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Las revelaciones que pudiera hacer Luis Posada Carriles en un juicio imparcial como el que pide Venezuela pudieran generar para el clan Bush un escándalo mayor que el de Watergate

El C-4, la Operación Cóndor, los Bush y Posada Carriles

Fuentes: Rebelión

Solo 18 días antes del monstruoso ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, el mandatario norteamericano George W. Bush decretó un indulto presidencial por el cual fueron liberados José Dionisio Suárez y Virgilio Paz, dos de los complotados en el asesinato del canciller chileno Orlando Letelier y la […]

Solo 18 días antes del monstruoso ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, el mandatario norteamericano George W. Bush decretó un indulto presidencial por el cual fueron liberados José Dionisio Suárez y Virgilio Paz, dos de los complotados en el asesinato del canciller chileno Orlando Letelier y la ciudadana norteamericana Ronni Moffit.

Como mismo había hecho su padre en 1990 con Orlando Bosch, George W. Bush desestimó la sentencia de cárcel perpetua dictada contra Suárez y Paz, quienes antes de ser condenados estuvieron doce años huyendo del FBI, a pesar de estar incluidos en el programa televisivo America’s Most Wanted (Los más buscados de América) por su alto grado de peligrosidad.

Quizá por eso muchos terroristas actuales refugiados en Miami confían en que Luis Posada Carriles saldrá libre, o al menos se encontrará una «solución intermedia», para no molestar a quienes llevaron a la silla presidencial, en el año 2000, al actual inquilino de la Casa Blanca.

Y es que incomodar a estos personajes pudiera ser muy peligroso para el clan Bush. El escándalo podría alterar la paz familiar e involucrar al actual presidente, a su padre (ex presidente) e incluso al hermano, el gobernador de Florida, Jeb Bush, quien vería empañada su aspiración de sentarse también en la Oficina Oval como mismo lo hicieron papi y el hermanito.

La cadena podría romperse por Posada Carriles, quien mucho le sabe al viejo Bush desde los tiempos en que este dirigió la CIA entre enero de 1976 y enero de 1977. Desde entonces los Bush le deben mucho a Posada, a Orlando Bosch y al resto de la mafia miamense.

Ellos fueron quienes le dieron los primeros «créditos fuertes» al padre, cuando este logró un acuerdo para frenar la ola de atentados que en 1975 sacudió Florida y que tuvo como blancos incluso al Cuartel General de la Policía de Miami, puertos, avenidas públicas, correos, oficinas del Departamento de Justicia, del gobernador y hasta la propia sede del FBI miamense.

Fue con estas cien bombas en menos de 18 meses que se dio a conocer al público norteamericano el multifacético uso del C-4, un explosivo de alto poder profusamente repartido por la CIA a los grupos anticubanos.

No obstante, las bombas en Miami eran demasiadas como para permitirle tantas libertades a la mafia anticubana en suelo de la Unión. Algunos grupúsculos, como Omega 7, casi escapaban al control de la omnipotente y madrina Agencia.

ENGENDRO BUSH

Se imponía volverlos a la autoridad, y para eso nombraron a George H. W. Bush y este organizó la reunión de Banao, República Dominicana, de la cual surgió la Coordinadora de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU). Tanto Orlando Bosch como Posada Carriles estuvieron entre sus dirigentes fundadores.

El compromiso fue explícito: seguir luchando contra Cuba pero mayormente fuera del territorio norteamericano y además colaborar con la Agencia Central de Inteligencia en la represión a otros movimientos revolucionarios del continente.

Cuesta mucho creer que Bush padre no supo nada del asesinato de Orlando Letelier en pleno Washington, en el cual tuvo participación directa el agente CIA Michael Townley, o que desconocía los pormenores del atentado terrorista contra el avión cubano en Barbados que costó la vida a 73 personas, y que fuera dirigido por los hombres CIA y CORU, Orlando Bosch y Luis Posada Carriles.

Es imposible que la omnipotente y omnipresente CIA y su jefe no tuvieran ningún conocimiento sobre cómo el CORU orquestó el atentado contra la embajada de Cuba en Portugal, el 22 de abril de 1976, en el que perdieron la vida los diplomáticos cubanos Adriana Corcho y Efrén Monteagudo.

Para todo se utilizó C-4, el explosivo favorito de los agentes CIA en la década de 1970 por su maleabilidad, facilidad de camuflaje y alto poder destructivo, y que en aquella época era muy difícil de obtener, si no era por intermedio de la Agencia.

También cuesta creer que al despacho de George H. W. Bush padre no haya llegado ningún informe sobre el secuestro en pleno Buenos Aires, el 9 de agosto de 1976, de los funcionarios diplomáticos cubanos Jesús Cejas Arias y Crescencio Galañena Hernández.

