Nota previa: Este escrito es fuertemente deudor, con toda evidencia, de las aportaciones más que imprescindibles de dos grandes estudiosos, investigadores y activistas del tema: Paco Puche y Francisco Báez Baquet. Del libro de este último, Amianto. Un genocidio impune, he tomado prestados la mayoría de los datos, historias e informaciones. Al escribirlo he recordado […]
Nota previa: Este escrito es fuertemente deudor, con toda evidencia, de las aportaciones más que imprescindibles de dos grandes estudiosos, investigadores y activistas del tema: Paco Puche y Francisco Báez Baquet. Del libro de este último, Amianto. Un genocidio impune, he tomado prestados la mayoría de los datos, historias e informaciones.
Al escribirlo he recordado también las referencias y reflexiones que Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) hiciera sobre el asunto desde mediados de los años setenta en sus clases de Metodología de las Ciencias Sociales de la Facultad de Económicas de la UB, cuando pocas personas hablaban en nuestro país de esta criminal tragedia industrial, obrera y civilizatoria. También aquí, como en tantos otros temas, vio antes y mucho mejor que otros. Entre lo mejor, sin duda, de nuestra tradición. Como Paco Puche, como Paco Báez, como Paco Fernández Buey.
Hace apenas dos años y medio, el 2 de diciembre de 2011, se celebró un acto conmemorativo en Chile, en el décimo aniversario de lo sucedido. El recuerdo incluyó la pública quema de un muñeco que representaba una inmolación. ¿Qué había pasado diez años antes, qué se conmemoraba?
Mañana del 30 de noviembre de 2001, Palacio de la Moneda, Santiago de Chile, 28 años después del golpe militar del general asesino Augusto Pinochet. Un trabajador de 52 años se clava un cuchillo de grandes dimensiones en el abdomen, se rocía con combustible y se quema a lo bonzo. No sabemos muy bien cómo pero pudo entregar una carta a los viandantes de la plaza, a los aterrorizados transeúntes, antes de morir. Decía así:
«Mi nombre es Eduardo Miño Pérez, CI 6.449.449-K, militante del Partido Comunista de Chile. Soy miembro de la Asociación Chilena de Víctimas del Asbesto. Esta agrupación reúne a unas 500 personas que están enfermas y muriéndose de asbestosis. Participan las viudas de los obreros de la industria Pizarreño, las esposas y los hijos que también están enfermos solamente por vivir en la población aledaña a la industria». Habían muerto ya más de 300 personas de mesotelioma pleural, el cáncer causado por respirar asbesto.
Eduardo hacía «esta suprema protesta» denunciando: 1. A la industria Pizarreño y su holding internacional, por no haber protegido a sus trabajadores y sus familias del veneno del asbesto. 2. A la Mutual de Seguridad por maltratar a los trabajadores enfermos y engañarlos en cuanto a su salud 3. A los médicos de la aseguradora, por ponerse de parte de la empresa y mentirle a los trabajadores no declarando su enfermedad. 4. A los organismos de gobierno por no ejercer su responsabilidad fiscalizadora y ayudar a las víctimas.
El militante del PC de Chile explicó que había elegido «esta forma de protesta, última y terrible, en plenas condiciones físicas y mentales como forma de dejar en la conciencia de los culpables el peso de sus culpas criminales». Su inmolación, «digna y consecuente», la hacía extensiva también contra los grandes empresarios «culpables del drama de la cesantía, que se traduce en impotencia, hambre y desesperación para miles de chilenos», contra la guerra imperial «que masacra a miles de civiles pobres e inocentes para incrementar las ganancias de la industria armamentista y crear la dictadura global», contra la globalización «hegemonizada por Estados Unidos.», contra un ataque «prepotente, artero y cobarde» que se había producido en aquellas fechas a la sede del PC de Chile.
Finalizada del siguiente modo: «Mi alma, que desborda humanidad, ya no soporta tanta injusticia» (El padre de la compañera de Eduardo, Manuel Cerda, fue también trabajador de la empresa Pizarreño hasta mediados de los años setenta: murió de asbestosis quince años después, en 1989).
¿Ya no soporto «tanta injusticia»? ¿Exageraba el trabajador inmolado, el militante del PC de Chile? No, en absoluto.
