«El Rey ha de convocar en breve a las fuerzas parlamentarias, en momentos singularmente preocupantes de la vida española y en los que la institución que encarna va a verse afectada también por los ecos de la corrupción. Puede ser paradójicamente una magnífica ocasión para que en medio de la tormenta sea capaz de demostrar […]
«El Rey ha de convocar en breve a las fuerzas parlamentarias, en momentos singularmente preocupantes de la vida española y en los que la institución que encarna va a verse afectada también por los ecos de la corrupción. Puede ser paradójicamente una magnífica ocasión para que en medio de la tormenta sea capaz de demostrar la utilidad de la Corona, base casi exclusiva de su pervivencia, propiciando un pacto que beneficie al conjunto de los ciudadanos»
Juan Luis Cebrián, El arte de la mentira política, El País, 11 de enero de 2016
Leer el hígado de una corneja que vuela hacia el oriente
Dicen desde la CUP que no quieren nuevas elecciones porque ganaría la derecha. Aparte de que no es verdad ¿te echas en brazos de la derecha para que no gane la derecha? Quién entiende nada…
En el Manual del Buen Oteador Social hay dos maneras de predecir lo que va a ocurrir. La primera dice que hay que saber qué quieren hacer los poderosos, esto es, hay que identificar cuáles son sus intereses e intuir cuáles son los caminos que van a llevarles a que esos privilegios -vivimos en sociedades de clases- se mantengan o acrecienten. Por lo general en el corto plazo, que el capitalismo, como decía Galbraith, es miope. La segunda regla consiste en saber desbrozar la maleza, en acertar a la hora de separar el trigo de la paja, clarificar qué es sustantivo y qué es ruido, una intoxicación alimentada bien por los creadores de cortinas de humo (es el virus de ese cruce terrible que nos gobierna de partidos, empresas de medios de comunicación y capital financiero) , bien por la cacofonía multiplicada de unos medios que si no informan de lo que sea a cada minuto se caen de la bicicleta. Lo sustantivo es aquello que está pugnando por hacerse realidad o mantenerse. Lo adjetivo, lo que no es determinante aunque distraiga. Todo, claro, dentro de lo que se está discutiendo (como todo está trenzado en la sociedad, no es fácil acotar espacios).
Como todo sistema de calidad, estas reglas deben ser sometidas a control. Aquí empiezan los problemas. Porque si bien es presumible que los poderosos aciertan -tienen medios, equipos, capacidad de reacción, dinero, conexiones-, siempre hay una nariz de Cleopatra, una piedra en el camino con la que no se contaba, un cambio de parecer imprevisible e inconcebible (a lo sumo explicable a posteriori) que cambia el rumbo de la historia. Aquí entramos en el reino de la intuición. Por eso es cierto que la política tiene algo de arte, porque decir que tiene ciencia es un abuso corporativo de los politólogos. El segundo problema del control de calidad tiene que ver con la disonancia cognitiva -eso que sucede cuando los datos de la realidad no encajan con nuestra manera de entender las cosas-, que hace que el comportamiento de los actores políticos sea imprevisible. Somos amigos de negar la realidad cuando no encaja con lo que pensamos. Y así no es tan fácil predecir qué puede ocurrir aplicando la mera lógica. Cuando las CUP decidieron en su ejecutiva no apoyar a Mas he de reconocer que me descoloqué. La regla uno se me rompió: los poderesos veían torcerse sus planes. Un movimiento político de corte asambleario nos daba a todos una lección democrática. ¡Bien por la CUP! Pero poco dura la alegría en la casa del pobre. La iglesia romana aceptó que los arúspices leyeran hígados de ave para evitar la entrada de los bárbaros en Roma. Tampoco acertaron. Que le pregunten a Alarico y, de paso, a Inocencio. El río desbordado siempre encuentra un nuevo cauce. Y las cosas recuperaron su rumbo. Y no es tan sencillo entenderlo.
