La del alba sería cuando los indignados del 15-M acamparon en la plaza, tan contentos, tan gallardos, tan alborozados por verse ya secundados por el mundo entero, que el gozo les reventaba por las tiendas de campaña… Así podría dar comienzo al relato de las aventuras y andanzas de la ingeniosa revuelta del 15-M. Si […]
La del alba sería cuando los indignados del 15-M acamparon en la plaza, tan contentos, tan gallardos, tan alborozados por verse ya secundados por el mundo entero, que el gozo les reventaba por las tiendas de campaña…
Así podría dar comienzo al relato de las aventuras y andanzas de la ingeniosa revuelta del 15-M. Si se me permite (y no veo a nadie a mi alrededor que vaya a impedírmelo) voy a llevar esta burda comparación un poco más lejos. En su primera aventura nada más salir de la venta armado caballero, Don Quijote se encuentra con un rico hacendado que tiene atado a un mozo de 15 años a una encina, en disposición de azotarle. El muchacho resulta ser un criado suyo, pastor por más señas, y está castigándole por no guardarle bien las ovejas. Pero las cosas no están tan claras: en el curso de la conversación nos enteramos de que el amo le debe 9 meses de sueldo al zagal, algo que no es baladí. Don Quijote, furioso, hace cuentas y, luego de hacerle desatar al muchacho hace jurar al rico labrador que pagará lo que debe (63 míseros reales), a pesar de los intentos del deudor por descontar del salario unos zapatos que le había dado y «unas sangrías que le habían hecho estando enfermo». Don Quijote, que estará loco pero que no es idiota, , no traga e insiste en el juramento… que el otro acaba aceptando porque, no lo olvidemos (y este es uno de los elementos que me interesa subrayar de la historia), nuestro universal caballero andante era una «figura llena de armas, blandiendo la lanza» delante del rostro del rico labrador. Pero terminemos: el labrador jura («que yo juro por todas las órdenes de que de caballerías hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados»), Don Quijote queda satisfecho (aunque le amenaza con volver a castigarle si no cumple) y marcha. Andrés, contento, se vuelve a su amo y le pide lo suyo… que recibe puntualmente: en cuanto el rico hacendado pierde de vista la lanza que le amenazaba, torna a atar a Andrés a la encina donde estaba atado antes de que apareciera nuestro héroe y le da tal paliza, «que le dejó por muerto».
¿Y a qué viene este ponerse quijotesco? Más aun, ¿tiene realmente esta tremenda historia algo que ver con el 15-M? A mi modo de ver, sí. Y añadiría: por desgracia. Trataré de explicar todo esto con la mayor claridad posible, aunque lo más fácil es que fracase en el intento.
Para empezar, uno cree que Don Quijote, entre otras muchas miles de posibles lecturas, es una maravillosa y agridulce metáfora de la revolución, de la eterna lucha de los desahuciados, los desheredados, los parias… (añádase el adjetivo que se desee)… contra la tiranía de una realidad de la que es (casi1) imposible escapar. Don Quijote es la revolución permanente, la subversión de la realidad, la lucha frontal contra el poder establecido, contra la Realidad opresiva y alienante. Pero, al mismo tiempo, es la crónica (casi anunciada) del fracaso igualmente permanente de ese enfrentamiento, de esa lucha, de esa revolución. Es inevitable no sentirse identificado con el valiente caballero andante y sus nobles intenciones. ¿Cómo no apoyarle cuando se enfrenta, caso de nuestro ejemplo, contra el explotador, obligándole a dar a su empleado lo que le corresponde? Ahora bien, en su propio intento, más aun, en la esencia misma del quijotismo está su debilidaDon Pero vayamos por partes.
