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Decrecimiento, una aproximación revolucionaria

Fuentes:

El presente artículo pretende contribuir al debate sobre la crisis ecológica, no tanto desde las posibles alternativas concretas, de las cuales existe abundante bibliografía, sino para aportar argumentos desde un punto de vista marxista. Serge Latuoche economista francés publica en Le Monde Diplomatique allá por el 2003 un artículo titulado «Por una sociedad del decrecimiento». […]

El presente artículo pretende contribuir al debate sobre la crisis ecológica, no tanto desde las posibles alternativas concretas, de las cuales existe abundante bibliografía, sino para aportar argumentos desde un punto de vista marxista.
Serge Latuoche economista francés publica en Le Monde Diplomatique allá por el 2003 un artículo titulado «Por una sociedad del decrecimiento». En el que realiza observaciones muy interesantes.
«Cabe definir a la sociedad de crecimiento como una sociedad dominada precisamente por una economía de crecimiento, y que tiende a dejarse absorber en ella. El crecimiento por el crecimiento se convierte así en el objetivo primordial, si no el único de la vida. Semejante sociedad no es sostenible, ya que se topa con los límites de la biosfera.»
Esto es rotundamente cierto, la tierra es una esfera autocontenida, cuyos aportes externos son las radiaciones solares y cósmicas junto a algún meteorito ocasional. Por lo tanto la mayoría de los metales, los combustibles fósiles no son ilimitados y por lo tanto tarde o temprano el hierro, el carbón, el petróleo, el aluminio etc. se agotarán, en cuanto a lo que su explotación comercial se refiere.
Latouche también introduce el concepto de huella ecológica, un indicador agregado definido como «el área de territorio ecológicamente productivo (cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos) necesaria para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población dada, con un modo de vida específico de forma indefinida». Wackernagel, 1997. Así Latouche afirmaba en 2003 que «un ciudadano de Estados Unidos consume en promedio 8,6 hectáreas, un canadiense 7,2, un europeo medio 4,5. Estamos muy lejos de la igualdad planetaria y más aún de un modo de civilización duradero que necesitaría restringirse a 1,4 hectáreas, admitiendo que la población actual se mantuviera estable.»
En este mismo artículo Latouche también nos habla de la dicotomía entre del desarrollo humano y el crecimiento económico. Herman Daly estableció un índice sintético, el Genuine Progress Indicator (GPI), que ajusta el Producto Interior Bruto (PIB) según las pérdidas debidas a la contaminación y degradación del medio ambiente. En el caso de los Estados Unidos, a partir de los años setenta el índice de progreso auténtico se estancó o incluso retrocedió, mientras que el PIB aumentó. Lo que equivale a decir que, en esas condiciones, el crecimiento es un mito, porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el otro.
Por último Latouche introduce una serie de valores que deberían ser priorizados: «el altruismo debería anteponerse al egoísmo, la cooperación a la competencia desenfrenada, el placer del ocio a la obsesión por el trabajo, la importancia de la vida social al consumo ilimitado, el gusto por el trabajo bien hecho a la eficiencia productiva, lo razonable a lo racional, etc.»
En resumen Latouche constata la crisis ecológica a la que nos ha conducido el capitalismo, durante sus doscientos años de dominio y aporta una salida: el decrecimiento.
