Lo que ha fallado en el pensamiento de organizaiones con voluntad transformadora es la capacidad de analizar la opresión nacional como parte de la opresión de clase. Hoy es tal el grado de subordinación del pensamiento de la izquierda española al pensamiento hegemónico en esta cuestión, que no es imaginable ninguna iniciativa de apoyo solidario […]
Lo que ha fallado en el pensamiento de organizaiones con voluntad transformadora es la capacidad de analizar la opresión nacional como parte de la opresión de clase. Hoy es tal el grado de subordinación del pensamiento de la izquierda española al pensamiento hegemónico en esta cuestión, que no es imaginable ninguna iniciativa de apoyo solidario a quienes luchan en los pueblos. 1. España es una construcción histórica, producto de un sistema de dominación concreto.
En la etapa de la globalización neoliberal mal haríamos en considerar que las cosas no cambian, y que las realidades políticas «son» y que hemos de aceptarlas como tales. Para cualquier persona que se sitúe en un proyecto de revolución ha de resultar de lo más absurdo considerar que hay realidades inmutables. Ello es antidialéctico y le quita sentido al mismo proyecto de la revolución.
Las cosas son hoy así, pero, mañana serán distintas. Toda realidad se mueve, cambia.
Para quienes estamos en un compromiso de revolución, la cuestión importante es el descifrar las leyes internas de estos cambios, las fuerzas que los protagonizan y las contradicciones que operan en el sistema empujando hacia la nueva construcción social y política.
Quien esté en una organización revolucionaria y se aferre a las certezas actuales del sistema de dominación está invalidado/a para protagonizar ningún cambio social, por pequeño que éste sea. Pero, desgraciadamente, resulta frecuente este tipo de situaciones en las que la falta de perspectiva, la debilidad de la elaboración política, llevan a situaciones de organizaciones que se reclaman revolucionarias y que terminan operando como reproductoras del pensamiento hegemónico.
Lo que hoy conocemos como España es la expresión histórica de la hegemonía de unas clases sociales, que han mantenido su poder reproduciendo y desarrollando, en sus distintas fases, el sistema de dominación capitalista. Son los intereses de clase los que han dado lugar al sistema de valores que sustentan esa estructura de poder.
Puede resultar muy claro el ejemplo del periodo de la dictadura franquista, en el cual la conjunción formada por el aparato militar, el capital financiero, la burguesía terrateniente, la Iglesia y otros sectores próximos a ellos, optó por una estrategia de exaltación de lo español. Se fomentó todo un prototipo de lo español en torno a una artificiosa construcción social y cultural. El objetivo no era otro que dar cohesión a un sistema de dominación que, en ese periodo, tomó formas particularmente violentas y limitadoras de las libertades y derechos conquistados anteriormente en el periodo republicano.
Hoy nos resulta ridículo todo ese modelo estereotipado de «lo español», pero lo cierto es que ante determinada base social ello dio sus resultados, e incluso, ganó un entusiasmo de masas. La estabilidad de la dictadura se apoyó en ello en buena medida, junto a la mano de hierro del dictador.
Visto desde una perspectiva histórica más larga, la construcción del Estado español fue una necesidad histórica de un incipiente proceso de acumulación capitalista, que pasó por encima de las realidades de los distintos pueblos sobre los cuales se realizó.
Factores históricos diversos plantearon a las emergentes clases dominantes la necesidad de dotarse de un ámbito «nacional» lo más amplio posible. Construir un mercado con la mayor abundancia potencial de materias primas, con mano de obra suficiente, con unas fronteras claras y militarmente defendibles fueron elementos que determinaron, en buena medida, los límites geográficos de la España que hoy conocemos. Si ciertas circunstancias históricas lo hubieran permitido, esta España incluiría también Portugal, y ciertamente que habría sido un resultado aún más contundente. Toda la Península Ibérica una sola «nación».
Las situaciones de Baleares y Canarias son, también, expresiones sujetas a avatares históricos concretos, que las colocaron donde están hoy. El resultado de este proceso histórico es que luchamos en un Estado que es éste, que comprende a pueblos distintos, que sufren una opresión nacional como producto de la misma lógica del sistema de dominación que se ha consolidado.
