Coincidiendo con la dramática DANA que asoló trágicamente decenas de pueblos valencianos, así como algunas localidades manchegas, apareció un informe de una de las más importantes redes internacionales de científicos, la World Weather Attribution, en el que se destaca a nivel mundial un hecho que se pudo comprobar también aquí el pasado 29 de octubre: el cambio climático intensificó la frecuencia y violencia de los acontecimientos meteorológicos extremos. Joyce Kimotai, investigadora del Centro de Política Ambiental del Imperial College de Londres recalca que todo ello está ocurriendo con un aumento de 1,3 grados de la temperatura media, para advertirnos de los riesgos si se confirma la tendencia a un aumento de 3 grados sobre la era preindustrial.
En los últimos 20 años, según este informe, los efectos del calentamiento atmosférico originado por la quema de combustibles fósiles y la deforestación han costado la vida como mínimo a 576.042 personas a causa de olas de calor, inundaciones, ciclones tropicales y sequías. El informe se centra en el análisis de ciclón Sidr en Bangladesh (año 2007) que causó 4.324 muertes; ciclón Nargis en Myanmar (2008), con 138.366 personas fallecidas; ola de calor en Rusia (2010) que mató a 55.736; sequía en Somalia (2010) que provocó la muerte de 258.000 personas, las inundaciones en India (2013) con 6.054 muertos; el tifón Haiyan en Filipinas (2013) con 7.354 víctimas mortales; la ola de calor en Francia (2015) que supuso 3.275 muertes; las olas de calor europeas (2022 y 2023) con 53.542 y 37.129 muertes respectivamente); y la tormenta Daniel en Libia, que se cobró la vida de 12.352 personas.
Los científicos se han centrado en esos eventos atmosféricos y podrían añadirse más, por citar alguno reciente es el caso de Rio Grande do Sul en Brasil el pasado año y tantos otros. Podemos por nuestra parte concluir que el drama ha afectado muy especialmente a países empobrecidos, pero toca a las puertas de las metrópolis imperialistas tanto en Europa -en cuya lista podríamos añadir inundaciones en el centro del continente o los trágicos incendios griegos o portugueses- como en Estados Unidos, tal es el caso del huracán Katrina de Nueva Orleans (2005) que además de innumerables víctimas, supuso unas pérdidas materiales de 125.000 millones de dólares. La lista podría ser más y más larga. El conjunto del planeta ya está en situación de emergencia. Es decir, la lista de víctimas es aún mayor de la analizada.
A su vez, los vientos que corren son de intensificación del extractivismo, de agudización de la competencia interimperialista, de aumento de las emisiones y de guerras comerciales y conflictos bélicos, de extensión del ultra conservadurismo y … de más explotación de los pueblos y las gentes trabajadoras. Me remito al análisis que hice el 4 de septiembre pasado en. La situación en estos tres meses es todavía más alarmante que la que ahí se apunta y todos los vectores ecológicos, económicos, políticos, militares e ideológicos han evolucionado en un sentido acusadamente negativo.
Sin embargo, en el campo de las soluciones globales para erradicar las causas nada se avanzó. Ni en las medidas de mitigación ni en las ya también urgentes de adaptación en el campo de la erradicación de emisiones y sustitución de fuentes de energía o la reforestación y la nueva agricultura sostenible, la puesta en pie de infraestructuras ad hoc o la pacificación de los desplazamientos de personas y mercancías por señalar algunos de los vectores fundamentales. Tampoco se dio paso alguno para acabar con el acaparamiento de las riquezas por parte de una minoría en detrimento de las mayorías.
Todo está por hacer.
Dos cuestiones han quedado claras en los últimos años: el capitalismo es el origen y causa tanto de la desigualdad social como de la crisis ambiental y por tanto nos es posible abordar por separado ambos aspectos pues forman parte del mismo nudo gordiano. Cortarlo, para poder avanzar, significa acabar con el régimen capitalista.