Esta crisis ecológica puede resolverse de varias maneras. Si los actuales dueños del mundo continúan dominando, el futuro será muy parecido al esbozado en la película «Soylent Green»(en castellano se llamó «Cuando el destino nos alcance»)estrenada en 1973 dirigida por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston. En ella se describe un futuro distópico. Dónde una gran mayoría vive hacinada o sin hogar, alienada de la naturaleza arrasada por una permanente ola de calor*, sin acceso a agua corriente, y que para su alimentación depende totalmente de gran una coorporación llamada Soylent. Ésta es la única proveedora planetaria de comida en forma de preparados, naranjas, azules, amarillos y el codiciado verde( en inglés «Soylent Grennde, de ahí el nombre del largometraje). A la vez una minoría formada por los políticos y los directivos de Soylent viven en lujosos apartamentos, resguardados de los pobres por alambradas, zanjas y guardas de seguridad, con aire acondicionado. Esta élite tiene acceso a alimentos naturales y no duda en utilizar camiones excavadora para sofocar los disturbios. La película basada en la novela Make Room, Make Room de Harry Harrison, autor entre otras de Flash Gordon es increíblemente premonitoria. De hecho esta ficción, de las primerías de los setentas, guarda un más que inquietante y a la vez siniestro parecido con las nuevas ciudades descritas por Mike Davis en su obra, «Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles (Lengua de Trapo, 2003)» o en la más reciente «Planeta de ciudades Miseria (Foca, 2007»). En resumen la solución del capitalismo a la crisis sólo puede ser el incremento de la desigualdad, el axioma de socialización de los desastres y privatización de los beneficios se sigue cumpliendo a rajatabla.
Latouche economista, continuador del también economista Nicholas Georgescu-Roegen, ofrece el decrecimiento como una salida a una crisis ecológica de escala planetaria, que a cada año que pasa se agrava. De hecho en estos momentos, Kiribati, un pequeño país de Oceanía formado por islas coralinas comienza a quedar sumergido. 110.000 personas observan cómo bajo el influjo del cambio climático las crecientes aguas del pacífico sur sepultan sus casas.
La palabra «decrecimiento» es provocadora en sí misma, ya que cuestiona uno de los dogmas fundamentales del capitalismo «crecer o perecer». Este dogma no es sólo de carácter ideológico si no que es una de las leyes insoslayables del capitalismo. Cómo demostró Marx en el S.XIX, los capitalistas están abocados a crecer, a luchar por acaparar la mayor cuota de mercado posible, ya que de lo contrario otros capitalistas acabarán con ellos. Esto lleva al sistema a una carrera desenfrenada de acumulación competitiva, donde unos devoran a los otros. Hoy en la era de las fusiones y de los grandes monopolios nadie puede desmentir esta afirmación. Una compañía de software domina el planeta, aunque los valientes de Linux le presenten batalla, Cuatro compañías controlan la base de la alimentación mundial, dos compañías más controlan el mercado aeronáutico y constantemente unas empresas son absorbidas por otras. El capitalista que no crece… desaparece.
Así es necesario ir más allá que Latouche, el crecimiento nos es un objetivo de la sociedad si no una condición sine qua non del sistema socio económico dominante. El capitalismo.
Compartiendo el diagnóstico de crisis ecológica, los valores a priorizar, citados en párrafos anteriores he decir que también comparto, en parte, su diagnóstico de cómo salir adelante. Laotuche afirma lo siguiente:
«El problema es que los valores actuales son sistémicos. Esto significa que son suscitados y estimulados por el sistema y contribuyen a su vez a fortalecerlo. Por cierto, la elección de una ética personal diferente, como la sencillez voluntaria, puede modificar la tendencia y socavar las bases imaginarias del sistema, pero sin un cuestionamiento radical del mismo, el cambio corre el riesgo de ser limitado.»
Estas cuatro frases son claves Latouche parafrasea aquellos de «las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante». Pero sobretodo incide en dos aspectos claves. El primero, que si bien es necesario tener una coherencia ideológica en el consumo las soluciones a la crisis ecológica deben ser colectivas. Jesús Castillo profesor de ecología la Universidad de Sevilla en su artículo «luces y sombras del consumo responsable» aportaba los siguientes datos que ilustran los límites del consumo personal:
(1) En los hogares del Estado español tan sólo se genera el 12% de los residuos sólidos, lo que limita la capacidad de reducción desde el consumo, así como el margen de reutilización y reciclado.
(2) En el Estado español, el consumo doméstico de agua tan sólo acapara el 10% y la agricultura el 85%. El gasto medio de agua por persona y día es de 140 litros, que con dispositivos de ahorro puede reducirse un 39%. Así, se podría ahorrar como máximo en los hogares un 4% del consumo total de agua. Si a este ahorro le sumáramos un cambio en los hábitos que, por ejemplo, llevara a ducharse tan solo tres días por semana, podría ahorrarse el 50% del agua consumida en los hogares, ¡menos de un 7% del consumo total!. Si el largometraje hubiese sido rodado en nuestros días actual se hablaría de cambio climático.
