A los 5 años de edad María Paz Guerrero mostró su inclinación por la literatura. Su padre, el escritor y periodista Arturo Guerrero recuerda «A sus cinco años, caminando con ella por el centro de Bogotá, vimos un payaso que en la calle le hacía publicidad a un almacén cercano. Se quedó mirándolo y me preguntó, ‘Papá, ¿ese es un payaso de verdad o es un señor disfrazado de payaso?'»
En Dios también es una perra, de la Editorial Cajón de Sastre, el más reciente libro de María Paz dios es una hembra fofa, celulítica, menopaúsica de 53 años a quien nadie invitaba a bailar. Con cada palabra exhala fuego, como el que sale de la boca del artista callejero en una esquina bogotana al chupar gasolina a cambio de unas monedas. Pero a diferencia del artista urbano, lo suyo no es el rebusque, es el “embale”, la escritura sin parar a ritmo de salsa -a todo volumen- en su apartamento de la capital colombiana.
En su obra, dios, así con minúscula, pequeño, confundido es latinoamericano, carnívoro, su cuerpo redondo, sin cintura de avispa ni piernas torneadas, no hace ejercicio.
“Dios también es una perra
y justo ahora es perra arrugada y ancha
su regla se ha ido secando intermitentemente”
Dios es impotente. En los barrios pobres, favelas y comunas se siente entre los suyos. Una villa en cualquier ciudad latinoamericana puede ser su casa, una barriada donde la desigualdad -tan característica de nuestros países- obliga a vivir al día, comprando puñados de comida porque no hay dinero para llenar las alacenas vacías y polvorientas.
Además de pobre, dios es depresivo, vacío y carente porque fue abandonado cuando niño, pero no está medicado. Observa la miseria y denuncia la violencia…
“Los ganaderos han ordenado desplazar y si no se dejan matar indígenas también ha ordenado iniciar incendios en esa selva malva matar micos familias de micos manadas de micos”
Al igual que dios, quien rasga la guitarra, Guerrero aprieta las palabras entre los dientes, las mastica una, dos, tres veces y salen convertidas en letras ácidas, en poesía rompedora. Trasgrede, agita. No es un manifiesto feminista en el sentido tradicional del término, aunque tiene mucho de ello, es un texto feroz, escrito con olfato.
Cuestiona a dios, un animal hembra, una matriarca y quiebra los estereotipos sobre la mujer como producto de consumo para el deleite masculino, por eso en estas páginas es gruesa, menopáusica y arrugada.
“A los 53 años
Dios es filósofo
Tiene estructura
Con eso se defiende
Piensa y analiza la realidad
Sabe que el patriarcado no lo acepta
Porque no tiene cintura porque su cara está ajada”
Son crudos los adjetivos de esta poeta-animal-loba que limpia sus colmillos con la punta de la lengua mientras teclea con agilidad en su portátil. Esta voz fuerte llama a la manda dispersa, cientos de lobas divagan por el mundo sin saber que dentro de ellas palpita el animal salvaje porque la colonización y el patriarcado han intentado sepultarlo temerosos de su poder y su encanto.
“Rasca el cuero
Con las garras largas
Restriega contra el piso
La parte delantera de su pecho
No tiene terapeuta
Solo cuerpo”
Dios también es cómplice de nuestra castración y en el mito creacional Eva fue condenada por su rebeldía, desacato que Guerrero expresa agudamente mientras bate su cola, levanta su cabeza y escribe. No para, no calla.
Escribir es su forma de aullar. El título de su libro es punzante -ofensivo para aquellas personas sometidas por siglos a los controles sociales- anuncia una poética irreverente en sus páginas. Los reglones preceden uno a otro sin signos de puntuación, en un frenesí que sale de sus entrañas.
La perra, otro arquetipo junto con la loba, es observada en distintos lugares. Pasea por las calles de Bogotá, Nueva York y podríamos encontrarla en La Gozadera, un sitio de resistencia feminista, de la ciudad de México, donde encuentran refugio muchas lobas.
Esta narración es una construcción en clave feminista, pero crítica; en sus propios términos, fruto de sus experiencias y de la observación de la cotidianidad en la que muchas pueden verse reflejadas.
“Entre hembras nos comemos vivas
medimos nuestra fuerza por la dimensión de los colmillos”
Se lamenta la autora. Yo diría que solo aruñan, pues entre más lejos de su ser salvaje, de su centro, esté una mujer, más fácilmente perpetúa ese estereotipo conveniente -difundido por el patriarcado e internalizado por algunas mujeres- de que “las mujeres somos nuestras peores enemigas”.
Por fortuna no nos comemos vivas. Nos asesinan, queman, mutilan, violan y desaparecen hombres, ricos y pobres, incapaces de aceptar nuestra animalidad porque nos quieren blancas, como dijo Storni, castas y calladas. Las almas de tantas mujeres asesinadas y desaparecidas palpitan en los corazones de las sobrevivientes en las calles de Bogotá, Medellín, Puebla, Nueva York, Vancouver, Madrid, Lima, Quito o Salta.