Tal como brillantemente han señalado Daniel Tanuro y Jorge Riechmann, la idea misma de un capitalismo verde es un oxímoron porque el capitalismo no puede respetar los límites y equilibrios biofísicos. Hay sectores del capital que buscan un nicho de negocio en algunas actividades como las energías renovables, pero también esas empresas se ven abocadas a la lógica crecentista y tienen también que recurrir al uso de recursos materiales (escasos) y energéticos (sucios) para lograr su lucro. Por su parte las propuestas de las diferentes versiones del New Green Deal, que parten de ciertas críticas a los efectos del cambio climático y contienen algunas propuestas razonables, tropiezan con una dificultad: intentan inútilmente impulsar cambios respetando las leyes del capital. En el caso europeo y español, los Fondos Next Generation/Plan de recuperación, transformación y resiliencia “España puede”, hasta el momento, la ventana de oportunidad que han abierto es a las grandes empresas para su modernización o realización de nuevos negocios. Resulta paradójico, después de las evidencias sobre el riesgo de apostar por el ladrillo/ cemento y el turismo, que nuevamente sean esos dos los sectores españoles —con gran impacto ecológico negativo, por cierto— destinatarios de buena parte de los fondos europeos.
Frente a la consolidación de un neoliberalismo cada vez más autoritario y liberticida ante el que ya no caben políticas de contención de daños sin rumbo ni alternativa antagonista, es necesario levantar nuevos horizontes. Qué sociedad necesitamos y queremos, qué estrategia para logarla, quienes pueden lograrlo y cómo pueden hacerlo. O lo que es lo mismo tenemos la urgente tarea de imaginar otro mundo y de organizar a las mayorías en la lucha por lograrlo.
El ecocomunismo como horizonte regulador
El ecocomunismo no es sólo, que lo es, una propuesta de nueva sociedad: es también una propuesta para incitar a la rebeldía y pasar de la rebeldía a la militancia. Hoy en día es fundamentalmente una hipótesis estratégica, un programa para la lucha y una alternativa para la transición ecosocial. Es futuro y debe/ puede ser presente.
La hipótesis estratégica tiene como objeto central el impulso del sujeto (vieja cuestión en la lucha de clases, que ahora adquiere nuevos contornos). Por ello se plantea la necesidad de impulsar cada combate por mínimo que sea en la senda de la construcción de un nuevo bloque social y político contrahegemónico en torno a la cuestión social y ecológica. Bloque que tendrá en su seno una gran diversidad de componentes (como arriba ya se apuntaba), niveles de conciencia y sectores con intereses inmediatos y prioridades diferentes y, por tanto, una amplia pluralidad ideológica y política que deberá ir encontrando las ideas-fuerza comunes y los pasos a dar en cada momento. Su mayor reto será poner en pie una confluencia de los diferentes en torno a una ecología social de masas y un proyecto de sociedad de las y los iguales.
La primera cuestión que aparece asociada a la hipótesis es cómo vincular a la clase trabajadora al bloque. Constituye el eje de la mayoría social en buena parte de los países y es decisiva en los industrializados porque potencialmente es el antagonista central en el enfrentamiento con el capital. Evidentemente de entrada la clase trabajadora no es homogénea respecto a la cuestión ecosocial por razones ideológicas, pero también por el lugar que ocupa en la producción que materialmente vincula la percepción del ingreso a una actividad sectorial concreta. Ninguno de los dos vectores es determinante, se entrecruzan, pero hay que tenerlos en cuenta para comprender los cambios en la conciencia. De ahí la necesidad de un nuevo sindicalismo no productivista, solidario e internacionalista que rompa con el pacto social fordista (de profundas raíces patriarcales) que asegura la paz para los patronos y refuerza la subalternidad de la clase trabajadora y que la vincula a los intereses de la burguesía nacional y/o de las grandes multinacionales. Ruptura que debe extenderse al pacto productivista implícito (o explícito) que acompaña (y forma parte) de la cultura sindical de la concertación a toda costa.