(3) En los hogares se consume directamente menos del 10% de la energía total (el mayor consumidor es el transporte con 35-43%). La Estrategia de Ahorro y Eficiencia Energética en España 2.004-2.012 reconoce que los mayores ahorros de energía pueden darse en el transporte (42%), la industria (16%) y la edificación (16%). El ahorro previsto en equipamientos residenciales y ofimática no llega al 9%.
(4) El consumo energético de turismos privados representa un 15% del consumo energético total, frente al 32% de la industria y el 16% de uso residencial (Fuente: Instituto para la Diversificación y el Ahorro de Energía 2.001). Así, a pesar de que el transporte es el mayor responsable del consumo energético, menos de la mitad corresponde a turismos privados y el resto a camiones de mercancías y autobuses, lo que limita las posibilidades de ahorrar energía en el transporte a través del consumo responsable ya que gran parte se da en el ámbito laboral. Instituto Nacional de Estadística (INE) y del Servicio Europeo de Estadísticas (Eurostat).
Estos datos dejan muy claro que el decrecimiento no puede ni debe tener como objetivo principal una «austerización » de la mayoría de los habitantes del planeta. De hecho el movimiento por el decrecimiento actualemte focaliza su acción el norte, ya que en el sur global 2000 millones de personas viven con menos de dos dólares al día. Por lo cual difícilmente pueden bajar su consumo. A la vez en los países del norte la mayoría de la población, precarizada no goza de grandes lujos superfluos. Es necesario no olvidar que tanto la huella ecológica como los porcentajes de consumos están expresados como medias aritméticas.
Esto quiere decir no contemplan la distribución desigual el consumo según los niveles de renta. Así pues, no consume los mismo una persona precaria que vive compartiendo habitación en Barcelona, que un ejecutivo que vive en un chalet con piscina situado en una urbanización con campo de golf y rodeada por zonas ajardinadas. En resumen aunque es necesaria una coherencia en las acciones y denunciar el consumo opulento, como una burla hacia aquella parte de la humanidad que pasa necesidad y a su vez por ser un atentado contra el medio ambiente. El consumo personal incluso el de los más ricos no es la causa principal de la crisis ecológica.
La sociedad en la que vivimos produce colectivamente la mayoría de las útiles y mercancías, esto lleva a la constitución de una sociedad de consumo; en la que la población se ve obligada a comprar para satisfacer sus necesidades. Ya sean básicas, como la comida, el vestido y el cobijo o superfluas. Este hecho determina que bajo el capitalismo se mercantilicen todas las necesidades incluidas por supuesto las básicas. A su vez, la competencia entre empresas provoca que cada capitalista produzca con el objetivo de acaparar el máximo de mercado, esto lleva crisis de sobreproducción recurrente. Ejemplos claros son la crisis de sobreproducción de vivienda que ha llevado a la destrucción del territorio así cómo aun consumo innecesario de energía, agua etc. Los millones de teléfonos móviles, ordenadores e incluso alimentos que son enterrados para mantener al no poder ser vendidos.
De hecho se producen tanto alimentos, cómo medicinas, calzados y ropas suficientes para que toda la humanidad tenga acceso a los mismos y sin embargo la desigualdad crece día a día.
