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Es necesario aislar al PP para encontrar una salida política al conflicto vasco

Derecho de autodeterminación y estado federal frente a los nacionalismos

Fuentes: Rebelión

Es un lugar común afirmar que la primera víctima de una guerra es la verdad. Sin dejar de estar de acuerdo con esta afirmación no cabe duda de que la verdad es también la primera en sufrir una masacre al haberse confirmado el «alto el fuego» de ETA, que había sido precedido por dos años […]

Es un lugar común afirmar que la primera víctima de una guerra es la verdad. Sin dejar de estar de acuerdo con esta afirmación no cabe duda de que la verdad es también la primera en sufrir una masacre al haberse confirmado el «alto el fuego» de ETA, que había sido precedido por dos años sin atentados mortales y un proceso secreto de negociaciones.

Los medios de comunicación no cesan de lanzar «historias» de ETA que no son sino una ocultación del auténtico proceso que ha vivido el enfrentamiento entre el Estado burgués, en distintas etapas políticas (dictadura franquista, dictadura monárquica, democracia burguesa monárquica), con distintos gobiernos (Franco, UCD, PSOE, PP y de nuevo PSOE) y que, necesariamente, ha ido teniendo un carácter muy distinto.

Desde luego que el terrorismo individual es un fenómeno con una naturaleza común, ahora y hace cuarenta años, de igual manera que el Estado burgués es el mismo, en su naturaleza de clase, ahora y con Franco, pero sólo un estúpido, o un mentiroso daría a toda la época el mismo carácter.

Sólo la historia oficial del reino, tipo «Cuéntame» o Victoria Prego, puede pretender que es lo mismo la muerte de un conocido torturador, como Melitón Manzanas, que la bomba en Hipercor. Sólo la ignorancia, o la mala intención, puede conducir a no reconocer que el terrorismo de ETA ha tenido siempre unas causas (que no justificación) políticas. Un problema con raíces históricas que se hunden en la represión franquista, en la anulación de los derechos históricos del pueblo vasco, en la prohibición del uso de su lengua, y en el «españolismo» reinante, que aún se mantiene en el Estado español. Desde luego el terrorismo es una respuesta errónea, estéril en el mejor de los casos (como la muerte de Carrero Blanco o Manzanas) y contraproducente siempre para la causa de la clase trabajadora, en general, y para el pueblo vasco en particular.

Pero, no lo olvidemos, el terrorismo de ETA ha sido la respuesta a los asesinatos, torturas, cárceles, represión, estados de excepción, leyes antidemocráticas… Una larga lista. ¿Es necesario que traigamos aquí las decenas de asesinatos perpetrados por el aparato del Estado y las bandas parapoliciales en la Transición, las muertes por torturas, el GAL, el «caso Almería»…la denegación del derecho de autodeterminación en la Constitución española de 1978, la «Ley Corcuera», también conocida como «la patada en la puerta», las sucesivas reformas del Código Penal convirtiendo en permanentes las leyes de excepción, la supervivencia de la Audiencia Nacional, tribunal de excepción que niega el juez natural previsto por la Constitución, y hereda, así, la tradición del tristemente famoso TOP (Tribunal de Orden Público) del franquismo, la Ley de partidos, el cierre de EGIN y de EGUNKARIA…?

Lo primero que debemos tener presente es que si ETA ha sobrevivido 40 años es por una razón evidente: ha mantenido apoyo popular durante todo este tiempo, y ese apoyo era alimentado por la acción unas veces salvaje, otras torpe, y, casi siempre antidemocrática, del Estado burgués español. Eso que los burgueses llaman pomposamente «Estado de Derecho», y Marx señaló, acertadamente, que estaba basado en el derecho burgués: «que este derecho del más fuerte (Faustrecht) se perpetúa bajo otra forma en su Estado de derecho«.

El cambio en el ambiente social

A la hora de buscar los factores que han permitido esta situación excepcional de posibilidad de la desaparición de ETA no podemos citar uno sólo. Desde luego que la acción policial, la presión del gobierno francés, la ilegalización… han sido factores de presión. Pero todos ellos existían en otras épocas. El factor decisivo ha sido el cambio en el ambiente en la sociedad.

La razón más poderosa del paso dado por ETA debemos buscarla en una crisis de su apoyo social, en un sentimiento creciente de «dirigirse a ninguna parte» de sus bases sociales y que, no lo olvidemos, no es aún un paso irreversible.

Si se tratase de «una banda de delincuentes» como afirma la derecha, y muchas veces han dicho dirigentes del PSOE e incluso de IU, la eliminación física y el encarcelamiento hubiera demostrado su eficacia. Pero lo que hace a ETA cualitativamente diferente es su apoyo social porque no es, ni más ni menos, que la expresión aguda de un conflicto histórico: El enfrentamiento entre el nacionalismo español y el nacionalismo vasco.

Un poco de historia

ETA, con este nombre, nació en 1959, pero no llegó a matar a nadie hasta 1968; la Guardia Civil da el alto a un coche ocupado por dos etarras (Iñaki Sarasqueta y Txabi Echevarrieta), que disparan sobre el Guardia Civil Pardines, matándolo. La Guardia Civil les persigue y mata a Echevarrieta. Sarasqueta fue detenido más tarde y condenado a muerte. Las movilizaciones populares en protesta por la muerte del etarra y contra la pena de muerte llevaron al indulto. ETA nacía con la aureola de héroes en la lucha contra las fuerzas represivas de la dictadura y bajo el signo de la movilización popular en respuesta a la muerte de uno de sus militantes. En los años posteriores estos rasgos se profundizarían con casos como el del torturador Melitón Manzanas o el brazo derecho de Franco, el Almirante Carrero Blanco. Las movilizaciones en oposición a la represión de militantes etarras tuviron momentos de gran trascendencia en la lucha contra la dictadura, especialmente el Proceso de Burgos y los fusilamientos de Txiki y Otaegui. Entre la población vasca se producía una simpatía generalizada, y también en otras zonas del Estado español. Al margen de su voluntad, y pese a su debilidad, ETA se convirtió en un factor importante no tanto por sus acciones sino por ofrecer con ocasión de la represión que desataba un catalizador en la lucha contra el franquismo.

Pero pronto quedó claro que su papel no sólo no potenciaba la lucha del movimiento obrero sino que pretendía suplantarla a la manera de un Robin Hood moderno. Las pruebas más claras las proporcionó el atentado contra Carrero, en el mismo día en que comenzaba el Proceso 1001 contra destacados sindicalistas. El atentado eclipsó el proceso. Y, más claro aún, el secuestro del empresario Huarte para respaldar la huelga de los trabajadores de su empresa.

Pero, sin duda, se consideraba que estaban del lado de la izquierda, y del lado del pueblo vasco aunque se rechazasen sus métodos.

El camino que se recorre para, desde allí, llegar a la teorización de «la socialización del sufrimiento» asesinando población civil indiscriminadamente, o convirtiendo en «objetivo» a cualquier militante o concejal del PP o del PSOE o cualquier funcionario de prisiones, ha sido un recorrido muy largo cuyo análisis excede con mucho las posibilidades de este artículo, pero que resulta imprescindible para poder conocer la naturaleza del fenómeno y dar una opinión razonada.

ETA renuncia a su programa

La existencia de ETA cada vez se encontraba más lejos de los hechos que permitieron su nacimiento y le prestaban su apoyo social, y, en una época, simpatía amplia entre todos los antifranquistas. Paradójicamente, cada vez su acción ha sido más violenta, más sangrienta, más despolitizada y más indiscriminada, siguiendo la dinámica interna del terrorismo individual que desprecia el papel consciente de las masas y acaba por enfrentarse a ellas. Esta dinámica, sin duda, es la que le ha conducido a un callejón sin salida.

