Nota de edición: una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, julio-agosto de 2018. Doctor en Historia contemporánea, Sergio Gálvez Biesca (Madrid, 1980) es actualmente investigador del Instituto Ibero-Americano de La Haya por la Paz, los Derechos humanos y la Justicia Internacional. Ha sido docente en la UNED, en la […]
Nota de edición: una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, julio-agosto de 2018.
Doctor en Historia contemporánea, Sergio Gálvez Biesca (Madrid, 1980) es actualmente investigador del Instituto Ibero-Americano de La Haya por la Paz, los Derechos humanos y la Justicia Internacional. Ha sido docente en la UNED, en la Universidad Complutense y en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de más de medio centenar de publicaciones científicas y fue miembro fundacional en 2005 de la Cátedra Complutense Extraordinaria «Memoria Histórica del siglo XX».
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La última parte, no abuso más.
No abusa.
Cuenta usted que Felipe González llegó a pensar en dimitir. ¿Fue así realmente? ¿No fue teatro político para volver entre multitudes y sentirse, de nuevo, como en aquel congreso sobre el marxismo, un líder imprescindible, un «Dios» o el omnisciente como creo que le llamaba Benegas?
En 1988 Felipe González era otro Felipe. Probablemente, pequé de ingenuo aquí. Felipe estuvo a poco de dimitir. No era el González que ahora todos conocemos. No se trata de blanquear su biografía. Si partimos tanto de su testimonio y el de otros cercanos, lo cierto es que el 14D se le fue de las manos. Primero, lo negó. Segundo, lo aceptó y lo fue tragando. Tercero, llegó la dura realidad y el consiguiente trauma. Terminó desquiciado y sin entender de forma plena cómo siendo el «líder» del país pasó lo que pasó el miércoles 14 de diciembre de 1988. Si él era líder que guiaba sabiamente al pueblo -y, por tanto, el PEJ era necesario y no cuestionable- y, además, lo votaban, lo admiraban, ¿por qué tal grado de descontento y enfado social? Le sentó fatal el 14D.
Hay que ponerse en su situación. El 14D constituyó su mayor fracaso político. En el libro se cuentan ciertos detalles escasamente transitados. De todos ellos se ha retratado a un Felipe en carne y hueso. Disculpa la familiaridad, pero llevo tratando con él muchos años, aunque sea desde la distancia documental.
Estuvo a punto de tirar la toalla.
¿Y por qué no la tiró finalmente?
Dos personas fueron esenciales para evitar la que hubiera constituido una gran crisis del socialismo español: Carmen Romero, su mujer, y Narcís Serra. Le convencieron de que no abandonara. Se lo pensó mucho de cara a seguir. Mucho. Hasta el punto de preparar su salida del poder y pensar en su posible recambio que siempre pasó, por cierto, por Serra. Un capítulo, en el que por cierto, tuvo un papel altamente relevante el Comité de Estrategia del PSOE. ¿Les suena? Seguramente no. En el libro se habla de él larga y tendidamente.
Algo me suena después de leerle y recordar cosas de aquellos años. ¿Fue hermosa la manifestación del 14D? ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de aquel 16 de diciembre?
Hizo un frío terrible los días 14, 15 y 16 de diciembre de 1988. Dio igual. Las vecinas y vecinos de Madrid protagonizaron una de las manifestaciones más multitudinarias que se han conocido. Una manifestación unitaria y con un marcado carácter combativo pero que, en realidad, se convirtió en una gran fiesta para celebrar el éxito del 14D. Pero no está ahí lo más hermoso. Aquel último gran acto que cerró el 14D contiene, a su vez, otra gran lección democrática: se constituyó en la máxima expresión de que el «miedo institucional», fomentado vía Gobierno/Partido/Gobierno Civil, no pudo frenar aquella manifestación. Recordemos: se trató primero de ilegalizar aquella manifestación con argumentos carentes de toda razón jurídica. Todavía más: se terminó aprobando un recorrido que puso en grave riesgo a los potenciales asistentes. Se alentó el miedo, por activa y por pasiva, ante lo que pudiera pasar. Se cuestionó hasta el derecho de manifestación. Otro grave error, en este caso, atribuible a la entonces gobernadora Civil, Ana Tutor. Otro de los personajes centrales del libro. Pero todo salió bien. Tan sólo hay que acercarse a los centenares de testimonios gráficos de aquella fecha.
