¿Qué ha pasado en las revoluciones del mundo árabe? ¿Qué importancia y qué implicaciones tienen en la geopolítica de la región y del planeta? Diego Mendoza Irigoyen analiza la revolución egipcia y su impacto en la región. Supongo que si Marx viviese hoy diría: «Un fantasma recorre el mundo árabe, es el fantasma de la […]
¿Qué ha pasado en las revoluciones del mundo árabe? ¿Qué importancia y qué implicaciones tienen en la geopolítica de la región y del planeta? Diego Mendoza Irigoyen analiza la revolución egipcia y su impacto en la región.
Supongo que si Marx viviese hoy diría: «Un fantasma recorre el mundo árabe, es el fantasma de la revolución». Y lo vemos muy claro haciendo un poco de cronología de los hechos: Podríamos decir que la oleada actual de revoluciones comienza el 17 diciembre al inmolarse el joven tunecino Mohamed Bouazizi. A raíz de este hecho se inicia un ciclo de protestas y huelgas masivas que precipitan la caída del dictador Ben Alí el 14 de enero tras 23 años en el poder. Inspirada en la triunfante revolución de sus vecinos, el 25 de enero se inicia la revolución en Egipto con la convocatoria del «Día de la ira» por parte de las organizaciones de izquierda y los movimientos sociales.
Viendo desbordadas todas sus expectativas, miles de personas salen a protestar a la calle iniciándose de nuevo un ciclo protestas permanentes y huelgas que acaban propiciando la caída del dictador Hosni Mubarak, el cual llevaba 30 años en el poder gobernando con total despotismo. Libia, salvando mucho las diferencies, se ha visto involucrada en un proceso revolucionario similar que comienza el 25 de febrero. Paralelamente se han dado movilizaciones de mayor o menor envergadura en Argelia, Arabia Saudita, Bahréin, Irak, Irán, Jordania, Marruecos, Omán, Palestina, Siria, Sudan, Yemen… Varios factores han influido en la dinámica que han tomado las revueltas en cada país.
Desarrollo general de las revueltas y revoluciones
En Túnez el movimiento obrero y la implicación del sindicato semi-independiente UGTT han jugado un papel clave en el derrocamiento del régimen del dictador Ben Alí. Con el inicio de las protestas la UGTT dio respaldo a las movilizaciones y llamó a la huelga general contra el régimen poniendo al dictador en una posición muy difícil. No solo ha caído el dictador sino que la organización de base creada durante la revolución ha mantenido las movilizaciones obligando al desmantelamiento del partido de Ben Alí, el RCD, y han hecho dimitir a Mohamed Ganuchi, figura del régimen que pretendía tutelar la transición.
En Arabia Saudita, país aliado de los EEUU debido a la elevada importancia de sus recursos energéticos, ha tenido lugar una huelga enormemente combativa de 3.000 obreros de la construcción pidiendo mejoras salariales, y han comenzado a organizarse en otros sectores. En Siria se han dado movilizaciones masivas respaldadas por la oposición en pro de libertades democráticas y mejoras sociales que han sido duramente reprimidas. En Yemen y Bahréin las protestas contra los gobiernos han sido multitudinarias y se siguen prolongado en el tiempo. Tomando como ejemplo la plaza Tahrir, han hecho acampadas delante de la universidad y en la plaza de la Perla respectivamente, aunque la brutal represión ha dificultado mucho el mantenimiento de las movilizaciones. Han llegado incluso a enviar policías de Arabia Saudita para desmantelar el campamento de la plaza de la Perla y reprimir las manifestaciones en Bahréin. Por otra parte, en Marruecos y Argelia la situación no ha llegado a ser tan explosiva. Los dirigentes de estos países han llevado a cabo reformas preventivas para evitar que las protestas se extendieran también a sus países, con lo cual las manifestaciones no han tenido las dimensiones de las de sus vecinos. En Argelia además el Estado ha preparado desde los primeros momentos un dispositivo policial sin precedentes que ha neutralizado la posibilidad de los manifestantes de reagruparse y hacerse fuertes. Finalmente se han llevado a cabo movilizaciones más puntuales en varios países de la región y la presión ha conseguido que se lleven a cabo varias reformas en ellos.
