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Un cuarto emir para el Dáesh

Fuentes: Rebelión

Hacia fines de noviembre el CENTCOM (Mando Central de los Estados Unidos, por sus siglas en inglés), reveló que a mediados de octubre último, en una acción no especificada en Dar´a en el sur de Siria, fue eliminado el emir del Dáesh Abu Hasan al-Hashimi al-Qurashi.

Luego la noticia fue confirmada por sus propios compañeros, quienes dijeron que murió “en combate contra los enemigos de Dios” sin dar más especificaciones. Más tarde se conoció que Abu Hassan había sido localizado y neutralizado por una patrulla del Ejército Libre Sirio (ELS), la banda mercenaria financiada por Occidente y Catar que invadió Siria en 2011, aunque otras fuentes señalan que quien fue el tercer emir del Dáesh habría muerto accidentalmente durante un ataque sin que sus ejecutores lo hubieran registrado. Mientras que el Pentágono ha negado cualquier participación de fuerzas norteamericanas en la operación.

Esta baja se convierte en la tercera del líder máximo de la organización que fundó en 2014 Abu Bakr al-Baghdadi, también conocido como el califa Ibrahim, tras escindirse de al-Qaeda. A la muerte de al-Baghdadi, (Ver: Al-Baghdadi, el muerto oportuno) en 2019 asumió su cargo Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurashi, cuyo verdadero nombre era Amir Mohammed Abdul Rahman al-Mawli al-Salbi, sorprendido en una incursión de tropas norteamericanas en febrero del 2022 en la provincia de Idlib, al norte de Siria (Ver: Biden: Cazador de recompensas). Para sucederlo, la shura (consejo) del Dáesh, eligió a Abu Hasan como su sucesor y ahora, tras su muerte, ha tocado el turno a Abu al-Hussein al-Husseini al-Qurashi.

La reiteración de los términos al-Husseini -que podría ser considerado el apellido de Mahoma- y al-Qurashi -nombre de su tribu- que se combinan en la denominación de estos últimos tres emires, responde a la intención de emparentarse con el Profeta.

Tras anunciar el nombre del cuarto emir, el portavoz de la organización llamó a todos sus miembros a escala global, una veintena de khatibas desde Nigeria a Filipinas, a realizar su juramento de lealtad o baya’t.

Tampoco se han conocido detalles de los antecedentes del nuevo emir, del que solo se ha conocido que es un veterano de las luchas de la organización. Es importante anotar la notable frecuencia con que se han dado las bajas de los emires del Dáesh si se las coteja con la sobrevivencia de otros líderes en organizaciones similares.

En el caso de al-Qaeda, su fundador, Osama bin Laden, sobrevivió desde la creación del grupo durante la guerra antisoviética en Afganistán en 1988, hasta 2011, tras ser “localizado” y eliminado por comando del SEAL en Abbottabad, Pakistán. Su segundo, el egipcio Ayman al-Zawahiri, también fundador de dicha organización que asumió el máximo lugar tras la muerte de Osama, perduró en la jefatura desde entonces hasta julio de este año, cuando fue detectado y ejecutado por un dron norteamericano en pleno centro de Kabul (Ver: Ayman al Zawahiri, otra muerte oportuna).

Los talibanes también han sabido dar muy buena protección a sus Amir-ul momineen (príncipe de los creyentes), título que recibe el líder principal de la organización afgana. Desde 1994 hasta hoy solo han tenido tres emires: el Mullah, Mohammad Omar, fundador del grupo en 1994, que murió por causas naturales en un hospital pakistaní en 2013, aunque su muerte se conoció recién en 2015. Fue sucedido por Akhtar Mansour, muerto cuando el vehículo en el que viajaba fue sorprendido por un misil norteamericano en la región de Dalbandi, en el Baluchistán pakistaní, en 2016. Tras la muerte de Mansour fue designado el Mullah Haibatullah Akhundzada, quien, a pesar de haber sufrido resistencia en primera instancia, supo dirigir a sus hombres a la victoria sobre los norteamericanos en agosto del año pasado. En la actualidad sigue ocupando el cargo como jefe político y espiritual del Emirato Islámico de Afganistán.

Las sucesivas y rápidas muertes de los emires del Dáesh, se podrían atribuir a dos razones: la existencia de una profunda grieta dentro de la organización, por lo que dichas muertes tendrían más que ver con pujas y traiciones que aciertos de los enemigos o que, como se ha sospechado desde el principio, este grupo esté cooptado por algún servicio de inteligencia norteamericano que, según sus necesidades, elimine a sus emires.