Ahora que el capitalismo ha dado saltos de gigante en el proceso de acumulación, las clases dominantes nos llevan a un proceso de integración europea, que implica la destrucción de muchos de los valores sobre los cuales se sustentó su hegemonía en el periodo anterior. Patria, cultura nacional española, soberanía, etc. son términos y categorías que ya no forman parte del sistema de dominación. Ahora esos valores se han cambio por: participación en Europa, seguridad de todos sin fronteras, Europol, Ecofin, etc. Van arrinconando su bandera roja y gualda y nos colocan una azul llena de estrellitas. Como el ejército ya «no defiende a la patria», pues no hay problema en formar un ejército mercenario con la carne de cañón producto del neocolonialismo. Pasamos del «Todo por la Patria» al «Todo por la Pasta»: se dicen las cosas con más claridad, pues siempre fue el segundo eslogan, encubierto por el primero.
Por tanto, España es un producto histórico que lleva en sus entrañas la opresión de los derechos nacionales de los distintos pueblos y nacionales que han estado incluidos en él.
Las diferencias culturales, económicas e históricas de esos distintos pueblos han sido una dificultad para la construcción del capitalismo español. Para las clases hegemónicas habría sido preferible que el estereotipo franquista de «lo español» fuera verdad y que, en torno a una única identidad de pueblo, se hubiera dado la construcción histórica de España. Pero esos pueblos existen, y, en buena medida, explican muchos de los conflictos internos del Estado español a lo largo de su historia.
Y, habiendo llegado a este punto, es posible plantear una pregunta ¿Ha pretendido la izquierda revolucionaria española construir su idea de estado socialista siguiendo las mismas pautas del periodo capitalista, sin asumir consecuentemente la realidad plurinacional?
2. Contradicciones y responsabilidades de la izquierda española en la lucha de liberación nacional.
La cuestión nacional ha sido motivo de multiplicidad de debates en la historia del pensamiento revolucionario. La misma existencia de la URSS fue una experiencia histórica preñada de la cuestión nacional; también fue el caso del debate sobre Polonia, y, por otra parte, podemos mencionar las experiencias de Yugoslavia o Checoslovaquia, con desarrollos recientes.
No es ésta una cuestión fácil, ni podemos considerar que esté resuelta en ningún manual. En un extremo se podrían situar las posiciones del nacionalismo más sentimental; el «yo soy de este pueblo», y se pretenden que eso define toda la situación de opresión contra la que hay que luchar. Y, en el extremo contrario, el «la clase obrera es una única clase universal», y, con ello también se pretende tenerlo todo resuelto desde el punto de vista revolucionario.
Frecuentemente, en el campo revolucionario, ha habido una tendencia a menospreciar la cuestión nacional. Más o menos se ha venido a argumentar la cuestión nacional como una cuestión de oportunidad, una cierta sensibilidad que hay que tener en cuenta para acercarse a la gente con más facilidad. Pero, en última instancia, se consideraba esta preocupación como expresión de conciencias poco desarrolladas que, ante la dificultad de elaborar un pensamiento consecuentemente revolucionario, encontraban refugio en la cuestión nacional para expresar una cierta rebeldía. Rebeldía que se consideraba de menos importancia por parte de las vanguardias de turno.
Quizás la formación de los primeros destacamentos revolucionarios organizados en el Estado Español, su proceso histórico concreto, pueda explicar, en cierta medida, por qué esto ha sido así. Diversos factores, entre ellos el triunfo de la revolución rusa, pueden haber implementado una concepción de que la revolución socialista era algo que se resolvía en la más pura y simple confrontación entre clases. Algo tan sencillo como decir que «muerto el perro, se acabó la rabia». Destruida la burguesía, destruidos todos los males que originaba esa clase social. Y, por tanto, en esa lógica, también ha de quedar resuelta la opresión nacional de los pueblos, o , llevadas las cosas a otro terreno, resueltos, por ejemplo, los problemas de género.
Esa simplicidad de pensamiento caracterizó en buena medida a las organizaciones revolucionarias españolas, y a las de otros estados. No fue una orientación exclusivamente española.
Pero, para el caso español, fue una cuestión que ha tenido consecuencias nefastas. En las realidades nacionales más dinámicas, el divorcio, cuando no el enfrentamiento entre organizaciones revolucionarias -tachadas frecuentemente de españolistas- y las organizaciones nacionalistas ha sido un motivo permanente de debilitamiento de la capacidad de confrontación de los pueblos con las fuerzas hegemónicas del sistema.
Son numerosos los documentos de las organizaciones históricas de la clase obrera española en los que la cuestión nacional se despacha como una coletilla final, algo añadido al informe, pero no algo que forma parte del informe. Se llega, incluso, a hacer un pronunciamiento por el derecho de autodeterminación, pero para insistir, a renglón seguido, en que ello, ni remotamente, significa un reconocimiento de una realidad distinta de la del actual Estado Español.
