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Desbordamiento democrático

Fuentes: Rebelión

Para Adoración Guamán, por la idea.   «Y cuando el azar hace que el pueblo ya no confíe en nadie, habiendo sido engañado en el pasado por las cosas o los hombres, acaece necesariamente la ruina». Maquiavelo   Decía Pierre Bourdieu, años atrás, que un concepto, para que fuera inteligible, debía ser también intuitivo. Recuerdo […]

Para Adoración Guamán, por la idea.
 

«Y cuando el azar hace que el pueblo ya no confíe en nadie, habiendo sido engañado en el pasado por las cosas o los hombres, acaece necesariamente la ruina».

Maquiavelo

 

Decía Pierre Bourdieu, años atrás, que un concepto, para que fuera inteligible, debía ser también intuitivo. Recuerdo que escuché el término -ya existía en la teoría política- en la órbita de Udalbiltza. Ahora, al menos para mí, que ya no ando al día de casi nada (sigo creyendo que en el reino manda la banca y la iglesia), lo veo utilizado por gentes próximas a IU, o de la misma organización, gente joven, valiosa. Lola, mi nieta, me dice que ya no estoy para honduras teóricas (requiere estudiar) y que me dedique a lo mío: contar la guerra de España, la historia de Europa y lo mal que va todo en la sociedad líquida(da). Quizá tenga razón, pero la idea de «desbordamiento democrático» merece, cuando menos, una mirada oblicua. Fijar alguna de sus señas de identidad.

Las instituciones democráticas, aquellas que, entre nosotros, emanan de la Constitución del 1978, están llegando -según parece- al final de su ciclo vital. La democracia representativa, reducida a escombros ante el empuje del turbocapitalismo, resulta inoperante como forma-estado capaz de integrar las reivindicaciones, cada más determinadas y conscientes, de una amplia minoría con intenciones transformadoras. El marco del sistema-mundo capitalista, diseñado en Bretton-Woods, julio de 1944 (creación del BM y del FMI, así como la aceptación del dólar como patrón internacional de cambio), está saltando en pedazos con la llamada crisis económico-financiera. Si a esta inoperancia sumamos la debilidad de la Unión Europea y su incapacidad para generar esperanza colectiva estaremos frente a un caos jurídico-político: una parálisis del sistema nervioso central del modelo. En este contexto, una multitud -digamos con Antonio Negri, il cattivo maestro, creativa y espontánea- está emergiendo con intención de convertirse en el nuevo sujeto político, (des)organizado, de la acción. Tiempo atrás se les llamó, con precisión geográfica, el Pueblo de Porto Alegre.

Esta multitud, desde hace unos meses, ha tomado (digamos así) las calles. Los partidos políticos tradicionales, anclados en su sistema de castas de poder, élites e intereses, andan despistados ante esta singular iniciativa. IU, con mayor capacidad para entender el mundo (permítaseme la licencia), comprende el Movimiento y asume parte de sus postulados con la mirada fija en las elecciones del 20-N: interesante será estudiar el trasvase de votos de la calle a esta fuerza cercana. En cualquier caso, estamos frente a una nueva realidad, quizá un cambio -si el Movimiento no se ahoga en sus contradicciones- de paradigma político. La histórica clase obrera comunista y socialista (desaparecida en Europa, tras las sucesivas victorias de los «Treinta gloriosos» y la creación del Welfare state) ha cedido su sitio a la multitud; la centralidad del trabajo, el hilo rojo, ha sido cortado por la dispersión y la inmaterialidad, y la política (entendida como lucha de clases) es ahora un espectáculo diseñado por el marketing: teatro de marionetas.

En este contexto, el «desbordamiento democrático» sería la traslación a las instituciones, y a cualquier esfera de poder, de la práctica subversiva cotidiana. Un discurso y una acción que creen las condiciones para un nuevo contrato social, un poder constituyente que, rebelado ante la estrechez del marco legal, decida instaurar otro espacio -más libre y plural, abierto- para la armonización social y cultural de la «emoción política» de esta nueva mayoría. Pero para que este «desbordamiento» sea efectivo, es necesario que la presión popular, la multitud en marcha, alzados del suelo, determine cuál va a ser su papel en la arquitectura del emergente modelo. Solo con la voluntad, con el deseo, no es posible la transformación. Al deseo, germen de la potencia, Spinoza dixit, debe seguirle una organización flexible, de amplia base social, heterogénea, que comprenda el tiempo real de la práctica, el instante de imperiosa radicalidad que vivimos. Una estructura flexible, cuyo fin sea la conquista de la hegemonía, que aúne el optimismo transformador (la voluntad) y la pulsión vital (la energía) que produce el desencanto. Gramsci, por así decir, interpretado desde la idea de multitud.

Tengo sobre la mesa un par de libros de anotaciones militares, Écrits (Hanoi, 1977) del General Vo Nguyen Giap. La moderna multitudo spinoziana, un tejido de relaciones, con un fuerte carácter anti-indivualista, debería entender su espontaneidad -su ser es ser en acción- como una versión libre, reticular, de una guerrilla. El «desbordamiento democrático» supone una mirada radical al poder constituyente. Como recuerda Spinoza en su Tratado político: «el derecho que se define por el poder de la multitud suele denominarse Estado.» Ese y no otro debería ser nuestro propósito: del Pueblo de Porto Alegre al Estado de la multitudo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.