El diario español Público da a conocer un reportaje del periodista Eduardo Muriel que hace un recorrido por distintas zonas de Madrid para documentar las afectaciones de la crisis económica sobre sus habitantes. Recoge Público que «según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, sólo en la capital, 1’4 millones de personas están en […]
El diario español Público da a conocer un reportaje del periodista Eduardo Muriel que hace un recorrido por distintas zonas de Madrid para documentar las afectaciones de la crisis económica sobre sus habitantes. Recoge Público que «según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, sólo en la capital, 1’4 millones de personas están en riesgo de exclusión y casi un millón está por debajo del umbral de pobreza» entre los que están los exreclusos cubanos y sus familiares llegados a España hace más de un año.
«Se trata de esa misma localidad que recibe piropos de amigos de la [presidenta de la Comunidad de Madrid] Esperanza Aguirre, como el escritor Mario Vargas Llosa, que la califica como una auténtica «ciudadela de la democracia»», dice el texto del periódico madrileño. Pero Aguirre, prologuista de un simulacro de libro de la «ciberdisidente» cubana Yoani Sánchez publicado en España, no sólo no ha podido atender los reclamos de sus correligionarios cubanos, acampados frente al Ministerio de Asuntos Exteriores, sino que les ha enviado la policía a entenderse con ellos, por lo que Público incluye a los inconformes isleños entre quienes «están indignados con la manera de proceder de la policía».
Acostumbrado a hablar con la prensa española acreditada en Cuba sin ser molestado, uno de los acampados de apellido Rodríguez le declaró al reportero que al inicio de la protesta «llegó mucha policía y nos bloquearon, no dejaban ni si quiera que se acercara la prensa» y se quejó de que -¡oh sorpresa!- «los maltrató y les llegó a causar heridas». El testimoniante relata que él y otro «del grupo se encuentran en huelga de hambre para intentar llamar la atención sobre la situación que atraviesan» pero, a diferencia de lo que ocurriría si estuvieran en la Isla, los nombres de los ayunantes no son noticia en los grandes medios de comunicación.
A propósito de la policía, no sé si Rodríguez y sus acompañantes -dada su incómoda situación- habrán podido leer el amplio reportaje de Muriel, algo sólo posible en la Red porque Público perdió su edición impresa por falta de fondos. Pero de poder hacerlo, ellos que tanto se quejaban de la Seguridad del Estado cubana, conocerían el testimonio de un Licenciado en Economía desempleado quien le cuenta al mismo periodista que sólo por vender manualidades frente a una iglesia sufre el acoso de la policía secreta española.
Pensando que diciéndolo va a conmover a alguien -otra vez como si estuviera en Cuba- Rodríguez le cuenta a Muriel: «Dormimos todos en los soportales que hay aquí al lado, en los que ponemos colchones. Es una situación dura, sobre todo para algunos de nosotros. Hay una señora con 70 años que sufre además de reuma y tiene problemas de hipertensión». Sin embargo, el mismo reportaje recoge las protestas contra los recortes en servicios como salud y educación de trabajadores madrileños, incluyendo los de un hospital pediátrico, ejecutados por las autoridades de las que Rodríguez y sus acompañantes esperan ayuda. Si eso sucede con los encargados de atender la salud de los niños, me pregunto qué quedará para quienes se ocupan de la de los ancianos.
Quizás a estos malafortunados «disidentes» les fuera mejor si sus colegas en Cuba, que tienen dinero hasta para pagarse esclavos y celulares con acceso satelital, se dignaran a compartir con ellos una pequeña parte de la mesada de más 20 millones que el gobierno de Estados Unidos destina cada año a sus servidores en la Isla, o si la amiga de Esperanza Aguirre -muy ocupada en hacer onerosas compras con sus jugosos premios-, intercediera ante la Presidenta de la Comunidad de Madrid a su favor. Porque para recibir dinero de EE.UU. y España hay que servir y ellos fuera de la Isla ya no sirven, excepto para mostrar cuánto los desprecian sus patrocinadores.