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Eco-Negocios: Orgánicos y Alternativos

Fuentes: Rebelión

La precupación por el deterioro del medio ambiente y los problemas que enfrenta la ecología en el mundo parece un asunto tomado con cierta seriedad, al menos por el llamado primer mundo. Mientras que en el resto del mundo no parece prioritario, lo que es entendible porque dificilmente pueda atenderse tanto el tema en áreas […]

La precupación por el deterioro del medio ambiente y los problemas que enfrenta la ecología en el mundo parece un asunto tomado con cierta seriedad, al menos por el llamado primer mundo. Mientras que en el resto del mundo no parece prioritario, lo que es entendible porque dificilmente pueda atenderse tanto el tema en áreas donde más de tres mil millones de seres humanos viven con menos de dos dólares cincuenta al día y siendo que una gran mayoría de ellos no tienen acceso a agua potable, salud, o educación, carencias por las que mueren 22.000 niños diariamente.

Pero en el mundo de los más ricos no es oro todo lo que reluce, ni conciencia ecológica tampoco.

En primer lugar, no hace tanto que muchos sectores reaccionarios tildaban de ecoterroristas a quienes organizadamente denunciaban los problemas del medio ambiente y actuaban en su defensa. Es verdad que posteriormente se fue aceptando el discurso ecologista, en medios de comunicación y hasta en la socialización de las clases medias y altas. Incluso, que exponer y opinar sobre asuntos ecológicos pareciera hasta de moda, con supuestos defensores de la tierra, los bosques, el océano, el agua potable, el aire respirable y hasta de los animales afectados por nuestro crecimiento sin fin, en variadas tarimas públicas. Políticos, estrellas del espectáculo, académicos, funcionarios de organizaciones como Naciones Unidas, directores de empresas, en fin, todos ellos actores «elegantes y sensibles», se han conmovido y hasta nos han conmovido con la necesidad de conservar el futuro de la vida. Y por supuesto persisten los extremistas de derecha que se manifiestan abiertamente contrarios a cualquier acción, incluso verbal, en defensa del medio ambiente si afecta de alguna forma sus intereses.

Ese mundo de «salvadores de la Tierra» tiene muchos aspectos; va desde conferencias mundiales, pogramas de desarrollo de energía de recursos renovables, cultivos orgánicos, recuperación de terrenos contaminados, tecnologías nuevas en la producción de combustible para el uso de naves, vehículos especiales, control de gases y otros contaminantes de la atmósfera y del agua, en fin, es un sin número de agendas. Sin atendemos al discurso de los sectores que saquean los recursos y las economías del mundo, sin embargo, nos enteramos de una verdad sin tapujos: estas agendas son primero y fundamentalmente, una muy buena oportunidad de negocios muy rentables, los «negocios verdes,» que vienen a contribuir también a su infinita acumulación de dinero. El primer mundo tiene ejemplos relevantes de países y gobiernos con «sueño verdes» en esplendor, incluso en medio de la bancarrota económica, social y cultural de sus sociedades.

Tres ejemplos modestos pueden servirnos para dilucidar el verdadero amor de estos «sueños verdes,» porque a pesar de lo mucho que se dice o lo que se aparenta, la realidad resultante de la aplicación de este «ecologismo» falsamente optimista que divulgan gobiernos y medios a diario, puede hacernos dudar de que ese amor suyo por lo verde tenga un referente muy diferente al que imaginamos y sea un adoración más por el verde dólar.

En la jerga politiquera de los mercaderes de la política en Norteamérica, escuchamos contínuos discursos en favor del «pequeño empresario,» ese caballero dorado de la creación capitalista universal. En él convergen empresarios de todo tipo, comerciantes y granjeros. En realidad casi todos ellos son una clase en decadencia, mientras que los politiqueros y mercaderes de la política responden como empleados y lacayos a la gran empresa, en si destructora de todo negocio pequeño.

Entre esas pequeñas empresas, están las granjas de cultivos orgánicos, por ejemplo, cuyos productos etiquetados están en demanda y son consumidos generalmente por las clases medias, son granjas que se consideran como parte de la «economía informal.» Si atendemos al relato de Nikko Snyder, en la revista canadiense Briarpatch (edición de noviembre-diciembre) entendemos otra problemática al respecto de estas granjas y su casi invisible «economía informal.» Nikko, como muchas otras personas jóvenes, se presenta a trabajar por tres meses por comida y alojamiento en una granja de cultivos orgánicos en la provincia de British Columbia, Canadá, porque quiere aprender sobre estos cultivos que ella ve como una oportunidad de futuro. Muchos de los trabajadores de la granja donde está son estudiantes que trabajan como ella o por poco dinero (dinero pagado por debajo de la mesa) para asegurar que la granja sobreviva. Cabe destacar que la dueña de la granja que Nikko menciona trabaja ella misma 12 horas y a la par del resto. En su relato, Nikko deja claro que el trabajo es duro porque este tipo de agricultura así lo requiere. Esto sucede en Canadá porque el voluntarismo, que está muy sobrevalorado, lo permite; en Estados Unidos, por ejemplo, trabajar gratis está prohibido.

La realidad de la pequeña granja que Nikko visita refleja la realidad de las pequeñas granjas de cultivos orgánicos y de cultivos convencionales en Norteamérica, cuyo funcionamiento depende, como el de muchas actividades de pequeños empresarios o propietarios, de la mano de obra barato o gratuita. La pequeña empresa del papá de familia que limpia edificios de oficinas y con él lleva a su esposa y sus hijos ilustra esto también. Es una explotación laboral pero con cierta apariencia de una razón de bien mayor, en el caso de la granja orgánica el bien mayor es el alimento «sano» producido sin contaminar el medio ambiente. El consumidor está completamente desligado de esta realidad laboral productiva, el consumidor consume un producto sano ignorando completamente la realidad de explotación laboral que existe en su creación, incluso la auto explotación laboral que la dueña de la granja orgánica hace a si misma, pero fundamentalmente la que contribuye a hacer a otros jóvenes en nombre de «alimentos orgánicos.»

De acuerdo al último censo en Canadá el 71 por ciento de los granjeros reciben menos de veinticinco mil dólares anualmente, no es una gran cifra, y si hablamos de una familia de tres personas, debemos notar que con estos ingresos ellos están viviendo por debajo de la línea de pobreza canadiense. Así viven muchos granjeros, algunos tienen que suplementar sus entradas con otro trabajo. En Estados Unidos el 65 por ciento de los granjeros tienen también otro empleo, cada día hay menos granjeros en Norteamérica y más grandes corporaciones dueña de la producción agrícola. En Estados Unidos aunque todavía el 91 por ciento de la tierra está en manos de pequeños y medianos propietarios, el 75 por ciento de la producción agrícola viene de sólo el 5 por ciento del total de las granjas.

El gobierno canadiense ha creado un programa especial para importar trabajadores para cultivos convencionales y de productos orgánicos de medianas y grandes granjas, se llama «Seasonal Agricultural Worker Program» (SAWP) y trae desde otros países, mayormente México y Jamaica, a más de 27.000 trabajadores agrícolas cada año. Aqui hablamos de economía «formal» y de trabajadores temporales que no cuentan con los mismos derechos con que cuentan los trabajadores canadienses. Cada tanto se escapa por ello un reportaje sobre estos trabajadores a los medios de prensa, generalmente defienden a los empresarios que los usan destacando que el salario mínimo por hora es para ellos mucho mayor en Canadá que en sus países de origen.

Otro buen ejemplo sobre este mundo verde aparente en conflicto con su realidad diaria es el de las energías alternativas, particularmente el de la energía del viento, muy de moda y hasta propaganda para el turismo donde se muestran las grandes turbinas en colinas o cerca del mar como imagénes tranquilizadoras sobre un futuro optimista de energías renovables. En Canadá el tema de las turbinas ha salido a relucir tanto que mucha gente piensa que las turbinas aportan buena parte de la electricidad que consumimos. En realidad los más de cien campos de turbinas extendidos por todo el país, apenas aportan un 1,1 por ciento de la electricidad que consumimos, o 3250 MW. Este monto no es tan poca cantidad de energía, es que el ritmo de vida que llevamos consume tanta energía que rinde esta contribución irrelevante. Sin duda deberíamos de reflexionar sobre el consumo y disminuirlo.

En nuestra provincia, Nova Scotia, las más de 150 turbinas existentes aportan el porcentaje más alto de electricidad promedio por provincia porque llega a un 8 por ciento. Si bien las turbinas se ven imponentes y silenciosas de lejos, de cerca no lo son; el ruido que generan es un problema ecológico de salud para quienes viven cerca de ellas. El ruido de las turbinas se ha convertido en un problema tan serio que ha generado una ola de demandas a la justicia por parte de los afectados. Pero si usted vive en una zona seleccionada por la compañía para instalar una turbina no tiene mucha opción, porque por considerársela energía verde tiene prioridad y sus derechos no cuentan. Esta industria de la energía del viento, como otras de energías renovables, son altamente subvencionadas por los gobiernos, o sea por los estados y todos sus habitantes, porque se ven como solución al problema ecológico aunque se transforman en permiso para continuar consumiendo a un nivel insostenible.