Sí, en efecto. Estoy caracterizando al 15-M como quijotesco, pero quizá no en el sentido clásico del término, como trataré de explicar en las líneas que siguen. Aun así, es obvio que existen muchas diferencias (algunas más que evidentes) entre ambos elementos. Digamos, de entrada, que el paralelismo es algo forzado y, si lo he elegido es más por un gusto personal por lo literario-grotesco que por cualquier otra razón. Dicho esto, dejémonos de preámbulos y vayamos al grano. Lo mejor del 15-M ha sido precisamente lo que más le diferencia de cualquier quijotismo, esto es, su carácter de multitud, frente al individualismo que es elemento esencial de cualquier Quijote que se precie. Volveremos más adelante sobre esto, porque considero que es al mismo tiempo su fuerza y su debilidaDon Y pospongo este asunto porque lo que pretendo ahora es resaltar los aspectos quijotescos del 15-M. El principal, sin duda alguna, el carácter débil de sus planteamientos ideológicos. Tanto en el caso de Don Quijote como en el del 15-M no hay una propuesta de fondo, es más, aunque se plantea como una revolución, una subversión, en realidad no hay tal. En el ejemplo de Andresillo y su rico labrador, Don Quijote socorre al débil y oprimido, sí, pero no se plantea la relación de propiedad existente entre ambos. Para Don Quijote, lo que se ha producido es un abuso en una situación de dominio que no se cuestiona, la de amo-criado, tan natural como la vida misma. El problema está en que no le paga lo que le debe y, para colmo de villanía, le está azotando salvajemente. En el momento en que el amo cumpla con su obligación de pagador y le trate con humanidad, la situación estaría salvada. Algo similar sucede con las peticiones del 15-M, es más, podríamos incluso hacer la misma pregunta del párrafo anterior: ¿cómo no apoyarlas cuando piden democracia real, dación en pago, etc.? Como en el caso de Don Quijote, todas y cada una de las propuestas salidas de las asambleas del 15-M están en la dirección (loable, sin duda) de paliar los efectos de una situación insostenible, como es la que se deriva de la supuesta crisis2 en que el movimiento ha surgido. Parecería como si solucionando esos problemas puntuales, hechas esas correcciones democráticas, todo estaría solucionado. Eso sí, nada de plantearse la subversión real del sistema económico realmente existente, nada de plantear la supresión, la eliminación completa del Capital… Pero quizá en este aspecto esté siendo algo injusto. Habré de volver sobre ello en párrafos posteriores.
Otra similitud importante es, a mi juicio, definitiva en cuanto a mi valoración personal se refiere: su ausencia de poder, o mejor dicho, la incapacidad que ha demostrado para imponer sus propuestas (al menos hasta la fecha). El ejemplo, una vez más, de Andrés y su rico amo es elocuente, aunque en este caso Don Quijote tiene una mínima (y mísera) ventaja: en principio, el caballero andante logra imponer su voluntad de justicia y arranca una promesa del rico labrador, gracias a sus armas y en particular a esa lanza que blandía ante sus narices. Pero de nada le sirvieron esas armas en cuanto siguió su camino y dejó al pobre Andrés en las manos (en las garras, habría que decir) de su amo. Éste, sabiéndose impune, propina al zagal no ya la serie de azores que pensaba darle, sino una paliza tal que, como hemos dicho, «le dejó por muerto». Lo del 15-M ha sido incluso más triste. Privados de armas y con la sola fuerza de la acumulación de gente (la multitud) ni siquiera pudo arrancar una migaja de promesas por parte de los partidos que, en esos momentos se disputaban los poderes ejecutivo y legislativo. Más aun, los defensores del sistema se rieron abiertamente de ellos en cuanto se supieron inmunes (si bien en los primeros instantes, al igual que el rico hacendado, tuvieron su momento de temor). Y apenas unos meses después, con el partido de turno en el poder, uno empieza a sentirse un poco como Andrés a punto de ser atado a la encina.
Eppur, si muove… Sí. A pesar de todo, el movimiento sigue existiendo. O al menos uno quiere creer que así es. Hasta ahora no he hecho más que señalar lo que me parece criticable del 15-M, pero tendría que haber empezado diciendo que uno siente una entrañable simpatía por él. De hecho, a lo largo del presente artículo he ido reenviando a futuros párrafos ciertos aspectos que, a mi juicio, merecían un planteamiento algo más profundo. Es lo que intentaré hacer ahora, aunque tampoco espere el lector que baje a grandes profundidades.
