se vertebre alrededor de esas dos ideas centrales mencionadas: democracia real y rescate ciudadano. La gente tiene que percibir que, además de luchar contra los recortes, contra los desahucios, contra los despidos, contra las contrarreformas, contra la corrupción, contra la especulación ejercida por ayuntamientos y poderosos empresarios, etc., hay que luchar también, simultáneamente, por la democracia auténtica. De hecho, la involución que estamos sufriendo, el ataque sistemático al que estamos siendo sometidas las clases populares, es una consecuencia directa de que no tenemos verdadera democracia, de que lo llaman democracia y no lo es.

Todo esto implica que todos los izquierdistas deberemos ser en mayor o menor medida generosos para renunciar, por ahora, a algunas de nuestras ideas. Deberemos aplazar para más adelante ciertos objetivos más ambiciosos, los cuales no deberemos olvidar, los cuales retomaremos en cuanto iniciemos, por fin, la marcha hacia un sistema mejor, en cuanto se desbloquee la actual situación. Debemos buscar el denominador común que nos une, que nos interesa: la democracia y la defensa de los intereses de los trabajadores, de la mayoría social. ¿No nos interesa eso a todos los izquierdistas? Además, si nosotros pensamos que estamos en lo cierto, si defendemos los intereses de la mayor parte de la ciudadanía, ¿no nos interesa darle voz a ésta?, ¿debemos tener miedo de que las organizaciones se abran a los ciudadanos que no militan en ningún partido de izquierdas pero que, muchas veces inconscientemente, son de izquierdas? ¿Es que el 15-M, que estuvo completamente abierto a la ciudadanía, no fue siendo cada vez más de izquierdas? Si lo hacemos, si nos abrimos a los ciudadanos, si no restringimos el debate a los círculos cerrados de la militancia, no sólo lograremos demostrar a nuestros enemigos, a la opinión pública general, que nosotros creemos sinceramente en la democracia, pues la practicamos, sino que se establecerá, por fin, una comunicación bidireccional entre la izquierda tradicional y la izquierda potencial, es decir, la mayoría social. Poco a poco lograremos convencer a las masas de que en verdad ellas son izquierdistas.

Como decía Lenin, la clase obrera es más revolucionaria que el partido más revolucionario. Y yo añadiría, aunque no lo sepa. E incluso le matizaría al decir que la clase obrera es potencialmente más revolucionaria que el partido más revolucionario. Es verdad que existe el riesgo de quedarnos a mitad de camino (de sustituir la necesaria revolución por simples reformas) pero también existe el riesgo de ni siquiera arrancar. A este respecto, el frente único de izquierdas que se constituya finalmente debería decir claramente ante la opinión pública que no piensa renunciar a su programa mínimo, que no piensa traicionar a los ciudadanos que les voten. Es verdad que el contacto con las masas puede hacer que, al principio, el programa de la izquierda no sea suficientemente de izquierdas, pero también existe el riesgo de que la izquierda revolucionaria siga aislada de las masas, dejando, de paso, el terreno libre al fascismo. En las condiciones actuales, hay que evaluar qué riesgo es peor. Si no arrancar y posponer indefinidamente el inicio del camino revolucionario, o bien, empezar a caminar aunque nuestro «equipaje» sea al principio más ligero. Dicho de otra manera, la izquierda real deberá elegir entre permanecer «pura» y marginal, aislada de la sociedad actual, o bien «ensuciarse» para ir poco a poco, con paciencia y tesón, convenciendo a la ciudadanía de la corrección de sus ideas. Esperar que las masas vengan a nosotros o ir nosotros a donde estén ellas. Que las masas se vuelvan por sí mismas revolucionarias por arte de magia (en las condiciones actuales, en las que esa enfermedad llamada «burguesía» que decía Pasolini es una auténtica plaga, sería poco menos que milagroso), o bien que la vanguardia revolucionaria, usando una estrategia inteligente y adaptada a los tiempos actuales, las ayude a serlo (sin nunca suplantarlas).