Por cierto, realizar la manifestación final en Madrid dos días después de la huelga general pudo suponer un auténtico error de cálculo sindical. No exagero. La idea inicial fue parar el 15D. No fue así, con gran acierto, ante la postura adoptada por la UGT y apoyada por las CCOO sin mayor margen de posibilidad. Se acercaba la Navidad. El calendario todo lo complicaba: la posibilidad de que el Gobierno aprobara el PEJ por la vía de urgencia antes de finalizar el año fue más que real. Tras muchos titubeos y miedos, plenamente fundados, la UGT aceptó convocar la huelga general con las CCOO. Plantearon que se realizara el miércoles 14 de diciembre, dejando pasar casi dos días para reflexionar y analizar lo que pudiera suceder, de cara a cerrar el 14D con una manifestación central en Madrid el viernes 16 de diciembre. Y que, además, terminaría en la Puerta del Sol. Con todo su simbolismo. Mantener aquella estrategia de movilización y presión 72 horas seguidas fue algo que, probablemente, nunca vuelva a suceder.
Todo fluye, recuerde el esperancismo. ¿Llegaron a sentarse en la mesa de negociaciones gobierno y sindicatos? ¿Llegaron a pactar algo? ¿Los planes del gobierno de congelaron?
El libro, precisamente, concluye el 16 de diciembre de 1988 aunque algo se dice y se examina sobre lo que sucedió, de forma posterior, pero sin mayores detalles. Quizá, en su momento, lo analice en futuras publicaciones. Te aseguro que se trata de una parte de la historia del 14D mucho más complicada de historiar que el antes y el durante de la huelga general.
Resumiendo: claro que se sentaron. En infinidad de ocasiones en las siguientes semanas. La primera reunión se produjo en plenas fechas navideñas -un 26 de diciembre- y dejó varias imágenes para la historia sindical de este país. En términos de victoria y con una CEOE totalmente desquiciada en paralelo. Sin embargo, el Gobierno hizo lo mejor que sabía: alargar y condicionar con imposibles una negociación sabiendo que tenía de su lado a la mayor parte de la oposición política, empresarios, medios de comunicación, clase dominante… Terminó pactando con la derecha política, representada en el Congreso, un tímido «giro social» en lo que se conoció como el «Pacto de San Valentín», al acordarse y votarse en el Congreso un 14 de febrero de 1989. Todo ello muy lejos de las reivindicaciones sindicales.
Con todo el 14D metió el miedo en el cuerpo a todos. Lo que explica, en resumidas cuentas, primero aquel pacto de Estado no escrito del 14 de febrero y la retirada del PEJ. Todo un éxito atribuible a la movilización sindical.
Le cito de nuevo, habla de don Felipe: «Incluso le dio la vuelta al PEJ para presentarlo con otro formato en 1994. Hasta consiguió hundir a Redondo años después cuando estalló el caso de la PSV. Estuvo hasta el final». PSV refiere a la cooperativa de viviendas de la UGT. ¿González planificó el hundimiento de Redondo con ese fracaso?
Brevemente: primero, hasta que no podamos acceder a la documentación conservada tanto en el archivo histórico de la Fundación Francisco Largo Caballero como la depositada en el archivo histórico de la Fundación Pablo Iglesias, poco más se puede afirmar con seguridad. Segundo, sabiendo lo que sabemos, y lo que hay publicado, González más que planificar sí aprovechó el caso de la PSV -y sobre el que habría que hablar largo y tendido en tanto predominan no pocos mitos y falsedades – para cargarse tanto a Redondo como a su equipo. Ahora bien, hay que tener presente que Gonz ález se la tenía jurada, desde hace mucho tiempo, a Redondo, y que es de los que se cobran las venganzas a su justo tiempo. Con sangre fría, que se dice.
Por cierto, la relación entre Redondo y González nunca fue fácil. No hubo nunca feeling. Predominó la desconfianza y la falta de sintonía personal. Dicho esto: en modo alguno se puede intentar examinar la evolución del socialismo español en los años ochenta y la primera mitad de los años noventa a través de dichas relaciones personales. Se trata de una vía pobre propia del amarillismo periodístico o del academicismo simplón.
Lo he dicho, escrito y defendido: al menos para estos años siempre existió una relación de respeto. Hasta ahí. El propio González lo reconoció tiempo después: tan sólo se lo perdió mucho tiempo después del 14D.