Y si el capítulo que hoy estamos viviendo no se ha vivido antes fue porque no se aceptaba la realidad ni por parte de ETA, y un sector de HB, ni por parte de los gobiernos españoles, tanto del PSOE como del PP.

ETA hace mucho que dejó de aspirar a conquistar su programa (la independencia de Euskadi, contando con las siete provincias) y llevaba años buscando una salida digna que hiciese aparecer como derrotado al Estado español. Su conclusión, demencial pero auténtica, era que debía «poner más muertos sobre la mesa» y, claro, matar generales es muy difícil, pero asesinar a cualquier ciudadano es fácil para cualquier fanático con pistola, y eso fue lo que hicieron durante años.

No era capaz de admitir la impotencia del terrorismo individual para derrotar a un Estado y, además, se producía una mayor sectarización del movimiento que lideraba y, en relación dialéctica, un apoyo social más reducido. No sólo eso, al tiempo nacía una beligerancia social creciente contra ETA y sus métodos.

Por otro lado el Estado burgués estaba obcecado en «la derrota de ETA», «acabar con una banda de delincuentes». Así, el gobierno del PSOE cometió el peor error posible: pensar que una combinación de represión policial y guerra sucia acabaría con ellos. Los asesinatos de los GAL no hicieron, como había sucedido en el pasado con el Batallón Vasco-Español, sino alimentar el rescoldo y renovar la dinámica represión-reacción, con uno de los capítulos más negros del terrorismo de Estado.

La trampa

En todo este problema no podemos perder la perspectiva de clase. Todos los análisis que vemos estos días están plagados de un punto de vista burgués; el que siempre habla de «los demócratas», «todos los partidos», «el Estado de derecho», «todas las víctimas»… Nosotros no debemos caer en esa trampa.

El planteamiento tipo Elkarri (ahora Lokarri) está plagado de buenas intenciones pero tiene la huella de la impotencia del pacifismo interclasista. Y es precisamente este planteamiento, tan querido en las direcciones de IU y de EB, el que ha saltado por los aires con la táctica de Zapatero y la tregua de ETA. Durante años hemos mantenido una discusión en la izquierda en general, y en IU en particular, sobre cuál era el camino para desactivar el terrorismo de ETA y buscar una alternativa política al conflicto, frente a aquellos que sólo buscaban una vía policial de «derrotar a la banda». La dirección de IU, esta y la de Anguita, se negó siempre a aceptar una premisa básica: para buscar una salida no sólo no podíamos contar con el PP, sino que debíamos enfrentarnos a él.

Los dos ejemplo más claros son las alternativas de Elkarri y el acuerdo de Lizarra (Estella).

El «consenso» no es posible con los partidos de la burguesía, salvo que aceptes el punto de vista de la burguesía. Por eso el PP siempre dinamitó cualquier acuerdo desde dentro o desde fuera del mismo cuando cuestionaba sus «principios», desde la Mesa de AjuriaEnea, hasta el Acuerdo de Lizarra. Incluso ha boicoteado un instrumento hecho a su medida como era el «Pacto contra el terrorismo» firmado con el PSOE cuando ha dejado de servirle.

Claro, que para mantener el punto de vista descrito es necesario tener una posición marxista, que los «modernos» consideran desfasada. Lo paradójico, lo triste, es que ya que la realidad aplica las leyes de la dialéctica y la lucha de clases, aún sin el permiso de académicos y dirigentes políticos, Zapatero ha sido capaz de entender lo que nunca hemos conseguido que entendiesen los dirigentes de IU, desde Gaspar Llamazares y su equipo a Paco Frutos o Felipe Alcaráz, y ha resultado ser la idea clave: era necesario aislar al PP para empezar a encontrar una salida política al problema planteado por el terrorismo de ETA.

