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¿El 15-M apolítico?

Fuentes: Rebelión

«De un estado cuyos súbditos tienen tanto miedo que no pueden levantarse en armas, no se debería decir que la paz reina en él, sino solamente que no hay guerra. La paz, en realidad, no es ausencia de hostilidades, sino una virtud de la cual nace la fortaleza del ánimo. (…) A veces también sucede […]

«De un estado cuyos súbditos tienen tanto miedo que no pueden levantarse en armas, no se debería decir que la paz reina en él, sino solamente que no hay guerra. La paz, en realidad, no es ausencia de hostilidades, sino una virtud de la cual nace la fortaleza del ánimo. (…) A veces también sucede que la paz de un Estado depende solamente de la apatía de los súbditos, conducidos como si fueran ganado o ineptos para nada que no sea la esclavitud. Un país de este tipo tendría que llamarse desierto en lugar de Estado (…)

 B. Spinoza, Tratado Político.

 

Hacía al menos 76 años que el pueblo español no se alzaba sin miedo. El pueblo español (o la clase trabajadora delimitada bajo esa construcción histórica y contingente que llamamos «España») recibió una lección de muerte entonces, una lección impuesta por las armas que ha tardado mucho tiempo en olvidar; la paz sólo es compatible con el sometimiento, y el sometimiento sólo se asegura con el miedo. ¡Pues bien! El pasado 15 de mayo un pequeño grupo de valientes se atrevió a alzar su dignidad contra la lógica del miedo haciendo lo impensable, se apropiaron de un espacio, la plaza de la Puerta del Sol, y haciendo eso la liberaron. Tomaron la plaza de la Puerta del Sol para reivindicar sus derechos políticos, su derecho a pensar más allá del aislamiento organizado por los medios de (in)comunicación, su derecho a organizarse más allá de los mecanismos instituidos por el régimen partitocrático, su derecho, en definitiva, a la política. Porque el movimiento 15M (¡no nos equivoquemos!) es profundamente político y profundamente radical. Político porque recupera un espacio para la política allí donde ésta había sido secuestrada, expropiada, por los gestores del consentimiento. Radical porque rompe con el principal mecanismo de dominación del que se vale el poder de nuestra época para someter a su súbditos, la expropiación. La plaza de la Puerta del Sol (y todas las plazas del resto de las ciudades españolas, pronto las europeas) son el primer bastión, la primera zona liberada de la expropiación generalizada de nuestras condiciones de vida a las que nos somete la dictadura del mercado. Pensemos en la radicalidad del asunto, por primera vez en la historia de la democracia de nuestro país el pueblo se ha dotado de un espacio para la reflexión política, y al mismo tiempo, en la jornada de reflexión, ¡se los ha declarado ilegales! Lo que esta lógica revela es que la reflexión en nuestro país está privatizada, expropiada, robada al pueblo y puesta en manos de los grandes medios de masas controlados por las grandes empresas capitalistas, títeres de los grandes partidos políticos.

Lo sepan o no los que están en estos días liberando en las distintas plazas a lo largo de todo el Estado, su acto es profundamente radical, profundamente político y profundamente revolucionario. A la expropiación generalizada de todas nuestras condiciones de vida (la expropiación del pensamiento por parte de los medios de masas, la expropiación de la política por parte de los partidos, la expropiación de la economía por parte de las empresas) ellos han contrapuesto la apropiación efectiva de un espacio (para la política, para el pensamiento), y con ello, la recuperación de sus propias vidas. Hoy Sol, y el resto de las plazas españolas, son espacios liberados del mercado, son espacios libres reconquistados a la dictadura del capital y solo allí, donde el pueblo es dueño y gobierna sus condiciones de existencia puede existir y existe la verdadera política. Allí hemos comprendido, de repente, que la política es (como la vida) un campo de experimentación, y experimentando la política tomamos conciencia de todo lo que nos había sido robado, el analfabetismo político en el que se nos tenía sumidos, la enorme podredumbre servil a la que los poderosos daban el nombre de democracia. Como los prisioneros de la Caverna de Platon, solo al salir fuera de la caverna (al re-encuentro con ciudad y con los otros) hemos logrado darnos cuenta de que nuestra realidad consistía en la aceptación pasiva de un desfile de sombras controladas por los mismos que nos encadenan y nos separan, para que el encuentro directo de la política, que liga a los hombres y sus mutuas condiciones de existencia y dependencia, no fuera posible.

La reapropiación de las plazas por parte de los indignados configura un nuevo sentido de los espacios que denuncia la vieja funcionalidad de la ciudad y la desenmascara; todo lo que allí había antes eran sombras, sombras de libertad, sombras de ciudadanos, sombras de democracia. Revela, ante todo, que la funcionalidad de la ciudad consiste en ser un espacio para la circulación constante de mercancías aseguradas por el control policial. Si la policía aún no ha procedido al desalojo brutal de toda esta vida política que ha tomado la ciudad, solo se debe a que la enorme reacción ciudadana ante las primeras represiones del domingo ha obligado a los aparatos del poder a contemporizar con el mal, esperando que este se extinga por sí solo o logre encauzarse por los canales de la normalidad.

Ahora bien, llegados a este punto es necesario plantear lo siguiente, ¿seremos capaces de ser consecuentes con nuestros actos?, ¿seremos capaces de asumir la radicalidad de nuestras acciones? Recordemos, 40 individuos fueron los primeros y a ellos se les han unido millones de personas a lo largo de todo el país en menos de una semana, ¿no nos da esto una lección acerca de lo vano, de lo inútil, que es el miedo? Estos han sido nuestros actos, su radicalidad nos pone ahora bajo la expectante mirada de muchas personas del mundo, ¿estaremos a la altura de nuestros actos? Pues ellos nos invitan a realizar lo imposible, lo impensable desde la perspectiva del poder, pero lo único sensato al fin de al cabo; la realización efectiva de la libertad, de la paz y de la democracia en una sociedad sin miedo ni sometimiento mediante la apropiación libre y democrática de nuestras condiciones de existencia. De momento debemos continuar por este camino sin miedo y aprendiendo de esta experiencia, pues pase lo que pase a corto plazo, la experiencia es lo suficientemente revolucionaria como para que rinda sus frutos a largo plazo. Pues como decía Maquiavelo;

«Y quien llega a ser un señor de una ciudad acostumbrada a vivir libre y al punto no la destruye, que tema ser destruido por ella, porque ésta tiene siempre por refugio en sus rebeliones el nombre de la libertad y sus viejas costumbres, las cuales ni por el paso del tiempo ni por beneficio alguno se olvidarán jamás»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR