En el mes de octubre del pasado año, Cubadebate publicó un texto mío titulado «Mientras la barca de la democracia choca con la roca del capitalismo«. En los comentarios tuvo lugar un intercambio entre el autor del citado artículo y el economista Pedro Monreal. Se formularon algunas preguntas que entonces se respondieron con otras interrogantes […]
En el mes de octubre del pasado año, Cubadebate publicó un texto mío titulado «Mientras la barca de la democracia choca con la roca del capitalismo«. En los comentarios tuvo lugar un intercambio entre el autor del citado artículo y el economista Pedro Monreal. Se formularon algunas preguntas que entonces se respondieron con otras interrogantes y, esencialmente, quedaron sin respuestas.
El economista cubano viene publicando en estos días a un exhaustivo estudio sobre una recopilación de textos dedicados al tema del centro en política publicada por el portal Cuba Sí pero que él atribuye erróneamente al blog La pupila insomne. He recordado aquel intercambio y aquellas preguntas que se quedaron nonatas de atención, así como otras interrogantes recientes dirigidas a Pedro Monreal sobre acusaciones que se le han hecho de participar en un evento destinado a elaborar una nueva Constitución para Cuba financiado por el gobierno de Estados Unidos y al que asistieron figuras de la contrarrevolución cubana que, parece, no han merecido la acusiosa reacción del académico cubano.
Y como parece poco probable que en el futuro, tanto como ayer, el aludido, que tanto afán se toma en comentar e ignora los comentarios cuando lo hacen otros sobre él, tenga interés en darnos a conocer sus ideas al respecto de aquellas interrogantes, mi interés hoy radica en que los lectores de La Pupila, que quizás no conocieron aquel intercambio, lo tengan en cuenta para que relacionen el contenido de aquel diálogo con el estudio sobre la antología de textos acerca del centrismo y otros asuntos que está teniendo en estos días el autor del blog El Estado como Tal.
Veamos cómo y por qué surgen las preguntas.
El comentario de Monreal se inicia con la siguiente afirmación, que se refiere al trabajo antes citado:
«Las ideas que hoy se discuten en Cuba acerca de las transformaciones sociales que necesita el país son mucho más diversas y sustantivas que las que sugiere el autor.»
Sin dudas que son mucho más diversos los temas, y se entiende que sólo un tratado o un ensayo extenso podrían abarcar algo de esa diversidad. Pero al afirmar que también las ideas que se discuten en Cuba son mucho más «sustantivas«, Monreal lo ejemplifica. En su opinión el texto que comenta se limita «a un supuesto contrapunteo entre dos visiones»: por una parte las «convicciones marxistas» y, por la otra, las concepciones de los que gestionan y apoyan una transición en Cuba, incluyendo él mismo a los republicanistas y a los neoliberales.
Es muy probable, y sería natural, que Monreal no pueda estar al tanto de todos los temas y «las propuestas» que se hacen hoy en Cuba. Quizás su conocimiento proviene de las redes digitales de su interés, lo que se mueve en los medios académicos, o lo que se discute con respecto a Cuba en Nueva York o México. Recordemos que el Dr. Monreal privilegia a los autores cuyo prestigio intelectual aparezca indexado en las instituciones académicas. Para ampliar un poco más esa visión habría que participar en intercambios laborales directos, en la discusión pública, popular y obrera de los documentos y las políticas del gobierno cubano, en las reuniones sindicales, o en las sesiones del parlamento, o escuchar las conversaciones, esas tan espontáneas en las que el cubano se enreda con cualquier desconocido mientras espera en una parada o hace una cola.
