La gran depresión, que arranca con el crac de 2008, marca el fin de un sueño/pesadilla de un cuarto de siglo. El modelo neoliberal, que consiguió dividir a clases populares y clases medias enriqueciendo a grandes propietarios y rentistas, pilotó alrededor de la creación de una demanda ficticia. Ficticia porque no estuvo alimentada por las […]
La gran depresión, que arranca con el crac de 2008, marca el fin de un sueño/pesadilla de un cuarto de siglo. El modelo neoliberal, que consiguió dividir a clases populares y clases medias enriqueciendo a grandes propietarios y rentistas, pilotó alrededor de la creación de una demanda ficticia. Ficticia porque no estuvo alimentada por las rentas del trabajo sino por la renta financiera e inmobiliaria, por el endeudamiento y la apuesta bursátil. El proyecto fue restaurador en lo social y lo ideológico porque trató de generar crecimiento hundiendo salarios y precarizando empleo. Pero sólo pudo durar casi tres décadas porque se ganó a una parte de las clases medias, e incluso a una fracción de las clases populares: aquéllos con salarios regulares y capacidad adquisitiva suficiente para comprar productos financieros e invertir en bienes inmuebles. Sólo pudo hacerlo por medio de una erosión persistente del sistema político democrático, abandonando, poco a poco, a los jóvenes a su suerte.
¿Qué va a pasar ahora? Los bancos, que son los grandes ganadores del neoliberalismo, estuvieron a punto de perder el poder acumulado a lo largo de un cuarto de siglo. La única razón por la que «los expropiadores no fueron expropiados» (K. Marx) en aquellos meses críticos es que los gobiernos de centro eran y siguen siendo sus representantes políticos. Los gobiernos de centro, arropados por el bipartidismo, declararon que toda la economía caería si el poder de la finanzas y de sus gestores privados pasaba a manos públicas, a manos ciudadanas. Ahora los bancos hacen lo de siempre: negocios para sus clientes, preferentemente para sus grandes clientes que son los que tienen más incentivos para adquirir productos financieros de alto riesgo. Igual que en los años treinta el problema no es de escasez de dinero sino de exceso del mismo en manos equivocadas, es un «problema de abundancia» (J. M. Keynes). Ese exceso de liquidez persistirá hasta que se produzca una reforma fiscal progresiva, un control de los flujos de capital especulativo y una reconstrucción de la sociedad del trabajo que tenga en cuenta a los jóvenes y su futuro. Sólo esto podrá financiar sistemas públicos de pensiones, una vida digna para las mayorías, abrirá proyectos de vida para los jóvenes. Los ideólogos del neoliberalismo (Huntington, Friedman, Bell) decían hace 40 años que democracia y desregulación financiera son incompatibles. Tenían razón. El discurso de los bancos centrales y los viajes de Zapatero a las plazas financieras mendigando otra oportunidad lo demuestran de forma impactante. El capital sobreacumulado sigue fuera de control y pasa a la ofensiva. Hace lo que siempre ha hecho: buscar la máxima rentabilidad para sus ricos clientes sin pensar en el interés general.
¿Hasta cuándo? Antes o después habrá que domesticar al sector financiero. La deuda de los bancos que ahora avalan los gobiernos es impagable, pero los gobiernos están manos de los bancos que quieren cobrar su deuda pase lo que pase, exprimiendo hasta la última gota del sudor de los inocentes. Los gobiernos seguirán bombeando recursos públicos hacia el sector privado en espera de que éste cree empleo con exportaciones. Se intentarán hundir aún más los salarios para que sean competitivos hacia fuera, se forzará aún más el sector exterior para sanearse a costa del vecino, en Europa se abrirá una brecha creciente entre el norte y el sur. En el mundo habrá disimuladas escaramuzas proteccionistas para intentar que no se noten y así evitar represalias. Los bancos centrales de países con superávit comercial comprarán monedas de los países con déficit para mejorar su propia competitividad. Puras escaramuzas, un juego de suma cero incapaz de sacar la economía occidental de lo que se antoja como un largo período de crecimiento estacionario. Si no se contempla la reforma fiscal, la liquidez seguirá tiranizando a unas poblaciones a las que ya no se podrá compensar con una demanda ficticia basada en el endeudamiento. Esto cuarteará las alianzas entre neoliberalismo y sociedad, algo que aquél intentará evitar por todos los medios. El terremoto en Japón y la subida del precio del petróleo pueden complicarlo todo un poco más acelerando el declive del dólar y añadiendo aún un poco más de especulación sobre la deuda soberana.
¿Cómo van a responder las poblaciones en medio de este desconcierto? Las dos últimas veces que se dio un crecimiento estacionario similar en el último cuarto del siglo XIX y en el período de entreguerras, el nacionalismo abrió el campo ideológico a la reacción. En los años 1930 toda Europa, con la excepción de Escandinavia y las dos breves primaveras de España y Francia, se decantó hacia la derecha mientras América prácticamente entera lo hizo hacia la izquierda. Pequeños autónomos y grandes propietarios consiguieron desmontar el sufragio con ayuda del ejército, el gran capital industrial y la renta. Ecos parecidos nos llegan de algunos lugares destrozados por las curas neoliberales, músicas similares cuajan en los intersticios de los partidos del centro-derecha occidental.
¿Cómo van a responder las poblaciones? En un primer momento la distancia entre clases medias y clases populares, la clave del futuro político del mundo occidental, aumentará con la privatización de servicios públicos: ya estamos en ese escenario. Grecia empezó, siguen Irlanda, Portugal y España. La esperanza de vida entre ricos y pobres aumentará, las ciudades se degradarán junto con las universidades públicas, los espacios comunes que hoy comparten clases medias y populares -barrios, plazas, colegios, hospitales- irán borrándose siguiendo el ejemplo de América Latina en los años ochenta. Este proceso podrá ralentizarse en las zonas más lindas del capitalismo, pero en el resto una parte de la clase media caerá en una espiral de empobrecimiento con todos sus miembros dentro, sobre todo los empleados públicos y sus hijos, que están mejor preparados que nunca. Sentados en bancos roídos de parques abandonados se verá a la clase media echando de comer a las palomas. Ahí se encontrará con unas clases populares aún más empobrecidas que ella.
¿Para hacer qué? Tal vez para formar un bloque social con capacidad de forzar una versión no autoritaria de una nueva economía-de-toda-la-casa, de-todo-el-planeta. ¿Cómo? Poniendo en marcha un proceso de convergencia de ciudadanos desiguales unidos por un programa mínimo antineoliberal, empoderando a la ciudadanía, incorporando a sectores amplios de la población a la acción política directa, impugnando el sistema político y económico que lo engendró. La primera fase de este proceso fue la creación de la red de Mesas de Convergencia Ciudadana en febrero de este año. La segunda, el movimiento del 15 de mayo que está sacudiendo toda la conciencia del país. Una tercera y una cuarta ola seguirán sin duda a las primeras hasta que caiga el gigante.
Armando Fernández Steinko. Profesor de la Universidad Complutense de Madrid
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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