1933, Estados Unidos. La empresa Johns Manville negoció con un abogado que representaba a once ex trabajadores de la empresa, todos ellos víctimas de asbestosis. Tras el acuerdo, el abogado recibió 30 mil dólares de aquel entonces. Condición sine qua non para el pacto impuesto por la empresa: una promesa escrita y firmada de que los trabajadores afectados no participarían, directa o indirectamente, en nuevas acciones. El acuerdo no salió a la luz durante 45 años, hasta finales de los setenta. De haber conocido la opinión pública norteamericana las cláusulas empresariales es altamente probable que los peligros de la industria genocida del amianto hubieran salido a la luz mucho antes, que la opinión pública se hubiera alarmado antes, que hubiera tomado mayor consciencia.
Segundo caso: la empresa Owens-Corning ocultó durante años lo que sabía acerca de los peligros del amianto. Y no sólo eso: tergiversó el conocimiento del peligro de «Kaylo», uno producto por ellos fabricado que contiene amianto. En 1956, después de haber sido informados por el Laboratorio Saranac de que el polvo del producto era tóxico y de que el asbesto (o amianto) era cancerígeno, Kaylo, sin hacer ni caso, pensando estrictamente en su cuenta de resultados, lo anunciaba en su publicidad como producto no tóxico.
Hay muchos más ejemplos.
Unos 125 millones de personas de todo el mundo se encuentran actualmente expuestas al amianto, un producto que sigue sin estar prohibido en muchos países del mundo. Unos cien mil fallecen cada año. La producción total del amianto en el siglo XX está estimada en unos 174 millones de toneladas: ¡174.000.000.000 kilogramos!
Muchas personas más están expuestas en razón de su vecindad a centros de producción, por exposición doméstica, por contaminación medioambiental, a través del transporte, a través de los residuos, a través de malas prácticas de limpieza o reordenación industrial realizadas en pésimas condiciones (o en ausencia total de ellas) de seguridad. Sin información a los trabajadores implicados.
Se ha calculado que sólo entre 1940 y 1979 unos 27,5 millones de trabajadores estuvieron expuestos al amianto en sus trabajos; los niveles de exposición de casi 19 millones de estos trabajadores se consideran altos. Muchos más han seguido siendo expuestos desde entonces.
El rayo mortífero no cesa, no han querido, no quieren que cese.
Una unidad de medida, la DALYs (Disability-Ajusted Life Year), número de años perdidos por la mala salud, la discapacidad o la muerte prematura, sitúa la cifra en 1.523.000 por año. En cuanto a la muerte prematura se habla de 14,23 años per capita entre las personas expuestas.
Respecto al mesotelioma, el cáncer originado por la exposición al amianto, las cifras anuales han sido estimadas en 43.000 muertos y en 564.000 DALYs. Tres décadas después del pico de mayor consumo de amianto en EEUU, en el Imperio del Caos y la guerra todavía se sigue produciendo unos 3.200 casos anuales de mesotelioma, muchos de ellos mortíferos
James Leigh, ex director del Centro de Salud Ocupacional y Ambiental en la Escuela de Salud Pública de Sidney en Australia, ha hablado, en una estimación que él mismo considera conservadora, de un total de entre 5 y 10 millones de personas muertas por cánceres relacionados con el amianto en 2030.
En algunos puestos de trabajo, los niveles de asbesto excedieron rutinariamente las pautas vigentes de la OSHA norteamericana en un rango de entre 200 y 400 veces.
En los países de Europa Occidental, aproximadamente medio millón de personas (la tercera parte de la población de una ciudad como Barcelona) podrían morir a causa del amianto en una epidemia que podría durar más allá de 2030.
Ha habido contaminación ambiental a causa del amianto incluso en la misma Antártida.
Las anteriores son estimaciones formuladas por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Si alguna duda cabe es por subregistro, ha comentado Francisco Báez. A ello conduce el ocultamiento que practican algunas naciones que exportan el mineral (Rusia, por ejemplo) y la existencia de países donde las estadísticas son inexistentes o tan deficientes que su fiabilidad es nula.
Cuando media degradación por obsolescencia del amianto instalado, afecta a toda la población general y al medio ambiente.
El record de tiempo de latencia, el tiempo transcurrido entre el inicio de la exposición y el momento de aparición de los síntomas, se cifra en 75 años en el caso del mesotelioma. Lo más frecuente es que oscile entre los 30 y 40 años, sin que quepa descartar surgimientos por debajo de los 20 años.
