Una exposición que visitan institutos de bachillerato muestra la represión política a la que sometió el franquismo a las luchadoras por la democracia.
La cárcel Modelo es el escenario, hasta el 27 de marzo, de la exposición: «las presas de Franco». La muestra hace tiempo que gira por el estado español y Catalunya, pero en pocos lugares podía tener un contexto tan acertado como el presidio que durante el franquismo y más allá simbolizó la represión política contra la democracia.
A las 10 de la mañana a las puertas de la Modelo hay una treintena de alumnos de segundo de bachiller del Instituto Ernest Lluch de Barcelona. La visita forma parte de una salida dentro de la asignatura de historia. Curiosamente las presas en el franquismo no fueron cerradas en la Modelo, en Barcelona sino en un centro que había en Les Corts.
La visita tiene como cicerone a Mariano Aragón, miembro de la Asociación Catalana de Investigaciones Marxistas (ACIM), que con la Fundación de Investigaciones Marxistas, sacaron adelante la investigación que se ha concretado en paneles informativos que se han situado en la Modelo en la zona de locutorios, en el caso de esta exposición cuenta también con la colaboración entre otros de la Fundación Cipriano García, de CCOO. Allí donde los presos, y durante un tiempo las presas, intentaban comunicarse con dificultades con sus familias, están los carteles que permiten recorrer la historia de la represión política contra las mujeres durante el periodo más duro del franquismo: entre 1939 y 1959.
Mariano pone a los estudiantes en contexto. Les explica que durante la Segunda República las mujeres alcanzaron cotas de libertad y autonomía nunca vistas en España: ley de divorcio, derecho de voto y educación libre, entre otros avances. Por ello, terminada la Guerra Civil, la represión sufrida por las mujeres fue mucho más encarnizada.
De cabina en cabina se desgranan los aspectos más sórdidos del sistema penitenciario sufrido por las mujeres. Las cifras dan una idea de la profundidad y amplitud del castigo que se quería infringir las disidentes. En los veinte años estudiados funcionaron 38 cárceles de mujeres por las que pasaron miles de presas, unas 45.000, según el estudio, que sufrieron condenas de hasta 22 años.
La represión no era sólo política. La prensa franquista denigraba incluso la apariencia de ‘las rojas’, atribuyéndoles incluso la denominación de monstruos.
El primer director general de prisiones, el general Máximo Cuervo, definía el ambiente que debía presidir el día a día penitenciario. En el interior de los muros tenía que haber «disciplina de cuartel, seriedad de banco y caridad de convento».
La realidad era mucho más dura. Incluso las prisioneras políticas fueron objeto de experimentos que emulaban las monstruosas investigaciones y manipulaciones genéticas del nazi, doctor Menguele. Su émulo español fue el doctor Antonio Vallejo-Nájera que, autorizado por Franco, pretendía convertir las mujeres ‘rojas’ en ‘normales’ con técnicas que denigraban a las personas. En sus estudios, Vallejo-Nájera afirma que las mujeres republicanas tenían muchos puntos de contacto con los niños y los animales y que cuando se rompen los frenos sociales son crueles por faltarles inhibiciones inteligentes y lógicas, además de tener sentimientos patológicos.
«Hay que pensar la dureza que aquellas mujeres, acostumbradas a vivir en libertad, social y política se encontraron al perder la guerra y después al ser detenidas» explica a los alumnos Mariano Aragón. Recuerda que eran monjas las que gestionaban las cárceles de mujeres. En aquel ambiente había un ataque constante al fenómeno feminista que había estallado con fuerza durante la República «contra feminismo, feminidad» era uno de los lemas que suenan ahora como actuales. También cuenta que en las detenciones se producían malos tratos y que era habitual, en los primeros años, que hubiera ejecuciones como las 80 mujeres de Brunete o las 13 rosas de Madrid, fusiladas en una tapia cercana a la cárcel y que han sido inmortalizadas por una película.
El clima de persecución ensañaba a las mujeres que el régimen consideraba más peligrosas. Matilde Landa había sido dirigente de Socorro Rojo. Fue sometida, en cautiverio, a una gran presión psicológica al presidio de Mallorca durante casi 3 años. Al final, vencida por la depresión se lanzó al vacío desde el tercer piso de la galería donde estaba cerrada.
Ver a los hijos 30 minutos al día
Y la represión llegaba a aspectos tan malos como limitar que las madres presas tuvieran los hijos a su lado sólo 30 minutos al día. Después las monjas se llevaban a los niños y las niñas.
«Pero dentro de las prisiones las mujeres se organizaron para resistir», explica Mariano Aragón. En los presidios se produjeron huelgas para cosas tan básicas como obtener jabón para lavarse. Y es que dentro de los muros crecía hasta niveles altísimos la solidaridad entre las mujeres. En este ambiente de lucha enmarcan iniciativas como la práctica del deporte dentro de las rejas o la creación de grupos de teatro que se mantuvieron cuando las presas obtenían la libertad.
» Dentro de las cárceles había organización. Se sabe que en alguna ocasión, las mujeres, sometidas a trabajo sin remuneración, por ejemplo confeccionando prendas de vestir para el ejército, habían hecho monos de trabajo para los guerrilleros, que los familiares de las detenidas sacaban de la cárcel a escondidas».
Mujeres del 36
Al terminar el franquismo diversas entidades se apresuraron a rescatar la memoria de las luchadoras antifranquistas. La respuesta fue dual. En unos casos el deseo de olvidar las enmudeció y en otros la reacción fue la contraria: hablar y explicar lo que habían sufrido para que las nuevas generaciones, con la de los alumnos del Instituto Ernest Lluch sepan como es de valiosa la libertad y que vale la pena luchar por preservarla.
En 1997 varias mujeres de diversas ideologías que habían vivido la época republicana crearon el colectivo «mujeres del 36» para reivindicar la experiencia republicana con ojos femeninos. Aunque de edad avanzada, aún quedan presas de ese época, como María Salvo, que vive en Barcelona y tiene 97 años. También destaca la exposición del caso de Tomasa Cuevas, presa política comunista, torturada en Barcelona por los hermanos Creix, referente de la lucha antifranquista, ya en democracia escribió una valiosa trilogía sobre las mujeres en las cárceles de Franco. De ella Aragón cita una frase: «nosotras no podíamos callar, teníamos que ser militantes de la memoria».
La visita de los bachilleres pasa por las galerías vacías donde estaban los presos políticos en Barcelona. Termina en un lugar, donde en el suelo hay un cuadrado con un pequeño ramo de claveles: «aquí es donde mataron al militante antifranquista, Salvador Puig Antich», afirma. En minutos otra escuela conocerá de primera mano la lucha por la libertad.