Un califato por conquistar

Si bien desde su surgimiento el Dáesh, oficialmente en Mosul (Irak) en 2014, pretendió la “reconquista” del territorio que se extiende desde el al-Ándalus, las antiguas posesiones árabes de España y Portugal, hasta el mítico Khorassan, conformado en la actualidad por Afganistán, Pakistán e India entre otras naciones centroasiáticas, nunca ha podido sostener más de un par de años sus conquistas territoriales. Quizás su mejor momento para esa estrategia fue durante 2014 y 2015, cuando consiguió ocupar un área fronteriza entre Irak y Siria equivalente a casi 85.000 kilómetros cuadrados donde se incluían ciudades como Raqa en Siria, con poblaciones de más de 100.000 almas e incluso como Mosul (Irak), con una población que supera el millón de habitantes. Allí ensayó la versión más extrema de la sharia (ley coránica) ejecutando a miles de civiles y militares con castigos aberrantes de características medievales. A partir de 2016 comenzaron a ser barridos de esas regiones, tras esforzadas operaciones del Ejército Árabe Sirio (EAS), fuerzas rusas, comandos iraníes de la fuerza al-Quds, batallones del Hezbollah del Líbano y últimamente los iraquíes de las al-Hashd Al-Sha’abi (Fuerzas de Movilización Popular).

Más allá de ese fracaso, el Dáesh sigue operando en esas mismas áreas y ha conseguido imponer filiales prácticamente en todos los países del islam. Quizás uno de los mejores ejemplos sea la Willat Daesh Khorassan, que desde 2015 opera en Afganistán y no solo ha enfrentado a las tropas norteamericanas, sino que ha luchado y lo sigue haciendo contra los mismísimos talibanes, habiéndose convertido en el mayor dolor de cabeza a nivel seguridad de los Mullah de Kabul, ciudad donde se repiten con extrema frecuencia atentados contra la población civil, particularmente de la comunidad hazara chiita, funcionarios delgobierno talibán e incluso, hace unos días, intentaron asesinar al embajador pakistaní en la capital afgana.

Aunque sin duda es el continente africano donde sus khatibas están consiguiendo sus mayores “éxitos”, extendiéndose desde el Magreb y el Sahel al África subsahariana donde sus batallones se han establecido en una veintena de naciones ya no de prevalencia musulmana, sino donde el islam es minoría como es el caso de las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF) de República Democrática del Congo, Provincia de África Occidental del Estado Islámico (ISWAP) y Boko Haram en Nigeria o en Mozambique el Ahlu Sunnah wa Jama’a (ASWJ) que de algún modo todos articulan con la Wilayat Wasat Ifriqiya (Provincia de África Central). Para muchos es la región del lago del Chad donde más acciones se registran, con cerca de 500 enn lo que va del año. Aunque en Burkina Faso, Mali y Níger, donde operan grandes khatibas del Dáesh y también de al-Qaeda, al igual que en algunos países del golfo de Guinea como Benín y Togo, la situación está desbordada. Al igual que en la península del Sinaí (Egipto) donde la Willat Sinaí, signataria del Dáesh y en Somalia, donde al-Shabaab filial de al-Qaeda, no han podido ser contenidos. Según el Pentágono, en este último año en los veinte países africanos que operan tanto khatibas del Dáesh como de al-Qaeda, se han producido cerca de 15.000 muertos.

Las fuerzas del Dáesh no han dejado de drenar muyahidines hacia el interior del continente, llegando incluso a operar en Sudáfrica, donde a pesar de que sólo el dos por ciento de la población es musulmana, más de un centenar de voluntarios sudafricanos viajaron en su momento para combatir en Siria e Irak. Habiéndose registrado en estos últimos años el retorno de varias decenas de ellos, por lo que es muy posible que hayan comenzado a trabajar en procura de establecer un nuevo frente para su califato al menos dos ciudades, Durban y Ciudad del Cabo, donde se detectaron células de Dáesh que recaudaban fondos para sus hermanos de Mozambique y la República Democrática del Congo.

El 30 de noviembre fue desmantelada, en el último momento, una operación cuyo objetivo era el desfile anual del orgullo gay en Sandton, un barrio del norte de Johannesburgo, a lo que le iba a continuar un ataque en Derby de Soweto, lo que podría haber sido una matanza sin precedentes. En Sudáfrica los ataques del terrorismo wahabita han sido prácticamente nulos, sacando dos acciones que no fueron claramente investigadas.

África, por sus condiciones políticas, sociales y religiosas se ha convertido en el principal centro de actividades terroristas del mundo y en un califato por conquistar.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.