Contexto político
La oleada revolucionaria que ha sacudido el mundo árabe se ha dado en un contexto de crisis económica mundial donde las políticas neoliberales, la privatización de servicios públicos, la precariedad laboral, el paro y la pobreza sumados al incremento de precios de los alimentos básicos han ido haciendo crecer la rabia y frustración de la gente de la región. Este hecho unido a la existencia de gobiernos dictatoriales que han gobernado durante décadas con despotismo, al servicio de los poderes occidentales y en beneficio de unos pocos, ha hecho de la región un polvorín enorme al que tan solo le ha hecho falta una pequeña chispa para estallar.
No en todos los países la situación ha sido idéntica. Países como Túnez, Egipto o Libia se han caracterizado por estar gobernados por unas dictaduras muy personalistas y fácilmente identificables, cosa que no ha pasado en otros como Marruecos o Argelia, en los que el poder es aparentemente más democrático. Otro hecho que ha servido de válvula de escape en varios países ha sido el haber llevado a cabo reformas sociales y políticas durante la gestación de los movimientos populares, como se ha comentado anteriormente. Otros factores como la división religiosa entre diferentes corrientes islámicas en ciertos países o la organización social tribal en otros han condicionado el devenir de las luchas, sus demandas, los grupos o estratos sociales implicados en ellas y su liderazgo.
¿Pero ha sido la espontaneidad el único factor que ha llevado a los pueblos a la lucha? Más adelante nos centraremos en el caso paradigmático de Egipto pero a nivel general las luchas que se han producido con anterioridad a las revoluciones han sido un factor determinante. Los partidos y grupos minoritarios de la oposición, los movimientos de solidaridad internacional instigados por la izquierda social y radical y sobre todo las luchas de los y las trabajadoras han sido cruciales, constituyendo precedentes a través de los cuales se han iniciado los nuevos movimientos y vertebrando las luchas para llevarlas a las victorias parciales conseguidas.
La centralidad de la revolución en Egipto
¿Por qué es tan importante Egipto? La historia nos demuestra que cuando Egipto cambia el mundo entero cambia. Así, en 1952 la subida de Nasser al poder constituyó un símbolo en la resistencia contra el imperialismo norte-americano y sirvió de inspiración para las luchas de liberación de las colonias del resto del mundo. Más tarde, en 1973, el ascenso al poder de Sadat cambió todo el panorama político de Oriente Medio, en firmar la paz con Israel y abrir el país a la inversión extranjera.
Por otra parte, Egipto tiene 80 millones de habitantes y la clase trabajadora más importante de todo el mundo árabe, por lo que su peso social en la región es crucial. Es la cuna del Islam político y el nacionalismo árabe, por lo cual ejerce una influencia ideológica directa sobre el resto de países de la región. Además ocupa una posición económica dominante y contiene importantes intereses económicos y geoestratégicos como el Canal de Suez, petróleo y gas. Estos factores le otorgan a Egipto una posición dominante y es por esto que aquello que pase en Egipto se extenderá con toda seguridad a otros territorios.
Un tercer aspecto que determina la importancia de este país es la posición que ocupa dentro del proyecto de dominación imperialista de la región y el proyecto sionista. No sólo mantiene unos tratados internacionales con Israel que permiten el aislamiento de la franja de Gaza sino que además Egipto suministra el cemento para la construcción del muro de Cisjordania y subvenciona el suministro de gas al Estado sionista. La voluntad del pueblo egipcio, por el contrario, esta junto al pueblo palestino que reclama su libertad y esto, sin duda, pondrá en apuros los proyectos de occidente para el futuro del país.
Precedentes
Como hemos mencionado anteriormente, si bien la espontaneidad ha jugado un papel central en la creación de espacios de autoorganización de base (como por ejemplo la organización de la resistencia en la plaza Tahrir), han sido las luchas sociales y sobretodo obreras las que han jugado un papel más importante en el desarrollo y el triunfo de la revolución en Egipto.