Yo pienso que sí es posible lograr ahora la unidad de la izquierda en base a, por un lado, un programa centrado en las dos ideas mencionadas, democracia real y rescate ciudadano, el cual habrá que concretar todo lo posible intentando que sea lo más izquierdista posible, lo más revolucionario posible, y en base a una metodología que dé el máximo protagonismo posible a las bases, a las masas, a los ciudadanos. Sin olvidarnos de la tremenda importancia de elegir los nombres y los símbolos (porque aunque mínimos, alguno habrá que usar) más adecuados para la lucha ideológica que se avecina. A mí en particular me gusta más el nombre de Podemos que el de Suma, la gente primero. Podemos me parece más contundente, un nombre breve es siempre mejor. Podemos recuerda mucho al famoso sí se puede, el cual se ha convertido casi en el himno de las luchas populares actuales, sugiere poder popular. Pero creo que tanto Suma, es decir, sobre todo IU, como Podemos, es decir, sobre todo Pablo Iglesias, deberán ser suficientemente generosos, realistas, responsables y flexibles para lograr esa imprescindible unidad de la izquierda real. Nos jugamos mucho. ¡Estemos a la altura de las históricas circunstancias! ¡Sí se puede!

Blog del autor: http://joselopezsanchez.wordpress.com/

Por fin un liderazgo con el que PODEMOS concitar la unidad de la izquierda en España

Luis Ángel Aguilar Montero

A la enésima va la vencida. Tras una docena de iniciativas que han tratado de ofrecer una alternativa política al vendido bipartidismo español (desde una clave anti-capitalista y anti-austeridad), que obviamente no han calado en la sociedad, creo que la reciente presentación de «Podemos«, la plataforma liderada por los jóvenes profesores Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, puede darnos lo que tanta gente estábamos esperando. Una prueba de las Elecciones Europeas del 25 de mayo en las que, tras los éxitos de las PAH en el tema de la vivienda, hay que demostrar que también se puede defender la decencia, la democracia y los DDHH.

El fracaso de todas esas iniciativas o el que no terminen de cuajar se debe -a mi entender- a 4 causas muy concretas: o solían parecer más de lo mismo, o no ser una verdadera alternativa al sistema, o no contar con los apoyos ciudadanos suficientes o estar precocinadas desde arriba, sin contar con los de abajo. Y precisamente estas limitaciones son las que pretende superar esta iniciativa que lleva por lema «La ciudadanía decidimos«. ¿O no ha ocurrido así en los casos de las Mesas de Convergencia, las Cumbres Sociales de los sindicatos, el Frente Amplio de Izquierdas de Llamazares, Socialistas de Izquierdas, Convocatoria Social de IU, la Unidad Ciudadana de Juan Torres, el Frente Cívico, Somos Mayoría de Anguita, las Asambleas Ciudadanas del 15-M y las de las diferentes Mareas, el Bloque Crítico de las SAT-CGT-USTEA, Alternativas desde debajo de IA, EQUO, En Red, Confluencias, el Partido X,…?

Tres condiciones: 50.000 apoyos, llamamiento de unidad y que elija la gente.

1. Que tenga un gran respaldo popular y si no es así y la gente elige a otra persona, él se aparta. «Hoy voy a dar un paso adelante asumiendo que puedo encabezar una candidatura a las europeas (…) pero me someteré a un proceso de legitimación ciudadana, como unas «primarias abiertas», si la iniciativa consigue 50.000 apoyos en 20 días.

2. Un llamamiento a la unidad de la izquierda. «Buscaríamos un proceso de unidad con todas las fuerzas políticas y movimientos que se han opuesto a las políticas de austeridad como Izquierda Unida, Anova, las CUP, el Sindicato Andaluz de Trabajadores, las mareas ciudadanas…).

3. Un método participativo de verdad, que tras superar la legitimación popular inicial, se la jugaría contra cualquier otro candidato de un posible «frente contra la austeridad» sea de IU, el SAT, las CUP o las mareas ciudadanas, que si en una especie de primarias abiertas a la ciudadanía, obtuviera más apoyos, él se retiraría a un segundo lugar o al que le correspondiera. En este sentido también creo que lo tiene fácil, pues fuera de la gente del tipo Ada Colau (que por otra parte parece que ve con buenos ojos el proyecto) o Alberto Garzón, (que no parece ser la propuesta de IU, frente a una impuesta repetición de Willy Meyer que no genera consensos suficientes), Esther Vivas (que debe estar ya con la gente de Izquierda Anticapitalista) no se vislumbran candidatos carismáticos en este país para liderar un proceso como el apuntado.