Dije al inicio del artículo, cuando estaba comparando al 15-M con Don Quijote, que la principal diferencia entre ambos términos era el carácter de multitud del 15-M frente al individualismo del héroe cervantino. Ahí radica, a mi juicio, su más interesante característica, al par que una de sus debilidades. No voy a entrar ahora a ponderar las virtudes de un movimiento multitudinario (spinoziano, casi me atrevería a decir), porque me parecen evidentes y ha habido quien lo ha hecho mejor de lo que pudiera hacerlo yo. Baste decir simplemente que sólo mediante un movimiento que implique a una gran parte de la sociedad se puede siquiera intentar un cambio relevante dentro del sistema en que vivimos. Parafraseando al Ché, podríamos decir que hay que crear uno, dos, tres, cien 15-M. Algo así, por cierto, se vivió (y de algún modo creo que se sigue viviendo) en octubre pasado, si bien el carácter intermitente de estas manifestaciones pueda parecer que le resta fuerza y alcance3. Y éste es, precisamente, un elemento que considero esencial (como ya he comentado antes) y que trataré de conectar con el segundo punto que había dejado pendiente, cuando acusé al 15-M de no subvertir el sistema, de no atacarlo en sus raíces más profundas.
Es evidente la renuncia que, desde el primer momento, hizo el 15-M con respecto al uso de la violencia. Si algo lo caracterizaba, entre otras cosas, era ese pacifismo expreso que adoptó como seña de identidad y que, dicho sea de paso, resultó ser una estrategia inteligente, por cuanto impidió a las «fuerzas del orden» recurrir a la violencia para enfrentarse a ellos (si bien lo intentaron constantemente, recurriendo incluso al viejo truco de los policías infiltrados entre los manifestantes y que se convierten en provocadores4). Igualmente, he comentado cómo podría estar siendo injusto al decir que el 15-M no cuestionaba de raíz el sistema realmente existente, conformándose con hacer propuestas-parche, de cara a paliar las situaciones injustas que dicho sistema genera. Jugando a mezclar ambas ideas, me atrevo a afirmar que es complicado pensar en un intento de cambiar las cosas (hacer la revolución) sin utilizar medios violentos. Y, sin embargo, la conjunción de ambos elementos podría ser interesante. Veamos cómo.
No cabe duda de que se puede tomar el poder mediante la violencia (llamémosle, mediante el «método tradicional»). Ahora bien, el coste en vidas humanas y el desastre en todos los niveles que semejante método lleva siempre consigo hace que se puedan sentir algo más que escrúpulos éticos antes de lanzarse a semejante aventura. Una posible alternativa es la de enfrentar al enemigo usando sus propias armas o incluso mejor aun, usando su fuerza para que se vuelva en su contra.Habría una situación ideal, que sería la de conseguir que el enemigo se pasara a nuestro bando, o descabezar al enemigo para que las «fuerzas del orden», al quedar huérfanas de mandos, se unieran al pueblo al que de verdad pertenecen. Pero estas cosas sólo pasa en las películas (véase «V de vendetta»). Si se me permite (es ya la segunda vez que uso esta fórmula: habrá que pensar en jubilarla de una vez5), diría que el 15-M puede significar un nuevo modo de hacer la revolución, un nuevo método que combinaría el radicalismo (en su sentido etimológico de «ir a la raíz del asunto») de un Lenin, tanto el histórico como la figura que invoca Žižek en su «Repetir Lenin», con la no violencia activa de un Gandhi (que está muy lejos de ser esa Teresa de Calcuta hindú que se nos quiere vender) y la inteligencia táctica de un Lawrence de Arabia. Un simple y burdo esquema podría ser el que trataré de esbozar en el siguiente y breve párrafo.