Cierra usted el libro con unas palabras de Nicolás Redondo: «Compañeros, hace falta una mayor participación al servicio de los trabajadores y de los sectores menos favorecidos…» unas palabras que, según usted mismo comenta, «interconectaban con todas las luchas del movimiento obrero español durante el siglo XIX y los tres primeros tercios del sigloXX». Perdone la descortesía, no me interpreta mal (ni usted ni Nicolás Redondo por el que tengo el respeto a él debido), ¿no exagera un poco el papel de Redondo en esta jornada? ¿No le da a su comportamiento demasiados atributos de coherencia y defensa de las finalidades obreras?
De cara a evitar cualquier posible interpretación errónea: el libro parte de una tesis doctoral en la que, en todo momento, siempre se resaltaron las relaciones y la evolución del PSOE y la UGT en tanto se centraba principal, aunque no únicamente, en las transformaciones del «socialismo español». Era lo que nos interesaba. Por otro lado, y lo he dicho y repetido en cada una de las presentaciones de la obra: en el Archivo Histórico de la Fundación Francisco Largo Caballero me abrieron de par en par sus fondos documentales. Algo que no sucedió con la Fundación Pablo Iglesias. Siempre con reticencias. Y, en menor medida, con el Archivo Historia del Trabajo de la Fundación 1º de Mayo.
¿Por qué ha resultado tan importante la Fundación Francisco Largo Caballero? Por lo siguiente: gracias a esa «familiaridad» y el contacto permanente entre los dirigentes del PSOE -en muchas ocasiones tambi én con cargos en el Gobierno – y los dirigentes de la UGT, he podido acceder a documentaci ón ministerial u oficial, pero sobre todo del PSOE, que probablemente no se pueda localizar ni en los archivos centrales ministeriales incluso hoy día ni, por supuesto, en la Fundación Pablo Iglesias, respectivamente.
Respondiendo, ahora y en directa, a tu pregunta: gracias a esta documentación recopilada he podido analizar, entender y reconstruir la muy complicada evolución por la que pasó la UGT y sus líderes en aquellos años. La posición de las Comisiones Obreras, tanto en los tiempos de Camacho como de Gutiérrez, resulta bastante más sencilla de historiar. Más allá de los conflictos internos. No pasa lo mismo con el caso de Redondo y su equipo. El viraje político y estratégico de Redondo y, repito, de su equipo, resultó enormemente complicado cuando se observan los escenarios y caminos que tuvieron que recorrer hasta el 14D. Rompieron, se enfrentaron y cuestionaron lo más sagrado para González y compañía: los designios de la «modernización socialista». Lo que implicó cargarse, al mismo tiempo, las centenarias relaciones «Partido-Sindicato». Su apoyo al 14D -y sin la UGT no hubiera habido huelga general- junto con la firme determinación que adoptaron en su camino, conduce a la tesis que se ha tratado de mantener: mientras que para las CCOO el 14D era un paso lógico, en cambio, para la UGT no fue así. Sufrió enormemente a nivel político, organizativo y personal tal convocatoria. Una vez dado el paso de convocar el 14D Redondo, liberado de no pocas cargas, volvió a su papel natural -por cierto con un gran coste personal y psicológico-: el del líder del sindicalismo socialista. Se lo hicieron, pagar muy caro pero no se achantó.
Las CCOO se la jugaron el 14D organizativamente. La UGT, Redondo y su equipo, se jugaron su propia supervivencia política-sindical. Justo en aquellos días de diciembre quien fuera secretario General de la UGT supo reconectar con toda la tradición histórica del sindicalismo socialista. Fue valiente. Y, por ello, creo que resaltar su protagonismo no está de más.
Dicho todo lo cual: si se dejó a Redondo desempeñar ese papel fue, en gran medida, gracias a la generosidad de las CCOO y su dirección Confederal.
Está bien visto lo que acaba de señalar. Justo es recordarlo.
Le permitieron «lucirse», es decir, protagonizar no pocos capítulos del 14D en busca de asegurar el éxito de la huelga general como el de asentar la débil y siempre cuestionada política de «unidad de acción» -antes que la «unidad sindical», lo que llegar ía tiempo después – por parte de buena parte de los cuadros sindicales de la UGT, bien empapados de toda la ret órica anticomunista al uso. Una estrategia llevada con inteligencia por parte de Antonio Gutiérrez y su equipo que condujo que Redondo, probablemente, tuviera más protagonismo que el que le hubiera correspondido. Si hasta se le cedió el último turno de palabras en la manifestación del día 16 de diciembre en Madrid sin ningún tipo de obstáculo y debate.