Claro que el universo de temas, críticas o insatisfacciones que expresan los cubanos mediante meras opiniones o juicios más fundamentados, completa un abanico amplísimo. Pero al referirse a las dos visiones que se contraponen –nunca mejor dicho y nada más sustantivo– intenta ridiculizar o demeritar uno de los polos cuando se refiere a «una especie de marxistas «de verdad», a la vez que distraer de las contradicciones esenciales, que precisamente conocemos gracias al marxismo «de verdad», arrimando la atención del lector al tema que más le interesa a ciertos analistas: demeritar, o reducir, o invisibilizar la importancia de la lucha ideológica insistiendo en que hay que concentrarse en los problemas económicos. El historiador cubano Elier Ramírez Cañedo le da una cumplida respuesta a quienes exigen analizar los temas económicos sin «intromisiones» ideológicas cuando responde en un intercambio con el economista:
«Interesante propuesta cuando buena parte de los que asumen esa posición (…) solo se dedican, precisamente a reproducir sus ideas de laboratorio, a reproducir ideología y no precisamente la que hemos defendido los cubanos en estos años de Revolución.» (El subrayado es mío).
El pensamiento neoliberal se distingue por su concepción del vínculo que existe entre ideología y desarrollo, entre economía y sociedad. En La Gran Transformación, Karl Polanyi expone la génesis y la historia de esa concepción, tan funcional al capitalismo: en vez de la economía supeditarse a lo social, (hoy agregaríamos, el imperativo de supeditarse a la vida y al planeta, aspecto que Polanyi alcanzó a vislumbrar), el capitalismo neoliberal considera que es la sociedad la que debe adaptarse y subsumirse a las exigencias del imperativo económico capitalista. De allí se origina la fe desmedida en los números, los datos macroeconómicos, y las estadísticas como una forma de medir el crecimiento material, que igualan al desarrollo humano. De allí también surge esa especie de ceguera voluntaria para no admitir, u ocultar, que el predominio mundial de la cultura del consumo desmedido, creador de necesidades artificiales y su correlativa influencia vivencial y existencial en el ser humano, está empujando y obligando a las sociedades no «desarrolladas» a tratar de emular, en su mismo terreno, a la civilización capitalista.
De vieja data viene el intento de aprovechar las dificultades económicas de las experiencias socialistas. Dificultades que se originan en gran medida porque sus aspiraciones chocan con el enemigo formidable que quiere impedir por todos los medios que el socialismo mismo exista. Entonces se crea el caldo de cultivo perfecto para que el intelectual orgánico del neoliberalismo sólo estudie las insuficiencias de la propiedad social, estatal, y las compare con las bondades de la propiedad privada. Es deber del pensamiento cultural y político detectar y advertir esmeradamente los intentos que, aprovechando las necesidades reales o supuestas de Cuba, que de ambas existen, se proponen que no distingamos a sus propios «fantasmas» ideológicos.
Aunque no puede afirmarse que sea la intención expresa de Monreal, (yo, al menos, no lo puedo afirmar con justicia), hay que prestar la máxima atención al resultado objetivo que se deriva de ese tipo de enfoque, repetido continuamente por este economista, y por otros de pensamiento afín, o que publican en plataformas donde coinciden: se trata de una diversión. (Y ojalá no salten raudos en su indignación aquellos que se asustan cuando aparecen ciertas palabras, es decir, no se apuren en leer «diversionismo», que por cierto es otra cosa, aunque con parentesco semántico). Me explico.
La palabra me llegó de mis viejas lecturas. En los Pensamientos, de Pascal, me topé en medio del divino tesoro que es la juventud, con su explicación del término diversión y una jugosa meditación filosófica pascaliana, que de paso recomiendo: di-vertirse es verterse en otra cosa, en otro asunto, en otra dimensión. Lo que equivale, por cierto, a abandonar por un lapso de tiempo, cuando más extenso mejor, la realidad que evadimos. Salvando las distancias, es una especie de droga, de estupefaciente, de alucinógeno del espíritu y del raciocinio.
En efecto, cuando nos divertimos en un carnaval-, como canta Serrat en bellísima canción-, lo carnavalesco pretende borrar o suspender mágicamente, incluso con máscaras y el jolgorio transgresor, también las fronteras que separan al rico del pobre, a la víctima del villano, di-vertidos «somos otros», o al menos lo creemos por un rato: nos libramos de la rutina diaria, disputamos y vencemos, así sea ilusamente, la cruda y monótona realidad.
