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Karl Marx (1818-1883). En el bicentenario de su nacimiento (II)

Dos cartas de Jenny Marx

Fuentes: Rebelión

Nota del editor. No es que detrás de un gran hombre siempre haya una gran mujer, como se suele decir, sino que, en este caso y en algunos otros (aunque no siempre como es sabido y contrastado), detrás o al lado de una gran(dísima) mujer había también un gran hombre. Marx fue ese hombre y […]

Nota del editor. No es que detrás de un gran hombre siempre haya una gran mujer, como se suele decir, sino que, en este caso y en algunos otros (aunque no siempre como es sabido y contrastado), detrás o al lado de una gran(dísima) mujer había también un gran hombre. Marx fue ese hombre y Jenny von Westphalen, Jenny Marx de casada, fue esa grandísima mujer-compañera. Si tienen alguna duda sobre el inmenso y decisivo papel que Jenny tuvo en el desarrollo de la obra marxiana (teoría y praxis), también sus hijas, aguantando además más de una tontería (por decirlo suavemente) del autor de El capital, lean si no han leído -¡no tarden mucho!-: Mary Gabriel, Amor y Capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución, Vilassar de Dalt (Barcelona), El Viejo Topo, 2014 (traducción, gran traducción, de Josep Sarret Grau). También otras aproximaciones desde luego. Esta, por ejemplo, es imprescindible: Francisco Fernández Buey, Marx (sin ismos), Vilassar de Dalt (Barcelona), El Viejo Topo (varias reediciones; está en prensa otro conjunto de escritos del autor con el título provisional Marxismos después de Marx), sin olvidar «El Marx enamorado», su presentación de Karl Marx, Poemas. Barcelona, El Viejo Topo, 2000, págs. 7-24, edición de Francisco Jaymes y Marcos Fonz). 

«Ni graciosa ni por la Gracia de Dios» así finalizaba esta ciudadana (con cuatro hijos y tres nietos fallecidos muy prematuramente) de gran coraje y enorme corazón una de sus cartas. En otra de estas cartas, dirigida a Liebknecht, que estaba entonces esperando la sentencia del juicio que le habían hecho en Alemania con cargo de alta traición por su posición durante la guerra franco-prusiana, comentaba

En todas estas luchas nosotras las mujeres llevamos la peor parte, porque es la menor. Un hombre saca fuerzas de su lucha con el mundo exterior, y se siente lleno de energía por la visión del enemigo, aunque estos sean legión. Nosotras en cambio permaneceremos en casa zurciendo calcetines. Esto no impide que las preocupaciones y las pequeñas miserias diarias destruyan lenta y sistemáticamente el coraje que necesitamos para enfrentarnos a la vida. Hablo por treinta años de experiencia y puedo seguramente decir que no me desmoralizo fácilmente. Ahora soy demasiado vieja para confiar demasiado en nada, y los recientes y desafortunados acontecimientos [la Comuna de París] me han afectado mucho. Me temo que nosotros. no tendremos muchas más experiencias positivas y mi única esperanza es que nuestros hijos tengan una vida más fácil.

En 1875, esta mujer que había hablado del coraje necesario para enfrentarse a la vida, escribía a una de sus hijas tras la pérdida de un nieto:

Sé muy bien lo difícil que es y lo mucho que se tarda en recuperar el equilibrio después de una pérdida como esta; es entonces cuando la vida viene en nuestra ayuda, con sus pequeñas alegrías y sus grandes preocupaciones, con todas esas pequeñas tareas y tribulaciones cotidianas, y las mayores penas se ven amortiguadas por unos males más pequeños y constantes, y sin que nos demos cuenta, la violencia del dolor disminuye; y no es que la herida se haya curado, y esto vale especialmente para el corazón de una madre, pero poco a poco se despierta en tu pecho una nueva sensibilidad para acoger nuevas penas y alegrías, y así es como uno sigue viviendo, con el corazón dolorido y a la vez esperanzando, hasta que al final deja de latir y da paso a la paz eterna.