En un terreno más político, las Conferencias del Cairo, contra la guerra, la globalización y el sionismo, marcaron un precedente que no debe ser obviado. La Primera conferencia del Cairo se llevó a cabo en 2002 con la voluntad de promover el movimiento antiguerra y por la democracia y supuso un paso adelante hacia la unidad de los movimientos anti-Mubarak. Los años siguientes se organizaron 5 conferencias más que no sólo han ayudado a la colaboración mutua entre los movimientos de oposición al régimen (islamistas, nacionalistas árabes y socialistas revolucionarios) sino que también han permitido la coordinación y la comunicación con diferentes movimientos sociales del resto del mundo en temas como la solidaridad con Palestina, la lucha contra la guerra y la islamofobia.
La evolución de las movilizaciones en Egipto durante los últimos años y hasta la actualidad se ha caracterizado por una retroalimentación entre las luchas políticas y económicas. Así, con motivo de la segunda Intifada en Palestina, en octubre de 2000, tuvieron lugar manifestaciones masivas de solidaridad que acabaron con el miedo del pueblo a manifestarse. El año 2003, unos meses después de la Primera Conferencia del Cairo, se dieron manifestaciones de repulsa frente a la invasión de Irak en la misma ciudad. La represión de las protestas y el malestar llevaron al nacimiento del movimiento Kifaya en 2004, el cual agrupa nasseristas, comunistas y activistas de izquierda. El 2006 se inicia un ciclo de huelgas y luchas obreras del sector textil reclamando mejoras salariales en la ciudad de Mahala que se extienden a lo largo del tiempo y que son duramente reprimidas. Como respuesta, el 6 de abril de 2008 estalla una insurrección popular en Mahala por mejoras salariales y contra la represión policial. A consecuenci a de las huelgas que tienen lugar tanto en El Cairo como en los alrededores nacen los primeros sindicatos independientes en 2009, (como el Sindicato de Recolectores de Impuestos Egipcios) duramente perseguidos por las autoridades. Todas estas luchas junto al incremento de la consciencia de clase y la confianza acaban por estallar el 25 de enero en una lucha unitaria contra el régimen, pero también por mejores económicas y sociales.
Lecciones de la revolución egipcia
Hay varios aspectos de la revolución egipcia que merece la pena destacar.
En primer lugar, un mensaje que han estado dando constantemente los medios de comunicación ha sido que la organización, según ellos, se ha creado a través de internet. Si bien es cierto que la red ha permitido la circulación de información como imágenes y vídeos y ha servido de altavoz para las convocatorias, la organización del movimiento ha tenido lugar (como en cualquier situación revolucionaria en la que todo el pueblo se encuentra a la expectativa de los acontecimientos y participa activamente de la política) en reuniones y asambleas de base. Este mensaje busca quitar peso a la izquierda social, sindical y radical que ha respaldado e impulsado las manifestaciones desde el primer momento.
En segundo lugar vale la pena hablar del papel del ejército. Los primeros días de las revueltas el ejército reprimió a los manifestantes. Al percibir que la estrategia no daba resultado, pasaron a la «neutralidad». Las cúpulas militares tienen intereses muy diferentes a los del pueblo. Reciben y gestionan 1.300 millones de dólares anuales en armamento de los Estados Unidos y controlan el 25% de la economía egipcia, principalmente en sectores como la industria, la agricultura, la hostelería y el comercio de armas. No es casualidad pues que ante la presión popular hayan cambiado de bando y que sean los encargados de tutelar la transición. Tampoco hay que entender al ejército como un ente monolítico. En su seno se encuentran un gran número de mandos intermedios y una amplia capa de reclutas cuyos intereses son más bien cercanos a los del pueblo movilizado. Desde una perspectiva egipcia, es importante trabajar este aspecto y vincular las luchas presentes y futuras con la oposición a las cúpulas militares.
En tercer lugar, ¿Quién ha participado en la revolución? Al menos en su primera etapa, la revolución egipcia ha tenido un claro carácter interclasista. Mubarak había conseguido ganarse la antipatía de gran parte de la sociedad, desde la clase trabajadora empobrecida, a la clase media, e incluso ciertos sectores de la burguesía y la élite. La convocatoria del 25 de enero, como ya hemos dicho anteriormente, vino impulsada por varios colectivos y organizaciones de izquierda. Las bases de jóvenes más radicalizadas de los hermanos musulmanes acudieron a la convocatoria forzando a sus direcciones a darle respaldo. Los trabajadores y trabajadoras participaron inicialmente a título individual durante el periodo en que los dirigentes y los capitalistas del país llevaron a cabo un cierre patronal que perseguía atemorizar a la población. Pero en el intento por retornar a la normalidad los y las trabajadoras se reencontraron en las fábricas y centros de trabajo, formaron asambleas e iniciaron huelgas y movilizaciones colectivas que marcaron un punto de inflexión en la revolución y que llevaron a las cúpulas militares, por ende, a forzar la marcha del dictador.