Un pre-programa atractivo y valiente.

  1. Recuperación de la soberanía popular y derogar el artículo 135 de la Constitución española. Llas deudas ilegítimas no se pagan.

  2. Soberanía de los pueblos y derecho a decidir su futuro libre y solidariamente. Apoya la celebración de la consulta convocada en Catalunya para el 9 de noviembre.

  3. Salarios y pensiones dignas, con una fiscalidad progresiva para que paguen más los que más tienen, que persiga el fraude fiscal, que rechace los despidos en empresas con beneficios, y que apueste por el reparto del trabajo.

  4. Derecho a la vivienda digna. Asumiendo las tres propuestas de las PAH: Dación en Pago retroactiva, Alquiler social y paralización de los desahucios.

  5. Rechazo a las privatizaciones de servicios públicos y bienes comunes: la educación, la sanidad, la justicia, el transporte, la información, la vivienda o la cultura. Y Defensa de una democracia radical donde los referéndums vinculantes y las ILP formen parte destacada de un nuevo ordenamiento jurídico tras un proceso constituyente.

  6. Combatir la violencia machista, defender el derecho de las mujeres sobre su propio cuerpo y, por lo tanto, el derecho a decidir si quieren interrumpir o no su embarazo, y defender asimismo la libertad de orientación e identidad sexual.

  7. Apuesta por un cambio de modelo productivo que esté al servicio de las personas a través de una reconversión ecológica de la economía, por la nacionalización y socialización de las empresas energéticas y por la soberanía alimentaria.

  8. Derechos de ciudadanía para todos y todas y derogación de las leyes de extranjería.

  9. Rechazo a las intervenciones militares, y por la salida de la OTAN y la defensa de las relaciones solidarias entre los pueblos.

  10. Proceso participativo abierto a la ciudadanía, en la elaboración de su programa y en la composición de la lista paritaria, con rotatividad de cargos e ingresos equivalentes al salario medio, compromiso de transparencia y rendición de cuentas, cuyos recursos financieros sean independientes de la banca privada y de los «lobbies».

AGE: ANOVA-EU, en Galicia, un magnífico precedente del que aprender.

Quiero recordar, para terminar, un ejemplo plenamente aleccionador que los gallegos van a entender mejor que nadie. Cuando IU (EU en Galicia) que no mojaba en la Xunta, aspirando a sacar su primer consejero en las pasadas Elecciones Autonómicas, y los escindidos del BNG (ANOVA) apenas soñaban con recuperar un escaño desde su testimonial minoría, fue la generosidad de IU de la mano de una enorme Yolanda Díaz la que, al aceptar ir detrás de un conocido y carismático Xosé Manuel Beiras que inicialmente tenía menos apoyos, permitió conseguir 9 escaños para la recién constituida AGE y porque Feijoo adelantó las elecciones al ver los crecientes apoyos que concitaba con el pasar de los días. Quizás ahora tengamos que aprender de esa experiencia. Porque cuando se habla de que para una verdadera unidad de la Izquierda con opciones de alcanzar el poder, – y no sólo de colaborar con el-, únicamente con una IU generosa se podría lograr, esa generosidad pasa por no imponer los vicios y métodos de siempre. Pablo y Juan Carlos revolucionan así el panorama obligando a IU a mover ficha, pero también a quienes indignados, esperábamos y deseábamos una alternativa cual Syriza en Grecia. Será por intuición o por lo que sea, pero a mí me parece una buena propuesta, ilusionante, con futuro y con posibilidades; eso sí, depende de la gente y será la ciudadanía la que decidamos. Ya no queda tiempo, ni excusas.

Para saber más:

El manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político. http://tratarde.org/wp-content/uploads/2014/01/Manifiesto-Mover-Ficha-enero-de-2014.pdf Necesitamos una candidatura unitaria y de ruptura, encabezada por personas que expresen nuevas formas de relacionarse con la política y que suponga una amenaza real para el régimen bipartidista del PP y del PSOE y para quienes han secuestrado nuestra democracia.