La orientación del trabajo militante ecosocialista deberá tener entre sus objetivos desgajar del consenso mayoritario hegemonizado por el capital a sectores amplios de la clase trabajadora. Asimismo, deberá impulsar entre la juventud, las feministas y ecologistas una política proactiva en defensa de las luchas de la clase trabajadora. Y hacer experiencias en común para salir de la pasividad: éste es el triple lazo de la alianza a construir.
Evidentemente, aunque los problemas no tienen fronteras, las luchas masivas se originan en el marco político y los lindes geográficos del estado-nación o de las naciones sin estado propio bajo un mismo gobierno estatal. Pero al igual que los problemas ecosociales centrales tienen una dimensión planetaria, las luchas deberán ir construyendo un nuevo internacionalismo con capacidad de impulsar combates organizados y coordinados en escalas mayores que las del estado-nación. Y en ese camino experiencias parciales de coordinación como las habidas contra el cambio climático son un factor de cohesión y experiencia común más allá de los lindes geográficos.
El contenido de las reivindicaciones, las propuestas programáticas y el sentido general de las mismas dependerán de las situaciones y experiencias concretas. El activismo ecocomunista las deberá impulsar combinando las reivindicaciones inmediatas sentidas por amplios sectores con alternativas que permitan un aumento de la conciencia impugnadora anticapitalista. El nuevo bloque ecosocial deberá debatir y ofrecer medidas marco sobre los temas en disputa: ingreso, tiempo de trabajo, energía, alimentación, agua… Esto permitirá, si se produce una crisis político-social —que no es descartable pese a la pasividad reinante en este tiempo empantanado—, dar pasos hacia el empoderamiento de masas y su autoorganización con la vista puesta en el cambio necesario sólo lograble mediante un proceso revolucionario.
Ecocomunismo como fase histórica
El ecosocialismo es la reivindicación cabal del comunismo fundador y su adecuación a los retos del siglo XXI. El ecosocialismo puso al marxismo a contar en términos físicos para poder asumir una nueva álgebra: ley del valor + contabilidad de materiales y energía.
Y volviendo al principio del movimiento comunista, Karl Marx en uno de sus artículos señaló:
El comunismo es una fase real de la emancipación humana y del renacimiento humanos, fase necesaria para la evolución histórica próxima. El comunismo es la forma necesaria y el principio enérgico del porvenir cercano. Pero el comunismo no es, como tal, el fin de la evolución humana… es una forma de la sociedad humana.
Y en otro señaló:
Un comunismo así, es decir un naturalismo cabal, coincide con el humanismo; es el verdadero fin de la querella entre el hombre y la naturaleza, y entre el hombre y el hombre; es el verdadero fin de la querella entre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la afirmación de sí, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie. El resuelve el misterio de la historia, y sabe que lo puede resolver.
Y en el libro III de El capital Marx va concretando el horizonte:
El reinado de la libertad comienza ahí donde acaba el trabajo determinado por la necesidad y los fines exteriores; por la naturaleza misma de las cosas, se halla fuera de la esfera de la producción material. (…) La reducción de la jornada de trabajo es condición fundamental para que esa libertad pueda expandirse apoyándose, eso sí, en el imperio de la necesidad.
Estos dos elementos: fase histórica superadora de los grandes problemas actuales (pero no el fin de la historia) cuya sustancia es precisamente acabar con el homo homini lupus, y restablecer la armonía de la humanidad con la naturaleza, son fundamentales para establecer el camino a seguir. Y su referencia a algo tan necesario actualmente como es reducir el tiempo de trabajo es también seña de identidad del futuro. En definitiva, es poner la vida en el centro de los objetivos de la sociedad y desde luego fuera de los dictados de la mano ladrona —que no invisible— del mercado y la lógica de la ganancia privada. La lucha de hoy prefigura la sociedad de mañana.