La consecución de objetivos maximalistas no suele ser fácil de buenas a primeras. El «enemigo» no sólo lo sabe perfectamente, sino que lo lleva aplicando desde hace siglos; de hecho, se encuentra actualmente inmerso en esa tarea, que no es más que la de conseguir que el enemigo se pase a sus filas, es decir, que pensemos como quieren que pensemos. Dicho en dos palabras: subsunción real. ¿Y qué es lo que está haciendo y deberíamos ser capaces de imitar? En primer lugar, sembrar el miedo, creando así una situación de alarma que genere una corriente de opinión favorable a los propósitos que se persiguen («la crisis es horrible; si todo sigue así, nos hundiremos en la miseria; hay que hacer algo para atajar el estigma del paro»); posteriormente, iniciar movimientos sencillos, poco arriesgados y que no atenten contra la esencia del sistema («los recortes son necesarios porque la crisis es terrible»); y acabar llevando el agua al molino que se desea («esos servicios que se reciben del estado no son más que privilegios desfasados que hay que eliminar, tales como educación, sanidad, etc.»). En la dirección contraria, ¿no sería deseable una empresa similar? Las propuestas del 15-M, ¿no podrían ser perfectamente ese segundo momento, esa petición razonable para cambiar las cosas que, en puridad, no atentan contra nada de lo establecido, sino que tratan de mantenerlo para que las cosas vayan mejor? Respecto al uso de la violencia, al que se ha renunciado, ¿no estaríamos en un punto estratégico que impediría al enemigo hacer uso, precisamente, de su tremenda capacidad represiva? Ahí, la inteligente figura de Gandhi se yergue como un sabio camino a seguir (y algunas acciones del tipo «aquí no paga nadie»6 se han empezado a ver en algunos lugares). Y por ese camino, las posibilidades que se abren son infinitas… Sólo nos queda esperar que se produzca el encuentro, ese bendito encuentro que tan estupendamente bien explica Althusser en «La corriente subterránea del materialismo del encuentro».
Es obvio que lo que acabo de desgranar en unas pocas líneas merecería una exposición más profunda y detallada. Pero ni éste es el lugar ni, me temo, yo soy el más indicado. De lo que no cabe duda es de que no se puede dejar pasar la ocasión como si nada hubiera pasado, tal que aquél otro personaje cervantino, el valentón que aparecía en aquel soneto dedicado al túmulo de Felipe II y que, tras decir dos frases, «caló el chapeo, requirió la espada / miró al soslayo, fuese, y no hubo nada». La alternativa está en la resignación cristiana (a la que un servidor le diría aquello de «aparta de mí ses cáliz», o ponernos todos juntos a cantar aquella hermosa canción de Asfalto: «Ven, Capitán Trueno, haz que gane el bueno».7
Notas:
1 Este «casi» vendría ejemplificado por la locura, esa huída de la Realidad que la modernidad (y la posmodernidad también) está decidida a eliminar a base de psicología, psiquiatría, neurocirujía y demás miembros de la familia.
2 Supuesta, sí, por cuanto esto debería calificarse más como «estafa», tal como hace Matt Taibbi en «Cleptopía. Fabricantes de burbujas y vampiros financieros en la era de la estafa». Ed. Lengua de Trapo
3 Salvo que quisiéramos buscar enlaces con otros movimientos altermundistas, tales como los que se vivieron en Seattle, Praga, Génova y otras ciudades a lo largo del presente siglo y la última década del pasado… Pero esto sería ir demasiado lejos, me parece.
4 A este respecto, sería interesante un análisis de cómo en nuestra sociedad se ha anatematizdo la violencia como intrínsecamente mala, a pesar de que se usa constantemente y de muy diversas maneras desde los centros de poder.
5 He estado incluso a punto de repetir el mismo y pésimo chiste
6 La idea no es mía: Dario Fo la propuso hace ya muchos años (concretamente en 1974) en la obra que lleva este título.
7 Sí, ya sé que la figura de mi querido Trueno es políticamente incorrecta pero, ¡carallo!, es que ganaba siempre.
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