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Dialéctica de coincidencias en Euskal Herria

Fuentes: Voz Propria/Rebelión

Este artículo ha sido escrito a petición de la revista Voz Propria, integrada en la izquierda independentista de la nación gallega. El anuncio del presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, sobre el inicio de las conversaciones oficiales con ETA, es un paso más de largo proceso iniciado hace un tercio de siglo. Si bien supone […]

Este artículo ha sido escrito a petición de la revista Voz Propria, integrada en la izquierda independentista de la nación gallega.

El anuncio del presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, sobre el inicio de las conversaciones oficiales con ETA, es un paso más de largo proceso iniciado hace un tercio de siglo. Si bien supone una novedad por cuanto es la primera vez en la historia de los muy frecuentes contactos directos o indirectos entre todos los gobiernos españoles y ETA, en la que el gobierno establecido anuncia oficialmente y con antelación que se van a en el largo proceso histórico que le antecede y que la ha provocado. No ha caído del cielo ni responde a una súbita conversión paulina del PSOE a la democracia; ni menos aún es un capricho extravagante de Zapatero apoyado por un corifeo de incondicionales y arribistas. Su anuncio supone, en realidad, un reconocimiento implícito de que el Estado español no puede vencer policialmente a la izquierda abertzale en el contexto actual, de que puede venir bien aumentar el fondo, el contenido de las conversaciones que ya se mantenían, y, por último, de que ambas cosas, pueden beneficiar al PSOE.

Hay momentos en la historia en los que, por razones de la complejidad de las contradicciones en lucha, coinciden dos enemigos y marchan durante un tiempo en la misma dirección. Son coincidencias que duran poco porque se mueven en las partes exteriores de los problemas, no son coincidencias estructurales y duraderas sino fugaces y superficiales. Desde luego que, según hemos dicho, no son fortuitas ni casuales, ya que todo azar nace del choque de procesos causales, sobre todo en las acciones humanas, en la realidad social. Aclarar esto es importante para entender lo que está sucediendo en el Estado español y en la parte que todavía ocupa de Euskal Herria.

Nos vamos a centrar en primer lugar en la parte más conocida y por eso la más breve: durante un tercio de siglo la izquierda abertzale ha ido acumulando fuerzas, superando represiones y trampas, convenciendo sectores e indicando pacientemente que no había otra solución que la de llegar a un acuerdo. Ha sido un camino duro en el que la izquierda abertzale y sobre todo ETA, no ha dudado en corregir su línea anterior, aceptar públicamente sus errores, autocriticarse y abrir nuevas vías. Mientras tanto, las fuerzas contitucionalistas y autonomistas se empeñaban en, además de aplastar a ETA, también en evitar que nada cambiase, que todo siguiera igual, excepto en el aumento de sus prebendas institucionales, chanchullos y negocios. Si hubiera sido por ellos, ahora seguiríamos igual que antes en lo que concierne a Euskal Herria.

Pero el capitalismo español se caracteriza por su débil centralidad estato-nacional, de sus fuerzas centrípetas, y por la persistencia de las reivindicaciones nacionales periféricas, de las fuerzas centrípetas. Periódicamente esta contradicción se agudiza al extremos de tener que intervenir las fuerzas armadas, intervenciones explícitas o simple «sugerencias» entre pasillos. Cuando la tensión inter-nacional dentro del Estado se conjuga con la tensión social, con la lucha de clases en su interior, entonces lo más frecuente es que estallen crisis verdaderamente estructurales. El ejército es el que recompone con brutalidad la situación, como en 1936-39. Pero en determinados contextos globales la solución militar es la peor de todas, siendo preferible cambiar algo sin importancia para que nada importante cambie, como en 1975-78. Para lograrlo, uno de los trucos es ceder parte del pastel del beneficio que la burguesía central obtiene con la opresión nacional de los pueblos a las burguesías colaboracionistas de esos pueblos que, muy gustosamente, se desvivirán para agradar a su hermana mayor. De hecho, durante el casi medio siglo de dictadura, estas burguesías no hicieron literalmente nada por su pueblos sino limitarse a un colaboracionismo descarado pero no oficial. ¿Cómo no lo iban a hacer entonces cuando podían aumentar su parte de pastel colaborando oficialmente con la «democracia»? Esto explica que no hayan hecho nada durante el siguiente tercio de siglo.

