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El Gran Río, un documental sobre el rapero Black Dog

¡Doh!

Fuentes: Página/12

Cuando está por cumplirse una hora desde el comienzo del documental El gran río, David participa de un soberbio asado, que detona entre vasos plásticos con esa cerveza de nombre de tribu autóctona y una admirable jarra de sangría. Pero David no es un pibe argento más: su apellido es Bangoura, su país es Guinea […]

Cuando está por cumplirse una hora desde el comienzo del documental El gran río, David participa de un soberbio asado, que detona entre vasos plásticos con esa cerveza de nombre de tribu autóctona y una admirable jarra de sangría. Pero David no es un pibe argento más: su apellido es Bangoura, su país es Guinea y su nombre artístico, Black Doh. La curiosidad de la escena es mínima si se la compara con los recovecos de la gran historia de este joven músico que llegó a Rosario como polizón y grabó un disco de rap. Su vida reciente, digna de un dramón a la manera de Biutiful, de un documental sobre la música underground negra como Rise Up o de una de aventuras como Tintín en igual medida, fue registrado por el realizador Rubén Platáneo en El gran río, documental en cartelera en el Gaumont.

Antes de recalar en el puerto rosarino de San Lorenzo a bordo de un barco vietnamita, Bangoura pasó por Uruguay, de donde lo deportaron; por París, Ucrania, Siberia y Egipto, donde le pasó lo mismo. Hasta que, sin agua ni comida, durante un mes navegó sin saber adónde. Su camarada no lo soportó y falleció en altamar, y él terminó como «refugiado político» en Santa Fe. Del giro del destino, Black Doh capitalizó una plataforma para hacer música que, igualmente, no es el foco de este documental. Más bien, lo que Platáneo construye es una historia no lineal (la de David, familia y amigos argentinos) que le sirve para ilustrar la vida en este país de la diáspora africana, los lazos fraternales que se tienden en el bajofondo social y un relato sin tiempo ni lugar sobre la inmigración. Su película permite un acercamiento crudo, apenas editado, y por cierto muy bello -la fotografía es fantástica- al detrás de escena de los africanos que, para muchos, sólo han llegado aquí a vender bijouterie.

El regreso del rapero al puerto de Conakry, en Guinea, con su primer disco (cuya realización documenta El gran río) como equipaje, despunta un final sin orquesta, donde las vibraciones artísticas y personales se repelen: Doh debió abandonar su lugar en el mundo y errar en su elección de un barco para poder encontrar, en ese revés, su lugar en la música.

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