En la discusión ideológica, enmascarada a veces de economía, se está utilizando el recurso de la di-versión. Cuando en un intercambio de criterios Enrique Ubieta intercambia dialoga, – no es sorpresa-, con el mismo economista, el ensayista cubano advierte que nos quieren conminar al abandono del campo de las subjetividades y a desviarnos de la atención al ruedo ideológico y cultural, es decir: nos quieren divertir. Di-verter, es decir, verternos en otra cosa.
Y claro que la intención está bien pensada. Este intento de diversión no tiene como destino a pensadores como Elier, Ubieta o Iroel, por mencionar a quienes entre nuestros intelectuales recogen con más frecuencia el guante del debate actual con tino y firmeza, esa palabra de la que se burla con una sonrisa Monreal. Tampoco es probable que logre divertir a casi ninguno de los foristas de La Pupila. Pero es evidente que la diversión, en este ruedo en que se hace ideología negando que se hace, consiste en hacer énfasis desmedido y unilateral en un aspecto -lo interno de Cuba y su economía-, en explotar las ansiedades y necesidades perentorias, (lo urgente), para sepultar las necesidades de largo plazo, (lo importante). Y mientras…, mientras se hace ideología haciendo creer que se habla de economía, y para colmo, se llama a los contendientes de las ideas a que no hagan ideología, sino que se limiten al análisis de los problemas económicos.
El proceder de la diversión pascaliana, tiene sus recursos correlativos, como es de esperar. Si la diversión nos remite hacia otro lugar, a abandonar una realidad por otra, la circunscripción pretende limitar el análisis a una realidad acotada y de manera tal que se presente inconexa con otras dimensiones. Es decir, unas veces nos aleccionan acerca de la necesidad de conectar a Cuba con el mundo, de este mundo que, nos repiten, está trágicamente globalizado, y no hay otra alternativa, y otras, cuando conviene, nos dicen que si de analizar los problemas de Cuba se trata no atendamos a cómo gravita o influye el mundo en Cuba, que nos limitemos a la cuestión nacional. Me recuerda a Guillén: me matan si no trabajo, y si trabajo me matan. Veamos ese otro componente.
Aparece en el intercambio a que aludimos al principio. También repetida en varios textos, de este autor y de otros que -curiosamente- repiten lo mismo: nos advierten: …vamos a circunscribirnos a la realidad nacional. Cómo lo dice el comentarista? Veamos:
«La mayoría de las ideas que se discuten hoy en Cuba se derivan de análisis de la realidad concreta del país. En la mayoría de los casos nada o muy poco tienen que ver con una supuesta «influencia» externa. «
Muy candorosa la afirmación que corona ese consejo: mediten a fondo los que gustan de pensar: los temas que se discuten en Cuba «…nada o muy poco tienen que ver con una supuesta «influencia» externa.» Vaya (en)(des)cubrimiento. Ni necesidad que teníamos de enterarnos en estos días que nada menos que el gobierno alemán también nos intenta divertir destinando sumas enjundiosas para influir en el ámbito comunicacional cubano, y claro, en nombre de la libertad y la democracia… Y esos dineros están destinados a «engrasar» el escenario donde se difunde y construye la ideología, no precisamente para apoyar la economía. Si la ideología no fuera tan importante, como nos quiere hacer ver el divertimento del pensamiento economicista, para qué gastar esos dineros en Cuba, me pregunto yo, ya no tan candorosamente.
¿Y la economía? Cualquiera de los temas ideológicos y culturales que se discuten hoy en Cuba (¿quién dijo: «es la economía, estúpido»?), cualquiera que sea, tiene una relación esencial y directa con lo que se geste en el campo económico. Porque por donde hay que empezar el análisis de cada cuestión económica es por el campo ideológico y cultural: allí sí que se disputan dos visiones-proyectos bien nítidos, advertidos bien a tiempo por Fernando Martínez Heredia: una tensión entre las resultantes de las soluciones de mercado que debemos o podríamos incorporar en Cuba y la direccionalidad estratégica hacia el socialismo.