Bukharin en su libro de los años 30 «Arabescas filosóficas», ocultado por el estalinimso, por cierto, decía «Los seres humanos son productos y parte de la naturaleza»1 Con esta afirmación continuaba el hilo de pensamiento marxista que determinaba la relación entre la humanidad y la naturaleza. En la que ésta estaba incluida, mediante las actividades, o trabajos realizados para conseguir todo aquello que los humanos utilizan. Del balance de esta actividad dependerá el equilibrio, así cuando el trabajo, la activad social está expropiada por una determinada clase y el objetivo de la misma es la acumulación, el equilibrio se rompe. Para ilustrar dicha relación entre la humanidad y la naturaleza Marx introducía el concepto de metabolismo, y extendía la metáfora hablando del capitalismo como un metabolismo desequilibrado; en el que el despilfarro ocasionado por la voracidad insaciable del capital producía un deterioro del hábitat, a la vez que una artificial separación «rift» de la clase trabajadora respecto a la naturaleza. A este «rift» metabólico Marx lo llamó alienación de la naturaleza. La ascensión del estalinismo llevó al capitalismo de estado en la URSS2 y sus satélites, hecho que sepultó este hilo de pensamiento, compartido por Lenin y Rosa Louxemburg, bajo toneladas de desarrollismo «estajanovista». Los Marixtas clásicos hablaban del socialismo cómo una sociedad de crecimiento 0, una vez se alcanzara la capacidad para alimentar, dar casas, educación, sanidad etc. a la población del planeta. Hoy cuando la capacidad productiva de la humanidad es ampliamente superior a las necesidades de la misma, todo marxista que se precie debe tener claro que el desarrollismo no es ya justificable. China llamada la «fábrica del planeta» se ha convertido en una máquina de generar pobres que viven sin papeles en su propio país.
Sin embargo una economía realmente socialista, autogestionada, orientada, planificada colectivamente hacia las necesidades de las personas y no hacia el beneficio empresarial; no sólo no caería en el despilfarro característico del capitalismo, si no que conllevaría una eficiencia cooperativa. Por lo tanto una sociedad basada en la colaboración de productores asociados haría decrecer el consumo de materias primas no sólo sin reducir el bienestar social si no aumentándolo.
Es muy interesante la coincidencia entre las descripciones sobre cómo deberían ser las ciudades que realizan algunos militantes del decrecimiento, con la utopía descrita por el socialista revolucionario William Morris en su obra «Noticias de ninguna parte, 1890»; a su vez inspirada en la sociedad de productores asociados. En ella el personaje se despierta en una Inglaterra futura, años después de la revolución social. Asombrado descubre que el Támesis rebosa vida y que la gente vive al ritmo de las estaciones en ciudades rodeadas de campos agrícolas y bosques. Morris autor entre otros del siguiente verso «Únete a la batalla en la que ningún hombre fracasa, porque aunque desaparezca o muera, sus actos prevalecerán.» Recitados al final de la película «Tierra y libertad», intenta describir lo que Marx denominó la sociedad de productores asociados para el bien común. Caracterizada entre otras cosas por la eficiencia y el fin de la subordinación del campo a la ciudad (lo que actualmente se llamaría reequilibrio territorial), fruto esta última de la necesidad del capital de concentrar la población en grandes centros productivos.
Ahora bien, parte del movimiento por el decrecimiento centran la mayoría de su propuesta en llevar un paso más allá los postulados éticos del consumo responsable, olvidando la insistencia de Latouche en la necesidad de un cuestionamiento radical del sistema. Los que defienden el decrecimiento desde postulados anticapitalistas en el mejor de los casos considera a los trabajadores unos sujetos pasivos en este cambio. Este enfoque por ahora mayoritario que olvida el potencial de la clase trabajadora como sujeto político soslaya dos hechos claves.