Aunque todo el proceso ha estado influenciado por los acuerdos de paz en Irlanda y existen, como siempre hemos defendido, grandes similitudes, también existen grandes diferencias. La más importante de todas ellas es el papel de la burguesía de la nacionalidad dominante. La burguesía inglesa había llegado a la conclusión de que le resultaba más conveniente abandonar la dominación directa de Irlanda del Norte, y eso permitió una política básicamente común entre los dos grandes partidos políticos ingleses. La situación aquí es muy distinta, el PP no sólo no ha aprendido la lección histórica, sino que cada vez está más empeñado en la tesis de la derrota total de ETA y del nacionalismo vasco en general, no tiene ningún interés en llegar a un acuerdo y considera que el problema vasco en general y el terrorismo en particular, supone para ellos un filón de votos en las elecciones. ¿Quién va a convencerles de lo contrario? No lo va a hacer Zapatero en su «pacto antiterrorista», ni lo haría Llamazares con un «pacto de Estado». Sólo un movimiento que avance, dejando al PP al margen, puede imponer en la práctica las medidas que son necesarias para hacer irreversible el proceso. Es problema del PP si se adapta oportunistamente a la nueva situación o se mantiene en su postura reaccionaria y obtusa. En cualquier caso la misión de la izquierda no es hacer llamamientos al PP, sino derrotarles políticamente.

Una tregua deudora de Lizarra

IU, que jugó un papel fundamental en abrir camino con el pacto de Estella, se ha visto ahora marginada de las glorias alcanzadas por Zapatero que aparece como el pantocrátor y que, a día de hoy, si no se le tuerce la economía demasiado y es capaz de sortear los intentos (que los habrá) de dinamitar el proceso, tiene una posición muy cómoda ante las próximas citas electorales.

IU, la única fuerza de ámbito estatal que ha seguido defendiendo el derecho de autodeterminación, tuvo una posición muy buena al inicio del pacto de Lizarra y después cometió los dos errores posibles: en Euskadi se pegó al PNV, renunciando a construir una alternativa independiente, democrática y de clase «no nacionalista», entre los nacionalismos vasco y español; y fuera de Euskadi se alineó con el PSOE (un ejemplo lo tenemos en la votación contra la toma en consideración de la reforma del Estatuto Vasco). Ahora aparece como una prolongación del gobierno Zapatero, renunciando a un papel de vanguardia, después de haber luchado en tiempos difíciles contra viento y marea, en lugar de reivindicar el camino abierto por Lizarra, del que la actual tregua es deudora.

El inicio del camino pasaba por aislar al PP (quizá sería mejor decir que el PP se ha autoaislado), y seguir la senda implicaría, para hacerlo bien, enfrentarse al PP, y esto parece que excede lo que Zapatero se dispone a hacer. De nuevo aparece la oportunidad para una izquierda, «a la izquierda del PSOE». ZP se dispone a invitar a su mesa al PP, incluso convocando el reaccionario «Pacto antiterrorista». Es un grave error, como ha decidido IU Federal, contraponer a esa convocatoria la de un «Pacto de Estado» que implique a todas las fuerzas políticas. Lo que debemos buscar desde la izquierda no es el apoyo del PP, sino el del pueblo vasco y la clase trabajadora de todo el Estado español, buscando la reducción del apoyo político de la derecha. El PP es una rémora para cualquier avance democrático en este terreno, lastrará el proceso desde el principio utilizando rastreramente recursos como el de las víctimas del terrorismo.

Las víctimas

El tema de la víctimas es el tema preferido del PP. Y también aquí, aunque les cueste entenderlo a algunos sectores de la izquierda, existe una óptica de clase. El prisma moral y humanitario es lógico, cumple un papel para la convivencia humana y es moralmente positivo que nos repugne el asesinato de gente inocente y que recriminemos las conductas que llevan a la destrucción gratuita de vidas humanas. Pero una cosa es eso y otra lo que se ha hecho con las víctimas. Sobre todo después del terrible atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid (acontecimiento que también ha influido en el retroceso de ETA por el choque psicológico que produjo en sus seguidores la hipótesis de la autoría etarra). La derecha española considera que para tener el estatus de víctima hay que ser del ámbito del PP y fervoroso partidario del nacionalismo español (que incluye a Savater, Juaristi, Pagazaurtundua…), y es lógico, pues entre las víctimas y familiares que han sufrido el terrorismo de ETA los hay de todas las ideologías pero, sobre todo, en los activos militantes de la AVT existe una mayoría con posturas de derechas, incluso con posturas semi-fascistas que exigen no justicia, sino venganza, incluida la pena de muerte. Y puede ser comprensible, pero es nefasto.