La importancia de no abandonar el campo de la ideología y la cultura parecía entenderla mejor Obama, que, cuando le preguntaron cómo valoraba las posibilidades de lograr los cambios que deseaba para Cuba, respondió: «eso es un problema cultural…». ¿Y por qué Obama pretendía enamorar a los emprendedores cubanos y prometerles la cornucopia del capitalismo? ¿Será para que la economía cubana comenzara a hervir de bienes y servicios? ¿Por qué entonces emplea la palabra cultural? Es una buena tarea para la casa…de los economistas…
Cuando se olvidan las contradicciones fundamentales que han de ser afrontadas en cualquier campo del pensamiento social en su imbricación con la economía, y se sitúan, como resultado del olvido anterior, en un mismo plano de legitimidad los distintos intereses de clase, tanto al interior de las naciones como en su escenario internacional, se sugiere una engañosa desvinculación de lo económico con lo social, se producen di-versiones de todo tipo, pero relacionadas íntimamente con la que referimos antes. Veamos cómo lo enuncia en sus comentarios el economista.
«La gran mayoría de las posturas críticas que existen en Cuba, incluyendo las que reclaman mayor espacio a la propiedad privada y al mercado, son opiniones tan políticamente legítimas como las que hacen quienes postulan que el Estado debería continuar ocupándose de la gastronomía popular.»
Esto nos remite, como quien no quiere decirlo, a la democracia, otro terreno donde se aplica la diversión y la circunscripción.
La «democracia» realmente existente en buena cantidad de los países de este mundo se basa en el falso supuesto de que el poder real está repartido y se puede ejercer por igual. Lo que sí resulta una rotunda engañifa es ocultar que cuando el soberano ejerce su voto está muy lejos de ejercer un poder efectivo y, muy al contrario, acaba por legitimar a quienes lo ejercen después en contra de las esperanzas de los votantes. De esta convicción, demostrada objetivamente por lo que va de historia humana, surge esta reflexión hipotética (pero que apunta a lo real), y una de las preguntas no respondidas, sino con otras preguntas, como al inicio recordé:
«Admitamos que es políticamente legítimo que las clases más ricas defiendan sus intereses, ¿debemos asumir la legitimidad política de los intereses de los que detentan un poder económico injusto y desmesurado, y con él el verdadero poder explotador, como de igual valor a la legitimidad política (digamos también ética) de los que padecen la desigualdad y la explotación? La respuesta a esta pregunta es importante, porque ese es el verdadero parteaguas de las opciones fundamentales, y es donde la respuesta del marxismo (de verdad) sigue siendo válida pero, … para los intereses de unos, y no para los intereses de otros.»
Hay que hilar bien fino para comprender dónde radica la trampa del juego falsamente democrático que esconde esa propuesta igualdad. Pensemos en el hipotético caso, – que es imposible porque el capitalismo se basa en la existencia de una minoría con enorme poder económico, pero la reducción al absurdo ayuda a reflexionar-, supongamos una población formada por un 51% entre millonarios, ricos y una clase bien adinerada y dueña de la riqueza y los medios de producción, y un 49% restante, y que acudieran todos a las urnas… La mayoría potentada estaría «legítimamente» investida del poder para…seguir sojuzgando…Pero resulta que esta hipótesis no es absurda porque se hace plena realidad aunque los potentados de este mundo sean sólo el 1% de la población!, sencillamente porque el restante 50% de los «votos» los pone el poder económico y mediático, tanto al interior de los países como en las relaciones entre los estados en la arena internacional. La política es lucha feroz de intereses contrapuestos, pero no se dirime, en el mundo de la civilización capitalista, en igualdad de condiciones. Allí radica la engañifa, – que si no fuera un crimen, sería una estupidez-, de poner en una misma balanza las legitimidades políticas cuando se no se analiza desde la perspectiva de la existencia de clases. Pertenece al pensamiento de pura estirpe neoliberal cuando se trata de evaporar las diferencias de clases e intereses y defender el capitalismo en Cuba argumentando incluso con la política cubana al respecto, con las intervenciones de su presidente y hasta con los intereses de sus obreros.
