Hace muchos años que Cuba debió recuperar este espacio de recordación a tantas figuras que han incidido en nuestro pasatiempo nacional. Su rescate se debe agradecer, en primerísimo lugar, al grupo de entusiastas que ha empujado con pasión y dedicado tiempo y talento para su concreción. Eso es una realidad, al igual que es otra […]
Hace muchos años que Cuba debió recuperar este espacio de recordación a tantas figuras que han incidido en nuestro pasatiempo nacional. Su rescate se debe agradecer, en primerísimo lugar, al grupo de entusiastas que ha empujado con pasión y dedicado tiempo y talento para su concreción.
Eso es una realidad, al igual que es otra realidad, la cual muchos olvidan, los tiempos muy convulsos y cambiantes de estos últimos 50 años, donde el tema político ha sido (y sigue siendo) un hecho y tengo la certeza de que quien ha colado lo político en el deporte, no son sólo, ni inicialmente, las autoridades cubanas. Aunque algunos quieran pasarnos gato por liebre, lo real es que desde el triunfo de la Revolución el deporte fue un escenario más de agresiones contra Cuba. Hace justicia por eso, el otorgamiento en el marco de la reapertura del Salón del Premio Nacional de Béisbol Martín Dihigo, el cual será entregado en su primera edición, al líder histórico de la Revolución cubana Fidel Castro, por su decisivo aporte al desarrollo del deporte en el país.
Los que han sido exaltados ahora al Salón de la Fama, se ganaron su derecho dándolo todo en el terreno, desde los lanzamientos de Marrero o el respeto de Maestri, hasta los batazos del Niño o de El Señor Pelotero. Como también han expresado muchos, falta una larga lista de los que también se lo han ganado con la vida y con números que nadie puede discutir. Toda selección implica el riesgo de la exclusión y estoy seguro que nuevas exaltaciones irán solucionando las inconformidades que se han manifestado por estos días. Creo, además, en la honestidad, conocimiento y prestigio de los que votaron por esa selección.
Hay algo que me inquieta más. Este Salón de la Fama revivido, se parece mucho al que ya existía y a los que existen en el mundo, pero yo, que tengo el derecho a opinar, como cualquier otro, no siento que ese espacio se parece a nuestro proyecto social de estos más de 55 años.
Más que «Fama», una palabara casi siempre asociada al individualismo fútil, me gustaría para nombralo el término Memorial. Salón de la Fama, es un nombre que -como casi todo en la Cuba prerrevolucionaria, y también de modo creciente en el lenguaje actual de algunos de nuestros medios de comunicación- hace mímesis con lo que existe a 90 millas de aquí. Si no estuviéramos inundados de fieras exóticas en los nombres impuestos por los medios a buena parte de nuestros equipos deportivos, sería un poco más difícil percatarse de lo anterior.
En Cuba, sin estar libres de errores, reconocemos las actitudes individuales de artistas, científicos, deportistas, obreros y de cada cual que haya aportado su granito de arena, pero no nos basamos sólo en un proyecto individual. Stevenson, Balado y Savón son, no lo digo en pasado, tres destacados ases de los guantes y las doce cuerdas, pero ¿qué hubiera sido de ellos sin la Escuela Cubana de Boxeo que lideró por mucho tiempo Alcides Sagarra?
No veo un Salón de la Fama, o Memorial del Béisbol cubano, donde falte una tarja para el equipo de béisbol que en 1961, mientras los tan nombrados «reyes del béisbol mundial» nos agredían en Girón, defendían también nuestros colores patrios. Y me refiero al equipo, aunque muchos individualmente puedan o no ser después exaltados. Entre otros, Gilberto Torres, Ramón Carneado, Orlando Leroux, Juan Ealo, Natilla Jiménez y Pineda, que sólo había firmado al profesionalismo y decidió nunca más subirse a una lomita. Todos decidieron estar aquí -cuando eso suponía gran riesgo- para enseñarnos a jugar pelota. Esos entrenadores, como grupo fundacional del béisbol revolucionario, no deben ser olvidados en el espacio que ahora surge.
Tampoco deberían faltar los nombres de los cuatro equipos que hicieron la hazaña de volver a llenar los estadios, pero ahora sin Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao. De igual forma, el equipo con la hazaña de estar en el Cerro Pelado en 1966, o el que nos devolvió el campeonato mundial, al decir de Salamanca, haciendo temblar Quisqueya.
Sin hablar del resultado en sí mismo, ¿puede alguien eliminar del Salón de la Fama del Béisbol Cubano, el juego Orientales-Industriales con la repetida frase de «cierren la Trocha y preparen el Cocuyé»?
En un «Salón de la Fama» a imagen y semejanza del de Cooperstown, no caben el Doctor Rodrigo Alvarez Cambra y su equipo de cirujanos y rehabilitadores, gracias a los cuales tantas figuras cubanas y extranjeras deben sus logros vitales.
Nuestro proyecto es social, también en el deporte, y nuestro Salón de la Fama o Memorial debe, primero que todo, responder a esa condición, con independencia de que no sea el estilo de lo que se hace en Estados Unidos. Empecemos bien desde el mismo inicio. Si al final, en lugar de 10 tarjas, deben ser hechas 15 o 20, sólo estaríamos cumpliendo con la máxima martiana de que «Honrar, honra» y recordando que el más célebre de nuestros primeros peloteros, Emilio Sabourín, unió a su pasión por el béisbol la acción política colectiva por la independencia de Cuba y murió en una prisión colonial por defenderla.
Uno de los argumentos para ubicar el nuevo espacio en el Círculo Social «José Antonio Echeverría» y no en el matancero Palmar del Junco -escenario del primer juego oficial de béisbol en Cuba- es que en el primero se facilitaría la existencia de una especie de Museo del béisbol, una concepción en la que está latente la superación del reconocimiento único a la individualidad.
Con el objetivo de ahorrar muchos comentarios, declaro que esta es una versión MUY política de este tema y por eso la defiendo. De aquí al próximo Juego de las Estrellas, sobra tiempo para enmendar las carencias sin dejar de reconocer el gran aporte de quienes dieron el primer y decisivo paso.