Como hemos visto a través del caso de Pilar Manjón y de todos aquellos sectores de víctimas con unas posturas progresistas, la desfachatez del PP no tiene límites a la hora de ultrajar a quienes no les sirven de figurantes en su macabra explotación política de los muertos. A las víctimas del 11-M, pertenecientes a la clase trabajadora, se les margina por parte de la derecha. Pero ¿qué decir de las víctimas del franquismo y de la Transición, que han sido totalmente olvidadas? Una de las mayores vergüenzas fue la elaboración de la Ley de Solidaridad con las Víctimas del Terrorismo, que reconoció a todas las víctimas de ETA desde el año 68, que sirvió para dar medalla a Melitón Manzanas y dinero a sus sucesores, pero que no reconoció a las víctimas del franquismo, a los asesinados por las fuerzas represivas y por las bandas parapoliciales. La derecha tiene muy clara su posición de clase en el tema de las víctimas y la izquierda adopta con más frecuencia de la debida la postura de la derecha para que no se nos acuse de «partidistas».

Hacer irreversible el camino

Con el alto el fuego de ETA se abre una etapa muy importante. La ocasión es la más propicia que se ha producido desde la Transición, pero está llena de obstáculos.

La necesidad de hacer que aquellos sectores de ETA que quieran volver atrás encuentren cerrado el camino e impedir que los «grupos incontrolados» de la derecha dinamiten el proceso, tiene carácter perentorio.

En lugar de hacer llamadas a la prudencia, típico de quienes no quieren el proceso, o de aquellos políticos pusilánimes que carecen de alternativa, debemos exigir al Gobierno que dé, ya, una serie de pasos que vayan más allá de las palabras y afiancen la esperanza desatada, pues la mayor presión a favor del proceso de solución política vendrá de un ambiente social optimista y exigente.

Y, en este terreno, Zapatero lleva un paso aún más lento que el de Aznar. El presidente del gobierno del PP comenzó el traslado de presos del entorno de ETA a cárceles próximas al País Vasco de forma casi inmediata a las negociaciones, si bien lo hizo con cuentagotas y una lentitud exasperante que no fue capaz de crear credibilidad en el proceso entre los ámbitos abertzales. Mientras tanto, procedieron a detener a los representantes de ETA en la negociación, lo que fue la expresión clara de que descartaban el acuerdo. Sólo querían la rendición incondicional.

Tres objetivos esenciales

Cualquiera que conozca, aunque sólo sea un poco, los entramados del problema al que nos enfrentamos sabe que la cuestión de los presos se convierte en la más decisiva para que este proceso pueda llegar a buen término en una primera fase. Al tiempo, se debe recuperar la legalidad política de HB, su reincorporación a las instituciones y la garantía de que puede presentarse a las próximas elecciones y, a un plazo más largo, la necesidad de dar los pasos hacia el reconocimiento del derecho de autodeterminación, sin el que no se resolvería la cuestión de fondo.

Por tanto, en estos tres temas es necesario tener una alternativa muy clara y presentarlos como un plan de conjunto.

El arma más poderosa, y también más sencilla, para desactivar una posible vuelta atrás es el cumplimiento de unos derechos democráticos mínimos, crear una sólida esperanza en el proceso entre los presos, sus familiares y círculos de apoyo. Este constituye el «núcleo duro» en el que se apoya la supervivencia de ETA y la médula de HB. Si el gobierno iniciase de forma inmediata el traslado de los presos a cárceles del País Vasco o cercanas a él, si aliviase el sufrimiento de las familias de los presos y otras medidas complementarias, encontraría un eco, se crearía un ambiente favorable a profundizar el camino del acuerdo y les pondría las cosas muy difíciles a aquellos sectores que piensen en volver atrás. No olvidemos que afecta directamente a más de 600 presos acusados de pertenecer a ETA, más los encarcelados en Francia, y los exiliados. Contando con los círculos de familia, vecinos y amigos, constituye el núcleo decisivo de varios miles de personas.

