En Sevilla estamos acostumbrados a que se utilice la ciudad -entendida, además, como paradigma de Andalucía- como escenario «amable» para desarrollar fastos y eventos propagandísticos del nacionalismo de estado español. Por eso se celebró aquí la Exposición Iberoamericana de 1929, para no solo recordar, o mejor reinventar, la «empresa civilizatoria de España» en América sino […]
En Sevilla estamos acostumbrados a que se utilice la ciudad -entendida, además, como paradigma de Andalucía- como escenario «amable» para desarrollar fastos y eventos propagandísticos del nacionalismo de estado español. Por eso se celebró aquí la Exposición Iberoamericana de 1929, para no solo recordar, o mejor reinventar, la «empresa civilizatoria de España» en América sino también, en una época de reactivación del catalanismo y de otros nacionalismo periféricos, exaltar la «unidad nacional» y las bondades del centralismo. Piénsese en la monumental Plaza de España: un amplio espacio en el que se suceden, por orden alfabético, las 50 provincias (ni siquiera existen las «regiones»), destacando en cada una de ellas un acontecimiento histórico, o mítico, hecho encajar en el discurso de una España eterna supuesta obra de la geografía y de la historia cuando no directamente de Dios.
Algo equivalente sucedió en 1992: el 5º centenario del Descubrimiento (¿?) sirvió de ocasión para la presentación en sociedad (en la sociedad internacional) de un Reino de España con un gobierno «socialista» (¿?) moderno, incorporado a la OTAN y a la Comunidad Europea y tan potente económicamente que podía permitirse el lujo de organizar el mismo año una Exposición Universal y unas Olimpiadas. Y, claro, la Expo tuvo lugar en Sevilla: se garantizaba con ello el éxito de público (los sevillanos/as salvaron el déficit de visitantes calculados, entrando y saliendo del gigantesco recinto casi diariamente, como hacen en la Feria abrileña) y el color y el calor necesarios en toda gran fiesta. Aunque en aquel fasto Sevilla y Andalucía estuvieron prácticamente ausentes -apenas hubo banderas andaluzas ni de la ciudad, a pesar de la paradoja de que el alcalde era por entonces del Partido Andalucista, y el Flamenco apenas estuvo presente en la agenda cultural-, la mayoría de la gente vivió aquello como si fuera un regalo: seis meses de entretenimiento al aire libre, casi gratis y realizando la función de extras cinematógraficos. Desde la alienación colectiva, ¿qué más podría esperarse?
Podríamos también recordar otros fastos para los cuales también se eligió Sevilla: desde partidos de la Selección Nacional de fútbol, para tener asegurado el «jugador número 12», es decir a varios miles de palmeros incondicionales, hasta bodas de Infantas… Por eso no podía sorprender que este año se celebrará aquí el «Día (a decir verdad, la Semana) de las Fuerzas Armadas»: para garantizar el éxito del evento; para que, en palabras del ínclito alcalde Espadas, Sevilla «diera lustre» al festejo. Los responsables de la cosa pensaron que aquí, a diferencia quizá de lo que podría suceder en otros lugares, ningún partido, sindicato, asociación o colectivo importante iba a cuestionar la oportunidad del derroche de euros y de medios que la celebración conlleva en una ciudad que cuenta con tres de los cinco barrios más deprimidos de todo el Estado y que tiene tantas carencias de todo tipo. Y menos aún se atreverían a cuestionar el contenido ideológico, militarista y patriotero, de la celebración.