La firma para los 50.000 apoyos en la página web del proyecto : http://www.podemos.info/ Nuestra exigencia y aspiración es que la política defienda los intereses de los de abajo, la casta nos conduce al abismo por su propio beneficio egoísta. Sólo de nosotras y nosotros, la ciudadanía, puede venir la solución. Desde la participación activa y democrática que nos permita recuperar la política para satisfacer las necesidades de las personas. Por ello desde «Podemos» queremos fomentar la implicación ciudadana desde la base, porque «Podemos» es un proceso, una herramienta que se construye cada día. ¡Anímate y participa! Sólo si conseguimos 50.000 apoyos esta iniciativa seguirá adelante.   Súmate.

Video de la Presentación de PODEMOS : https://www.youtube.com/watch?v=vNOsg6KF3Ts#t=728 Pablo Iglesias presenta la iniciativa Podemos como «un método participativo abierto a toda la ciudadanía». Junto a él intervienen: Teresa Rodríguez (Marea verde y sindicalista), Juan Carlos Monedero (profesor de Ciencia Política), Miguel Urbán (activista social), Ana Castaño (psiquiatra, Marea blanca) e Íñigo Errejón (investigador y analista político).

Luis Ángel Aguilar miembro de Stop Desahucios AB, fue Coordinador provincial de IU

Blog del autor: http://luisangelaguilar.blogspot.com.es/

¿Que si podemos? ¡Debemos!

Luis W. Sevilla  

La presentación de ‘Podemos’, proyecto de candidatura electoral a las Elecciones Europeas, agita el panorama partidista y social.

Esta semana hemos asistido a uno de esos fenómenos que no se dan con frecuencia en nuestro panorama de partidos políticos: se ha puesto en marcha un intento de hacer un frente común social y político que, empezando por las próximas elecciones europeas, pueda presentar batalla (con la intención de ganarla) frente al rodillo neoliberal de la Troika (FMI, UE y BCE), la banca y la oligarquía financiero-corporativa que campan a sus anchas en nuestro país gracias a la indispensable servidumbre tanto del PP como del PSOE.

El proyecto aparece con lo que parece un señuelo muy atractivo: El televisivo Pablo Iglesias, conocido por los públicos de todas las ideologías que ven la televisión porque contrarresta las barbaridades de los tertulianos de derecha y extrema derecha en cuatro, la sexta o intereconomía. Está impulsado por el partido Izquierda Anticapitalista, que lleva un par de elecciones presentándose en bastantes provincias españolas sin haber conseguido aún representación parlamentaria. Su posicionamiento político responde fielmentel a su nombre: representan una izquierda socialmente y medioambientalmente responsable, con un fuerte compromiso con los derechos y libertades de todos los ciudadanos, especialmente de los más desfavorecidos, contraria a este capitalismo depredador. Un partido cercano a los movimientos sociales que se han estado enfrentando desde hace más de 15 años a la globalización neoliberal al entender que esta era una evolución del capitalismo que llevaría al mundo a una crisis económica, ecológica y humana de manera inevitable.

El anuncio y la posterior presentación de la candidatura han suscitado una gran cantidad de rechazos desde todo el espectro ideológico. Desde las derechas con buena lógica al tratarse de un adversario irreconciliable. Pero desde la izquierda, especialmente desde Izquierda Unida, es desde donde se han podido leer las críticas más feroces y las más destempladas descalificaciones.

Es evidente para una mayoría de ciudadanos que la situación económica, pero especialmente política es un auténtico desastre de proporciones inmensas del que no se vislumbra manera de salir. Hay un consenso muy grande sobre el estado de corrupción generalizado en los partidos que han formado gobiernos de forma habitual en los últimos 20 años: PP, PSOE, PNV y CiU han organizado un sistema de trasvase de dinero público a los miembros de los consejos de administración de las grandes corporaciones y la banca enriqueciéndose al mismo tiempo y empobreciendo a la mayor parte de la ciudadanía. El poder legislativo es inoperante puesto que las leyes las realizan camarillas desde el gobierno (la última reforma eléctrica la redactó la patronal de las eléctricas). El poder judicial está sometido casi por completo a las necesidades e intereses de los poderosos y de sus colaboradores. Los propios partidos se han convertido, gracias a un eficaz sistema de ocultación de sus actividades, en un contenedor en el que caben los peores comportamientos caciquiles, depredadores y profundamente antidemocráticos.