Finalmente, cabe destacar que el papel de los y las revolucionarias egipcios ha sido clave en el desarrollo de los acontecimientos. La organización hermana de En Lucha en Egipto, las y los Socialistas Revolucionarios, ha estado desde el primer momento impulsando la jornada del 25 de enero junto a otros sectores de la izquierda radical, impulsando las luchas obreras y la resistencia en la plaza Tahrir, colaborando en la formación de sindicatos independientes y comités populares de defensa de la revolución. Han impulsado manifestaciones de unidad entre musulmanes y coptos y ahora, conjuntamente con otras organizaciones de la izquierda radical y sindical, han creado el partido democrático de los y las trabajadoras.
Algunas conclusiones
El revolucionario ruso Leon Trotsky decía que «la revolución es la irrupción de las masas en el escenario de la historia» y aunque aun haya gente que sostiene que lo acontecido en Túnez y Egipto no es más que una revuelta, parece evidente para la mayoría que se trata de una revolución no social -de momento- pero sí política o democrática. Hablar de revuelta en lugar de revolución es quitarle el peso político y la relevancia histórica que realmente tiene. Por otra parte hay quien sostiene que todo esto no son más que maniobras de la inteligencia americana para hacerse con el control de los intereses económicos de la región. Seguro que hay intereses económicos de por medio y no sería sorprendente que la CIA haya estado desde el principio intentando influir en los acontecimientos, pero no es muy coherente hablar de un golpe de estado o de una maniobra política desde arriba cuando ha sido claramente la organización de base la que ha impulsado todos estos procesos, si bien es cierto que esta no ha sido capaz de alcanzar una toma popular del poder, al menos de momento.
Otro aspecto a destacar es el cambio de mentalidad que solo se consigue en los procesos revolucionarios. Decía un manifestante: «Mañana volveremos a casa pero ahora ya conocemos el camino a la plaza Tahrir». Y es que la revolución enseña a luchar y organizar, pero también a ver más allá de los prejuicios sociales y las ideas de la clase dominante. Cristianos y musulmanes han luchado juntos por la libertad, y es memorable la acción de los cristianos en la plaza Tahrir, donde repetidas veces se organizó una cadena humana para proteger a musulmanes y musulmanas durante la oración. Sin duda, todo este tipo de acciones ayudan a deshacer los prejuicios mutuos entre confesiones religiosas. En Egipto como en el resto de lugares, la lucha permite crear lazos sociales muy fuertes que conllevan un avance substancial en la conciencia colectiva.
Por otra parte, la revolución ha acabado con muchos de los prejuicios que nos imponen en las sociedades occidentales respecto al mundo musulmán y al Islam. Nos suelen decir, por ejemplo, que las mujeres son sumisas y no tienen ningún tipo de libertad allí. Como hemos visto en Egipto, muchísimas mujeres han estado luchando junto a los hombres desde el primer día. También se repite con frecuencia el argumento del «choque de civilizaciones»: occidente y oriente se enfrentan desde tiempos inmemoriales debido a sus diferencias culturales; occidente representa el progreso y oriente el atraso; la intransigencia social y política está instalada en los países árabes, etc. Pero lo que las revoluciones en el norte de África nos demuestran hoy es que los procesos sociales vividos allí son muy similares a los ocurridos en otros lugares del mundo y forman parte de un proceso global de resistencia. Los pueblos árabes han salido a la calle para acabar con la opresión y la dominación que les impone una clase dirigente organizada tanto a nivel nacional como internacional, aunque no hayan adquirido la consciencia suficiente (al menos de momento) como para establecer una lucha contra el sistema en su conjunto.