Con ser todo lo demás importante, es esto último lo que me parece más necesario confrontar. Máxime cuando de lo que se trata, en palabras del capitán general (su nombre exacto actual es el de Teniente General Jefe de la Fuerza Terrestre), es de activar «los valores del Ejército» y extender estos a la Educación y a todos los ámbitos de la sociedad. ¿Cuáles con esos «valores»? Conforme a las palabras de Gómez de Salazar: «el valor, la disciplina, el honor, el espíritu de servicio, etcétera», que «están adormecidos y hay que aprovechar cualquier oportunidad para su fomento». ¿Cómo hacerlo? Activando el respeto y amor «a la bandera [hay que entender que a la borbónica, repuesta precisamente en Sevilla el 10 de agosto de 1936 por el general Franco, junto a Queipo y el cardenal Ilundain] como símbolo y el sentimiento nacional, el amor a España, el orgullo de ser español…» Todo un relato, perfectamente construido, en el que «la prioridad es España, tanto desde el punto individual como desde el de los partidos, pasando por las familias, la Universidad y otras instituciones». ¿Y por dónde empezar esta tarea de reconquista de los citados «valores»? De unos «valores» que a mí me recuerdan lo que trataban de enseñarnos -aunque con no mucho éxito- en la inefable asignatura de «Formación del Espíritu Nacional», devenida en maría desde los años sesenta, de que cada español fuera mitad monje y mitad soldado. A lo que habría que añadir ahora también otra mitad de emprendedor (o sea de empresario), y así cada españolito valdría uno y medio, justificando el orgullo de nuestro flamante capitán general porque en las encuestas, según afirma, «a las Fuerzas Armadas se las valora ya casi como a El Corte Inglés». La prioridad de actuación, para Gómez de Salazar está muy clara: «Hay que empezar por los colegios. Hay que seguir en los institutos y no hay que abandonar nunca la relación con la Universidad, que es clave. Ahí nos queda mucho camino por recorrer. Todo esto es fundamental».
¿Tienen algo que decir los «grandes» sindicatos de la enseñanza ante este programa de adoctrinamiento? ¿Y los partidos políticos? ¿Y las AMPAS y otras asociaciones del sector de la educación? Salvo los casos de USTEA en alguna provincia, de alguna plataforma contra la guerra y de ciertas voces individuales, apenas he oído nada. Y esto me parece muy grave. Tanto más, cuanto que en cualquier momento pueden activarse los convenios establecidos durante el gobierno de Rajoy entre los ministerios de Educación y Defensa para normativizar ese adoctrinamiento. Y cuando -y aquí vuelvo a las palabras del citado alto militar- la Paz no es el valor u objetivo principal, sino un «efecto». «Lo prioritario es la seguridad… Si queremos garantizar nuestra libertad, la justicia, el desarrollo y la democracia tenemos que pagar el precio de la seguridad… la seguridad es el precio que pagamos para gozar de los niveles de libertad, de democracia». Y esta seguridad, que es «responsabilidad de todos» tiene un máximo garante: «las Fuerzas Armadas». Con otras palabras: es a estas a las que debemos pagar el tributo por nuestra seguridad asumiendo sus «valores», su discurso y su papel de clave de bóveda del Régimen político y, en última instancia, del Sistema económico-social imperante.
Que cada quién saque sus propias conclusiones. Para mí, existe una planificación militarista y patriotera, desde el más reaccionario nacionalismo de estado español con el apoyo de los principales medios de «comunicación», que es incompatible con los valores y libertades democráticas, que se nos dice habremos de sacrificar, si fuera necesario, como pago de la seguridad. Incompatible con la extensión de la Cultura de la Paz y la No Violencia, que en Andalucía se asienta en nuestra propia identidad histórica y cultural como Pueblo. Incompatible con la lucha contra el patriarcado, porque los «valores» que se pretende reconquistar son profundamente machistas. E incompatibles con un mundo con un ecosistema sostenible en el que sea posible el avance de las personas y los pueblos en la exigencia de su derecho a ser libres: a decidir por sí mismos (a ejercer su soberanía).
Frente a la exhibición obscena de las máquinas de guerra, frente a la exaltación de los «valores» que se basan en la razón de la fuerza, frente al intento de que lo militar impregne todos los ámbitos de la sociedad y muy especialmente el de la Enseñanza, se hace imprescindible la denuncia, la argumentación y aprestarse al combate ideológico. Porque mientras más avance la «cultura militar», sea sin disfraces o maquillada como supuesta «garantía de la libertad» o como «intervenciones humanitarias», más estrecho será el espacio de nuestros derechos, individuales y colectivos. Y más oscuro será el futuro para las nuevas generaciones.
Isidoro Moreno. Catedrático Emérito de Antropología Social y miembro de Asamblea de Andalucía (AdA).
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