Y este orden de cosas es completamente inasumible e insostenible. En los últimos 3 años estamos observando como desde más pequeños grupos de la sociedad civil se afronta este escenario rechazándolo con energía. Las mareas por los servicios públicos, la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, las asambleas populares y de barrio. La que esta semana ha conseguido hacerse escurchar en Gamonal, Burgos. La inmensa mayoría de los medios de comunicación de masas, televisión, prensa y radio, nos presentan un aspecto de la realidad tan parcial y sesgado que apenas si nos muestran la realidad que vivimos, y su punto de vista apenas se corresponde con la opinión de los ciudadanos. En cambio a través de los medios alternativos de información: prensa alternativa, redes sociales en internet, hablando con vecinos, compañeros y desconocidos tenemos una sensación muy clara de que la desaprobación, el hartazgo y el rechazo a esta situación y este sistema es muy amplio,

Pero el sistema electoral, el sistema de partidos, el sistema de conexión entre las élites adineradas y las cúpulas de los partidos es tan cerrado y tan eficaz que funciona como una reja de hierro: Los ciudadano fuera de los intereses económicos oligárquicos o de los intereses políticos a su servicio estamos encerrados y no tenemos capacidad de influir para que esta situación pueda arreglarse o mejorarse.

Esta situación de bloqueo de las instituciones, de golpe de estado manifiesto, de usurpación de la representación popular por parte de un colectivo de individuos rapaces al servicio de los poderes fácticos clásicos (el capital, la iglesia) no puede romperse desde los mismos elementos que la conforman (la monarquía, los partidos del sistema, la CEOE o los sindicatos que han contribuido a montarla, CCOO y UGT). Estos grupos son el forjado de este sistema y por muchas poses o declaraciones públicas que puedan hacer unos u otros no van a romper algo que han ayudado a construir y contribuyen a mantener.

Y sin duda el factor social fundamental que ha contribuido a que llegáramos al actual orden de cosas ha sido una mezcla de pasividad, desinterés y credulidad. Los ciudadanos hemos estado manteniendo un desinterés hacia los asuntos colectivos que ha contribuido a que este sistema político se corrompiera. El desinterés por la política, por el compromiso colectivo, por el funcionamiento de las instituciones (de la mas lejana a la más cercana) nos ha llevado por un camino de individualismo y desafección por los problemas de los demás. Hemos a la vez que el coche, el piso, la televisión y el móvil los recortes, los desahucios, la corrupción y la injusticia.

Sólo que ya no puede ser. Los ciudadanos necesitamos vivir en un país con un Estado de Derecho que funcione eficazmente. Con un Estado Social que contribuya a reducir las desigualdades. Un sistema de Gobierno que incluya de forma habitual la participación ciudadana y que defienda y proteja los derechos de las minorías más vulnerables y perseguidas. Un Estado, vaya, que cumpla el texto y el espíritu de la Constitución actualmente vigente. Y un sistema político que permita su modificación para adaptarla a las necesidades actuales. Y esto no es algo que vaya a pasar con los partidos que hemos tenido hasta aquí porque están todos sometidos al dictado de la banca y de las oligarquías. Por supuesto que las bases de alLuis W. Sevilla guno de los partidos o de los sindicatos que he mencionado también quieren esto: solo que sus cúpulas no, y son los que mandan.

Por tanto para poder recuperar la función correcta de las instituciones, para poder devolver el gobierno a los ciudadanos necesitamos muchos cambios, conjuntos, que tienen que venir de fuera de este sistema injusto, mentirosos y depredador. Hay algunas posibilidades de realizar esto dentro del actual marco legal, pero requiere el esfuerzo de muchos de nosotros para hacer exactamente lo contrario de lo que hemos estado haciendo hasta ahora: participar en organizaciones, no delegar la toma de decisiones ni aceptar las decisiones que vayan en contra de nuestros intereses o nuestra dignidad. No dejarnos engañar por la propaganda que nos llega a través de los medios al servicio de los que nos roban. Sumarnos de forma activa a organizaciones civiles de defensa de derechos. Recuperar nuestro yo colectivo. Y si no lo hemos tenido nunca, empezar a tenerlo.