Por si fuera poco, el impacto de las revoluciones en la crisis que está sufriendo el imperialismo actualmente no será para nada despreciable. El fracaso en la construcción de los nuevos estados en territorios víctimas de la ocupación militar, tanto en Afganistán come en Irak, está viéndose agravado por la oleada revolucionaria, como hemos podido comprobar en las manifestaciones masivas que han sacudido este último país.
Ya se ha comentado el papel central que juega Egipto en el panorama geopolítico de la región. Las implicaciones que tendrá la revolución y la nueva estructuración del estado condicionaran notablemente el proyecto sionista de dominación regional. El hecho de que Occidente haya respaldado a los dictadores hasta el último momento pone en evidencia que clase de política llevan a cabo las potencias internacionales, siempre en defensa de sus intereses económicos y por encima de la vida y los derechos de los pueblos. Además, en relación con la falaz teoría del choque de civilizaciones, la pluralidad y la escasa influencia que ha tenido el islamismo radical en las revoluciones echan por tierra aquella excusa usada por las potencias occidentales para mantener las dictaduras en la región. Podríamos preguntarnos por qué no hemos vivido una (o varias) masacres similar a la de la plaza de Tiananmen. Más allá de la enorme potencia y apoyo popular de los procesos revolucionarios árabes, los grandes poderes internacionales ya no pueden permitirse empeorar más su maltrecha imagen frente a la sociedad.
Un factor clave que los medios de comunicación han obviado ha sido la centralidad de la lucha de la clase trabajadora y la fuerza que tiene la vinculación de demandas económicas con demandas políticas en las huelgas. Un claro ejemplo lo encontramos en la huelga de trabajadores del Canal de Suez donde se reclamaban mejoras salariales y de las condiciones de trabajo, además de libertades políticas. Otra demanda política muy extendida en las huelgas (y estrechamente relacionada con lo dicho en el párrafo anterior) ha sido la del cese de las subvenciones en el gas que Egipto exporta a Israel. También hemos visto como las condiciones materiales (encuentro de los y las trabajadoras en las fábricas, peso económico que acarrean las huelgas para los capitalistas…), en términos marxistas, otorgan a los y las trabajadoras un papel privilegiado para llevar a cabo las revoluciones.
Las revoluciones en el mundo árabe tienen una fuerte importancia simbólica para occidente, recordándonos que la revolución (algo que muchos habían querido encerrar en los libros de historia) es también una solución de hoy, del siglo XXI, y no solo un hecho del pasado. Después de acumular muchas derrotas y perder la esperanza respecto a la capacidad de la gente para movilizarse, el triunfo de estas revoluciones nos inspira y nos permite ver con claridad que con la lucha puede cambiarse el estado general de las cosas y que la clase dirigente no es invulnerable.
Lo hemos visto en Wisconsin donde las medidas neoliberales y antisindicales y los recortes sociales han hecho prender la mecha que ha llevado a varias semanas de movilizaciones, huelgas y a la ocupación del capitolio de Madison, quedando bloqueado el poder político del Estado. Y es que tanto aquí como en el resto del mundo estamos sufriendo los efectos de una crisis económica que ha comportado una fuerte crisis de valores del sistema capitalista. Aunque aún nos falta la confianza suficiente para dar el paso, tarde o temprano llegará. Hace tan solo unos meses hasta las y los activistas más concienciados de los países árabes decían que aquello era imposible y que nunca llegaría.
Hoy muchos lo dicen aquí y se equivocan. Frente al argumento que se suele utilizar para justificar la pasividad de la sociedad del primer mundo, diciendo que aquí la revolución no puede estallar porque vivimos en democracia, debemos responder con claridad diciendo que no son los políticos a quienes votamos «democráticamente» los que nos gobiernan sino que, por el contrario, son organismos antidemocráticos los que realmente controlan nuestras vidas. Cuanto más se hable de la «presión de los mercados» y de las presiones de la Unión Europea, el FMI o el BM, más evidente se hace que su dictadura es la que nos gobierna.
Tan solo hace falta que los señalemos y les pongamos cara y ojos (grandes empresas transnacionales y banqueros sin escrúpulos) para mostrar claramente quién es el enemigo de clase contra el que debemos dirigir nuestra lucha. Aquí como en la resto del mundo hace falta una revolución social para traer la democracia, también a la esfera económica.
Más lectura
Diego Mendoza es militante de En lluita / En lucha.
Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra / L’heura