Todo vuelve a su sitio
La decisión de la CUP de garantizar la investidura del alcalde de Girona (Convergència Democràtica de Catalunya, CDC) regresa las cosas al gran plan. No es que ese gran plan vaya necesariamente a salir. Ya hemos dicho que hay imponderables y que los planes con gente no son igual que los planes con autómatas. Es simplemente que se camina con fuerza hacia lo que algunos, con mucho poder, quieren que salga. O, incluso, podríamos afirmarlo con mayor prudencia: son decisiones funcionales para que tanto el impulso del 15M como el del derecho a decidir que nació en las calles -y que encarnaron institucionalmente con Podemos, En comú Podem y también con anterioridad en la CUP- se sacrifiquen en el altar de una gran coalición que haga cambios cosméticos para inaugurar, ahora sí, el reinado de Felipe VI una vez cerrado el juicio familiar que ahora empieza con la Infanta y Urdangarín en el banquillo. Si su padre necesitó el 23 F para ganar legitimidad, el hijo necesita un suceso que haga de epifanía democrática. El diario El país y los referentes políticos y mediáticos del régimen del 78 ya están en ello.
Se ha repetido hasta la saciedad que en la CUP habitan dos almas: una independentista y otra anticapitalista. ¿Por qué demonos tiene que triunfar la que coincide con la burguesía catalana a la que hasta ayer combatían? Creo que en el caso de las CUP, investir a un anticomunista y miembro relevante de CDC como Carles Puigdemont -corresponsable de todo lo que ha hecho ese partido- pudiera tener trazas de trampa electoral. Otro gallo cantara si hubieran ido a las elecciones diciendo: votarnos a las CUP es también votar el apoyo a un gobierno presidido por Convergència para caminar hacia la independencia. Cuando decían: «no investiremos nunca a Mas» implicaba decir para el común de los votantes: «nunca investiremos a nadie que sea del partido de Pujol, Suiza y el 3%». Quedarse solamente en un nombre y pretender justificar el resto desde ahí es tratar a la gente con una descarnada falta de respeto. Como si sacrificado Artur Mas -habrá que ver cuánto se ha sacrificado realmente- se terminara todo lo que ha significado CDC. Han decidido que ahora mismo hay algo más importante que su denuncia implacable de las políticas corruptas y austeritarias de CDC. ¿Lo compensa negociar un plan de urgencia social de 270 millones? Creo que no. Por un lado, porque dudo de que realmente lo pongan en marcha (no lo hicieron antes y está escrito en las estrellas que la culpa de que no cumplan la promesa será de Madrid) y por otro porque el hecho de que el gobierno catalán le devuelva al pueblo lo que es del pueblo no le exime de sus faltas.La CUP, forma parte del acuerdo, no perseguirá ningún comportamiento cuestionable de CDC si eso pudiera suponer ayudar a que el proceso «descarrile». Han sacrificado, pues, un pedazo de su ideología.
La decisión de la CUP no la ha tomada ninguna asamblea, sino un grupo de notables. Algunos hemos estado dispuestos a asumir el empate a 1515 por lo que implicaba de ejercicio democrático. Y hacía falta algo de fe. Al final, los perdedores regresan victoriosos. Ni elecciones ni asambleas. Han sacrificado, pues, su metodología. Y han balbuceado en rueda de prensa -algo que contrasta fuertemente con otros momentos de enorme fuerza simbólica- que meten dos diputados circunstancialmente en el grupo parlamentario de Junts pel si, pero que en verdad no los meten aunque vayan a estar dentro (como si fueran a estar en diferido), y que van a pedir perdón todas las veces que haga falta porque se han portado mal, como repitió Mas en su despedida, aunque dicen que se han portado bien, y se entregan a lo que digan desde Junts pel si es que sirve al proceso, de manera que han perdido aunque que dicen que han ganado y juran portarse lozana y cabalmente al tiempo que dicen que no juran porque no son así mucho de religiones. Como conozco a alguna gente de la CUP, me consta que, al menos una parte, está muerta de verguenza. Han sacrificado, pues, la compostura.
Un hipótesis difícilmente sostenible
Pongamos que el independentismo es un objetivo superior a cualquier otro asunto, alimentado por la «oportunidad histórica» abierta con la insumisión de un partido, CDC, responsable de haber sostenido el régimen del 78 desde el comienzo, incluso en sus momentos más complejos. De ser así, la CUP debiera haberlo explicitado en la campaña. Nada mejor para que se viera realmente el peso del independentismo. Pero fue la propia CUP quien afirmó que las elecciones eran un plebiscito y que se había perdido. Parece que después han cambiado de idea. Otra vez. Una fuerza política que reclama la participación popular no debiera tomar decisiones que no estaban claramente señaladas en el contrato electoral con los ciudadanos con el que se presentó a los comicios. Que haya una oportunidad histórica es una hipótesis. Las elecciones han sido un hecho. Interpretaciones a posteriori que llevan a decisiones no votadas son espurias.