El primer objetivo del ecosocialismo es asegurar la alimentación, el agua limpia, la vivienda, la salud y la formación educativa de la mayoría social en todo el planeta de forma compatible con la naturaleza. Lo que va aparejado con acabar con el despilfarro antisocial y antiecológico del modus vivendi de los más ricos del planeta mediante la expropiación de sus bienes y riquezas para atender las necesidades mayoritarias y el cierre de la economía (industria y comercio) de los objetos de lujo. Y también una reordenación de las prioridades de la inversión del gasto público desmilitarizando los presupuestos de los estados. El dinero de las armas debe ir a luchar contra la pobreza y la marginación. Y capítulo especial merece el cierre de la industria armamentística y el apagón del comercio de la destrucción, cuestión de máxima actualidad dados los aires belicistas que presiden el discurso y la acción de los dirigentes de las potencias imperialistas y… la persistente proliferación de guerras de baja y alta intensidad.
Todo ello significa acabar con la lógica del mercado y sacar del mercado todas las decisiones estratégicas para resolver las necesidades humanas. El programa de mínimos ecocomunista para superar la crisis ecosocial sería un decálogo del tipo de:
1. Control social de las prioridades frente al dictado de los mercados e impulso de una transición justa a escala local y mundial.
2. Expropiación de sectores estratégicos industriales, energéticos y financieros que deben ser propiedad social y colectiva.
3. Control de las condiciones de trabajo y salariales frente al dictado de los patronos.
4. Reducción tiempo de trabajo productivo y asunción colectiva de los trabajos reproductivos y de cuidados.
5. Reparto de la riqueza en cada país y relaciones justas y de cooperación a nivel internacional.
6. Impulso de la producción limpia y transferencia de tecnologías limpias norte/ sur.
7. Extensión de los servicios públicos, los derechos humanos y las libertades a toda la población del planeta.
8. Inversión pública frente a la primacía de los oligopolios.
9- Relocalización productiva y pacificación de los flujos de comercio de mercancías.
10. Restructuración de la deuda y anulación de la deuda ilegítima. Impulso de la soberanía alimentaria frente a la agroindustria.
Decrecimiento ecosocialista
En las últimas décadas, un sector del ecologismo y del pensamiento antiproductivista ha planteado la necesidad de impulsar el decrecimiento de la economía, mensurable en términos de PIB, y en reducir el consumo y la producción que identifican con el metabolismo social. Esta corriente parte de la consideración de que la ideología del crecimiento es constituyente del enfoque desarrollista, como plantea Serge Latouche (quien no establece la relación de esa ideología con el modo de producción). Y con diversas variantes de este enfoque del decrecentismo antropológico —algunas netamente situadas en la izquierda— proponen la necesidad de contracción del metabolismo social. El sector anticapitalista de esta corriente propone nuevas formas de organización (y propiedad) de la producción en una economía centrada en las comunidades (mantienen mucha distancia ante el papel del estado en la transición ecosocial) y una sociedad más frugal.
Desde el mismo lado de la barricada y compartiendo elementos éticos comunes, cabe hacer algunas consideraciones críticas. En primer lugar, la cuestión central no es intentar la contracción del metabolismo social sino conocer su dimensión biofísica, las consecuencias de éste, y erradicar sus efectos negativos. Bien al contrario, una sociedad más justa y sostenible probablemente multiplicará en otras condiciones el metabolismo social al atender el conjunto de necesidades básicas e impulsar el conjunto de derechos humanos tanto a escala local como planetaria. Lo importante no es la contracción del PIB —indicador incompleto y torticero con los criterios actuales— sino la composición de los bienes y servicios que se miden y la reducción selectiva del flujo metabólico. La contracción por lograr no es la del metabolismo social en sí mismo sino la de las consecuencias biofísicas negativas aparejadas al modelo vigente, lo que exige una cierta contracción metabólica de determinadas actividades y seguramente la expansión de otras. La actual forma de producir es inviable a medio plazo porque hay límites físicos que impiden el crecimiento incesante y exponencial, particularmente en cuanto a la finitud de materias primas estratégicas. Y debe modificarse por motivos políticos: hay que cambiar el modelo de sociedad. En segundo lugar, la propuesta del decrecimiento debe corresponderse tanto con la realidad del desarrollo desigual a escala internacional como con la diferente situación material (y responsabilidad) de las clases sociales, los países y las comunidades. Y finalmente si bien lo esencial en la transición ecosocial es la autoorganización y la existencia de sujetos sociopolíticos que la impulsen, no se puede obviar el papel que tendrá el estado en la misma. La desaparición del estado sólo podrá plantearse cuando se haya realizado y consolidado la transición ecosocial.
