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Una visión desde el estado español

Dignidad democrática y memoria en Normandía

Fuentes: Rebelión

En estos día de Junio de 2004 se celebran 60 años del desembarco en Normandía que aceleró la caída del fascismo en Europa. Miles de veteranos, jefes de estado y gobierno por decenas, miles y miles de personas venidas de todo el mundo, la población civil volcada y emocionada en el homenaje, actos retransmitidos a […]

En estos día de Junio de 2004 se celebran 60 años del desembarco en Normandía que aceleró la caída del fascismo en Europa. Miles de veteranos, jefes de estado y gobierno por decenas, miles y miles de personas venidas de todo el mundo, la población civil volcada y emocionada en el homenaje, actos retransmitidos a cientos de millones de personas, actos públicos donde no hay vencedores ni vencidos pues se celebra la derrota de un derrota de un régimen dictatorial tan atroz que todos los pueblos fueron víctimas suyas y todos los pueblos pueden celebrar la victoria, empezando por los propios alemanes. Europa unida en la defensa de los valores de libertad, democracia y dignidad humana, con un rechazo profundo, sincero, real, del horror nazi, avergonzada también públicamente por el fenómeno del colaboracionismo que le dio a la Guerra Mundial características de guerra civil en muchos países (Francia, Italia, sobre todo). Están todos presentes, todos los aliados, y los representantes de los países derrotados y, gracias a ello, hoy pueblos libres. España (¿lo dudaban ustedes?) no estará presente de forma oficial, o mejor dicho, el Estado Español no estará.

Ni nuestro jefe de Estado, ni nuestro jefe de gobierno, ni las Cortes o el Senado, ni nuestras Fuerzas Armadas estarán representados en ninguno de los largos días de celebraciones de este verano de la Liberación. Nada de nada, silencio absoluto. En la campaña electoral de las Europeas que anima estos días la vida política española ni una sola referencia por parte de nadie. ¿Cómo es posible? Aun no hace muchos meses, cuando el gobierno Aznar defendía incondicionalmente el alineamiento con Washington, tanto él como los dirigentes de su partido se les llenaba la boca hablando de los aliados, del sacrifico de los norteamericanos para salvar a Europa y de la gratitud debida; no han sido los únicos, también desde el PSOE, desde los días de su conversión al atlantismo militante, se ha transmitido ese mensaje hasta el hartazgo. ¿Entonces? ¿Por qué en este junio, sesenta aniversario del desembarco que simboliza la liberación de Europa, el Estado Español no está representado en los actos conmemorativos? ¿No se está celebrando el inicio del fin de la pesadilla nazi, la liberación de Europa y los lazos de sangre que unen a europeos y norteamericanos?

Una explicación piadosa podría ser que el Estado Español no fue combatiente en la Segunda Guerra Mundial, no beligerante primero y neutral después, motivo por el cual no habría sido invitado, ni tendría sentido que nuestra presencia se hubiera demandado por nuestro gobierno (lo que sin lugar a dudas habría sido aceptado). No estaríamos en Normandía en 2004, porque en 1944 aquella «no fue nuestra guerra», nuestro país «estaba en paz». Radica aquí quizá una de las grandes contradicciones que la España contemporánea, la que hace que estos días muchos españoles sintamos vergüenza, asco y sobre todo dolor, un profundo dolor por la ausencia de nuestro país en estos actos y el clamoroso silencio oficial que los acompaña.