Las turbinas trabajan a 25 revoluciones por minuto, requieren un mínimo de velocidad del viento de 10 kilómetros por hora y se detienen automáticamente si el viento pasa los 90 kilómetros por hora, por lo que no proveen energía constante o estable. Para asegurar el suministro estable están conectadas a termoeléctricas que aseguran esa estabilidad, y estas generalmente no paran aunque funcionen a un nivel mínimo. Este funcionamiento mínimo, sin embargo, significa una mayor emisión de gases contaminantes; esto es lo que sucede, en menor escala, con el automóvil: es màs eficiente a una velocidad constante en carretera pero mucho más contaminante cuando funciona parado, sin velocidad, o cada vez que arranca.

Otro ejemplo interesante del «mundo ecológico» es Alemania, el más importante país europeo y muy admirado en el norte y sur de América como una nación ecológica e innovadora en la ciencia y tecnología de energías renovables. Un reportaje de Andrew D. Blechman en la conocida revista estadounidense The Atlantic (de diciembre) muestra con testimonios como a través de Alemania más de 100 pequeñas aldeas o villas, algunos de cientos de años de existencia, han sido arrasados, desaparecidos, sus habitantes reubicados, simplemente debido a las cavaciones a suelo abierto para extraer lignito (brown coal), un carbón mineral de color marrón parecido a la turba de bajo grado y calidad que emite el 27 por ciento más dióxido de carbono para producir la misma electricidad que el carbón negro regular. Con este combustible, muy contaminante, se produce en Alemania el 24,6 por ciento de la electricidad que se consume. En Grecia es aún peor porque el 50 por ciento de la electricidad que se consume se produce con lignito.

Se extraen 180 millones de toneladas métricas de material cada año. Alemania tiene 6 de las 10 plantas termoeléctricas que producen más polución de Europa. Esto, aunque Alemania es un líder en las tecnologías de producir electricidad de recursos renovables, como la energía del viento y la solar, pero estas energías son sólo el 16 por ciento de la electricidad que el país consume. Sin embargo, es raro encontrar un artículo sobre la polución en Alemania màs allá de lo que denuncia Greenpeace Germany, pero dominan los comentarios y críticas sobre la contaminación que emiten plantas de energía en Rusia, China u otro país del llamado tercer mundo.

Hoy, en Estados Unidos el consumo por habitante es el doble de lo que era hace 50 años, es insostenible, pero el sistema promueve incluso mayor consumo, continuamente se espera que el nivel de consumo de la población aumente. Si escuchamos el discurso político en ese país, escuchamos que la solución a la crisis está en «echar a andar la economía» aumentando el consumo, el índice sobre la confianza del consumidor mide justamente eso, cuanta confianza tenemos para seguir consumiendo como mínimo al mismo nivel y como deseable a un nivel incluso mayor. Pocos, en la población general del primer mundo, ven el consumo como problemático, pocos piensan que el crecimiento es insostenible y menos aún piensan que tiene que detenerse. Eso implica cambiar totalmente la forma en que vivimos, regular nuestro consumo de energía, viajes, cosas.

Este 2012 se cumplen 20 años de la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro y Brasil, país «emergente,» se prepara para realizar la próxima conferencia mundial. No podemos esperar mucho de esto. Silvia Ribeiro, investigadora, dice desde La Jornada de México : «Por si no nos queda claro, uno de los oradores de apertura de la reunión preparatoria para Rio+20 organizada por las Naciones Unidas en enero del 2011 en Nueva York fue Charles Holliday, presidente del directorio del Bank of America, uno de los mayores bancos del mundo, aún sumergido en la peor crisis por especulación global del siglo…»

Son los ricos y saqueadores del mundo quienes dominan los medios de comunicación, las instituciones mundiales como Naciones Unidas , a los políticos y gobiernos, muchas organizaciones laborales y la mayor parte del aparato productivo y financiero del mundo. Y , son también, los zorros que sin ningún empacho se presentan como cuidadores de gallineros. La tarea es titánica si hemos de girar esta gigantesca nave y producir alimentos de forma sostenible, mejorar la producción y distribución de la energía para que el acceso sea más igualitario y sostenible. Todo o casi todo está en manos de los ricos, casi todos ellos delincuentes, y de sus lacayos. Y ambos, juntos, llevan al mundo precisamente al lugar opuesto de donde debe estar si hemos de preservar el futuro y la vida.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.