Normalmente, las reflexiones personales con vocación de exposición pública tienden a caracterizarse por la firmeza de los enunciados y el escaso margen para la duda o la inseguridad. Sin embargo, en esta ocasión pretendo dibujar apenas un contorno dubitativo, errático y trufado de contradicciones acerca de la posición política de la minoría de la minoría […]
Normalmente, las reflexiones personales con vocación de exposición pública tienden a caracterizarse por la firmeza de los enunciados y el escaso margen para la duda o la inseguridad. Sin embargo, en esta ocasión pretendo dibujar apenas un contorno dubitativo, errático y trufado de contradicciones acerca de la posición política de la minoría de la minoría (lo que en ocasiones nos empuja casi directamente a la invisibilidad más absoluta) acerca del proceso catalán en particular y del derecho de autodeterminación de los pueblos del Estado Español en particular.
Muy por el contrario, definir con claridad la posición política de aquellas personas que militamos en organizaciones de la izquierda de ámbito estatal y que apoyamos sin ambages el derecho de autodeterminación de los pueblos (también en el Estado Español), supone hacer un listado interminable de dudas y análisis incompletos. Este ejercicio, además, se ha visto complejizado por las declaraciones públicas de algunos dirigentes de esa izquierda a partir de la cual algunas, todavía, creemos que es posible construir una sociedad mejor.
Entre todos/as estos/as dirigentes, la posición que más me ha sorprendido es la de Alberto Garzón (desgranada recientemente en una serie de entrevistas en diversos medios de comunicación con motivo de la publicación de su último libro) y su alineación con la tradición comunista negadora del carácter complejo de la cuestión de las naciones en el Estado Español.
Si bien debo reconocer que durante mucho tiempo albergué ciertas dudas sobre el proceso catalán por la preeminencia de ciertas élites políticas y económicas que habían sido cómplices necesarias para la instauración y mantenimiento del Régimen del 78, la respuesta autoritaria y violenta del Estado contra personas comunes que solo pretendían actuar como ciudadanía política activa me ha servido para despejar cualquier atisbo de duda. Tenemos que alejarnos de un poder (política, judicial, institucional) autoritario y ponernos al lado de los pueblos en lucha.
En las entrevistas mencionadas, Alberto Garzón construye su posición política sobre una tesis principal, y otras auxiliares, que va en sentido contrario a esta percepción personal (y que espero no tan minoritaria en el seno de IU).
Esta tesis señala que la independencia de Cataluña no va a traer la liberación de las clases populares ya que la burguesía autóctona está presente y la lidera, por lo que la izquierda estatal tiene que alejarse de este movimiento y proponer una salida en el marco estatal.
Es cierto que en Cataluña no se está llevando a cabo una revolución socialista dirigida a la colectivización de los medios de producción. Pero tampoco podemos negar que en su desarrollo está superando los estrechos límites de una mera reivindicación por redefinir los límites geográficos de una nueva realidad política e institucional de carácter estatal.
Para oponerse a este movimiento, se hace un llamamiento a la permanencia en el estado actual y a un proceso constituyente que aboque a una República Federal y Plurinacional. Sin negar la estética sublime y la profundidad ética de tal afirmación, hay que preguntarse, ¿sobre qué bases materiales? ¿En el marco de qué alianzas de clase?
Por un lado, las últimas encuestas muestran como a nivel estatal la hegemonía de los sectores más duros de la derecha conservadora y tradicionalista (con la versión extrema de Ciudadanos) está adquiriendo una solidez difícilmente desarticulable en el futuro próximo.
Por otro lado, el PSOE ha mostrado su cara más honesta. El PSOE no se ha aliado con el Régimen del 78 (cuya clave de bóveda es la monarquía), el PSOE es el principal muñidor del entramado político, institucional y económico de un estado autoritario y con graves carencias democráticas cuyas novedades constitucionales más reseñables en 40 años han afectado las condiciones materiales de vida de la ciudadanía (artículo 135) y han aumentado la represión sobre Cataluña (artículo 155). Con el PSOE no se puede construir una sociedad mejor, no se puede transformar la realidad en sentido progresista.
En esta situación, ¿no es el llamado a un proceso constituyente un mero ejercicio retórico que nos aleja de un horizonte de transformación social y de progreso? ¿Por qué no dejamos de negar sistemáticamente el carácter popular de la movilización en Cataluña, observamos con atención la correlación de fuerzas realmente existente en el arco parlamentario e institucional, y nos ponemos del lado de las fuerzas políticas de izquierda que apuestan por una ruptura democrática?
Me genera muchas dudas leer afirmaciones referidas a la «derrota del independentismo», ya que en ellas asumimos como propio el marco simbólico definido por los verdaderos enemigos de los proyectos emancipadores. Sin negar que en la tradición comunista española existen tendencias centralizadoras y negadoras de las diferentes realidades nacionales dentro del Estado, ¿por qué permitimos alinearnos al lado de las posturas más reaccionarias del ámbito político español?
Si nos enfrentamos al independentismo con el objetivo de «derrotarlo», ¿qué marco nacional y/o estatal (que exista realmente en la actualidad, no constructos teóricos desligados de la vida material) estamos proponiendo para la tan cacareada lucha de clases? En este punto siempre existe la tentación de recurrir a la famosa llamada a la unidad del proletariado en el Manifiesto Comunista, ante lo que siempre me surge la misma duda, ¿en algún lugar de esa obra cumbre se especifica que esa unidad tenga que darse en el marco de una misma realidad administrativa e institucional? ¿Por qué esa unidad no puede construirse a partir de un programa común basado en un verdadero internacionalismo que respete y apoye el derecho de los pueblos a construir las realidades políticas que consideren más adecuadas en cada momento?
En mi modesta opinión, es imprescindible que la izquierda estatal recupere para su praxis diaria el concepto de «libre adhesión» (que conjuga mal con el verbo derrotar) para que, desde una perspectiva de transformación social en sentido progresista, apoyemos el proceso catalán (como movimiento de liberación nacional y social que quiebra los fundamentos básicos de un régimen injusto) y desde ahí construir nueva realidad política con los pueblos que así lo deseen basada en la solidaridad popular y recíproca.
¿Qué haremos cuando Euskal Herria inicie un proceso similar? ¿Dónde nos vamos a ubicar, de qué lado vamos a estar? ¿Vamos a ser capaces de ser un actor útil en el proceso de articulación de un bloque social hegemónico emancipador? Ojalá seamos capaces de conformar una mayoría decisiva que empuje a la izquierda estatal a comprender la necesidad de comprometerse con los derechos colectivos de todos los pueblos, también de los de aquellos con los que actualmente compartimos una misma realidad administrativa e institucional.
(@amontoro1979)
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