Leer este libro y Mujeres que corren con los lobos, ayudará a más mujeres a regresar a casa del alma, a su mundo subterráneo y salir fortalecidas. Estas líneas desobedientes de la gramática y lo políticamente incorrecto invita a excavar la tierra y a olfatear las huellas de las lobas maduras que dejaron abierto el camino para las demás.
La animalidad es protagonista.
“sale de su país
y se defiende sola
desolla animales”
Es una exhortación, un llamado a recuperar la animalidad castrada por siglos y siglos de pensamiento occidental y eurocéntrico que ha silenciado intencionalmente, desde la academia y el púlpito, la riqueza de la herencia africana cuna de la raza humana y los pueblos originarios que habitaron este planeta antes que nosotros.
“Quitarse la ropa
Caminar en cuatro patas
Rodar por el pasto
Enrollarse en la arena que pica
Ir al mar para lavar los ojos
Dejar que las tetas cuelguen al aire”
Su narrativa fresca, provocadora e insumisa desacraliza la figura de “dios” y reivindica la animalidad negada y rechaza también el acoso al que nos someten en las calles.
“Mamita estás rica va y viene estás buena
forrada la marea frena en seco me calientes
pero déjese acelera se sumerge”
La suya es una voz auténtica, feroz. Una loba que concibió cada verso desde sus entrañas mientras junta una a una las letras al ritmo de un son cubano. Tejió palabras cargadas de sentido, perturbadoras, creó una deidad menuda, carnívora, que fracasa con las dietas y en su intento por convertirse en vegana, que come bife de chorizo.
El suyo es un dios que dialoga con los pobres de cualquier ciudad latinoamericana, de los cinturones de miseria económica ocultados detrás de las fachadas limpias, ventanas amplias donde asoman unos ojos de violador. Riqueza y pobreza son vecinas, escriben historias con finales dramáticos con nombre de niña inocente: Yuliana Samboní.
“Dios piensa que su centro emocional es la carencia que debe meditar para encontrar su luz porque su trauma es la carencia entonces se fascina con los pobres que son la carencia hecha persona va al barrio pobre y se siente con los suyos”
María Paz Guerrero quiebra mitos, eligió una figura divinizada, la dotó de cuerpo, huesos. Rompe con esa dicotomía que nos hace renegar de la animalidad y el instinto, la hizo trizas. Simultáneamente se compadece y ríe de dios, pequeñito, frágil y temeroso en las calles de Nueva York entre tantos rascacielos.
“Dios no sabe que cuando vaya a Nueva York va a descubrir tanto mundo que le va a dar ansiedad se va a sentir un sudaca de mierda caníbal anacrónico vanguardista pasado de moda un pobre poeta”
A dios lo aturde el acelere de esa “vida” en la selva de asfalto capitalista donde observa esqueletos humanos con bolsas de compras, muchas compras mientras él, pobre, solitario,come lo más barato e intenta aprender inglés.
En palabras de la autora, la suya es una “poética del embale”. Como ocurre con el efecto dominó caen una a una las deidades: dios capitalismo, dios patriarcal, dios dinero, dios misoginia, dios ganadero, dios joven,pasivo ante la destrucción del Amazonas donde tribus de micos arden; al igual que los coalas y canguros australianos.
Frenesí, vértigo, este libro es clímax constante. Atrapa, sacude, rasga, reconforta y es imposible soltarlo hasta no descubrir el destino de este dios urbano, mujer-animal, venido a menos, decadente.
Sobre María Paz Guerrero
Es autora del poemario Dios también es una perra (Cajón de Sastre, 2018) y del ensayo El dolor de estar vivo en la poesía de Los poemas póstumos de César Vallejo (Editorial Universidad de la Andes, 2006). Sus poemas aparecen en las antologías Pájaros de sombra. Diecisiete poetas colombianas, (1989-1964) (Vaso Roto, 2019) y Moradas interiores. Cuatro poetas colombianas (Colección de poesía. Pontificia Universidad Javeriana, 2016). Literata de la Universidad de los Andes con Maestría en Literatura Comparada de la Universidad de la Sorbona Nueva, París. Es investigadora de poesía francesa del siglo XIX y XX y de poesía colombiana del siglo XX. Trabaja como profesora del Departamento de Creación Literaria de la Universidad Central. En septiembre u octubre de este año presentará su nuevo libro de poesía, Los analfabetas publicado por editorial La Jaula, de Bogotá.
Fernanda Sánchez Jaramillo. Comunicadora social y periodista, ex becaria ICFJ and Carter Center, magister en relaciones internacionales y próxima abogada. Lectora, amante de la poesía. @Fernandareports.