La buena noticia es que el decrecentismo y el ecosocialismo han caminado en paralelo, pero actualmente ya hay puntos de convergencia y entendimiento tanto intelectual como práctico en la lucha social y se abren fórmulas como decrecentismo ecosocialista planificado en la línea de “prosperar sin crecer” formulada por Tim Jackson (expresión esta última que tiene aspectos positivos pero que no resuelve la cuestión).
Desde el punto de vista ecosocialista el desequilibrio del metabolismo humanidad/ naturaleza es consecuencia del productivismo inherente a las relaciones sociales capitalistas que se apoyan en tres pilares: extracción de la plusvalía en la producción; externalización de los costes de reproducción y cuidados que recaerán en el ámbito privado sobre la base del plustrabajo de las mujeres (salvo escasas excepciones), y si ello no fuera totalmente posible minimizar el gasto; y en tercer lugar expoliar la naturaleza a coste cero y sin tener presente la necesidad de adaptarse a los ciclos de la misma.
Crecer o morir es el dilema —que el capital en busca de la rentabilidad máxima ha convertido en consigna— fruto del imperativo de mantener y aumentar incesantemente la tasa de ganancia en un contexto de competencia entre los capitales que, además, en sí misma constituye una fuente de despilfarro económico a través de costes innecesarios como la publicidad y el mantenimiento de actividades improductivas desde el punto de vista de los intereses de la mayoría social. Por ello, el crecentismo no es simplemente una filosofía que combatir: el crecentismo está íntimamente vinculado y es hijo de la fisiología del capital. Lo que significa que terminar con el mismo es una combinación de poner fin al modo de producción capitalista y a la forma de producción capitalista inherente al mismo, porque no se trata de tomar el aparato productivo y ponerlo al servicio de la mayoría sin más (objetivo esencial) sino que hay que cancelarlo y reinventarlo.
El decrecimiento no es una reivindicación en sí mismo, ni un proyecto de sociedad. Ni una bandera que suscite pasiones en las masas. Es un imperativo que nos impone de forma objetiva la limitación física, la escasez de recursos básicos y la limitación de funciones ecosistémicas; y de forma subjetiva el modelo civilizatorio. Por ello el decrecimiento resulta ser una restricción programática que el proyecto ecocomunista debe atender para poder impulsar la transición ecosocial cuyo objetivo sea asegurar los valores de uso versus los valores de cambio. Así, las preguntas fundamentales son en qué decrecer, por qué, dónde, cuándo, cómo, quien se beneficia, quien pierde y quien decide. El objetivo es cambiar urgentemente las prioridades y formas de resolver las necesidades humanas.
Un primer avance de respuesta a esas cuestiones podría sintetizarse en tres ítems
1. Hay que decrecer en la cantidad de energía empleada en la producción de forma intensiva y en el ámbito privado de forma voraz en los países del Norte global. Y hacerlo en el marco de un cambio de modelo energético basado fundamentalmente en las renovables. Hay que decrecer en la cantidad de materiales para la producción de valores de uso. Hay que pacificar el enloquecido intercambio comercial de unas economías descentradas y sometidas a una división internacional del trabajo no sólo injusta sino irracional. Hay que rediseñar la organización del territorio, particularmente en las grandes urbes, para acabar con la escisión puesto de trabajo/ vivienda que implica un incremento del transporte y una pérdida de horas de vida; y acompañar el nuevo modelo espacial con nuevos modelos de movilidad no basada en el uso de los combustibles fósiles.
