José Mª Azpíroz Pascual es historiador especializado en la historia del Altoaragón, y autor, entre otras publicaciones, de Poder político y conflictividad social en Huesca durante la Segunda República (Editorial Crítica, Ayuntamiento de Huesca, 1993) y La voz del olvido. La guerra civil en Huesca y la Hoya. (Diputación Provincial de Huesca, Área de cultura, […]
José Mª Azpíroz Pascual es historiador especializado en la historia del Altoaragón, y autor, entre otras publicaciones, de Poder político y conflictividad social en Huesca durante la Segunda República (Editorial Crítica, Ayuntamiento de Huesca, 1993) y La voz del olvido. La guerra civil en Huesca y la Hoya. (Diputación Provincial de Huesca, Área de cultura, Huesca, 2007).
Usted se ha especializado en el estudio de la Guerra Civil en la ciudad de Huesca y en la comarca de la Hoya. ¿De dónde ese interés? ¿Tiene características singulares el desarrollo de la Guerra Civil en estos territorios?
Desde hace años vengo investigando aspectos históricos de la primera mitad del siglo XX en el Altoaragón, centrándome más en la capital: «La dictadura de Primo de Rivera» (en Huesca, historia de una ciudad, Ayuntamiento de Huesca, 1990); La sublevación de Jaca (Guara Editorial, Zaragoza,1984); Poder político y conflictividad social en Huesca durante la Segunda República (Editorial Crítica, Ayuntamiento de Huesca, 1993) y La voz del olvido. La Guerra Civil en Huesca y la Hoya (Diputación Provincial, 2007). El estudio y análisis de los comportamientos políticos, de los protagonistas de los hechos historiados y de las causas que originaron la conflictividad política y social, antes y durante los años republicanos, me llevaron a investigar la Guerra Civil. He podido cerrar así un ciclo histórico esperanzador, pletórico de ideas, que se inició para muchos altoaragoneses con la sublevación de Fermín Galán en Jaca, en diciembre de 1930, y que concluyó trágicamente al finalizar esa misma década con exilio, encarcelamiento, persecución y fusilamiento de esos personajes, que se forjaron ideológicamente con anterioridad y durante la República y que ante todo lucharon por el cambio y la transformación de su territorio y por un país lastrado por el caciquismo y el control del poder por una oligarquía corrupta y decadente. Cuando advino el 18 de julio de 1936, miles de ciudadanos apostaron por la defensa de la libertad y de la República, legítimamente instaurada por las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Había arraigado tanto el nuevo régimen que fracasó el golpe de estado y devino una guerra civil que duró casi tres años.
Aragón desde el punto de vista bélico y militar fue la retaguardia de Cataluña, una ocupación inmediata de Aragón hubiese supuesto un acceso fácil a Cataluña. Por eso la Guerra Civil fue especialmente virulenta en este territorio, primero en Huesca y Zaragoza, después en Teruel. La derrota del ejército republicano en Teruel, en febrero de 1938, originó la caída inmediata de casi todo Aragón a finales de marzo de ese año, y eso que quedaba la gran batalla, la del Ebro, en la que también participaron y murieron muchos aragoneses.
Durante los primeros meses de la contienda el dominio y control de las armas recayó en las columnas de milicianos que se dirigieron a territorio altoaragonés desde Barcelona esencialmente, a partir del 21 de julio de 1936.
Básicamente columnas anarquistas…
Eran columnas de milicianos anarquistas y en menor medida del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) de tendencia trotskista. En el Altoaragón, sólo puntualmente llegó a intervenir la columna «Carlos Marx» dirigida por Trueba y Del Barrio e integrada por comunistas y socialistas. En Barbastro el maestro Tello Mompradé formó un batallón compuesto esencialmente por enseñantes que intervino en la zona del Pirineo altoaragonés. La columna del coronel Villalba estuvo formada por altoaragoneses especialmente de Barbastro y su comarca, pero desde el principio estuvo integrada en la columna anarquista de Francisco Ascaso.
En definitiva, se trataba de un conglomerado heterogéneo, mal armado y poco disciplinado, que difícilmente acató la jerarquización militar. Los pocos jefes y oficiales profesionales procedentes de los cuarteles catalanes y de Barbastro, en los primeros meses de la guerra se tuvieron que someter a las columnas. Estas contribuyeron a fijar y estabilizar el frente de Huesca en una línea divisoria que apenas experimentó modificaciones durante los veinte meses que duró el frente. La columna de Buenaventura Durruti nunca pudo liberar Zaragoza, tampoco las columnas mencionadas anteriormente liberaron Huesca, posicionándose desde septiembre de 1936 hasta marzo de 1938 en las mismas puertas de la ciudad. La frase, intranscendente en principio, de George Orwell, «mañana tomaremos café en Huesca», se repitió hasta la saciedad sin que nunca llegase a hacerse realidad. Ni el coronel Villalba en un principio, ni el general Pozas después, lograron liberar Huesca. El gobierno republicano se manifestó reticente hacia estas columnas que no acataban la estructura del ejército regular y que extendieron la revolución en las zonas que controlaron.
¿Cuánto tiempo duró el sitio de Huesca entonces?
El sitio de Huesca duró veinte meses y la ciudad fue bombardeada durante 181 días, pero la coordinación con los efectivos terrestres no resultó efectiva. A las columnas de milicianos les faltó armamento y disciplina. Más tarde, en junio de 1937, cuando las milicias ya se habían integrado en el Ejército Popular de la República falló la estrategia y no se pudieron consolidar las posiciones conseguidas en Chimillas y en el carrascal de Lierta. Como consecuencia de los bombardeos la capital quedó destrozada: parte del edificio del Ayuntamiento y de la Diputación Provincial, también el edificio de Hacienda, Auxilio Social, la Catedral, colegios, el teatro Olimpia…, y más de 400 viviendas.
Déjeme preguntarle de nuevo sobre aspectos que ya ha señalado de pasada. Cuando estalló la rebelión militar, ¿qué ocurrió en la zona aragonesa? ¿Qué zonas permanecieron fieles a la República? ¿Qué zonas la sublevación fascista?
En Aragón, grosso modo, la parte occidental y de norte a sur, quedó bajo el control de los fascistas, mientras que la parte oriental permaneció leal a la República sobre todo porque a partir del 25 de julio la presencia de las columnas de milicianos contribuyó a estabilizar el frente en esa línea divisoria.
Los sublevados se apoderaron con facilidad de las tres capitales aragonesas neutralizando sin confrontación a las organizaciones políticas y sindicales que no pudieron armar a sus militantes porque así lo decidió el Gobierno dirigido en aquellos momentos por Casares Quiroga. La pérdida desde el mismo 19 de julio de Zaragoza tuvo graves repercusiones para Aragón. Tanto en Zaragoza como en Huesca y Teruel la estrategia de los gobernadores civiles consistió en facilitar la llegada desde distintos puntos provinciales de antifascistas, para atemorizar a los militares complotados y evitar así que salieran a la calle y proclamaran el estado de sitio. En la plaza de San Miguel de Zaragoza y en las calles aledañas llegaron a concentrarse más de 10.000 personas para intentar disuadir al general Miguel Cabanellas , al que el Gobierno, por otra parte, consideró leal hasta el último momento. En Huesca, el general Gregorio de Benito, entre las siete y las ocho de la mañana del domingo 19 de julio, dispersó a los congregados en torno al Gobierno Civil sin la menor resistencia (eran sindicalistas de la CNT y de la UGT, republicanos y socialistas de Huesca y de los pueblos cercanos a la capital como Almudévar, Tardienta , Alcalá de Gurrea, Gurrea de Gállego, Ayerbe, Angüés…).
Enseguida tomaron el Gobierno Civil, el Ayuntamiento y se hicieron con los puntos estratégicos de la ciudad: correos y telégrafos y los accesos a la ciudad por carretera y ferrocarril. Las capitales aragonesas se convirtieron en ratoneras para cientos de militantes antifascistas que fueron detenidos y fusilados a partir de agosto de 1936.
Usted ha apuntado que Aragón y la parte centro-oriental de la Hoya pareció durante la guerra un cantón independiente «muy distante de las resoluciones que se adoptaban por el Gobierno de la República, que a duras penas fueron acatadas». ¿Por qué? ¿Qué orientaciones se seguían entonces?
En Aragón se vivió la guerra de forma peculiar. En la retaguardia de la zona no ocupada por el fascismo se produjo un auténtico proceso revolucionario que duró hasta el 11 de agosto de 1937 en que el Gobierno de la República, presidido por Juan Negrín, disolvió el Consejo de Defensa de Aragón y destituyó a su presidente Joaquín Ascaso. El Consejo fue más que un gobierno autónomo, surgió para consolidar la revolución anarquista iniciada en julio de 1936, a la vez se legisló en materia económica, judicial y policial, sobre comercio y transporte… En los primeros meses de la Guerra Civil el Gobierno de la República estuvo ausente en Aragón.
Aquel proceso revolucionario estuvo dirigido por la CNT y en menor medida por el POUM. Se colectivizó la propiedad, especialmente la tierra, y los vales sustituyeron al dinero. Se requisaron casas y comercios y se saquearon las de los que huyeron a zona fascista. Se destruyeron iglesias, se quemaron imágenes y objetos del culto y también los registros de la propiedad.
El estado y sus fuerzas de coerción (Guardia de Asalto y Guardia Civil) desaparecieron porque en el Altoaragón se sumaron a los sublevados. En esa circunstancias surgieron una miríada de poderes mal coordinados y a veces con enfrentamientos entre ellos: los Comités Revolucionarios locales sustituyeron a los Ayuntamientos republicanos y estuvieron dirigidos por la CNT; las Colectividades con sus presidentes, secretarios y delegados de tajo; los Comités de Milicias y Grupos de Investigación formados por milicianos «forasteros» o extraños en la comunidad de vecinos que controlaron y dirigieron la represión en la retaguardia durante el «terror caliente». Las relaciones entre estos órganos de poder, surgidos en un contexto de enfrentamiento armado y revolucionario, no estuvieron exentas de fricciones, así muchas colectividades y comités revolucionarios locales protestaron ante la Federación Intercomarcal de Colectividades (primero en Binéfar y después en Alcañiz) por los abusos que los «forasteros» (milicianos) cometían, pues se llevaban gran parte de lo producido para mantener a las tropas del frente.
Gradualmente, por la presión que ejercieron los cuatro ministros anarquistas del Gobierno republicano de Largo Caballero (se incorporaron al mismo en noviembre de 1936), el Consejo de Aragón fue moderando aquel proceso revolucionario inicial, los cambios comenzaron a notarse enseguida a partir de diciembre de 1936. El control de la retaguardia pasó a la Consejería de Seguridad y Vigilancia, los Comités Locales fueron sustituidos por los Consejos Municipales en los que todavía la CNT tenía bastante presencia.
Los Consejos Municipales fueron el preludio de las Comisiones Gestoras en las que estuvieron presentes todas las fuerzas políticas del Frente Popular. También Largo Caballero presionó a sus ministros anarquistas para que las columnas de milicianos aceptaran la militarización y su integración en el Ejército de la República. Pero este proceso costó meses, de ahí que diga que la parte oriental aragonesa, y muy especialmente la altoaragonesa, fue un cantón independiente, por eso los sucesivos gobiernos de la República en esos ocho o nueve meses iniciales no pusieron el celo e interés suficientes para armar a un ejército del que no confiaban plenamente.
Se habla en ocasiones de la violencia ejercida por los -digamos mal- «rebeldes» y por la violencia antifascista que se practicó en la zona que se mantuvo fiel a la legalidad republicana. De la primera tenemos algunas noticias, dibújenos las características de la segunda.
No es necesario entrecomillar el término rebeldes porque, efectivamente, lo fueron. Los militares sublevados habían jurado acatamiento a la Constitución republicana. Sí, en cambio, debe entrecomillarse el término «nacionales» en cuanto que dieron una vuelta de tuerca a sus motivaciones golpistas iniciales y guerracivilistas después, tildando de apátridas a los de izquierdas por defender ideas importadas del extranjero (el liberalismo, el socialismo, el comunismo…) que se fueron fraguando a lo largo del siglo XIX en Europa y, por supuesto, también en España. El aporte de las ideas totalitarias de la década de los años treinta (fascismo y nacionalsocialismo) y concretamente de la iglesia católica española, que rápidamente otorgó el carácter de Cruzada a la guerra que emprendieron los generales, consolidó el término nacional para referirse a uno de los bandos contendientes.
Respondiendo a la pregunta, la violencia antifascista ha sido y es la más conocida. Durante cuarenta años, y también en la actualidad, el franquismo y los historiadores franquistas la han divulgado hasta la saciedad. Los nombres de sus víctimas invadieron los espacios públicos y quedaron inscritos en placas y lápidas que se multiplicaron por toda la geografía de España. Un tanto por ciento muy elevado de los muertos en la retaguardia republicana recibieron tras la ocupación sepultura en los cementerios y exequias como una manifestación más del nacionalcatolicismo imperante en la España de guerra y posguerra. Si las víctimas habían sido relevantes se les hizo pomposos memoriales y homenajes.
En cambio, se silenció la represión fascista, no existió durante muchos años y los familiares de los muertos tuvieron que callar la tragedia pues la persecución continuó con la victoria de Franco. Los que no lograron el exilio, padecieron cárcel y muerte, más de 60.000 víctimas se han contabilizado ya, a través de los juicios sumarísimos de urgencia en España, en posguerra.
Además, los familiares de los fusilados durante la guerra y en posguerra, también de los condenados, y fueron muchos, a más de seis años de prisión, tuvieron que responder ante el Tribunal de Responsabilidades Políticas, creado por Franco en febrero de 1939, por los hechos inculpados a esposos, hijos, hermanos…, muertos o en presidio.
Más de 500.000 españoles pasaron por dichos tribunales. Si no pagaban las sanciones impuestas, en metálico, sus bienes fueron incautados o embargados. En la Causa General que se elaboró por orden de Franco a través de la Fiscalía del Estado, implicando a todos los fiscales de provincia en su elaboración, aparecen inscritos todos los ciudadanos del bando republicano de todos los pueblos y ciudades de España que fueron acusados y delatados por gentes de «orden» por el delito de «adhesión a la rebelión». En aquel contexto de terror quién podía atreverse a hablar de sus muertos. Han tenido que pasar muchos años, la Dictadura y la Transición, para que los historiadores, desempolvando papeles y con testimonios orales, a partir de los años ochenta estemos reconstruyendo la otra Historia, la que ha permanecido oculta, la Historia de los vencidos y lo que se hizo con ellos.
Si nos centramos en la violencia antifascista, en el Altoaragón se centró en el periodo que los historiadores denominamos «terror caliente» (verano del 36). Durante el otoño disminuyó notablemente, desapareciendo definitivamente entre enero y febrero de 1937. La violencia fascista duró hasta los años cincuenta.
El clero, los propietarios (terratenientes, agricultores medios, comerciantes…) y los que apoyaron y colaboraron con el golpe del 18 de julio fueron las víctimas seleccionadas. Los victimarios fueron los «forasteros», los milicianos, dirigidos por los Comités de Milicias y los Grupos de Investigación que surgieron en los frentes de batalla. En muchas ocasiones miembros de los Comités Locales les entregaron las listas de los que había que fusilar, en otras, muchos presidentes se impusieron con energía para evitar víctimas.
Curas, propietarios y fascistas fueron paseados, al igual que en la otra zona, con nocturnidad y sigilo, y luego rociados muchos con gasolina y quemados los cadáveres. Se pretendía, y así se dio a conocer desde Solidaridad Obrera, acabar con el pasado y nada mejor que el fuego «purificador» que todo lo convierte en ceniza. Lo mismo se hizo con las imágenes del culto y con las iglesias.
Pero, la represión en la retaguardia altoaragonesa de la zona sublevada fue cuantitativamente mucho mayor, 756 víctimas, frente a los 170 ejecutados por los milicianos: se mató 4,5 veces más en una zona que en la otra, y el territorio provincial que controlaron unos y otros fue similar, al igual que la densidad de población.
Aragón era en aquellos años una zona muy campesina. ¿Apoyaron los pequeños campesinos y el proletariado agrícola la política de colectivización de la CNT y del POUM? ¿Tenía el POUM arraigo en Aragón?
Muchos pequeños campesinos, apegados a su propiedad, cuando la CNT durante la República propugnaba la colectivización de la tierra se opusieron abiertamente, alineándose con los terratenientes y propietarios medios en la defensa de la propiedad. En cambio, sí hubo un sector, republicanos y de la UGT, que apoyaron la reforma agraria y en el contexto de la Guerra Civil se integraron en las colectividades. Los ínfimos propietarios (de una a cinco hectáreas) y los jornaleros, sí las defendieron, según testimonios orales, vivieron mejor, comieron mejor y no carecieron de lo imprescindible, anteriormente sí.
El POUM, sólo tenía implantación, antes de la guerra, en los grandes núcleos urbanos, especialmente en Barcelona y su área metropolitana. Eran seguidores de Trotsky y por tanto enemigos del comunismo estalinista. Se trataba de un pequeño partido político pero con gran capacidad de movilización. Como mucho durante la Guerra Civil llegaron a los 50.000 militantes. En el Altoaragón eran desconocidos, a pesar de que uno de sus líderes, Joaquín Maurín, era de la Ribagorza. Llegaron organizados en columnas propias, como hemos apuntado con anterioridad, y sí defendieron las colectividades agrícolas. La película dirigida por Ken Loach, Tierra y libertad, refleja muy bien lo que comentamos. Las columnas del POUM se establecieron en los alrededores de Huesca. George Orwell luchó con el POUM en Tierz, Quicena, La Granja, en la sierra de Alcubierre…, y nos relata en su obra Homenaje a Cataluña la persecución desmesurada que el estalinismo en España ejerció sobre los poumistas a partir de los sucesos de Barcelona de mayo de 1937.
Finalizada la guerra, ¿qué características tomó la represión en Huesca y en la Hoya? ¿Por qué cree usted que fue tan importante la represión sobre maestros y profesores?
Las mismas que en el resto de España. La represión se judicializó, si en el «terror caliente» del 36 se produjeron los fusilamientos sin juicio, en la posguerra los represaliados de la zona oriental, leales a la República, pasaron por Consejos de Guerra totalmente parciales, que condenaron a prisión, a trabajos forzados en Regiones Devastadas y a batallones disciplinarios a cientos y cientos de altoaragoneses. Más de cincuenta fueron condenados a pena de muerte.
Los maestros y maestras así como el resto del profesorado fueron perseguidos desde el mismo 19 de julio de 1936. Fue, sin duda, el sector del funcionariado «desafecto» que más sufrió los efectos de la represión. Fueron acusados de malmeter con ideas perniciosas a miles de niños y estudiantes, con la introducción en los centros docentes de ideas disolutas, que chocaban radicalmente con el concepto de patriotismo que elaboraron los insurrectos y con el nacionalcatolicismo imperante, que concedía un protagonismo desorbitado a la Iglesia y a los valores cristianos.
Fueron muchos los maestros fusilados y apartados definitiva o temporalmente del escalafón por haber defendido una escuela , laica, pública y mixta, por haber retirado el Crucifijo de la escuela, por haberse enfrentado a los párrocos y obligar a que estos hiciesen la catequesis en las parroquias, por estar suscritos a revistas y periódicos liberales o progresistas, por haber formado parte como interventores en las mesas electorales en las elecciones de 1936,…. Pero también por haber introducido una pedagogía nueva e interactiva en el aprendizaje, basada en experiencias novedosas como fueron la introducción de la imprenta en la escuela y el excursionismo para la observación de la naturaleza como uno de los fundamentos del aprendizaje. Además muchos maestros y maestras, en los veranos republicanos, formaron parte de las Misiones Pedagógicas y de las Bibliotecas Ambulantes para llevar la cultura y la higiene a pueblos y aldeas todavía atrasados. Lo pagaron caro. Los informes que sobre ellos elaboraron los curas, alcaldes, jefes locales de FET y de las JONS, así como la Guardia Civil y vecinos derechistas, fueron los más demoledores y quedaron recogidos en un cuestionario que se elaboró para la represión del Magisterio y que afortunadamente se conserva en el Archivo Histórico Provincial
Déjeme apuntar algunas preguntas historiográficas. La primera: ¿Qué estudioso de la Guerra Civil española le parece a usted de mayor interés?
No hay uno. En la Guerra Civil como en cualquier otro periodo histórico se deben abordar diversos aspectos y para cada uno de ellos han surgido especialistas de talla. Pero centrándome en su pregunta, señalaría en Aragón a Julián Casanova; extraordinarios son los libros de Santos Juliá y de los hispanistas Paul Preston y Gabriel Jackson.
La segunda: ¿cree usted que se puede alcanzar aristas de objetividad en el estudio de la Guerra Civil o hay que tomar partido inevitablemente y con ello se pierde la neutralidad en el estudio?
Como punto de partida para el estudio de la Guerra Civil establecería el ser demócrata de convicción, no serlo o disimular que se es. Se han conseguido esas aristas de objetividad como usted señala. La Historia es una ciencia empírica, los datos y documentos hablan por sí mismos y estos suelen ser semejantes en zonas distintas, por lo que se pueden contrastar, y si existen diferencias hay que señalarlas y buscar las causas si puede haberlas. Invitaría a muchos de los que tachan de parciales a los historiadores a que accedieran a la documentación existente en los archivos, mucho más abundante de lo que los «quemapapeles» de la Dictadura se pudieran imaginar; una parte considerable de esa documentación es más dura y escabrosa que las interpretaciones que a posteriori hacen los historiadores. Porque otra cosa es hacer Historia sin pasar por los filtros de rigor y exigencia que los buenos profesionales han puesto para este tema o cualquier otro.