¿Qué papel jugó Antonio Gutiérrez y, más en general, CCOO en toda esta huelga? ¿Fueron el segundo sindicato en acción o tuvieron un protagonismo de hecho aunque el conflicto PSOE-UGT destacara más en titulares?
El libro no rehúye la polémica y no la voy a rehuir después de ciertas presentaciones. Una de ellas con el propio Gutiérrez en el Centre Cultural Blanquerna en Madrid el pasado 13 de marzo de este año. En él el propio ex-secretario General de las CCOO cargó duramente contra parte de las tesis que mantengo. Perfecto. El problema es que se fumigó el tiempo de respuesta. Del derecho de réplica. Soy de la opinión que en un debate más largo las diferencias hubieran sido menores. Supongo que, a pesar de las numerosas invitaciones para un segundo debate, este nunca será posible tras marcarse tal speech.
Estoy convencido de que no entendió que mi papel era el de un historiador académico. Exclusivamente. Con sus errores y virtudes. Me pregunto: ¿pensaba verse reflejado sin mayores críticas él por su papel como secretario General de CCOO por venir de donde vengo y siempre haber defendido una historia social comprometida? Yo no escribo ni para CCOO ni para ningún partido ni otro sindicato. Hago historia desde la teoría y metodología propia de mi profesión. Y él es un testimonio directo de primer nivel. Son dos mundos aparte que, o bien, pueden conectar, o bien, no. Sin mayores dramas. Lo problemático hubiera sido que estuviera de acuerdo conmigo en todo o en casi todo. Algo habría hecho mal en mi trabajo al haber confundido «militancias» con rigor académico más allá de algún que otro error motivado, en lo básico, por la falta de documentación precisa para internarme hasta el último detalle.
Lo voy a decir lo más claro que soy capaz: las CCOO son el gran sindicato de los años ochenta. El sindicato, por excelencia. Se enfrentó, siempre, en primera línea, contra los diferentes ejecutivos socialistas y sus políticas económicas, laborales y sociales. Fue enormemente generoso en el antes, durante y después del 14D siempre en busca de alcanzar uno de sus grandes objetivos históricos: la unidad sindical. Que cediera protagonismo a nivel comunicativo no significa que tuviera un papel menor. Fueron las Comisiones Obreras las que habían articulado, de forma sistemática y permanente, una respuesta sindical frente a lo que significó la «modernización socialista». Las CCOO jugaban en terreno conocido. La UGT, no. Ahora bien, creo que sería un error intentar medir quién contribuyó más o menos al 14D. Lo que sí terminó por constituirse en un grave error derivado de las desconfianzas tradicionales por parte de la UGT fue lo que sucedió en el Comité de Huelga unitario. Sin aquellos errores de «bulto» se hubiera podido, incluso, multiplicar la potencialidad de la huelga general del 14 de diciembre de 1988.
Por tanto, reivindicar el papel de las CCOO como el sujeto sindical principal en aquel momento no es hacer política sino examinar, con justicia, lo que sucedió en términos históricos.
Sé que me olvido de mil cosas. Disculpas. ¿Quiere usted añadir algo más, algo de todo eso que no le he preguntado?
Agradecerte el enorme esfuerzo de haberte leído el tocho de libro. Tus preguntas me han ayudado mucho a pensar en lo escrito. Muchas gracias.
El agradecido soy yo, debo ser yo. Gracias por el libro y por su tiempo.
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Nota de edición:
Primera parte de esta entrevista: Entrevista a Sergio Gálvez Biesca sobre La gran huelga general. El sindicalismo contra la «modernización socialista»: «El 14D no fue una huelga revolucionaria, fue una huelga profundamente democrática e interclasista en todos sus sentidos» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248483 .
Segunda parte: «La conocida chulería y prepotencia de los principales dirigentes socialistas alcanzaron una de sus cimas más altas» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248606
Tercera: Entrevista a Sergio Gálvez Biesca sobre La gran huelga general. El sindicalismo contra la «modernización socialista» (III), «Si repasamos las huelgas generales hasta el 14D vemos que todas son defensivas. El 14D transmutó su fisionomía de defensiva a ofensiva» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248956
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