Muchos años antes, la hija menor de Marx y Jenny, Francisca, sufrió un grave ataque de bronquitis y murió poco después de su primer aniversario, el 14 de abril de 1851 (el 15% de los niños ingleses morían antes de su primer año). La familia no tenía dinero ni siquiera para comprar un ataúd para su hija. Jenny colocó el cuerpo de la pequeña en la habitación trasera del apartamento y trasladó todas las camas a la habitación de la parte delantera donde dormiría la familia hasta que pudieran encontrar el dinero necesario. «Nuestros tres hijos se tendieron a nuestro lado y todos lloramos al pequeño ángel cuyo cuerpo lívido y sin vida yacía en otra habitación» escribió. Ni siquiera Engels pudo dejarles dinero en aquella ocasión. Jenny tuvo que pedir ayuda a un emigrante francés. Les dejó dos libras para comprar el ataúd. Con palabras de Jenny Marx: «No tenía cuna cuando vino al mundo [Francisca Marx] y durante mucho tiempo se le negó incluso un lugar para su último descanso».

Salvo error por mi parte, no existe una traducción castellana (ni catalana y creo que tampoco en gallego o euskera) de la correspondencia de Jenny Marx. Existen ediciones en inglés y alemán (y acaso en francés). Deberíamos considerar un deber socialista, humanista, filosófico y feminista editar su correspondencia este año del bicentenario del nacimiento de su compañero. Jenny nació en Salzwedel, el 12 de febrero de 1814, cuatro años antes que su compañero, y falleció en Londres, el 2 de diciembre de 1881, dos años antes que Marx, quien apenas pudo superar el golpe. Además, más pérdidas que ardían en su cuerpo, su hija mayor, Jenny Marx Longuet, falleció el 11 de enero de 1883.

 

Jennyschen y (Jenny) Laura Marx Lafargue 

No tengo certeza de quien el traductor de las dos cartas siguientes (¿Pedro Scaron, José María Ripalda, Miguel Candel?). Pueden localizarse entre los materiales no publicados de las OME, la traducción de las Obras de Marx y Engels que Manuel Sacristán dirigió para Grijalbo-Crítica y cuya edición se interrumpió. Se publicaron 11 volúmenes en total, entre ellos los correspondientes, tres en total (OME 40, 41 y 42) a los libros I y II de El Capital.

Algunas de las anotaciones de esta edición son también del traductor. 

I

CARTA A JOSEPH WEYDEMEYER, EN FRANCFORT DEL MAIN 

 

Londres, 20 de mayo [de 1850]

Querido Señor Weydemeyer [1]:

Ha transcurrido casi un año desde que hallé, por parte de usted y de su querida esposa, una acogida tan amistosa y cordial, desde que me sentí tan bien y tan a mis anchas en su casa, y en todo ese prolongado lapso no he dado señal de vida alguna; callé cuando su esposa me escribió una carta tan amable, y permanecí muda cuando recibimos la noticia del nacimiento de su niño. Esa mudez a menudo ha llegado a oprimirse, pero la mayor parte de las veces era incapaz de escribir, y aún hoy me resulta difícil, muy difícil.

Pero la situación me obliga a tomar pluma en mano; le ruego que nos envíe lo más pronto posible el dinero ingresado o por ingresar de la Revue. Lo necesitamos mucho, muchísimo. Seguramente nadie podrá reprocharnos que jamás hayamos dado mucha importancia a cuanto hemos sacrificado y padecido desde hace años; al público se le ha molestado poco o casi nunca con nuestras cuestiones personales, ya que mi marido es sumamente sensible en estos asuntos, y prefiere sacrificar lo último antes de entregarse a la mendicidad democrática, como los grandes hombres oficiales. Pero lo que sí podía esperar de sus amigos, en especial los de Colonia, era una actividad diligente y enérgica en favor de su Revue. Podía esperar dicha actividad, sobre todo siendo conocidos sus sacrificios por el Rh. Ztg [2]. Pero en cambio, el negocio resultó arruinado en virtud de un manejo descuidado y desordenado, y no se sabe si lo que más daño causó fue la demanda del librero o la de los gerentes y conocidos en Colonia, o bien toda la conducta de la democracia en general.

