“Hoy hemos iluminado el Ayuntamiento de Valencia con los colores de la Senyera, símbolo de la grandeza de una tierra líder, acogedora, ambiciosa (…)”, anunció en las redes sociales –el 17 de junio- la nueva alcaldesa de Valencia, María José Catalá, del derechista Partido Popular (PP); fue una de sus primeras decisiones, tras la toma de posesión celebrada el mismo día; la franja azul de la hoy bandera oficial podía observarse –de manera destacada- en el consistorio.
El nuevo presidente de la Generalitat y del PP, Carlos Mazón, que gobernará cuatro años el País Valenciano en coalición con el partido ultraderechista Vox, acompaña su fotografía –en la cuenta de Twitter- con una imagen de la citada enseña (cuatro barras con la banda azul coronada); el ejecutivo anterior, surgido de las elecciones de 2019, estaba integrado por el PSPV-PSOE, Compromís y Unides Podem.
¿Tiene algún sentido político el refuerzo de la simbología y los iconos identitarios? Aportó una respuesta de interés Vicent Bello en el ensayo titulado La pesta blava, que editó Eliseu Climent en 1988; la editorial Tres i Quatre resumía del siguiente modo la tesis principal, en palabras del autor: “El blaverisme (por el blau –azul- de la bandera), nacido como una reacción tardofranquista (…), se configuró en un modelo autóctono de regionalismo fascista (…)”.
Durante la Transición española, el blaverisme “fue utilizado para constituir las tropas de choque contra los progresos democráticos; la génesis fue estimulada desde el mismo aparato del Estado español, de la mano de personajes como Fernando Abril Martorell” (dirigente valenciano de Unión de Centro Democrático –UCD- y vicepresidente del Gobierno de España entre 1977 y 1980).
Durante los años 70 en el País Valenciano, en un contexto de crisis –Bello menciona tasas de inflación del 14,7% en 1973 y del 24,5% en 1976-, reivindicaciones obreras y luchas sociales, sectores de la pequeña burguesía afecta a la dictadura -principalmente en la ciudad de Valencia- percibían el hundimiento de su sistema de creencias; en concreto la familia, el trabajo, el catolicismo, el orden, el españolismo y el anticomunismo; sobre estas bases, y la acción política directa, se asentó el blaverismo, resalta La pesta blava.
Un análisis en profundidad –libro de 567 páginas escrito tras cinco años de investigación- es el realizado por el doctor en Historia Contemporánea por la Universitat de València (UV), Borja Ribera: Una historia de violencia. La Transición valenciana 1975-1982 (Ed. Tirant, 2023).
La observación de la cubierta y la lectura de la contraportada aportan abundante información; por ejemplo, la fotografía del desastre ocasionado en la casa del escritor Joan Fuster -en el municipio valenciano de Sueca-, tras un atentado con explosivos perpetrado el 11 de septiembre de 1981.
Autor de Nosaltres els valencians (1962), El blau en la senyera (1977) o País Valencià, per què? (1982), el intelectual valenciano estuvo –de modo permanente- en la diana de la extrema derecha anticatalanista (otro objetivo de la violencia de ultraderecha, además de Fuster, fue el lingüista Manuel Sanchis Guarner, Premi d’Honor de les Lletres catalanes en 1974, quien sufrió un intento de atentado cuatro años después).
Centenares de episodios violentos, cerca de 70 ataques con bomba y numerosas agresiones, fueron obra de las citadas bandas ultraderechista, destaca la reseña de Tirant; “con frecuencia estos grupos se mimetizaban, y permanecen impunes hasta el día de hoy (…); también el contenido final del Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana de 1982, muy alineado con las tesis de las demandas de la derecha, se explica en parte por aquella campaña”.
Una historia de violencia es el primer libro de Borja Ribera (Valencia, 1987); el historiador contabiliza las acciones de violencia “grave” perpetradas en el País Valenciano –entre octubre de 1975 y diciembre de 1982- por grupos de extrema derecha o anticatalanistas (según la responsabilidad segura o probable); suman 119 (la mayoría en 1977 y 1979), lo que representa cerca del 75% de todos los episodios violentos ocurridos (162) en el periodo.
Borja Ribera explica alguno de los rasgos que distinguieron a esta escalada, con una simbiosis entre movimiento anticatalanista y ultraderecha en las acciones callejeras; así, “sus algaradas y tumultos, que también declinaron después de alcanzar UCD la presidencia del Consell, se llevaron a cabo casi siempre ante una insólita pasividad policial, y derivaron en numerosas agresiones a autoridades de izquierda (…)”
El político de UCD Enrique Monsonís desempeñó la presidencia del Gobierno preautonómico entre diciembre de 1979 y agosto de 1982; sucedió en el cargo a Josep Lluís Albiñana, del PSOE.
Entre julio de 1975 y abril de 1982, recuerda el investigador valenciano, se produjeron decenas de ataques contra librerías, sobre todo en 1976 y 1977; el periódico El País informó sobre un atentado con explosivos –en noviembre de 1976- contra la Llibreria Tres i Quatre de Valencia; una semana después, el rotativo se hizo eco de las amenazas (anónimas) recibidas por la misma librería.
Las intimidaciones y agresiones tuvieron como escenario, asimismo, las Fallas de Valencia, subraya Ribera; en los festejos de 1976, por las calles de la ciudad “fueron distribuidas unas octavillas firmadas por los Comandos de Acción Patriótica, en las que se amenazaba con represalias a los supuestos ‘capitostes comunistas’ (…)”, en el caso de que la supuesta “ofensiva izquierdista” alterara el funcionamiento (normal)de las fallas.
En la política institucional, no sólo UCD, también Alianza Popular (AP) –partido fundado en octubre de 1976 y en la que participaron destacadamente exministros de la dictadura- apostó por el anticatalanismo; ocurrió, entre otras coyunturas, en la campaña previa a las elecciones generales del 15 junio de 1977.
En el estado español ganó los citados comicios UCD (34,5% de los votos), seguido por el PSOE (29,3%); pero en el País Valenciano pudo observarse otra tendencia; venció el PSOE (36,4%), en segundo lugar UCD (33%) y en la tercera posición el PCPV-PCE (9,2%); en cuanto la derechista Alianza Popular, tuvo unos resultados más favorables en el Estado español que en el País Valenciano (8,2% y 5,9% de las votaciones). Quizá fuera otra de las claves.
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