2. Hay que crecer en sanidad, enseñanza, cuidados, soberanía y suficiencia alimentaria, agricultura no tóxica de proximidad, y en producción industrial limpia centrada en el territorio de cada comunidad, así como en viviendas bioclimáticas, en fuentes de energía renovables y un largo etcétera en el marco de una sociedad que saca del imperio del mercado a los sectores estratégicos de las finanzas, la energía…
3. La lógica del para quien se hacen las cosas exige introducir medidas desiguales para situaciones de partida desiguales. Este es uno de los retos intelectuales, políticos y económicos más importante. Se trata de reducir la cantidad total de energía o de materiales, pero ello debe establecerse teniendo en cuenta que hay sociedades, pueblos y clases sociales que deberán reducir drásticamente su despilfarro mientras que otras deberán aumentarlo para poder salir de la postración. Lo que exige incorporar a la estrategia ecosocialista una nueva y compleja dimensión internacionalista.
Ecocomunismo
es democracia, libertad y autogestión
Acabar con el capitalismo es imposible
sin la toma del poder y la expropiación de los medios de producción, pero ello
no basta. Hay que diseñar la hoja de ruta de una transición ecosocial. Hay que
poner patas arriba también la ideología crecentista y la carrera sin fin de
producción de valores de cambio a la que nos conduce el modo de producción
capitalista.
En esta lógica el decrecimiento es una herramienta, o, si se prefiere, un camino para combatir la sobreproducción y atajar con ello las crisis asociadas a la misma. El ecosocialismo adquiere la dimensión de horizonte regulador de la escasez, los límites biofísicos, las necesidades humanas y la desigualdad de partida. Y el ecocomunismo sería una nueva fase de la humanidad resultado de la justicia social, climática y ecológica. Ello supone establecer nuevas prioridades al diseñar un proyecto de sociedad, cambios éticos, una cultura del consumo alternativa y nuevas formas democráticas para relacionarse hoy y decidir mañana.
En ese quehacer de un decrecentismo justo y solidario puede crearse un espacio de convergencia del ecosocialismo marxista, el ecofeminismo, el pos extractivismo, el decrecentismo antropológico-social, el sindicalismo no productivista, el campesinado, los pueblos originarios en lucha por sus tierras, la juventud rebelde, el movimiento antirracista, amplios sectores de intelectuales críticos y personas de ciencia comprometidas y un largo etcétera de activistas de diversas causas. Y, tal como arriba se ha señalado son componentes necesarios de un nuevo bloque antagonista al de las fuerzas del capital y la reacción que actúe como sujeto político del cambio.
Para llevar a cabo la transición ecosocial, entendida como una bifurcación del curso de la historia que niega el estado de cosas y da un golpe de timón, y prefigurar un nuevo tipo de sociedad y civilización, es imprescindible impulsar desde ahora la actividad y autoorganización de las y los explotados, oprimidos y excluidos. Y poner en pie un sistema democrático radical desde la empresa al planeta. La adopción de decisiones mediante la planificación democrática articulada en diversos niveles desde el local al mundial —según la cuestión a resolver— en una sociedad con una amplia gama de formas de propiedad pública y social y basada en la autogestión de la producción y la socialización y reparto de las tareas de reproducción y cuidados. Participación democrática en la que tendrá un papel central la iniciativa de los movimientos sociales, los sindicatos y los consejos de las y los trabajadores, eje de la nueva reorganización de la política y el poder.
Esta hoja de ruta puede dar un nuevo aliento al viejo fantasma que, esta vez, no recorrerá solo Europa sino la Tierra entera.
Fuente: https://vientosur.info/ecosocialismo-para-tiempos-de-barbarie/