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Del pancatalanismo al panoportunismo

Fuentes: Rebelión

Para los sufridos lectores de la edición catalana de El País, cualquier viernes puede ser Viernes de Dolores si caen en la tentación de leerse el semanal artículo de Culla i Clarà. Luz del Trento nacionalista y martillo de herejes «unionistas», sus textos son más bien repetitivos y simplones. Uno llega a la conclusión que […]

Para los sufridos lectores de la edición catalana de El País, cualquier viernes puede ser Viernes de Dolores si caen en la tentación de leerse el semanal artículo de Culla i Clarà. Luz del Trento nacionalista y martillo de herejes «unionistas», sus textos son más bien repetitivos y simplones. Uno llega a la conclusión que solo el sistema de «cupo» político que practica el rotativo justifica su permanencia. Pero debe reconocerse que, de vez en cuando, Culla «enseña la patita» y nos aporta datos sobre por dónde van los tiros en el campo soberanista. Eso sucedió, por ejemplo, el pasado 16 de diciembre con el artículo «Cavour vs. Garibaldi».

Veamos. Su origen estaba en una protesta del Gobierno galo a propósito de la iniciativa del Parlamento catalán, a propuesta de la CUP, en defensa del derecho de autodeterminación de los llamados Países Catalanes, incluyendo el departamento francés de los Pirineos Orientales (Catalunya Nord, para los iniciados). Lo que intenta decir Culla i Clarà, y en eso estoy de acuerdo con él, es que fue una soberbia metedura de pata, sobre todo, y eso lo digo yo, si se quiere ganar aliados a nivel internacional para conseguir la secesión. A continuación, supongo que en su condición de historiador, nos recuerda la maniobra de Cavour, cediendo Saboya y Niza a Francia a cambio de la ayuda de Napoleón III en el enfrentamiento de Cerdeña-Piamonte con Austria; con la oposición de Garibaldi que, al fin y al cabo, había nacido en Niza. En otras palabras, el posibilista Cavour habría neutralizado a Garibaldi, un «cupero» avant la lettre. Lo que calla Culla quien, como buen soberanista, siempre ha tenido una concepción muy etnicista, a lo Herder, de la nación, es que los citados territorios cedidos por Cavour, formaban parte del reino sardo-piamontés por puras circunstancias históricas. En absoluto tenían algo que ver con Italia, por cuestiones lingüísticas, por ejemplo. El dialecto originario de Saboya es franco-provenzal y el de Niza provenzal. Ahí, pues, ahí falla la comparación. Pero para lo que es realmente importante, a saber, facilitarle el trabajo a Diplocat, el tinglado montado para ganar apoyos internacionales, el símil es correcto.

De hecho los síntomas de evitar que Francia no fuera demasiado hostil a una posible secesión, se remontan a algunos años atrás. Por ejemplo, en 2009 se cumplían los 350 años del Tratado de los Pirineos, que supuso la cesión de la Cataluña traspirenaica a Luis XIV. El nacionalismo catalán siempre había considerado que dicho tratado era en sí mismo espurio. Sin embargo el acontecimiento no produjo los aspavientos a esperar. El «prusés» todavía no estaba en marcha, pero sin dudas los engranajes se estaban poniendo a punto. Otro ejemplo: 11-12 de setiembre de 2013, ochocientos años de la derrota de Muret y muerte del rey Pedro II de Aragón, algo que tradicionalmente los historiadores empesebrados nos han presentado como la frustración de un posible estado occitano- catalan (para dichos personajes Aragón, por supuesto, ni pincha ni corta). Y, sin embargo, silencio absoluto. Bueno, en este último caso, siempre se puede aducir que, dada la fecha del calendario, había cosas más importantes de las que ocuparse.

Los llamados Países Catalanes parten de una utilización política de una realidad científica, la unidad de una lengua, llámese catalán o de otra manera. Prueba de esa utilización, a la que solo se puede tachar de oportunista, es el hecho de que Andorra, el único estado existente que, hoy por hoy, tiene el catalán como lengua oficial (y eso le supone una cierta presencia internacional, incluso en la sesión inaugural de la Asamblea General de las Naciones Unidas) no forma parte de los Països Catalans. Natural: tampoco es cuestión de ponerse a malas con un país en el que los padres de la patria tienen sus ahorrillos.

Dejando aparte que la reivindicación de un estado de los Países Catalanes es pura entelequia, lo que trasluce la argumentación de Culla i Clarà, quien no creo que hable motu proprio , es que con tal de conseguir la secesión de Cataluña, se está dispuesto a echar por la borda cualquier residuo de romanticismo. Con la particularidad de que a lo que se renunciaría tendría más de Córcega (lingüísticamente itálica), que de Saboya o Niza.

Y con eso entramos en una cuestión que el cantante Raimon planteó hace algún tiempo y que le valió las iras de los ciberindependentistas: qué futuro le depararía la secesión de Cataluña a la lengua en el resto de su área de expresión. Me consta que en Valencia, en círculos que no se pueden calificar ni mucho menos como blaveros, hay una seria preocupación a ese propósito. Y como siempre es pedagógico aprender de los otros, vale la pena recordar que los francófonos canadienses ven muy negro, desde hace ya tiempo, el futuro de su lengua en el caso de una secesión de Quebec.

¿Vamos a ser tan ingenuos creyendo que estas reflexiones no se las han hecho los cerebros del «prusés»? En absoluto. Saben perfectamente que la política que están llevando a cabo compromete el futuro de la lengua, esa en cuya supuesta defensa se llenan la boca. Y eso podría afectar incluso al futurible estado independiente, en el que podrían crearse escuelas en castellano, como las hay en francés, inglés, etc., o incluso abrir sede el Instituto Cervantes. Y me atrevo a pronosticar mucho éxito en ambos casos.

Corolario. Aquí, como en cualquier otro lugar del mundo, la lengua es un hecho superestructural, que se utiliza a discreción con tal de alcanzar o consolidar el poder. En los casi cuarenta años de autonomía, la lengua ha sido en Cataluña un poderoso instrumento a la vez ideológico y de cohesión nacionalista (no precisamente de cohesión social), fundamentalmente a través de la llamada inmersión, por un lado, mientras que, por el otro, ha funcionado como modus vivendi de amplias capas pequeñoburguesas, dedicadas a la «normalización»; capas que son la base de las movilizaciones secesionistas, con la más o menos secreta esperanza de afianzar su estatus. Pero quizá muchos de sus sueños sean el próximo lastre a soltar, en aras de la realpolitik. Manifiestos gremialistas y fundamentalistas, como el del llamado grupo Koiné de hace unos meses, suenan a Garibaldi, y parece haber llegado la hora de Cavour.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.