Pero, fundamentalmente, lo que ha fallado en este pensamiento con voluntad transformadora es la capacidad de analizar la opresión nacional como parte de la opresión de clase. Ahí, las elaboraciones son mínimas, si hacemos la salvedad de la realidad de Euskadi, donde hay una abundancia de textos con orientaciones muy diversas.
Esta falta de elaboración ha dado como resultado organizaciones políticas que, reivindicándose como progresistas, se han confrontado desde hace años con una esterilidad desastrosa. Una posición es la del nacionalismo puro y duro que, reivindicándose de la izquierda, niega relación entre problema nacional y lucha de clases. Desde este sector se viene a plantear que , primero, hay que unir a todas las fuerzas posibles para conseguir la liberación nacional, y que después, será el momento de hablar de emancipación social.
A esta línea de pensamiento, y sin entrar en mayores profundidades, que no es de lo que se trata ahora, objetamos que la lucha política no se aborda por etapas al gusto, ahora esto y después aquello: es un poco difícil pensar que es posible aparcar la lucha de clases por un periodo -de duración desconocida, pero posiblemente largo- para luego retomarla cuando convenga. Algo así como, primero, la independencia y, luego, la revolución.
La otra posición, que ha caracterizado a la izquierda «más clásica», si se me permite la expresión, ha sido la mencionada más arriba, que es la de considerar la lucha nacional como algo que hay que añadir a la lucha revolucionaria, Pero que la revolución puede avanzar prescindiendo de la lucha por la emancipación nacional.
En este panorama de debilidad política aparece una situación, la de Euskal Herría, que expresa de manera dramática las responsabilidades de la izquierda española por su falta de elaboración ideológica.
La derecha social y política, el bloque del poder, de una manera más concreta, puede moverse a sus anchas en la medida que el grado de confrontación que se da en Euskadi no tiene ningún tipo de respuesta progresista en el resto del Estado. Quien no esté de acuerdo con esta afirmación que ponga un ejemplo de acción concreta de apoyo a la lucha por los derechos nacionales vascos; y no digo de apoyo a esta o aquella opción política vasca, sino a la causa de la lucha contra la opresión nacional en Euskadi, fuera de periodos electorales o coyunturas similares.
Hoy es tal el grado de subordinación del pensamiento de la izquierda española al pensamiento hegemónico en esta cuestión, que no es imaginable ninguna iniciativa de apoyo solidario a quienes luchan en ese pueblo. Ni tan siquiera las denuncias por el terrorismo de estado, que ha tenido una larga lista de víctimas y de presos/as políticos, han tenido en estos últimos años una expresión digna de mención.
El sufrimiento del pueblo vasco es mayor por la falta de compromiso de la izquierda estatal en esta lucha. La prepotencia del llamado «bloque constitucionalista» es mayor por esta misma razón.
Y choca esto aún más cuando sí podemos mencionar toda una serie de luchas y campañas políticas a las causas de otros pueblos. Es una cuestión a reflexionar el por qué, con la mayor naturalidad, se dedica un tiempo y unas energías estimables al apoyo de las luchas del pueblo kurdo, de los zapatistas, de los presos de La Tablada o de los saharauis. Y no trato con ello de hacer ningún paralelismo entre los ejemplos citados y la situación vasca. Sencillamente, que en la izquierda a nadie extraña ese tipo de iniciativas de complicidad solidaria. Al contrario, hay una enorme receptividad; y no aparece la extrañeza que ante un pueblo tan cercano no exista pronunciamiento alguno sobre su lucha. Hay que plantearse preguntas de este tipo, las cuales, por elementales, pueden poner más en evidencia la incongruencia e inconsecuencia de las prácticas políticas.
¿Cómo es posible que el PCE de la primera transición aceptara en la Constitución que el ejército es el garante de la unidad de la patria?. Pues, porque es cierto lo que aquí se dice: que se tenía y se tiene en muchas organizaciones, una concepción instrumental de la cuestión nacional.
3. Hacia una propuesta dialéctica de la lucha de liberación nacional.
En la organización de los comunistas españoles estamos emplazados a dar una respuesta a esta cuestión, en términos que suponga un revulsivo en el panorama político de la izquierda.
La última experiencia negativa se puede mencionar con motivo del Congreso de Unificación Comunista (PCOE-PCPE), en octubre de 2000, donde, en la discusión de los Estatutos, se puso de manifiesto que hay cosas sobre la cuestión nacional que están escritas en los materiales del partido pero que no están en la conciencia de la militancia. Avances que parecerían importantes en ocasiones anteriores, demuestran su enorme debilidad y su nula operatividad política.