Sin embargo, por debajo de esta pasividad premeditadamente egoísta, la realidad iba cambiando poco a poco, imperceptiblemente pero sin pausa. Todo fluye y nada permanece. La lentitud subterránea iba cogiendo rapidez y asomándose a la superficie por la acción de cuatro factores principales como eran: uno, la incidencia militante de la izquierda abertzale en Euskal Herria y la paulatina recuperación del activismo político en el resto del Estado, sobre todo en las otras naciones oprimidas; dos, simultáneamente, los cambios de fase dentro del imperialismo, la nueva reordenación europea, la aceleración del proceso mundializador de capital, etc., y las formas específicas que esos cambios tomaban en el Estado español: obsolescencia técnica, déficit exterior, endeudamiento privado, boon financiero-especulativo de la economía del ladrillo y del turismo, etc.; tres, como efecto de ambos cambios, las burguesías periféricas empezaron a ver la necesidad de algunas reformas a tiempo para no quedarse atrasadas ni delante de sus pueblos, que exigían más derechos, ni delante del Estado que, parar asegurar una incierta situación económica de fondo, exigía más dinero y reforzaba la centralidad administrativa con leyes y decretos diarios, reduciendo aún más las enanas atribuciones delegadas por Madrid; y cuatro, dentro de la burguesía española empezó a producirse un distanciamiento no importante entre dos grandes bloques: quienes preferían adorar al euro y quienes adoraban al dólar, aunque se postrasen ante los dos en realidad.

Lógicamente, este distanciamiento tenía su reflejo y efecto indirectos en el plano político, más que todo por la peculiaridad de los dos grandes partidos españoles consistente en ser piezas claves para la administración política, socioeconómica e ideológica del capitalismo español. Dentro del PP dominaba abrumadoramente el dios dólar, y el PSOE un sector importante tenía -y tiene-muchos intereses subimperialistas en Latinoamérica, mientras otro sector sí veía la urgencia de un definitivo engarce con el euro como la mejor tabla de salvación exterior, sin abandonar al dólar. Estando aún el PP en el Gobierno del Estado, en el PSOE se produjo una áspera lucha interna en la que salió vencedor por los pelos un sector casi desconocido nucleado por Rodríguez Zapatero, al que mucho auguraron una rápida sustitución: «Zapatero el Breve», le apodaron. Nada más ser elegido secretario general varias tendencias internas comenzaron sus zancadilleos y obstrucciones buscando su rápido agotamiento. Pero esto no sucedió por razones muy simples de entender.

El PSOE había sido recreado artificialmente en la segunda mitad de 1970 con dinero alemán y permiso de la dictadura, obedeciendo las directrices de la embajada estadounidense en Madrid: había que crear una sólida valla ante el supuesto «peligro comunista» del PCE –que de león republicano devino en paloma monárquica–, de modo que la transición de la propiedad franquista a la propiedad juancarlista fuera normal, sin sobresaltos. La nueva paloma monárquica se suicidó en un alarde de españolismo burgués, y el PSOE absorbió e integró a toda clase de náufragos políticos, arribistas y trepas. Alrededor de 1993, cumplida a medias su función, iniciaron su demolición que concluyó en 1996 con la victoria electoral del PP. Las decrépitas burocracias del PSOE no podían ni recomponer el partido, corrompido hasta la médula, ni menos aún reconquistar el gobierno. Mientras las fracciones dominantes se devoraban en la pelea cainoata por el control interno, entre ellas se coló sin ruidos un grupo regeneracionista que no se había significado anteriormente y en el que apenas nadie se había fijado. Su victoria fue una sorpresa para los barones, ególatras ensoberbecidos, indiferentes ante los cambios internos en las bases del partido.

Desde aproximadamente 1993 el PSOE fue dejando detrás de sí un rastro inocultable de corrupciones internas y externas, de cesarismo en su dirección única, de ruptura de su unidad anterior, de manejos y chanchullos, y sobre todo de fracaso en lo elemental: vencer a ETA y mejorar la situación social. Su traición ética, su amansamiento político y su giro a lo peor de la ideología burguesa, hicieron que muchos sectores de la juventud urbana votaran al PP. Naturalmente, ciertos grupos militantes de responsabilidad media y de base no aceptaban esa descomposición y a la primera oportunidad mostraron su malestar votando al más desconocido, al menos encumbrado y por ello al más fiable. La cauta política inicial de Zapatero gozó del apoyo de los errores del PP, que en su afán por multiplicar lo antes posible los beneficios de una parte de la burguesía, estaba arrasando con todo lo demás, de forma que para finales del siglo XX se empezaban a notar los síntomas de un malestar creciente, situación ya nítida desde el 2001 y que con altibajos fue la que explotó en Marzo de 2004 ante la descarada manipulación del PP de los atentados en Madrid: si el Gobierno y el PP hacían eso esos días ¿qué no harían después durante otros cuatro años de mandato? Esta duda aterró a cientos de miles de abstencionistas progresistas y de izquierda que, tapándose la nariz, dieron el voto a un tímido y desconocido Zapatero.

Después todos recordamos lo que ha sucedido en estos dos últimos años, cómo los barones torpedearon sus iniciativas mientras su grupo fiel iba reordenando el partido, tomando el control interno y reorientando a la gran masa pasiva y oportunista de su burocracia interna. Estas pequeñas contradicciones internas no eran nada comparado a la ferocidad implacable que en el exterior mantenía y mantiene la derecha neofascista y fascista del PP, y que está llegando a situaciones que serían esperpénticas de no ser potencialmente terribles, consistentes en que toda la derecha más reaccionaria, la fracción más atrasada y retrógada de la burguesía, por supuesto la inmensa mayoría de la Iglesia, todo este amplio sector social, se ha identificado con el modelo del PP y con su rechazo absoluto a cualquier proceso de resolución democrática del conflicto español en tierras vascas.