En consecuencia podemos decir que retrasar las medidas en este terreno es una auténtica irresponsabilidad por parte del gobierno de ZP.

El acercamiento de los presos, la liberación de aquellos que hayan cumplido las tres cuartas partes de sus condenas, la derogación de la «Ley de partidos», la suspensión del proceso masivo contra HB y su entorno, la reapertura de Egin y Egunkaria, la excarcelación de todos los presos detenidos por motivos exclusivamente políticos, de opinión y otras medidas similares, debían haber sido ya anunciadas por el gobierno. IU tiene que exigir que se tomen todas estas medidas de inmediato y llamar en Euskadi a la movilización popular para exigir al gobierno Zapatero que dé estos pasos en las próximas semanas. Desde luego que con esto no conjura el peligro de sectores, en ambos extremos, que boicoteen el proceso de diálogo, pero crearía un muro de contención del que ahora carece, y evitaría, al menos en parte, medidas extemporáneas como los encarcelamientos de dirigentes de HB.

Derecho de autodeterminación

La articulación de las medidas legales para permitir la participación de HB, o de cualquier fuerza política independentista en las próximas elecciones municipales, no puede estar supeditado a la tregua, es una medida que no puede formar parte de ninguna negociación, es un derecho democrático elemental como lo es el derecho de autodeterminación de los pueblos.

Hace muy mal Zapatero, y los sectores de la izquierda que le apoyan, en hacer aparecer derechos democráticos básicos, como el acercamiento de los presos, o la legalización de HB, o la libertad de expresión, como contrapartidas de una negociación con ETA. Esto, precisamente, da al movimiento abertzale una aureola de ser los luchadores por los derechos democráticos del pueblo vasco. Es lamentable que la izquierda se deje arrebatar de las manos esta bandera.

Pero la cosa aún es más grave cuando hablamos del derecho que subyace tras el conflicto vasco, el derecho de autodeterminación, o lo que es lo mismo, el derecho a decidir el tipo de relación que libremente el pueblo vasco quiere mantener con el resto de los pueblos que componen el Estado español, incluida la opción de la independencia. O, como se dice ahora, el marco autónomo de decisión.

Existe un miedo cerval en la izquierda a oponerse a los prejuicios del centralismo españolista que dominan nuestra sociedad. Se sienten como esos hombres que en ambientes machistas ríen los chistes despectivos con las mujeres.

Desde IU tenemos la oportunidad de dar una alternativa que una la reivindicación democrática de este derecho a una firme posición en defensa de los intereses de los trabajadores de todo el Estado español, y eso supone admitir el derecho a la independencia, pero al tiempo explicar que la independencia de Euskadi, o de cualquier otra parte del Estado, supondría un retroceso no sólo para los trabajadores sino para el propio pueblo vasco. La defensa de nuestros intereses comunes encuentra un marco más adecuado en un Estado Federal, en una libre unidad de los pueblos que componen el Estado español en una República socialista. Este es el objetivo que debemos ofrecer frente al independentismo. No podemos contraponer al nacionalismo vasco el nacionalismo español, sino el internacionalismo, el federalismo y el socialismo.

La defensa consecuente de estas alternativas es clave para abrir paso al proceso político en Euskalherria y en el conjunto del Estado español, para trasladar el protagonismo de la defensa de los derechos democráticos a la izquierda transformadora, pero, sobre todo, es una necesidad para reconstruir una izquierda que lo primero que necesita es ser consciente de su papel histórico y sentirse orgullosa de su tradición marxista.

* Alberto Arregui y Henar Moreno son miembros de la Presidencia Ejecutiva Federal de Izquierda Unida.