Mi marido casi fue aplastado aquí por las más mezquinas preocupaciones de la vida cotidiana, y ello en una forma tan indignante que fueron necesarias toda la energía, toda la seguridad calma, clara y silenciosa en sí mismo de que es capaz, para mantenerle en pie en estas luchas de todos los días y todas las horas. Usted sabe, querido señor Weydemeyer, qué sacrificios realizó mi marido en esa época; invirtió miles en efectivo, se hizo cargo de la propiedad del periódico, persuadido por los honestos demócratas, quienes de otro modo hubiesen debido responder personalmente por las deudas, en una época en la cual quedaban ya pocas probabilidades de llevar la tarea a cabo. A fin de salvar el honor político del periódico, el honor civil de los conocidos de Colonia, dejó que echasen sobre sus hombros todas las cargas, entregó su máquina, entregó todos los ingresos, y hasta al partir prestó 300 táleros [3] para abonar el alquiler del local recién arrendado, los honorarios atrasados de redactores, etc…. y se le expulsó violentamente.

Usted sabe que no nos hemos quedado con nada de todo ello; viajé a Francfort para empeñar mi platería, lo último que nos quedaba; en Colonia hice vender mis muebles, porque corría peligro de ver embargada la ropa y todo lo demás. Al iniciarse la infausta época de la contrarrevolución, mi marido viajó a París, y yo le seguí con mis tres hijos [4]. Apenas aclimatado en París, fue expulsado, y a mí misma y a mis hijos se nos negó una permanencia más prolongada. Volví a seguirle allende el mar. Un mes más tarde nació nuestro cuarto hijo [5]. Usted debería conocer Londres y las condiciones en que se vive aquí, para saber qué significa tener tres hijos y el nacimiento de un cuarto. Solamente en concepto de alquiler debíamos pagar 42 táleros mensuales. Estábamos en condiciones de solventar todo ello con nuestro propio peculio. Pero nuestros pequeños recursos se agotaron cuando apareció la Revue. A pesar de lo convenido, el dinero no llegaba, y cuando lo hizo fueron sólo pequeñas sumas aisladas, de modo que caímos aquí en las situaciones más terribles.

Le relataré solamente un día de esta vida, tal como fue, y usted verá que acaso pocos refugiados hayan pasado por situaciones similares. Puesto que las amas de leche son prohibitivas aquí, decidí, a pesar de constantes y terribles dolores de pecho y espalda, alimentar yo misma a mi hijo. Pero el pobre angelito mamaba de mí tantas preocupaciones y disgustos silenciosos, que se hallaba constantemente enfermo, padeciendo dolores día y noche. Desde que ha llegado a este mundo jamás ha dormido aún toda una noche, a lo sumo de dos a tres horas. Últimamente se sumaron aún a ello violentos espasmos, de modo que el niño fluctuaba constantemente entre la muerte y una vida mísera. Presa de esos dolores, mamaba con tal fuerza que mi pecho quedó lastimado y agrietado; a menudo la sangre manaba dentro de su trémula boquita. Así me hallaba yo sentada un día, cuando entró de repente nuestra casera -a quien en el curso del invierno habíamos pagado más de 250 táleros, y con quien habíamos convenido por contrato que el dinero de fecha posterior le sería abonado no a ella, sino a su propietario, quien le había trabado embargo con anterioridad-, negó el contrato, exigió las 5 libras que aún le adeudábamos, y puesto que no disponíamos de las mismas en el acto (la carta de Naut llegó demasiado tarde), entraron dos embargadores en la casa, trabaron embargo sobre todas mis pequeñas pertenencias, las camas, la ropa, los vestidos, todo, hasta la cuna de mi pobre niño, los mejores juguetes de las niñas, quienes se hallaban arrasadas en ardientes lágrimas. Amenazaron con llevárselo todo en un plazo de dos horas; yo yacía en el suelo, con mis hijos ateridos de frío y mi pecho dolorido. Schramm, nuestro amigo, acudió de prisa a la ciudad para procurarnos auxilio. Ascendió a un cabriolé, cuyos caballos se desbocaron; él saltó del coche, y nos lo trajeron sangrante a nuestra casa, donde yo gemía con mis pobres niños temblorosos.