Se ha creado así una situación marcada por, primero, el ya práctico control absoluto del PSOE por el grupo de Zapatero, que está avanzando a marchas forzadas en el control del Estado. El PSOE tiene un programa estratégico de definitiva integración del Estado en la UE, superando por fin la enorme distancia que ha separado a Europa del Estado español desde los siglos XV-XVI. Muchos sectores burgueses saben que están ante posiblemente la última posibilidad de subirse al tren europeo y tiene prisa en lograrlo porque todos los indicativos económicos advierten que más temprano que tarde desinflará el globo de la economía de servicios, de ladrillo y de especulación. Tienen que salvaguardar la poca industria que les queda y eso sólo pueden hacerlo dentro de la UE, y aún así no será seguro del todo.

Segundo, el PSOE sabe que una de las bases de la modernización española es reorganizar las relaciones de explotación nacional interna, renegociando con las burguesías periféricas y remodelando el Estado para, entre otras cosas, detener la sangría de la deuda autonómica, abaratar el funcionamiento del Estado, cargar a las autonomías parte de los gastos sociales y públicos y, también, recrear el nacionalismo español dándole unos aires democráticos relacionándolo con ese europeísmo que quieren crear a marchas forzadas. Cómo se la «cepillado» el Estatut Catalá es un ejemplo de todo esto.

Tercero, pero en esta tarea el PSOE se ha encontrado de frente con el PP, y aquí surge precisamente la coincidencia transitoria con la izquierda abertzale no porque ésta esté en proceso de genuflexión, sino porque el PSOE piensa que utilizándonos, prometiéndonos cosas, etc., refuerza sus posiciones. Una cosa es que pueda engañar realmente a la izquierda abertzale como ha engañado ERC, cómicamente incluso, al igual que uno de esos enredos de encornudamiento, y otra cosa totalmente diferente es que pueda lograrlo. Pero de esto hablaremos luego. Ahora nos interesa decir que el PSOE gana mucho con el proceso abierto: va marginando al PP; refuerza al partido interna y externamente; gana prestigio entre sectores progresistas y nacionalistas descontentos por otras actuaciones; gana prestigio internacional; avanza en la reforma del Estado; gana posiciones en Euskal Herria al absorber parte del voto del PP y de IU… y puede creer que engaña a la izquierda abertzale mientras negocia en privado con el PNV, lo mismo que ha hecho con CiU a costa del Pueblo Catalán.

Cuarto, por parte de la izquierda abertzale se es muy consciente de que se el PSOE no hace nada por convicción democrática. Si lo fuera, habría tomado ya hace tiempo muchas medidas que no quiere tomar, no sólo con respecto a Euskal Herria: hacia las prisioneras y prisioneros, contra la tortura, parando la represión en seco y poniendo el bozal a los jueces, y muchas más medidas mínimas y urgentes, sino también en el Estado con respecto a las clases trabajadores y demás, por no hablar de su política internacional –su apoyo directo y esencial a los crímenes marroquíes contre el Pueblo Saharaui, por ejemplo, o en Latinoamérica, etc–. El PSOE hace lo que hace por necesidad pura y dura: ganar las siguientes elecciones generales; debilitar al PP; avanzar en la reforma del Estado que él quiere hacer; intentar engañar a la izquierda abertzale con un proceso negociador oscuro, embarullado, vengativo y represor, amenazante, doble, mientras busca otras salidas, etc.

Quinto, la izquierda abertzale ha llegado a este nuevo paso porque se lo ha trabajado, con todos los méritos del mundo y consciente de que no puede ni quiere defraudar las esperanzas de su militancia, esperanzas que se centran en la firmeza de sus objetivos estratégicos. Sabe que ahora se inicia un camino nuevo, pero relativamente nuevo. Es decir, lo nuevo consiste en que por primera vez se está hablando de muchas cosas dentro de una oficialidad bastante seria ya que la declaración de Zapatero no ha sido realizada en sede parlamentaria, oficialmente recogida en el libro de sesiones, sino en un despacho. Pero lo relativo de la novedad no consiste en esa artimaña, sino en que se mantendrán aún funcionando muchos instrumentos represivos del Estado, desde la utilización de las presas y presos como rehenes y de sus familiares y amigos como objetos de venganza sádica, hasta las detenciones y procesamientos.

Sexto y último, por tanto, transitoriamente y debido a la conjunción de factores diversos en una misma coyuntura, han coincidido la izquierda abertzale y el PSOE en unos cuantos metros del camino. Situaciones así ocurren sobre todo en los procesos de emancipación nacional y social de los pueblos oprimidos pero no en la simple lucha de clases en un país que no sufre opresión nacional. Semejante coincidencia fugaz de intereses meramente tácticos y coyunturales es lo que convierte a la situación actual en un pequeño lío que no se soluciona con los criterios simplones al uso, ideados para ocultar el movimiento de las contradicciones y pare ver cada problema de forma estática y separado de los demás.