Pero no nos engañemos, para una parte de la sociedad, todavía a estas alturas, según qué historiadores de la guerra molestan porque han contribuido a destapar esa otra historia que durante tantos años ha permanecido oculta. En España sigue habiendo reticencias apoyadas por algún partido político y medio de comunicación, que además de no haber condenado el franquismo, desean que no se aborde este periodo histórico con serenidad y espíritu superador. En Alemania el nazismo se repudió y condenó; ahora en Chile el poder democrático instituido quiere llegar hasta el fondo del régimen pinochetista.
La tercera: ¿por qué seguimos siendo tan ignorantes sobre lo sucedido en nuestro país?
Hasta hace poco tiempo la Guerra Civil no se estudiaba en las escuelas e institutos. Al profesorado formado en la década de los setenta y ochenta no se le dio excesiva formación sobre este periodo. Los libros de texto daban especial relevancia a los aspectos bélicos obviando otros muchos y hasta no hace mucho no eran ni objetivos ni rigurosos.
EL estudio de la Guerra Civil abordado con rigor y sin rubor puede ayudar a los adolescentes y jóvenes a ser más tolerantes y a comprender que los valores democráticos hay que cultivarlos y defenderlos cotidianamente y que la violencia es el peor de los remedios para superar los problemas individuales y colectivos.
La cuarta: ¿cómo es que símbolos fascistas siguen estando tan presentes en la geografía monumental aragonesa? Pienso, por ejemplo, en el Cristo del castillo de Monzón o en la Iglesia de Barbastro próxima al Vero.
Y en tantos otros puntos de la geografía española. Aragón en este aspecto no es diferente. Para elaborar el libro La voz del olvido. La Guerra Civil en Huesca y la Hoya he recorrido todos los pueblos que configuran dicha comarca, casi un centenar, en la mayoría quedan como usted señala, símbolos y fraseología fascistas. Si ha sido necesaria la ley de la Memora Histórica, treinta y cinco años después de muerto Franco, es porque no ha habido ni el coraje ni la voluntad política de retirar esos símbolos. Se ha aprobado la Ley pero no se aplica con la contundencia y voluntad democrática necesarias.
Usted tituló su magnífico libro, La voz del olvido. ¿De verdad cree usted que los olvidados tendrán alguna vez una voz que sea escuchada? ¿No es más bien pensamiento desiderativo pero poco realista?
Casi no quedan olvidados, la mayoría ha fallecido, los descendientes más directos que recuerden las desgracias sufridas tienen más de ochenta años. De todas formas, tal como van las cosas, van para largo.
Finalmente, también usted ha apuntado que la auténtica recuperación de la memoria pasa, entre otras cosas, «por la anulación de las sentencias franquistas dictadas a partir de 1938 y sobre todo una vez terminada la guerra». ¿Por qué cree usted que esta petición sigue siendo un sueño, casi un imposible político, treinta y cinco años después de la muerte del dictador golpista?
Las sentencias dictadas en consejos de guerra militares, en el Altoaragón a partir de la ocupación en marzo de 1938, fueron totalmente parciales, hasta la defensa pertenecía al bando vencedor. Fueron totalmente injustas porque a la inmensa mayoría se les acusó por el delito de adhesión o apoyo a la rebelión, cuando ya hemos visto que los rebeldes eran los juzgadores que aplicaron el artículo 240 del código de justicia militar sin tener en cuenta que dicho código inculpaba previamente a los golpistas contra cualquier régimen legalmente constituido.
En los procesos sólo recabaron informes de personas pertenecientes al bando vencedor, de tal forma que se dio justificación a todo tipo de venganzas y odios, a veces previos a los hechos juzgados.
En realidad, la guerra continuó para millones de españoles después de 1939, pues con la paz de Franco se siguió matando y encarcelando impunemente. La Transición democrática se pactó con el viejo y caduco régimen y sobre todo se pactó no remover el pasado auspiciando una supuesta reconciliación. Asentada la Democracia, se están más que nunca reivindicando determinadas reparaciones, entre otras la que usted plantea en la pregunta. Resulta un lastre para el Estado de Derecho zanjar el pasado con todas sus injusticias porque los desagraviados buscan respeto y dignidad, negadas durante tantos años.