Junio de 1944, la radio aliada da los versos que constituían la contraseña para el inicio de la invasión de Europa; decenas de miles de mujeres y hombres de la resistencia comienzan a movilizarse en Francia para dar apoyo al desembarco; entre ellos hay miles de españoles republicanos que tendrán, como veteranos del Ejército Popular Republicano (E.P.R.), un papel decisivo en los combates de retaguardia; en Inglaterra, Juan Puyol, alias «Garbo» es el doble agente británico que logrará audazmente engañar al Alto Mando Alemán sobre el verdadero lugar del desembarco, y con él, aunque menos conocidos, un puñados de veteranos ex-oficiales de claves del Servicio de Información Militar de la República Española se han puesto a las ordenes de la Inteligencia británica para ayudarles en su difícil tarea; en los barcos del Día D, un puñado de ex-soldados del E.P.R., ahora con uniforme británico, la First Spanish Companie, esperan su turno para desembarcar; en el sur de Inglaterra, esperando una decisión política, miles de veteranos españoles encuadrados en la Segunda División Blindada de la Francia Libre, bajo el mando del gral. LeClerc, se aprestan para el día cercano en que les llegará el turno de entrar en combate; serán hombres de la Novena Compañía, del batallón de infantería Blindada del Regimiento de Marcha del Tchad (la elite de la división) los que primero entrarán en París, ya en Agosto, con sus halfs-tracks «Guadalajara», «Don Quijote», «Belchite», y tantos otros…

de los 146 hombres de la Novena, verán el día del final de la guerra apenas 16. De Normandía a Paris, de Estrasburgo al Nido de Aguilas de Hitler en los Alpes, los hermanos de sangre de la Novena Compañía han unido el sacrificio por la libertad de Francia con el recuerdo imperecedero de la República Española, bajo dos tricolores entraron victoriosos en París y bajo dos tricolores lucharon y murieron por su libertad y la nuestra.

Pero en Junio de 1944 en la España ocupada por el régimen fascista de Franco, la noticia del desembarco fue acogida como algo propio aunque ahora algunos pretendan ignorarlo; los verdugos lo tomaron con inquietud, con la sombra de la duda sobre el destino y las intenciones de los aliados, y el mismo pueblo que primero había luchado contra el fascismo -el propio y el ajeno- vivió la noticia con gran esperanza. La España de 1944 era una gran cárcel, un gigantesco campo de concentración, donde el hambre y las privaciones y un represión brutal se había impuesto tras una guerra atroz. Para quienes estaban en la cárcel, el desembarco y en los meses posteriores supuso una mejora en las condiciones carcelarias y un compás de espera en la continua ronda de tortura y asesinato; los verdugos de a pie tenían miedo de la llegada aliada; entre 1944 y hasta 1947, con el estallido de la Guerra Fría, la atrocidad de la represión se aminoró puntualmente. El régimen afrontó sin riesgo el desafío de los miles de guerrilleros que habían participado en la liberación del sur de Francia y que cruzaron la frontera en un deseo irrefrenable de que el fin de Hitler y Mussolini arrastrase también a su antiguo protegido Franco. Pero aunque los verdugos del régimen pudieran albergar algunas dudas sobre las intenciones aliadas, el «caudillo» Franco ya había recibido seguridades por parte de ingleses y norteamericanos. En Junio de 1944, Franco ya tenía noticia de que si guardaba un perfil bajo y discreto, su régimen sobreviviría; para la Europa de postguerra, en la que más pronto más tarde se rompería la alianza con los soviéticos, una España sometida y humillada era mucho más funcional que una España democrática y dueña de sus destinos; para los mismos gobiernos inglés y norteamericano que entregaron a la República española a los chacales, la presencia en Madrid de un carnicero inofensivo para ellos y ridículo era mucho más deseable que un gobierno democrático. En la división del mundo en bloques configurada en Yalta, España quedaba bajo el área de influencia aliada; si Inglaterra estudió cómo preparar el derribo de Franco y su sustitución por un Gobierno democrático bajo la figura de Don Juan de Borbón, con los generales monárquicos haciendo de nuevos «Badoglios» a la española, sería Estados Unidos de Norteamerica quien decidió unilateralmente la permanencia de Franco y su régimen y afrontar el problema de su sucesión una generación más tarde por lo menos, desaconsejando por «inconveniente y llena de peligros» la opción de un régimen constitucional con Don Juan como Rey. Pensemos que si el proyecto inglés de retorno de la monarquía fue desestimado, el del reconocimiento del gobierno legal de la República en el exilio nunca tuvo la menor posibilidad de contar con apoyos aliados. La monarquía de Don Juan Carlos de Borbón comenzó a gestarse en esos años unida a un proyecto de supervivencia del régimen genocida de Franco y a la soberanía limitada de España, situada en las manos de lo Estados Unidos como ha demostrado la historiografía reciente en este campo.