No existe umbral de exposición, en intensidad y/o en duración, por debajo del cual se pueda comprobar que el riesgo es nulo. No hay riesgos nulos, no suele haberlos. Tampoco en el caso de la industria nuclear, otra industria hermana. La probabilidad en la afectación, eso sí, en el caso del amianto, es proporcional a la intensidad acumulada en la exposición.
Esta «espada de Damocles», no viene aislada. Otras patologías más «benignas» del amianto presentan síntomas similares a los del mesotelioma. Entre otros, los engrosamientos pleurales, los derrames pleurales no malignos, y en algunos casos, las placas pleurales hialinas. Son necesarios años de seguimiento médico, en el caso de los derrames, para poder descartar un diagnóstico de malignidad. Nunca cabe descartar una ulterior transformación maligna, aunque se trate de una posibilidad poco probable.
Sólo algo más de cinco decenas de países han prohibido el amianto. Grandes y extensas naciones, con enormes poblaciones (China, Rusia, India, Brasil o Indonesia) permiten su comercio y uso industrial. Riesgos inevitables, señalan, de la industrialización imprescindible. Males menores para grandes bienes futuros.
En algunas naciones como Canadá o los Estados Unidos, impera un desuso casi completo sin que exista una verdadera prohibición generalizada. Sólo algunos usos específicos están expresamente prohibidos. En naciones en las que se cuenta con una prohibición, el caso de los países integrantes de la Unión Europea, se contemplan excepciones (el caso de la industria del cloro). Francisco Báez a boga por una prohibición mundial. Debería ser absoluta, sin excepciones.
España fue una de las últimas naciones de la UE en incorporarse a la prohibición de todos los tipos de amianto (incluyendo al amianto blanco o crisotilo). Fue efectiva a partir del año 2001. Fue así, muy tarde, no hay duda sobre ello, por la acción afectiva del lobby de la industria española del asbesto. Poderoso, muy poderosos caballero es Don dinero.
¿Cuántos muertos, cuántos sufrimientos, cuántos casos aún latentes, cuántos fallecimientos en el futuro próximo, cuántos casos no diagnosticados? Podemos conjeturar el peor escenario. En España, además, existe un claro problema de subregistro en ausencia de una estadística oficial fiable y científicamente idónea, de generalizada aceptación. Es proverbial, y así ha sido denunciado a nivel internacional en el ámbito científico ha comentado Paco Baéz, nuestra exhibición de irreales cifras de afectación y de mortalidad, netamente incompatibles con nuestro pasado de importante utilización del amianto, en condiciones higiénicas no precisamente ejemplares. No es meramente casual.
Para Paco Puche y Francisco Báez la industria del amianto es la mayor catástrofe industrial de la historia de la Humanidad, atendiendo a la extensión de la afectación y a la intensidad del sufrimiento que genera. Difícilmente cualquier otro contaminante podría disputarle ese siniestro primer puesto. Tendremos finalmente un incremento en la tasa general de todo tipo de cánceres, una reducción de la esperanza de vida, una tasa de mortalidad elevada, y un daño moral, angustia o padecimiento psíquico, que algunas sentencias judiciales ya van reconociendo.
Lugar central, destacado, en la historia universal de crimen y la infamia. ¿Genocidio, epidemia industrial, total impunidad? ¿Expresiones exageradas? No, en absoluto.
Pero no todo es naufragio, no todo es lado oscuro, no todo es «los negocios son los negocios», no todo es infamia en esta historia de muerte, explotación, antihumanismo y criminal e irresponsable desarrollo desbridado de las fuerzas productivo-destructivas.
El doctor Irving J. Selikoff es posiblemente uno de los investigadores médicos a quienes todos, los trabajadores y trabajadoras del amianto y, más en general, todos los afectados por esta inconmensurable contaminación industrial (en el fondo, todos nosotros) debemos más reconocimiento.
Es difícil resumir, señala Francisco Báez Baquet, su ingente tarea científica y su activismo incansable: fue co-fundador en 1982, con Cesare Maltoni y otros científicos, del llamado Collegium Ramazzini, en honor del gran científico humanista. Formaron parte de él 180 científicos expertos en los ámbitos de la salud ocupacional y medioambiental procedentes de 30 países. Sus artículos en los años 60 y posteriores demostraron la acción letal del amianto sobre importantes colectivos de trabajadores industriales.