El otro gran argumento es: primero logramos la independencia y después arreglamos cuentas con nuestros adversarios ideológicos. Una de las cosas que ha aprendido la nueva izquierda europea -incluidas las formaciones que quieren reinventar ese espacio antaño llamado izquierda ampliándolo y reconsiderándolo- es que no hay soluciones locales, de manera que la única posibilidad de ganar es sumando esfuerzos. Está claro que la CUP renuncia a esa pelea concreta abierta ahora mismo -la que implica un cambio constitucional como el que reclama Podemos- para solventar asuntos propios de la mano de fuerzas políticas que están enfrente en la tarea de acabar con la austeridad. Es decir, que en los próximos 18 meses, los apoyos de la CUP no serán para superar la política de austeridad y de fin del estado social que se están intentando poner en marcha en España y en Europa, sino el seguimiento fiel a Junts pel si, no vaya a ser, como dice el acuerdo que han suscrito, que peligre la suerte del proceso independentista. Si eso fuera así, habríamos perdido a las CUP para esa pelea. Para la superación del vaciamiento democrático en España, los progresistas de Catalunya necesitan a los progresistas españoles y viceversa. En un momento donde Podemos está planteando no solamente en Catalunya sino en todo el estado la urgencia de un plan social de choque -la Ley 25 que se presenta en el Congreso- y una batería de medidas de cambio constitucional profundo que incorporan el derecho a decidir. De hecho, la probabilidad de que la derecha catalana llegue a un acuerdo con la derecha española es altísimo. Siempre ha sido así. La burguesía catalana podía compartir con sus obreros durante el franquismo y durante la Transición las reivindicaciones culturales, pero el día de la huelga llamaba a las fuerzas del orden con la intención de que les dieran una paliza a sus trabajadores. Y siempre en plena sintonía con la burguesía española. La derecha, por naturaleza interesada, termina encontrándose. Somos los que queremos cambiar nuestras sociedades los que nos pegamos un tiro en el pie comprando el discurso de los enemigos de la igualdad.
Por último, pudiera alguien sostener: lo que está ocurriendo en Catalunya puede servir para que España logre superar buena parte de sus problemas. Es decir, que la ruptura del orden institucional en Catalunya puede ser la oportunidad para abrir un proceso de transformación en el conjunto del estado. Me parece un argumento profundamente ingenuo. Primero, porque estas amenazas refuerzan a la reacción en el conjunto del estado y también en Catalunya, de manera que lo más probable pasa a ser una gran coalición donde sectores que podían caminar una senda alternativa se pierden asustados por la vertiginosidad del proceso y su nula pedagogía. Haciendo comulgar a la gente con ruedas de molino no se gana a nadie para ninguna causa. En segundo lugar, porque los cambios territoriales reclaman pedagogía, no actos de fuerza. Un movimiento popular en Catalunya como el 15M podía despertar las simpatías del resto del estado. Un movimiento lleno de incongruencias, contradicciones, cambios bruscos de opinión y encabezado por el partido de Pujol, del 3% como estructura permanente y del encubrimiento de la corrupción como es Convergencia pocas simpatías puede despertar. Y aún menos cuando el gran argumento es «hemos quitado a Mas aunque dejemos a su partido». Es loable la capacidad de Catalunya de abrir escenarios, de reinventar la política, de llegar a soluciones barrocas y florentinas. Algo en lo que la política italiana ha sido maestra. Pero eso no es siempre luminoso. Ahí está Italia con décadas de gobiernos que han devorado la posibilidad de pensar el cambio social.
Todo por hacer
Lo que se expresó en las elecciones del 20D está intacto en su divergencia: por un lado lo nuevo; por otro, lo viejo. Las opciones son insistir en lo antiguo superviviente o representar lo emergente. Es de cajón que van a existir posiciones intermedias. Pero para que exista ese punto medio, tienen que expresarse las posiciones claras. La CUP estaba en lo emergente. Hoy no es tan sencillo hacer esa afirmación.