Pudiera parecer que la fecha de Junio de 1944 y su conmemoración actual no es el momento para criticar las intenciones norteamericanas en ese conflicto. Es un hecho que sin el sacrificio de Omaha Beach (por poner un ejemplo simbólico) la derrota final de los nazis hubiera sido más difícil. Sin duda alguna. Pero la complejidad del conflicto entre 1939 y 1945 es mayor de la que pudiera pensarse. Hoy la memoria histórica de los pueblos del mundo ha asumido como algo indudable la naturaleza inhumana y genocida del nazi-fascismo, pero en los años anteriores a la guerra mundial, hubo quienes consideraron que el ascenso de Hitler al poder y la aparación de dictaduras fascistas en Europa eran algo positivo porque alejaban el peligro del comunismo, hubo quienes consideraban que el fin de la democracia y el asesinato de miles de personas era irrelevante si con ello se evitaba el peligro de un ascenso de la izquierda europea, y que incluso la heroica resistencia del pueblo español entre 1936 y 1939 al fascismo propio e italo-germano, constituía un peligro. La Francia que se derrumbó en Mayo de 1940 y pactó con Hitler lo hizo por entender que era más peligrosa una revuelta social en su retaguardia ( y esa fue la excusa de sus generales) que colaborar con los nazis; Checoslovaquia y España fueron condenadas en Munich en 1938 por que se consideraba que Hitler era un mal menor que podía ser incluso funcional en un futuro cercano. Sólo cuando la Alemania nazi se vuelve decidida contra Inglaterra, en mayo-septiembre de 1940 la clase dirigente británica sabe que deberá luchar si quiere mantener su independencia, En la lucha antifascista de 1939-45 se dan cita como aliados posiciones muy diversas, desde Churchill a Stalin, y la gran enseñanza de esa guerra y lo que la vuelve una guerra distinta en la historia de la humanidad, es que el nazi-fascismo es una ideología inhumana y con la que no hay posibilidad alguna de entendimiento pues busca la dominación total y dividir al mundo entre miembros de una supuesta raza superior y ganado sacrificable. Ese fue el reto de Normandía, ayudar a destruir el régimen nazi y ello fue el empeño que unió a millones de personas de todo el mundo. Los españoles lucharon en esa batalla con todas sus fuerzas y desde Dunkerke en la Costa dle canal de la mancha a Narvik en Noruega, desde el Tchad a Bir Harkeim, desde Siria a Inglaterra, de Normandia al nido de Aguilas de Hitler tumbas españolas así lo atestiguan. Españoles lucharon en la defensa de Moscú y en Stalingrado, en Ucrania con los partisanos, o tendieron puentes de pontones el Oder en la ofensiva final de Zhukov ante Berlín. Los españoles conquistaron con sangre y sacrificio su derecho a estar entre los vencedores de la Guerra Mundial y a llamarse integrantes de los aliados, pero la miserable política norteamericana de división del mundo condenó a nuestro país a la condición de país sometido. Los muertos de Omaha no cayeron para salvar a Franco, murieron para salvar a Europa y al mundo del nazismo, por ello los muertos de Omaha son también nuestros hermanos, como lo son los veteranos de la Brigada Lincoln, pero el sacrificio de unos y otros no debe hacernos olvidar que Eisenhower, el general al mando en Normandía, el «liberador» de Europa, sería también quien años más tarde volara a Madrid y sellara con un abrazo la alianza con el único carnicero superviviente de la era de Hitler y Mussolini, Franco. El pueblo español no es antinorteamericano, sino que rechaza de forma contundente el imperialismo y la dominación de la clase dirigente norteamericana, sintiendo absoluta simpatía por aquellos norteamericanos que supieron estar a nuestro lado en los momentos difíciles como fue el caso de los miembros de la Lincoln.