Al día siguiente debimos abandonar la casa; el día era frío, lluvioso y encapotado, mi marido buscaba una casa para nosotros, pero nadie quería aceptarnos cuando hablaba de los cuatro niños. Finalmente nos ayudó un amigo; pagamos, y yo vendí rápidamente todas mis camas para pagar al boticario, al panadero, al carnicero y al lechero, quienes habían comenzado a temer a causa del escándalo del embargo, y que súbitamente se abalanzaron sobre mí con sus cuentas. Las camas vendidas fueron llevadas ante la puerta y cargadas en un carro, y ¿qué sucedió entonces? Ya había pasado mucho tiempo después de la caída del sol, y la ley inglesa prohíbe eso; apareció el casero con agentes de policía, afirmando que también podrían haber objetos suyos entre ellos, y que nosotros querríamos fugarnos a algún país extranjero. En menos de 5 minutos había más de 2 ó 3 centenares de personas observando atentamente frente a nuestra puerta, toda la chusma de Chelsea. Las camas volvieron, y se nos dijo que sólo a la mañana siguiente, después de la salida del sol, podrían serles entregadas al comprador; cuando de este modo, mediante la venta de todas nuestras pertenencias, estuvimos en condiciones de pagar hasta el último céntimo, me mudé con mis pequeños amores a nuestras actuales pequeñas dos habitaciones del Hotel Alemán, 1 Leicester Street, Leicester Square, donde por 51/2 libras semanales, hallamos una acogida humanitaria.

Perdóneme usted, querido amigo, el que el haya descrito con tanta amplitud y detalle tan sólo un día de nuestra vida aquí; es inmodesto, lo sé, pero esta noche mi corazón fluía en torrentes hacia mis trémulas manos, y alguna vez debía desnudar mi corazón ante uno de nuestros amigos más antiguos, mejores y más fieles. No crea usted que estas mezquinas penurias me han doblegado; demasiado bien sé que nuestra lucha no es una lucha aislada, y que aún pertenezco, en lo esencial, a los seres escogidos que han sido favorecidos por la fortuna, puesto que mi querido esposo, apoyo de mi vida, aún se halla a mi lado. Pero lo que realmente me aniquila hasta en lo más íntimo, lo que hace sangrar mi corazón, es que mi marido tenga que pasar por tantas mezquindades, que hubiese podido ayudársele con tan poco, y que él, que de buena gana y con alegría ayudó a tantos, haya estado aquí sin que se le prestase ayuda. Pero, como ya le he dicho, no crea usted, querido señor Weydemeyer, que le reclamamos nada a nadie, y si recibimos adelantos de alguien, mi marido aún se halla en condiciones de reembolsarlos con su fortuna. Lo único que podía reclamarle mi marido a quienes habían recibido de él más de un pensamiento, más de un enaltecimiento, más de un sustento, era que desplegasen mayor energía comercial y mayor actividad en su Revue. Tengo el orgullo y la audacia de afirmar de que se le debía ese poco. Tampoco sé si mi marido no ha ganado con toda la justicia 10 Sgr. [groschen de plata] con sus trabajos. Creo que con ello no se engañó a nadie. Eso me duele. Pero mi marido piensa de otro modo. Jamás, ni siquiera en los momentos más terribles, ha perdido la seguridad en el futuro, ni siquiera el más alegre humor, y estaba totalmente satisfecho cuando me veía alegre y cuando nuestros encantadores niños rodeaban, sonrientes, a su querida mamaíta. Él no sabe, querido señor Weydemeyer, que yo le he escrito a usted con tanta amplitud acerca de nuestra situación, y por ello no haga usted uso de estas líneas. Él sólo sabe que yo le he pedido, en su nombre, que acelere en lo posible la distribución y envío del dinero. Sé que usted sólo dará a estas líneas el uso que le inspirará a usted su amistad, discreta y plena de tacto, por nosotros.

Adiós, querido amigo. Transmítale a su esposa mis saludos más cordiales, y bese usted a sus angelitos de parte de una madre que ha vertido más de una lágrima sobre su bebé. Si su mujer estuviera dando el pecho, no le comunique usted nada acerca de esta carta. Sé hasta qué punto afectan todos los disgustos, y causan daño a la pequeña criatura. Nuestros tres niños mayores crecen magníficos, a pesar de todo. Las niñas son bonitas, florecientes, alegres y de buen humor, y nuestro gordito es un dechado de humor cómico y de las ocurrencias más graciosas. El duendecillo canta todo el día canciones cómicas con descomunal pathos y una voz de gigante, y cuando hace retumbar, con voz tremenda, las palabras de la Marsellesa de Freiligrath [6], 

Oh, junio, ven y tráenos acciones,

que nuevas acciones ansía nuestro corazón, 

resuena toda la casa. Acaso sea el destino histórico de este mes, como el de sus dos desdichados predecesores, el de inaugurar esa lucha titánica en la cual todos habremos de volver a estrecharnos las manos.