En apenas unas horas Rajoy ha salido diciendo que hace falta una gran coalición. Que le huele a humo el palacio y le faltan extintores por doquier. Soraya Saénz de Santamaría, que es de todo menos ambiciosa, ha usado de nuevo un medio de comunicación para sus intereses particulares, en esta ocasión para decir que Rajoy es prescindible. A vueltas con lo de los sobres y ahora con película incluida. Empieza, parece, el fuego amigo, que en política es el que realmente mata. Susana Díaz continúa la tarea de acoso y derribo de Pedro Sánchez, fácilmente sacrificable en el altar de los intereses de la patria, que coinciden con aquello que le permita seguir trabajando en lo de siempre. Gran defensora de una gran coalición -como el lobista Felipe González- tiene algo que ofrecer con motivo de la gran excusa del interés nacional: tú quitas a Rajoy, yo quito a Sánchez y empezamos casi de nuevo. Como en Los otros, otra vez los políticos del 78 parecen cadáveres andantes. Los empresarios catalanes quieren ya una solución, porque muchos están abandonando la comunidad autónoma, asustados por la ceguera que produce el afán independentista. Tensionaron para tener beneficios, pero la cosa se les ha ido de las manos. Lo único que quieren realmente es negociar ventajas fiscales. En cuanto tengan garantías de ese acuerdo, volverán a los lugares de siempre: los recortes, el despido barato, las subvenciones, las componendas con el poder político. Será uno de los acuerdos constitucionales del reinado de Felipe VI.
La amplia mayoría de los catalanes quieren votar cómo va a ser su inserción en el Estado. Los independentistas son minoría, pero si se sigue actuando desde Madrid como hasta ahora, lograrán ser mayoría. Y claro que tienen que votar los catalanes, obviamente, igual que fueron los catalanes quienes votaron su Estatut. Otra cosa es que nos dotemos de herramientas constitucionales para que esa decisión sea de todos y de todas las españolas (basta con reconocer constitucionalmente ese derecho y luego ejercerlo en los territorios). Esa es la enorme responsabilidad de En Comú Podem en Catalunya y de Podemos en el conjunto del estado. De los dos. Porque la solución tampoco pasa por asumir como un faktum el confederalismo. Igual que España tiene que entender que Catalunya es Catalunya -como requisito para poderse sentir también España-, Catalunya tiene que entender que es parte de España, como requisito para no tirar por la borda las identidades cruzadas que existen en nuestro país y que ya va siendo hora de que las convirtamos en una ventaja y no en un incoveniente. Recuperar aquello que recuerdo de Pasionaria cuando regresó del exilio y afirmó que había regresado a su Asturias, que había regresado a su España y pasaba de una a otra sin el conflicto que la cerrazón de los españolistas de toros, sotana y corrupción han creado.
Pero esto no lo decide nadie por decreto. O se siente así, o no va a funcionar. Por eso ninguna solución va a venir por arriba. Es tiempo de debatir y luego, después de mucha deliberación, decidir. Como los grandes problemas de España -muchos, problemas también europeos- la única solución es algo que sea o se parezca a un proceso constituyente que nada tiene que ver con la Transición (que fue cupular, tutelada por el Rey y el ejército, con el 23 F de por medio, con una derecha que se decía franquista y en un tiempo en donde aún funcionaba el estado nación). Las transiciones son de dictaduras a democracias, no de democracias a democracias de mayor densidad. Pese a que algunos tengan nostalgia no estamos en el franquismo. Hoy ya no se negocia ni con ruido de sables ni con amenazas golpistas (luchamos contra la Troika, que es más sutil), y porque los últimos 35 años tienen que haber servido para algo. Entre otras cosas, para superar a viejos partidos como Convergència Democràtica de Catalunya. Aunque algunos no lo hayan visto conveniente. Cuando lo que se presenta como nuevo decide jugar la baza de sostén de lo viejo, termina devorado por la vieja guardia. Hubiera sido mejor confiar en nuevas elecciones. Al fin y al cabo, en las elecciones ¿no es el pueblo el que vota? La CUP ha representado demasiadas cosas importantes para terminar así.
Fuente: http://www.comiendotierra.es/2016/01/11/dudas-razonadas-sobre-la-decision-de-la-cup/