Debemos denunciar el simplismo reductor del concepto que parte de postular el mismo derecho a optar por la propiedad privada que por la propiedad social en su modalidad estatal en las actuales circunstancias cubanas. El parlamento cubano apoyó el principio de regular el crecimiento de la propiedad privada, con todo lo complejo que eso resulta en este mundo medularmente capitalista. Por lo tanto ese tipo de planteo va más allá de lo obvio simple que es subrayar el derecho, que de hecho se ejerce por los cubanos, a realizar trabajos no estatales. El resultado objetivo de esa y otras expresiones semejantes en estos días, es relativizar y presentar como natural y deseable el crecimiento de la propiedad privada en Cuba hasta un límite que pueda diluir el socialismo y además, pretender que ese relativismo está desideologizado, que se postula desde una óptica económica que nada tiene que ver con los principios. Oculta que ello remite de inmediato a consecuencias en la esfera social: es evidente que esta línea de pensamiento explota de modo oportunista: 1) la supeditación forzosa de las economías de las naciones pobres y explotadas al poder del capital transnacional mundial, 2) que el estado cubano, como antes China y Vietnam, teniendo en cuenta las condiciones actuales que derivan del punto anterior, utilice progresivamente la propiedad privada y los nexos con el capital mundial, y 3) que resulte sumamente complejo prever las consecuencias que para el proyecto socialista cubano pueden derivarse de las implicaciones culturales, ideológicas y políticas que tendría un hegemonismo de ese tipo de propiedad.
El enunciado reduccionista según el cual nos proponen asumir que tiene igual legitimidad la política que aboga por la propiedad privada y la que abogan por la propiedad social estatal, también oculta comprender por qué la política de Obama estuvo concebida para negarle al estado lo que le promete o facilita al individuo. Entendámonos: igual derecho a proclamar nuestra opción la tenemos todos. El capitalista, su colonizado cultural, o el aspirante a serlo, tienen ese derecho, y el explotado, igualmente, y lo ejercen en las «democracias» capitalistas. Pero en lo que a Cuba se refiere todos tenemos también el derecho a exigir que el resultante del ejercicio de ese derecho de todos, a todos no nos afecte, beneficiando sólo a una parte de los que ejercieron ese derecho. Eso nos lleva a tratar de entender, advertir y denunciar las engañifas cuando se interviene en la discusión de la envergadura que debe tener en Cuba la propiedad privada para que no estemos atentos al ejercicio intelectual de los que quieren, bajo el manto de la democracia y la real-politica económica, sembrarnos la «normalidad» capitalista. Léase lo siguiente. Le responde el economista al historiador Elier:
«Con el mayor respeto, la engañifa consiste en tratar de decir que se puede «hacer» ideología de un socialismo superior con una economía subdesarrollada, de subconsumo y de bajo crecimiento.»
PM nos revela un insólito descubrimiento, o visto desde otro ángulo, una verdadera invención teórica, cuyo mérito debe ser de su total cosecha: no se debe luchar en el campo ideológico con una economía subdesarrollada, de subconsumo y de bajo crecimiento. ¿Cómo queda La historia me absolverá o el ¿Qué hacer? de Lenin? Claro que no piensa en esos dos documentos porque se remite sólo al momento actual de Cuba, lo que desea es poner sólo en la columna del debe del socialismo cubano sus problemas económicos y con ello demeritar las ideas socialistas. Esta corriente de pensamiento- en el fondo neoliberal – no puede concebir que la transición hacia el socialismo puede ser un camino tan largo como lo trate de impedir el capitalismo. La ideología aquí radica en que se oculta por qué la economía de los países llamados subdesarrollados es subdesarrollada, por qué hay subconsumo y bajo crecimiento. El mensaje subliminal, y en ocasiones franco, tiene estos componentes: (a) sólo el capitalismo puede lograr la prosperidad, (prosperidad según su propio concepto), (b) sólo la propiedad privada es eficiente, el resto es…ideología y, (c) el socialismo, que es la única esperanza de la humanidad, está condenado al fracaso.