Que le vaya a usted bien. Jenny Marx.

 

Notas:

[1] Tomado de Wikipedia: Joseph Arnold Weydemeyer (2 de febrero de 1818, Münster -26 de agosto de 1866, St. Louis, Misuri) fue un oficial militar de Prusia y en Estados Unidos; también periodista , político y revolucionario marxista . Miembro de la Liga de los Comunistas , participó en la revolución de 1848. Fue uno de los «editores responsables» de la Neue Rheinische Zeitung . En 1851 emigró a los Estados Unidos y allí trabajó como periodista. El 18 Brumario de Luis Napoleón fue publicado en 1852 en «La Revolución», una revista mensual de lengua alemana en Nueva York fundada por él. Participó en la guerra civil de los EEUU como coronel en el ejército de la Unión.

[2] Neue Rheinische Zeitung, Nueva Gaceta Renana 

[3] Tomado de Wikipedia (consulta 07.01.2018): el tálero (de thaler o taler, es decir: vallense, del valle, según la ortografía empleada desde 1901) es una antigua moneda de plata de Alemania . Etimológicamente, «Thaler» es una abreviación de «Joachimsthaler», moneda de la ciudad de Joachimsthal en Bohemia (actualmente Jáchymov en la República Checa ), donde se acuñaron en 1518. Pero las primeras se habían acuñado en 1486 en Burg Hasegg , ( Hall in Tirol , Austria ). Después de esa fecha los soberanos de Alemania y Austria acuñaron monedas de plata de gran tamaño, siguiendo el modelo del Thaler. Fue una moneda de plata importante, que primeramente se llamó guldengroschen (moneda fraccionaria). Después se entendía como tálero a gran cantidad de monedas que pesaban más de un Lot . Desde el punto de vista lingüístico, el tálero, el tólar esloveno y el dólar proceden de la misma raíz.

[4] Jenny, Laura y Edgar

[5] Heinrich Guido

[6] Ferdinand Freiligrath fue un escritor alemán que nació en Detmold en 1810. Su primera colección de poemas fue publicada en 1838 («Gedichte»), notablemente influenciados por Los Orientales de Victor Hugo, cuya obra tradujo él mismo parcialmente al alemán. Freiligrath introdujo en sus escritos una crítica al sistema. «Ein Glaubensbekenntnis», publicada en 1844, tuvo una gran aceptación. Tuvo que abandonar Alemania y conoció a Marx en Bélgica. En 1845 publicó «Ça ira!». Después de vivir un tiempo en Londres, Freiligrath regresó a Alemania y trabajó para el Neue Rheinische Zeitung. Marx, como se recuerda, era el editor general y Georg Weerth el editor cultural. En 1847, Liszt musicalizó un poema suyo: «O lieb, so lang du lieben kannst». En 1851 tuvo que abandonar de nuevo Alemania y se convierte en director de la sucursal londinense del «Schweizer Generalbank». Falleció en 1876. 

II

A Ludwig Kugelmann, en Hannover 

 

[Londres, 24 de diciembre de 1867]

1, Modena Villas, Maitland Park 

Mi querido señor Kugelmann [1]:

No puede haberse imaginado usted qué gran sorpresa y alegría nos propinó ayer, y realmente no sé cómo he de agradecerle por toda su amistad y su interés, y ahora, además, por la última, visible señal de su recuerdo, el divino Padre Zeus, que ocupa ahora entre nosotros el lugar del «Niñito dios» [2]. Nuestra fiesta de Navidad este año es nuevamente bastante triste, porque mi pobre marcado yace nuevamente postrado por su antigua dolencia. Se han mostrado de nuevo dos erupciones, una de las cuales es de importancia y está en un lugar penoso, de manera que Karl está obligado a estar tendido sobre un costado. Ojalá que logremos pronto dominar la enfermedad, y que en la próxima carta no aparezca ya delante de usted el secretario privado interino.