Francisco Báez se refiere a él en estos términos: «Cuando Comisiones Obreras era todavía una organización no legal, los trabajadores de la empresa Uralita nos pasábamos los artículos científicos del doctor López Areal y los del doctor Selikoff, de forma reservada, furtiva y casi como si se tratara de propaganda política legal en aquella coyuntura histórica.»
El doctor Selikoff, un gran científico comprometido, candidato al Premio Nobel de Medicina en los años 80 del pasado siglo, continuó con la investigación de los efectos del amianto hasta la edad de 75 años. Falleció el 20 de mayo de 1992, dos años después de su jubilación. Sea en su honor y recuerdo todo lo escrito.
Sal de nuestra tierra. Como Eduardo Pérez Miño, como Paco Puche, como Paco Báez, como tantos otros y otras. Una economía al servicio de la ciudadanía, de las personas más vulnerables, pidió y exigió Albert Einstein. Nunca, nunca jamás, unos resultados económicos (y toda la infame cosmovisión que los rodea: eficacia a toda costa, productividad, mano de obra barata, control de producción, costes laborales, ausencia de derechos, «desechos-recursos» humanos, trabajadores pobres y sin derechos,…), nunca más una economía que chupe la vida y la dignidad de millones y millones de trabajadores y trabajadoras de todo el mundo.
A costa de lo que sea: ¿h exagerado? No. Su justificación: la criminal y real historia de la industria del amianto.
PS. Una aproximación al tema de Sacristán tomada del coloquio de una conferencia suya de 1983 sobre «Tradición marxista y nuevos problemas, el año del centenario de Marx:
«[…] A este respecto más de una vez he citado un ejemplo que voy a repetir ahora porque me parece que no lo he hecho aquí; lo habrán oído otros, no todos los que están presentes, el problema de la industria del amianto en Alemania Occidental. Hará unos cinco o seis años, el anterior gobierno alemán reconoció finalmente, ante la presión del movimiento ecologista, que el amianto es una de las industrias más cancerígenas que existen (la silicosis de amianto es más frecuente y más cancerígena que la de un minero del carbón). Prepararon entonces un proyecto de ley por el que esa industria sería abolida en cuatro años, durante los cuales darían un subsidio, equivalente aproximadamente al salario mínimo, a los obreros de la industria y se dotaba de un premio para inventores, para ingenieros, que desarrollaran sucedáneos del amianto como aislante término. Entonces hubo un movimiento en contra que derribó la ley y en ese movimiento estaba la patronal y el sindicato. Ahí había un sector de clase obrera cogido entre la espada y la pared, entre la espada de los nuevos problemas y la pared de la conservación del puesto de trabajo tradicional».
La clase obrera estaba ante problemas muy serios, nuevos también en este caso, porque por ejemplo, en su opinión:
«[…] ese grupo, ese sector de la clase obrera es claro que prefirió su alto salario, su coche y su nevera a su salud, fenómeno que en otras épocas no se producía así. En otras épocas se producían situaciones de mucha mayor esclavitud, y se requiere, por tanto, en esta época, una elaboración bastante cuidadosa de los problemas sindicales. Hay que hacer un balance en ese sentido. El Comité Antinuclear de Catalunya tiene un folletito bastante bueno para distribuir entre los trabajadores de la industria nuclear, y lo mismo habría que hacer en otras muchas industrias características de ese tipo de producción y que sólo representan una esclavización del país y de su clase obrera. Nosotros somos, por ejemplo, grandes productores de aluminio, desproporcionadamente para nuestra entidad estatal. ¿Cómo es que producimos tanto aluminio un país de 36 millones de habitantes? Pues, simplemente, porque es demasiado malo para los países adelantados, y entonces prefieren que intoxiquemos a nuestros obreros que intoxicar a los de ellos. Pero si ahora se plantea esa cuestión en serio, desde un punto de vista moderno, de acuerdo con la problemática de política ecológica correcta y se dice «eso hay que reducirlo», ya veríamos como reaccionaría, si no está suficientemente preparada por una propaganda adecuada, por un trabajo adecuado, la clase obrera del sector.»
Existían, pues, problemas nuevos. No todo se reducía a la verdad, con la que Sacristán estaba de acuerdo, de que el punto esencial era conseguir que «estos problemas sean protagonizados por la lucha o que la solución de estos problemas sean protagonizados por la clase obrera industrial y por otras capas trabajadoras.»
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.