El avance de la influencia política, cultural, electoral e institucional de las ultraderechas, en esta última década, es evidente. Su grado de violencia racista y su estrategia de odio y amedrentamiento contra la población inmigrante, particularmente de origen musulmán, se han expresado claramente en los recientes hechos violentos en Torre-Pacheco.
Desde un enfoque democratizador, se trata de explicar la especificidad del ascenso actual de esta tendencia ultraderechista y analizar sus causas, para aportar fundamentos analíticos, teóricos y estratégicos para hacerle frente hoy y superarla.
Avanzo su sentido general, con algunos rasgos comunes entre las distintas tendencias ultras: nacionalismo excluyente y racismo, autoritarismo institucional, prepotencia económica, dominio neocolonial, militarismo. Supone una involución de los derechos sociales, civiles y políticos, mayor segregación étnico-racial y antifeminista y negacionismo climático.
Una involución sistémica
El derechismo extremo es, sobre todo, un fenómeno político y social, no principalmente cultural o ideológico, que es lo que se manifiesta mediáticamente. Se trata de su penetración en el Estado, con un cambio de las estructuras de dominación y de poder.
Se modifican las jerarquías de las relaciones sociales en tres ámbitos fundamentales que expresan las mayores fracturas de la sociedad: las brechas por clase social y la desigualdad socioeconómica; las desventajas por sexo/género, incluidos la dominación patriarcal, el reparto desigual de los papeles sociales, domésticos, laborales y de cuidados, así como la intolerancia ante la diversidad sexual y de género, y la discriminación por origen étnico-nacional-racial, incluyendo el campo de las relaciones internacionales, con la dependencia nacional, el neocolonialismo y el imperialismo, así como las actitudes racistas e intolerantes respecto de la inmigración y la diversidad cultural.
Por tanto, estamos ante una reacción profunda contra los avances igualitarios, democráticos y emancipadores de las últimas décadas, con una transformación autoritaria del sistema político liberal, que pretende afrontar el deterioro de la credibilidad de los grupos de poder y la deslegitimación de las élites gobernantes.
La presión y la gestión ultras replantean el carácter de las políticas públicas, normalmente, acentuando los procesos neoliberales de privatización, mercantilización y segmentación de los servicios públicos y la protección social, así como la precarización del mercado de trabajo y las relaciones laborales. Así, se debilita el contrato social y, en particular, el Estado de bienestar europeo y su modelo social y democrático.
Intentan la relegitimación y la recomposición de las élites institucionales y partidarias que representan al poder establecido, y la modificación del marco jurídico del Estado de derecho, con su instrumentalización, el vaciamiento de la democracia y la soberanía popular y el refuerzo del poder ejecutivo, junto con la militarización.
Aunque mantienen ciertas formas del régimen político liberal y constitucional, refuerzan una intensa socialización cultural e ideológica, a menudo impuesta desde los resortes del poder, los grandes medios privados o algunas instituciones religiosas.
En consecuencia, propugnan una transformación política, social y cultural en los distintos planos, estatal, internacional y, específicamente, en estructuras sociales básicas, como las relaciones familiares y las interacciones nacionales o interétnicas. Junto con el individualismo consumista neoliberal y un modelo de homogeneización ultraconservadora, lo que conlleva la disgregación convivencial, el reequilibrio regresivo del contrato social y cívico y nuevas dinámicas de precarización, vulnerabilidad y exclusión social.
Los avances feministas, la inmigración, con los retos de la interculturalidad y, además, en España, los desafíos del independentismo catalán y la necesaria articulación plurinacional constituyen importantes focos de reacción ultraderechista, con soluciones falsas y autoritarias a las incertidumbres vitales y convivenciales existentes.
Por tanto, el derechismo ultra tiene un sentido político global reaccionario y postdemocrático. No se queda en su palanca fundamental de la reestructuración despótica del poder institucional, sino que aborda un reajuste reaccionario de la desigualdad y la dominación en esas relaciones sociales, con su correspondiente justificación y su intento de primacía ideológico-cultural. Constituye un freno a las fuerzas y dinámicas democratizadoras, progresistas y de izquierda.
Igualmente, tiene una dimensión internacional frente a la nueva realidad multipolar, mientras intenta preservar los fundamentos económicos de un capitalismo neoliberal, con una adecuación a nuevos aspectos fundamentales como la innovación tecnológica y la crisis ambiental y de recursos materiales.
Supone la reestructuración jerárquica de países, grupos sociales y sectores productivos y financieros frente a los desajustes de la globalización, hacia otro orden mundial, mediante el militarismo, la prepotencia neocolonial y nuevas reglas, que aseguren la primacía imperial estadounidense, con la subalternidad geopolítica europea, en el marco de la OTAN y, en particular, la de su motor económico alemán.