Pero todo esto solo nos llevara a un choque violento si a la vez no se produce una transformación política profundamente democrática y social en las instituciones. Es ese el papel que tienen que cubrir los partidos políticos que sean capaces de defender los intereses de los ciudadanos, mayoritariamente clases económicas baja, muy baja y marginal, que no sean sumisos a la oligarquía depredadora. Es en ese hueco donde puede (y debe) engancharse podemos, el proyecto que se ha puesto en marcha esta semana y que lleva a Pablo Iglesias como cabeza visible.

Solo se puede recuperar la democracia desde la izquierda radical. Y solo vamos a poder vivir todos dignamente si el capitalismo es solo una parte minoritaria de nuestra vida. Para el que aún esté leyendo esto y tenga un posicionamiento político moderado, se considere apolítico o de centro, la siguiente afirmación le va a parecer una barbaridad. Sin embargo la pléyade de partidos de izquierda radical de distintas sensibilidades que han aflorado y han estado subiendo en apoyos electorales y formado gobiernos municipales están muy cerca de las necesidades que he mencionado y además cuentan con el apoyo de una buena porción del electorado. Tal y como Diego González exponía en el artículo Cruzar la ventana de oportunidad las coincidencias entre todos ellos son máximas y las diferencias mínimas. Parece que empezamos a ver limas con las que serrar los barrotes del muro.

Y podemos se presenta también como un llamamiento a construir un frente común. Ante esa existente fragmentación del voto social comprometido y el intento (fallido) durante los últimos meses de Izquierda Unida de formar una candidatura de unidad a las elecciones europeas, este podría ser el peldaño decisivo que nos faltaba por subir para ser capaces de presentar batalla en la guerra que la Troika y la banca han declarado a los ciudadanos. Pero ese frente común no se va a poder lograr desde la política partidista corta de miras y larga de intereses que se ha hecho hasta ahora. Ese frente común llegará como el anticipo de un cambio en la política que no margine a los ciudadanos, que se acuerde de ellos y los tenga en cuenta todos los días. Una política al servicio de los ciudadanos, no que se sirva de ellos mediante engaños y coacciones.

Creo que este proyecto necesita y se merece el apoyo de todos los que creamos que debemos transformar nuestra sociedad. Creo que es un proyecto que está estrechamente conectado con las necesidades de la mayoría de la población y que es capaz de hablar por ella, escucharla y hacerla participar de la toma de decisiones. Creo que es un proyecto que tiene (aunque en el anuncio parezca desmentirlo) vocación asamblearia, horizontal, no jerárquica e inclusiva. Y creo que deberíamos sumar nuestro apoyo desde la mayor variedad de matices posibles. Matices de izquierda, por supuesto. Y de izquierda radical. La moderación es la muerte, como ya nos ha enseñado el neoliberalismo con su globalización. Desde luego el proyecto cuenta con mi apoyo, y confío en que desde la mayoría de partidos de izquierda sean capaces de comprender que esta es una gran oportunidad y la aprovechen sumándose.

Si esta no es la buena, la definitiva, sin duda va a suponer un gran paso adelante. Romper el camino trillado de los partidos tradicionales. Sumar acceso a los medios de comunicación de un mensaje profundamente social y subversivo. Quitarle la seguridad y la convicción a los que se sienten como la única y verdadera izquierda. Y dar esperanzas a todos los electores que están buscando un compromiso con la regeneración, con la justicia, con la democracia, con la decencia, con los derechos, con la protección. Sin duda está es la orientado en la dirección correcta y vamos a seguir intentándolo hasta que lo consigamos. O hasta que en las costuras del sistema no quepamos y estas salten.

Hay algunos textos que me parecen muy interesantes como contexto tanto del proyecto como de la evolución que está teniendo nuestra sociedad en los últimos años: Sobre el cambio de mentalidad y la participación Fuerza y poder. Reimaginar la revolución, de Amador Fernández-Sabater y Canvis d’hegemonia de Xavier Díez. Sobre la candidatura podemos ¿Qué es lo que podemos hacer? De Santiago Alba Rico, Pablo Iglesias: de reformismos y frentes comunes, de Nega (LCDM) o ¿Pablo Iglesias o IU? de Jesús Moreno Abad. Y sobre la oportunidad de la unidad de la izquierda el ya mencionado Cruzar la ventana de oportunidad de Diego González Cadenas.

Blog del autor: http://perroflauteando.wordpress.com/

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