Ayer por la noche estuvimos todos juntos sentados en las habitaciones inferiores de la casa, la región de la cocina conforme a la distribución inglesa, de donde salen todas los «creature comforts» [3] para las regiones superiores, ocupados en preparar con escrupuloso rigor el christmas pudding. Se despepaban allí pasas (trabajo harto repugnante y pegajoso), se desmenuzaban almendras y cáscaras de naranjas y limones, se atomizaba la grasa de los riñones y, con huevos y harina, se amazaba de toda esta mezcolanza un notable potpurri; y en ese momento tocaron a la puerta, un carruaje se detuvo delante, hubo pasos misteriosos que subían y bajaban, un murmullo, un zuzurro corrió por toda la casa; por último, se escuchó de arriba una voz: «una gran estatua ha llegado». Si hubiese dicho: «Fuego, fuego, se quema la casa», han llegado los «Fenians» [4] no nos habríamos parado más atónitos, más desconcertados; y ahí estaba él en su colosal magnificencia, en su pureza ideal, el viejo Júpiter tonans [5], intacto, sin daño alguno (un pequeño canto del pedestal se ha desmoronado un poco), ante nuestros ojos sorprendidos y entusiasmados. En el entretanto y luego que se hubo calmado un tanto la confusión, leímos también el amistoso escrito de acompañamiento que nos había hecho llegar usted en la más cordial labor de gracias, comenzaron de inmediato los debates sobre cuál sería el nicho más digno para el nuevo «buen Dios que está en el cielo y en la Tierra». Respecto a esta gran cuestión todavía nos hemos llegado a resultado alguno y todavía habrá que hacer muchos intentos antes que la orgullosa cabeza haya encontrado su lugar de honor.

También le agradezco yo de corazón su gran interés y sus afanes incansables por el libro de Karl [6]. Parece ser que los alemanes prefieren con mucho expresar su aplauso a través del silencio y la mudez total. Han puesto todos valientemente enmarca la cachaza.

Puede creerme usted, querido Sr. Kugelmann, que con certeza rara vez he sido un libro escrito bajo circunstancias más difíciles, y bien podría yo escribirle una historia secreta, que descubriría las muchas, infinitamente muchas penas silenciosas, y el miedo y los sufrimientos. Si los obreros tuviesen una idea del sacrificio que ha sido necesario para terminar esta obra, que ha sido escrita sólo para ellos y en su interés, quizás si mostrarían ellos más interés. Los lassalleanos parecen haber sido los más rápidos en acapararse para si el libro, par traducirlo debidamente. Pero esto no daña.

Bueno, al final tengo yo que desplumar un pollito con usted. ¿Por qué se dirige usted a mi de manera tan formal, incluso con «graciosa», a mí, un veterano tan viejo, una cabeza tan cubierta de musgo en el movimiento, un compañero de ruta y de lucha tan honrado? Me habría gustado tanto visitarle este verano a usted y su querida esposa y a Fränzchen, de las cuales mi marido no puede parar de decir tanta cosa amable y tanta cosa buena, me habría gustado tanto volver a ver Alemania después de once años. El año pasado estuve muy achacosa, y he perdido también, por desgracia, en este último tiempo, mucho de mi «fe», de mi valor para la vida. Muchas veces me ha resultado difícil mantenerme de pie. Pero como mis muchachas hicieron un largo viaje -estuvieron invitadas con los padres de Lafargue en Burdeos- no se pudo hacer al mismo tiempo mi escapada, y ahora tengo, pues, la hermosa esperanza delante de mí, para este año que viene.

Karl le envía a su esposa y a usted los más cordiales saludos, a los que se adhieren sinceramente las muchachas, y yo le tiendo, a usted y a su querida esposa, desde la distancia mi mano.

Su

Jenny Marx 

ni graciosa ni por la gracia de Dios

 

Notas:

[1] Ludwig Kugelmann ( Osnabrück , 19 de febrero de 1828 Hannover , 9 de enero de 1902 ) fue un médico alemán especializado en ginecología, amigo y confidente de Marx y Engels . Mantuvo una extensa relación epistolar con Marx , que fue hecha pública después de su muerte. Miembro de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) y del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD).

[2] Como regalo de Navidad, Kugelmann había hecho llegar a la familia Marx un busto de Zeus que había decorado anteriormente su salón y tenía, a su parecer, un parecido con Marx

[3] El sustento corporal.

[4] Grupo irlandés.

[5] Tonante.

[6] Das Kapital, primera edición en alemán en 1867.

 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.