Condiciones político-sociales del ascenso ultra
Los agentes promotores son una fracción de los grupos de poder, económicos y de los aparatos del Estado, con un reajuste tenso, de pactos y desencuentros, con la derecha tradicional y nuevos mecanismos de coacción institucional y presión social.
Necesitan la reconstrucción de una base social de apoyo, que buscan entre capas acomodadas, conservadoras y en descenso relativo. Mantienen una constante polarización y manipulación respecto de las demandas sociales y democráticas de las mayorías populares occidentales, así como la contención y el sometimiento de los intereses de las poblaciones del Sur Global, con la ayuda de algunas de sus oligarquías despóticas.
La responsabilidad principal de esta involución, aparte de sus promotores grupos de poder, deriva de la escasa firmeza democrática y social de las derechas convencionales, que se van desplazando hacia este plan como salida autoritaria al agotamiento de la legitimidad de su dominio. Demuestran su dificultad para afrontar los graves retos de la humanidad, el capitalismo y el orden internacional, con el suficiente consenso y cohesión social.
En especial, las élites gobernantes de la UE no tienen suficiente credibilidad para movilizar a la población europea y legitimar socialmente la estrategia de rearme y belicismo, como opción subordinada a los intereses geopolíticos de EEUU, sin autonomía estratégica y frente al ascenso multipolar y la competencia económica de los países emergentes de China y los BRICs. Su complicidad con la limpieza étnica y el genocidio palestino les desarma como referencia moral y democrática.
Pero el estancamiento respecto de unas perspectivas de progreso social, constreñidas por el impulso de conseguir mayores ganancias para las oligarquías económicas, las presiones de los grandes poderes fácticos y los límites de las tendencias progresistas y transformadoras, las lleva hacia el deslizamiento autoritario.
Su punto débil es que esa dinámica regresiva y autoritaria va en contra de las demandas de bienestar vital de las mayorías populares y, en particular, se enfrenta a la mayoritaria actitud cívica y democrática de las sociedades europeas y los intereses poblacionales en el Sur Global.
Históricamente, esa trayectoria está condenada al fracaso, quizá imponiendo antes grandes desastres ecosociales, institucionales, geopolíticos y sacrificios humanos. La experiencia del siglo XX, con sus dos guerras mundiales y sus precedentes respectivos, nos aportan enseñanzas que determinados grupos de poder se empeñan en sortear en defensa de sus privilegios. Se alejan de la universalidad de los derechos humanos y los principios democráticos básicos.
En este proceso de derechización, también tiene una parte de responsabilidad la inacción de las izquierdas y fuerzas democrático-liberales, por interés corporativo, desorientación estratégica o impotencia transformadora. Se agrava cuando se presentan grandes necesidades sociales y se genera una frustración cívica por la ausencia de cambios de progreso o, al menos, dinámicas y expectativas para afrontarlos.
Es el debilitamiento de la legitimidad de las élites progresistas y la esperanza popular en ellas lo que aprovechan las fuerzas ultras o las propias tendencias neoliberales para imponer sus respuestas como las únicas posibles. Las nuevas dominaciones y desigualdades se presentan como garantía de futuro para unas capas emergentes rearticuladas desde un gran nacionalismo autoritario y excluyente y un racismo islamófobo.
La respuesta democrática y progresista debe ser firme y multidimensional, frente a esa ofensiva ultraderechista, en todos los ámbitos y al conjunto de esferas políticas, sociales, económicas y culturales.
En ese sentido, la acción colectiva de los movimientos sociales progresistas -desde el feminismo, hasta el antirracismo, el ecopacifismo o el sindicalismo- debe tener un sentido sociopolítico o sociocultural, a diferencia de la sociología estadounidense, dominante en muchos ámbitos, que los asocia casi exclusivamente a un movimiento cultural. Con esa lógica, esa tendencia culturalista prioriza un cambio necesario de ideas y mentalidades, o unas simples garantías formales individuales, pero son insuficientes, especialmente, para las capas populares, condicionadas por más desventajas materiales, relacionales y culturales.
Por tanto, es necesario el impulso ciudadano por la igualdad real y la emancipación en las relaciones de dominación, con la modificación de las conductas y las costumbres en común. La activación cívica es imprescindible para modificar esas desventajas en las estructuras sociales básicas. La práctica social masiva y la acción político-institucional progresista es indispensable para plantear transformaciones institucionales y de las relaciones sociales, más generales. El cambio de las conductas personales y las mentalidades está en conexión con un cambio sociocultural, político y estructural de las condiciones vitales desiguales y discriminatorias.
La ofensiva ultra es multidimensional, en todos esos campos. La respuesta democrática también debe interrelacionar la acción igualitaria y solidaria en todos esos ámbitos.
Antonio Antón. Sociólogo y politólogo
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.