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Drama alimentario, la otra causa

Fuentes: AIN

En fecha reciente, funcionarios del Programa Mundial de Alimentos (PMA) referían a la prensa que condiciones climáticas desfavorables y un aumento del costo de producción, inciden en la escasez mundial de insumos básicos para la población del planeta, de manera que mucha gente, y vale la cita textual «se halla frente a tres posibilidades: rebelarse, […]

En fecha reciente, funcionarios del Programa Mundial de Alimentos (PMA) referían a la prensa que condiciones climáticas desfavorables y un aumento del costo de producción, inciden en la escasez mundial de insumos básicos para la población del planeta, de manera que mucha gente, y vale la cita textual «se halla frente a tres posibilidades: rebelarse, emigrar, o morir».

Sin dudas, dura conclusión en boca de diplomáticos acostumbrados en sus referencias a las palabras menos ríspidas y a los conceptos menos tajantes.

Pero mas allá del tono o de los términos, ese cierre de las ideas resulta en extremo alarmante y revelador, porque significa que el hambre global, la cual ya afecta de forma crónica a más de 900 millones de personas, tiene amplio margen de extensión en nuestros días.

Por demás, si bien es cierto que no pocas han sido las tragedias climáticas en este mundo acosado por el recalentamiento, la destrucción de la capa de ozono y la contaminación galopante, desatados por el capitalismo y su voraz explotación de los recursos, hay otras causas muy sólidas en esto de la ausencia de alimentos en la mesa universal, y no precisamente desligadas de la actuación mezquina de algunos hombres y países.

Se trata, como reiteradas veces ha denunciado Cuba, de la especulación sin límites a la que son sometidos los rubros alimentarios en los grandes centros financieros imperiales, donde un puñado de tahúres, asidos a conjeturas, rumores, prácticas monopolistas y criterios geopolíticos, imponen los precios que se les antojan al azúcar, el café, el cacao o los granos básicos.

Fue el presidente dominicano, Leonel Fernández, quien una vez habló del «casino» en que se habían convertido las bolsas capitalistas.

Allí, los usureros del capital juegan a comprar y vender azuzando informaciones, trampas y traspiés, de manera de acumular ganancias sin siquiera mover el saco de arroz o de azúcar de almacenes o puertos hacia otros destinos.
Ni siquiera se llega a tomar en cuenta seriamente la innegable relación inversa que existe entre oferta y demanda.
No es raro entonces que, recientemente por ejemplo, la propia gran cadena de establecimientos gastronómicos Starbucks Corp. se quejara de la elevación del precio del café a partir de la actividad especulativa en la bolsa de alimentos de Chicago con el pretexto de presuntos «enormes» daños climáticos a la producción mundial del grano.
Como tampoco resulta extraño que el trigo, el maíz y la soya multipliquen por estos días sus costos de venta; otras informaciones indican que tanto en los Estados Unidos como en Sudamérica se esperan elevados resultados en sus respectivas cosechas, tal como anunció el propio Departamento norteamericano de Agricultura (USDA) al cierre de este febrero.

Es que para los «operadores» de las bolsas los alimentos no son los productos esenciales que sirven al hombre para garantizar su vida y su desarrollo.

Se trata, simplemente, de fichas y de «activos» en los que refugiarse o de los cuales desembarazarse, dependerá de cómo soplen los vientos de los negocios y las finanzas. El hambre mundial, en todo caso, es otro acostumbrado «daño colateral». 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.