El primero es que los trabajadores ya sean oficinistas, teleoperadores, informáticos, camareros, metalúrgicos son los que más sufren los impactos tanto del deterioro ecológico global cómo de la polución generada en sus puestos de trabajo. El segundo la capacidad de los trabajadores de paralizar la industria, ya sea por una mejora económica o ambiental. Es cierto que en determinadas ocasiones los trabajadores chantajeados por la patronal se enfrentan a los ecologistas cómo en el caso de las plantas de celulosa ENCE y Botnia en Uruguay. Sin embargo también se pueden citar casos de lo contrario. Así los trabajadores de una importante cementera en Buñol (Valencia) presionaron a la multinacional afirmando que en caso que esta iniciara la quema de residuos tóxicos ellos iniciarían una huelga indefinida, aún bajo la amenaza de deslocalización. O cómo los vecinos, todos ellos trabajadores de Sant Feliu de Llobregat han presionado a las instituciones para que otra cementera detenga la quema de residuos tóxicos. Aunque esté mal decirlo y sea un modesto ejemplo del poder obrero, un compañero de trabajo y yo mismo denunciamos a la empresa por verter productos tóxicos. Éramos conscientes que nos jugábamos un buen trabajo y de hecho fuimos despedidos, sin embargo a partir de ese día la empresa dejó de realizar dichos vertidos. Un ejemplo de implicaciones mucho más importantes fue la exitosa lucha llevada adelante por la clase trabajadora vasca en contra de las nucleares. Que consiguió que no existan centrales en Euskadi y Nafarroa, a pesar que en plena recesión económica, la patronal vendía los numerosos puestos de trabajo que iban a generar. Sin olvidar el trabajo de las asociaciones ecologistas en aquel momento muy pequeñas, la movilización de las bases obreras de Herri Batasuna y LAB fue clave en esta victoria.
No existe ningún currante al que le guste «tragar mierda» en su trabajo, ni vivir en áreas contaminadas, lo que sucede es que el control de los medios y mecanismo de producción está en manos de aquellos que tienen segundas residencias en paraísos naturales. Por lo tanto cuanto más desorganizados se encuentran los trabajadores menor es su fuerza frente a los patrones en todos los sentidos.
En resumen para poner las personas y el planeta por delante de los beneficios económicos de unos pocos, es decir para un «decrecimeinto real» es necesario cambiar las prioridades del sistema.
Estos pocos son muy poderosos y no van acceder por que sí a un cambio radical de sistema. Tienen los mass media para crear ideología, la policía y las leyes de su parte. Nosotros «sólo» tenemos nuestra capacidad de resistencia. Hay quien dice que esta se basa en la capacidad de controlar nuestro consumo y obligar a las empresas a cambiar su política. El consumo es un acto individual, miles de personas saben que McDonald apesta y que su comida no es sana, sin embargo esta multinacional cada vez es más poderosa. Millones de personas, son pobres y no destruyen el planeta, otros millones reciclamos, y tenemos un consumo reducido sin embargo la crisis ecológica se agudiza día a día. Dónde debemos buscar la fuerza es en nuestra capacidad para paralizar el sistema. Un grupo de sin papeles en Francia ha decidido reivindicar sus derechos como seres humanos, no dejando de migrar, sino yendo a la huelga. Así han logrado paralizar un buen número de restaurantes de París y apretar las tuercas al gobierno Sarkozy.
No estoy diciendo que las acciones ecologistas no sean importantes, de hecho son claves para despertar las consciencias y necesarias, luchas como la antitransvasista, las solidaridad generada por el vertido del Prestige, la campaña contra los transgénicos, contra la MAT, las luchas por en defensa del territorio, contra los agrocombustibles son claves para defender la naturaleza de la que formamos parte. Sin embargo, si no queremos un futuro a lo Soylent Green o Mad Max, si queremos una auténtica sociedad sostenible, no secuestrada por el paradigma del desarrollismo a ultranza y arrastrada a una espiral de autodestrucción.
Si queremos una sociedad eficiente, que no destruya el planeta. Si queremos un futuro donde las personas no están esclavizadas por el trabajo, donde exista una relación equilibrada entre humanidad y naturaleza, donde la población no se vea obligada a concentrarse en megalópolis, donde el deshielo del ártico no sea visto cómo una oportunidad para buscar petróleo, si hacemos nuestro aquello de «bajo los adoquines está la playa» si queremos todo eso, no nos basta con reformas graduales; necesitamos una fuerza capaz de poner el mundo patas arriba, una fuerza capaz de cambiar la sociedad desde la raíz, una fuerza revolucionaria. Esta fuerza sin duda se encuentra mayoritariamente en la clase trabajadora consciente.
Oscar Simón
Notas
1. Ecología de Marx. El viejo Topo
2. Capitalismo de estado en la URSS. En lucha