Si los aliados tienen su propia carga de contradicciones les queda la satisfacción de haber triunfado en la guerra en la que había que ganar. Normandía es la ocasión para recordar la naturaleza de la amenaza que sacudió al mundo y el sacrificio que hubo que hacer para vencer; olvidando sus diferencias y sus enfrentamientos, los dirigentes y jefes de estado occidentales brindaran homenaje a los supervivientes y los pueblos de Europa reforzaran sus lazos de unión en los valores democráticos y antifascistas. Pero si los antiguos aliados tienen esas contradicciones, que no podríamos decir de España que ni tan siquiera puede participar. El Estado Español no puede acudir a la cita, la «joven democracia» asombro del mundo ni quiere ni puede participar porque la herencia del pasado fascista lo impide. La España de Franco fue el país que mas voluntarios puso bajo uniforme alemán de todos los países que lo hicieron (exceptuando los aliados formales del Eje), las asociaciones de veteranos actúan con todo descaro e impunidad portando con indecencia el recuerdo de haber servido con el uniforme de los verdugos nazis y lo hacen defendiendo la ideología antidemocrática y genocida que les llevo al frente. Como los viejos nazis exilados en España, están orgullosos de todo y sólo lamentan haber sido derrotados. La España «democrática», en cambio, deja que sus veteranos soldados de la libertad, de los que lucharon bajo la bandera Tricolor de la República, en la resistencia francesa y en la guerrilla española, o con uniformes aliados en cualquiera de los frentes de batalla de la segunda guerra mundial, se mueran en absoluto olvido público e institucional. Los supervivientes de la deportación a los campos de exterminio nazis han ido muriendo uno a uno sin ningún apoyo ni reconocimiento, el campo de Mathausen en Austria, lugar del martirio de una decena de miles de españoles, jamás ha sido visitado por una delegación oficial del Estado Español ni para poner unas flores; ni el Rey en sus visitas a Austria, ni los presidentes del gobierno lo han hecho. Las conmemoraciones militares españolas jamás han recogido representaciones de nuestros veteranos de la guerrilla y la resistencia, por no hablar de los veteranos del Ejército de la República (salvo excepcionalmente). Los crímenes de guerra fascistas siguen absolutamente impunes y sin ser reconocidos. Criminales sin escrúpulos, verdaderos genocidas, como Queipo de Llano, Varela, Yague, y muchos otros verdugos de Franco siguen figurando como figuras emblemáticas y dignas de ejemplo en los filas del ejército español.

Los últimos esfuerzos políticos en las Cortes para «salvar» la memoria histórica democrática del pueblo español son muy superficiales, medidas cosméticas que se intentan llevar a cabo sin «ofender» a nadie y sin crear «problemas políticos», los asesinatos judiciales que por decenas de miles ensangrentaron la postguerra española seguirán siendo «legales» porque este gobierno actual se niega a considerar ilegítimo al gobierno de la dictadura. En estas condiciones, sin dignidad democrática ni memoria histórica, ¿Cómo España iba a estar representada a nivel de estado en Normandía? Pues de la única forma posible. En Agosto, en el 60 aniversario de la Liberación de París, bajo dos tricolores, las banderas francesa y española, un puñado de españoles con uniforme de la División LeClerc vivirá de nuevo la fiesta de la Liberación. Allí estaremos. Y cada día nos queda más claro que ni el Rey ni el presidente del gobierno tienen la categoría suficiente para condecorar a uno solo de nuestros veteranos.