Para empezar a definir la propuesta en positivo, aceptemos que el proceso hacia la revolución no se construye de una manera lineal, en simple y pura confrontación de clase contra clase. El proceso de formación de la conciencia revolucionaria y de la construcción de la unidad de la clase se realiza en un proceso complejo, multidisciplinar, podríamos decir; en el que intervienen factores económicos, culturales, históricos, etc, etc. Y, digamos a continuación, que la revolución socialista no lo resuelve todo, como por arte de magia. En todo caso, sienta las bases para construir una sociedad nueva donde se resuelvan problemas intrínsecos de la formación capitalista, que perviven después del episodio de la revolución. Si aceptamos la parte inicial de este artículo – España es una construcción histórica de un sistema de dominación concreto- aceptaremos, a continuación, que el estado que ha de construir la revolución no ha de estar sujeto a los límites y normas del periodo histórico y de la formación socio-económico anterior. En función del nuevo periodo histórico, y de la nueva hegemonía, ha de construir el estado que corresponda a sus intereses clasistas.
Pero, además, el estado del capitalismo español, por razones intrínsecas -dominación violenta de la burguesía en la definición de un mercado-, hace imposible el ejercicio del derecho de autodeterminación de los pueblos. La burguesía española puede participar en una iniciativa para imponer a golpe de misiles la autodeterminación de determinados pueblos balcánicos, pero está imposibilitada -tampoco quiere- para el ejercicio del derecho de autodeterminación de los pueblos del Estado.
Si el proceso histórico ha sido así, no habrá autodeterminación con la monarquía borbónica «constitucional», es un compromiso del proyecto revolucionario enfrentar el ejercicio del derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones del estado, entendiendo que ello, en nuestro proyecto, ha de tener la capacidad de desarrollar una inmensa energía liberadora que ha de permitir incorporar a la causa de la revolución a sectores amplísimos del pueblo, facilitando así, la formación del bloque social y político que se comprometa con la causa de la construcción del socialismo.
Un elemento central de la cuestión nacional, en la perspectiva de la revolución, es que la clase obrera de cada pueblo ha de marcarse el objetivo de constituirse en clase nacional en el proceso de toma del poder. Y ello significa dotarse de un proyecto de revolución, y de ejercicio del poder, ajustado a las características más concretas de la lucha de clases en la realidad nacional concreta. No es igual la lucha de clases en Canarias que en Catalunya, Andalucía o Euskadi. Hay elementos comunes, y por ello, tenemos un proyecto de revolución para el Estado Español, pero hay también realidades específicas, y, por ello, reconocemos el hecho nacional como elemento esencial e inseparable de la lucha de clases.
Mientras esta cuestión se aborde con complejos absurdos, mientras dejemos este tema libre al nacionalismo tribal, nuestra situación para ganar a amplias capas para nuestro proyecto será enormemente débil.
En el socialismo, cada pueblo ha de construir la nueva sociedad participando de un proyecto internacionalista, que aportará enormes energías para enfrentar las dificultades inmensas de la construcción de la nueva sociedad; pero también desarrollando todas sus propias peculiaridades, interviniendo de forma concreta en sus contradicciones más específicas, en su formación de clases más particular. Si estos aspectos son ignorados o considerados de menor importancia, tenemos numerosos ejemplos de lo mal que las cosas pueden ir para la sociedad socialista.
Revolución socialista y construcción nacional han de ser propuestas que se entiendan como dialécticamente unidas.
No podemos jugar a predecir cómo será el futuro. El PCPE plantea hoy una propuesta confederal para el proceso hacia la toma del poder por parte de la clase obrera española, porque entendemos que con ello se construirá un estado revolucionario más fuerte, y por ese objetivo luchamos. Pero también hay que decir que los procesos no están predeterminados en esta cuestión, y que la barbarie de la burguesía española contra los derechos nacionales de los pueblos puede llevar a situaciones que no tengan otro desenlace que el camino de la independencia. También en ello interviene la actitud de las fuerzas revolucionarias españolas que, si no desarrollan una propuesta que dé respuesta a las condiciones actuales de la opresión nacional, puede cortar las vías que han de unir las luchas de los distintos pueblos en el proceso de construcción del estado de carácter confederal.
Por ello, no hay que estar cerrado a lo que ha de ser un desarrollo dialéctico del estado plurinacional español. La vanguardia se demuestra andando y, en la cuestión nacional, con más razón todavía.