Ambos fueron torturados y posteriormente desaparecidos, como se hizo con miles de personas en el continente usando los mecanismos de la Operación Cóndor, en la cual cooperaban la mayoría de los cuerpos de seguridad del hemisferio, bajo la coordinación de la CIA… y del propio Bush padre.

Quizás hasta podría argumentar sus nociones sobre el intento de secuestro del cónsul cubano en Mérida, en el cual pereció el técnico cubano de la pesca Artagnán Díaz Díaz, ocurrido el 23 de julio de 1976, en pleno mandato del patriarca Bush al frente de la CIA.

A lo mejor hasta podría decir de dónde salió el
C-4 que sirvió para los atentados contra oficinas comerciales y embajadas cubanas, líneas aéreas o representaciones extranjeras que sostenían relaciones con la Isla.

MARAÑAS Y MÁS MARAÑAS

Para explicarse el lento y enmarañado accionar del actual inquilino de la Casa Blanca en el caso de Luis Posada Carriles solo habría que enlazar nombres del tronco Bush con los de los más connotados exponentes de la mafia terrorista anticubana.

Con buscar, casi 30 años después, a quienes tuvieron estrecha relación con la CIA entre enero de 1976 y enero de 1977, cuando H. W. Bush era el jefe, se despejarían muchas dudas.

Posada Carriles y Orlando Bosch saben mucho de CORU y de Barbados. También saben de la implicación de la CIA y del origen del C-4 utilizado en los diferentes atentados en países como Portugal, México, Canadá, Jamaica, Venezuela, España o la representación diplomática de Cuba ante las Naciones Unidas, donde hicieron detonar un explosivo el 6 de junio de 1976.

Posada Carriles, y en especial Bosch, conocen muchos pormenores sobre el asesinato de Orlando Letelier. Ellos, o Dionisio Suárez y Virgilio Paz, los indultados, pudieran decir de dónde sacó el agente CIA Michael Townley el C-4 que voló el carro del ex canciller chileno, o cuáles fueron las relaciones entre el entonces director de la Agencia y el dictador Augusto Pinochet.

También de Letelier y la Operación Cóndor pudieran hablar los hermanos Novo Sampol, especialmente Guillermo, quien conoce sobre los atentados durante el tiempo Bush-CIA o el intento de secuestro del cónsul cubano en Mérida, en el cual tuvo participación directa Gaspar Jiménez Escobedo.

A su vez, la mafia anticubana podría explicar cómo se robó las elecciones de Estados Unidos en Florida para entregárselas a George W. Bush, sin dudas como agradecimiento y para fortalecer los estrechos lazos con el clan, que escogió nada menos que ese estado y no Texas, de donde son originarios, para que Jeb se ganara la gobernatura, paso indispensable para su lanzamiento a la carrera presidencial, aspiración que nunca ha ocultado.

Los Bush siempre han temido a las revelaciones de su pasado y presente terrorista por parte de la mafia cubano-miamense. Por eso se apresuraron a presionar al gobierno panameño con el indulto de Luis Posada Carriles, Gaspar Jiménez Escobedo, Guillermo Novo Sampol y Pedro Crispín Remón.

De hablar algunos de los componentes de la mafia miamense, Bush padre tendría que explicar su trabajo de coordinación durante la Operación Cóndor en América Latina, por qué la CIA encubrió a los asesinos de Orlando Letelier y se negó a dar informaciones precisas sobre el atentado de Barbados.

Bush padre tendría que explicar además su decisión personal de indultar a Orlando Bosch cuando asumió la presidencia en 1990, un gesto en el cual medió su hijo Jeb Bush, quien a la sazón dirigía la campaña de la congresista de origen cubano Ileana Ross-Lehtinen.

Y por último el hijo en la Casa Blanca, George W. Bush, tendría que argumentar muy bien su perdón presidencial a Dionisio Suárez y Virgilio Paz, maestros del C-4, un explosivo que ha servido para miles de acciones terroristas en todo el mundo, incluso contra los propios norteamericanos.

Si el clan Bush ha logrado jugosas ganancias monetarias y políticas en su relación con las grandes petroleras norteamericanas; para ganarse puntos en la CIA, robarse elecciones o quitar del medio a rivales, en eso ha estado la mafia anticubana.

No hacen falta más explicaciones. Un juicio justo e imparcial contra Luis Posada Carriles como el que pide Venezuela espanta a los Bush. Por eso el terrorista internacional estuvo sin ser molestado más de dos meses en Miami, y ahora reclama la ciudadanía por los servicios prestados… ¿a Estados Unidos o a los Bush